Amante de la literatura, la música, el cine, las series (y etcétera, etcétera), entre sus obras se destacan Chamamé, Gólgota y Bolonqui. Kryptonita fue llevada al cine y a la pantalla chica (Space). También se sumergió en el cuento, la poesía y la literatura infantil. Es DJ de asaltos: musicaliza con temas ochentosos, por ejemplo, presentaciones de libros. Hablamos de su incursión en la lectura, sus escritores de referencia, la fe, la influencia de la tecnología en una trama y en todo lo que descubre mientras lee y escribe. Ultratumba, la historia de dos amantes en una cárcel de mujeres, es su última novela… por ahora.
Por Felicitas Ilarregui
-¿Venís de una familia lectora?
– No. Mis viejos terminaron la primaria de grandes. En casa no había libros. Sí creo que ellos veían esa importancia. Cuando empecé a leer, íbamos con un compañero al Parque Rivadavia, y, cuando podían, habilitaban una plata para que comprara libros.
-¿Cuándo empezaste a leer?
– En la secundaria. Me llevé Lengua por no haber leído cuatro relatos de Crónicas Marcianas. Cuando tuve que preparar la materia, me enganché y leí todo el libro. A la profesora le dije que quería hablar de un cuento que no aparecía entre los que tenía que rendir que era “Aunque siga brillando la luna”. Es sobre un astronauta negro al que el resto segrega. Y yo le dije que lo entendía a Spender porque para mí él era matancero, por más que pusieran otras cosas. A ella le gustó lo que dije, ahí es que me enganché. Y el compañero con el que íbamos al Parque Rivadavia la pasaba mal. Ahora lo podés catalogar como al que bulineaban (sic) porque leía un montón, estaba solo, no iba a bailar. Yo me acerqué a él porque para mí había algo. Era mi fascinación ver que se colara en el tren porque no tenía la facha de eso; recanchero, más que los otros. Intercambiábamos los libros y, sin darme cuenta, quedé marcado. Porque, si bien leo de todo, en un comienzo me enganché con los policiales. Los elegía por las tapas. Todas las ediciones pulp me volvían loco. De hecho, siempre que encuentro alguna la capturo. Y no me acuerdo por quién fue, pero cuando descubrí a Stephen King fue un estallido.
– ¿Qué descubriste?
– Cómo ponía la música. Lo primero que leí fue Cementerio de animales y que utilizara un epígrafe de Los Ramones, “¡Qué diablos, allá vamos!” y el “One, two, three, four”, me volvió loco. Ya me había pasado leyendo La naranja mecánica. Los Violadores le hacían un homenaje a la novela de Anthony Burgess usando frases y diálogos en Uno, dos, ultraviolento. En ese momento, no sabía que era la intertextualidad, pero me di cuenta de que había algo ahí requetepotente. Eso y sus historias que eran tremendamente humanas. Cuando arrancamos el taller literario con Laiseca nos dijo: “Acá la Biblia es Mientras escribo”. Y cuando lo leí, dije: “Que groso, parece refácil”, pero es mucho laburo. Mientras escribís, aparece todo lo que sabés de vos y lo que desconocés.
– ¿Qué apareció de lo que conocías y desconocías?
– La relación que tengo con el lugar en donde me crie. Los momentos de amor y desamor. Y me parece que, de forma involuntaria, al ser un cultor del policial, todo lo social. No puedo prescindir de eso. Y también tirar el ancla y decir: “Estoy escribiendo ficción”. No estoy haciendo periodismo ni un libro que visibilice “tal cosa”. Que aparezca y después cada quien, si quiere, indague más en ese tema, pero el límite siempre es la bajada de línea.
-¿Cómo encontrás el equilibrio para que no sea periodismo o una obra de corte moral?
– Me parece que es estirar, dentro de los géneros, las reglas. Y no siento como algo negativo lo de los estereotipos. En Hacé que la noche venga, los villanos son muy villanos, pero te das cuenta de que es diferente. Nunca hablo de los dueños de la CHADOPyF. Están nombrados, pero no aparecen, no están desarrollados. Esos son los villanos que te vas a encontrar: los que siguen sobreviviendo en el país en este momento.
-¿Cómo descubriste la intertextualidad?
– En lo de Laiseca, pero por algún compañero. Yo creo que lo asimilé de leer y que siempre disfruté mucho cuando aparecía una cita o algo. No es ahora la computadora, Google y enseguida buscar todo. Era a ver qué onda. Yo había leído de Feinmann Ni el tiro del final y me pareció estructuralmente una novela increíble. En ese momento, ni siquiera sabía lo que eran el flashback ni el flashforward. Y es una novela en flashforward. Me pareció impresionante cómo uno de los narradores, que vos sabés que lo van a cagar, al momento de la traición, sigue adelante. El tipo es un pianista de jazz, creo. Está fascinado con Gershwin y lee la biografía. Yo lo único que sabía de Gershwin era que es el de la rapsodia del final de Manhattan. Entonces me pasó de ir a una librería de saldos enorme en Morón y decir: “¿Tenés algo de un tipo que se llama Gershwin?”, y el viejo me dijo que sí. Toda esa cosa que te tiran los autores en las referencias que van metiendo, siempre las necesité. Hoy hablás de linkear; tenés todos estos verbos por la computadora, pero en su momento había libros así de poderosos que te hacían ir a buscar algo enseguida. Yo leí biografías y muchos autores por un libro chiquito, dentro de lo que es la obra de Antonio Tabucchi, que se llama Sueño de sueños. Todo lo va enganchando con personas célebres. Entonces, un cuento se llama “Sueño de François Villon, poeta y malhechor”. Y empiezan: “La noche de tal”, “La siesta de tal”. De repente, hay cuentos en los que se tomó una licencia; son netamente oníricos, sin conexión. Y hay cosas que se van mezclando: un mashup de imágenes, de sensaciones; como puede llegar a ser en los sueños.
– ¿Cuánto influye la tecnología, con los adelantos vertiginosos, en la forma de escribir guiones?
– El primer laburo importante que tuve que hacer fue la serie Nafta súper basado en una historia que creé yo. Era una oportunidad única y nos dijeron que tenían que estar los episodios en cuatro meses. Y fue intensivo. De hecho, hay un par de capítulos que yo digo que están bellísimos, redonditos desde el guión. La realización está impecable de punta a punta. Se aprovechó todo el dinero que había en producción porque había una moneda importante. Pero, por ejemplo, hay un capítulo que yo sé que siempre le faltó. Muchas veces la escritura necesita un tiempo.
– En tus personajes no está muy incorporada la tecnología.
– No. Incluso para el policial, siempre lo hablamos con Nicolás Ferraro, es el axioma de Hitchcock, Patricia Highsmith o en los comienzos de los clásicos de Roberto Arlt: el hombre común que se decide a hacer un crimen. Hoy ese tipo no tiene un desarrollo de su historia de conflicto delictivo porque en 24 horas lo agarran. Jack el Destripador hoy no hubiera existido. Tampoco es que alabamos al Destripador. Lo que estamos diciendo es que, si la cana hace su laburo bien, tienen todo para llegar. Hoy te ubican con el celular por más que no tengas activado el GPS. Es lo que decían espías veteranos en notas: “Nuestro gran problema era cómo plantábamos un micrófono”. Hoy todo el mundo está con un micrófono. Ponele, cuando agarres el celular y vayas a escrolear noticias, van a aparecer cosas relacionadas con lo que hablamos.
– En tus obras, más solapada o más visible, está la fe.
– Es que en donde me crie yo, lo que son barrios populares, en aquel momento, de lo poco que tenías era la iglesia. Y si tus viejos están en esa… Estaban los potreros hechos pelota y las canchitas de la iglesia. Pero para jugar en la canchita de la iglesia tenías que ir a misa. Y vos decías: “Qué lindo el pasto de la cancha del cura, la puta madre”. Por suerte, mis viejos no me obligaron a ir a misa. Pero yo los veía a ellos que se empilchaban, era su salida. Y a mí ese tipo de ritual y todo lo mecánico, ni a palos. Sí me conmovía todo lo que tiene que ver con los santos populares, porque primero fueron hombres y después tienen esa capacidad de acompañar e intentar dar al que lo necesita. Era gente con mucho amor y que también supo lo que era tener carencias. Ese tipo de cosas me parece que están buenas y perduran en la memoria.
– ¿Te acordás de que fue lo primero que escribiste?
– Creo que cartas; piropos largos a chicas que me gustaban con la esperanza de que pasara algo… Y la historia del que iba a ser el tercer libro. Quería hacer una tetralogía del lobo. Me había encantado de Liliana Bodoc La saga de los confines y me puse a investigar sobre pueblos originarios acá. Quería contar que se las tuvieron que ver con Roca, la zanja de Alsina y las enfermedades que traían los europeos, entre ellas la licantropía; que el primer hombre lobo que llega a territorio argentino es un francés en el Estrecho de Magallanes. Y que en la tribu de los selk’nam había dos chicos muy poderosos, pero hombres ya para la tribu, de 15 y 16 años. Uno estaba destinado a ser el hechicero supremo; y el otro, el guerrero. El hechicero tiene la visión de que alguien viene en un barco, el francés, que en mi cabeza era como el cantante de The Smashing Pumpkins: pelado y vestido de negro, sobre todo para hacerlo contrastar con la nieve. El barco naufraga, pero él igual llega. Hay todo un combate en el que diezma prácticamente a la tribu el tipo. Pero lo peor es que al guerrero sí le pasa la licantropía. Ese primer libro transcurría durante un mes porque cuando llegara a la luna llena se iba a convertir en hombre lobo. Y el protagonista sabía que en ese momento lo iba a tener que matar. Pero, mientras, juntos tenían que intentar detener al licántropo. Era una propuesta ambiciosa. Había investigado bastante. Quería que la historia pasara por cuatro narradores diferentes y cuatro libros que contaran eso. Cada uno de los libros sería el título de un disco de Depeche Mode. Y cada capítulo el tracklist de ese disco. Lo estaba escribiendo con mi hijo muy chiquito, perdí el laburo y murió una persona importante para mí en una circunstancia muy fea que me hizo replantear muchas cosas. Por primera vez hice terapia. Y en el taller de Lai [Laiseca] salió Chamamé. Quería escribir una novela sobre la traición y la gente en la que confiás. Sobre los que, por preservar lo suyo, no les importa si al otro le va mal, o incluso que alguien muera. Y no necesariamente en el ambiente delictivo, porque me pasó de conocer gente que está en esa y no está para nada orgullosa. Pero me parecía que tenían más códigos que otras personas que tenían estudio, estaban accediendo a ciertas cosas, y no les importaba para llegar a eso cagarse en los demás. Porque una cosa son los dueños de la CHADOPyF que te dicen: “Hola, ¿qué tal? Soy una cobra, este es mi territorio”. Incluso si hablamos de lo que nos está tocando vivir, es un tema lo vertical: los que están arriba en una posición económica y todas las decisiones las están tomando para ellos. Pero para mí el tema es lo horizontal, en todos los que somos “pata con hongos”, y no quiero sonar racista. Yo soy un pata con hongos. Tuve mucha suerte después. Fijate como vivo. Es austero, pero es un montón esta vida y es mi elección. Pero no por eso me voy a olvidar de dónde vengo. Ni voy a olvidar un montón de cosas que se habían obtenido y que después, por un ánimo revanchista o por enojos justificados con este gobierno y anteriores, se perdieron. Y ni hablar con todo lo que pasó en la pandemia. Preferí que se vaya toda la mierda y pensar que nosotros igual vamos a aguantar; estamos para aguantar. Pero no para la injusticia, no para la pelea y la guerra entre tu mismo estrato social. Muchas veces puede entenderse fuera de contexto esta expresión, pero no. Cuando discutimos entre nosotros, nos decimos, “¡eh, pata con hongos!”.
-¿Sos de corregir mucho?
– Cuando terminé de escribir Siete & el tigre harapiento, un compañero del taller me dijo: “Mandala que está por cerrar el Premio Clarín”. Me empecé a ilusionar. Imprimí a escondidas donde estaba laburando. Si me llegaban a enganchar, me rajaban. Cuando me enteré de que quedé finalista, fue una alegría. Vuelvo a revisar la novela y empiezo a encontrar erratas. El premio en ese momento era de cincuenta mil pesos, un poquito más de la mitad para comprar una casa. Empecé a tachar palabras y me dije: “Ni a palos lo gano”. Fue una noche muy loca cuando nos juntaron a los finalistas. Yo era el más pibe y terminé obteniendo la mención, que fue como una curda. Pero me quedó el asunto de qué tan cerca podría haber estado si la hubiera corregido más. Después leí la novela que ganó. Me di cuenta de que me faltaba tomar mucha sopa y nunca iba a escribir sobre la pérdida del padre. Pero era una novela superior. Y también pensaba: “Yo quiero ser un escritor de literatura de género”. A mí siempre me dijeron: “Presentate como escritor”. No, yo me presento como escritor de policiales. Me encantó un documental de John Ford en el que decía: “Me llamo John Ford y hago western”. O sea: “Soy Leo Oyola, hincha de Brown y escritor de policiales; DJ de asaltos, poeta y malhechor como François Villon, según Antonio Tabucchi”. Y desde ese momento empecé a corregir más. Yo le doy mucha bola a la oralidad; trato de que no haya rimas involuntarias, cacofonías que detengan la lectura. Y mientras vas haciendo eso, por ahí te das cuenta de que había un personaje que pedía pista o se ralentizaba el ritmo y decidís sacar un comentario, un párrafo, incluso a ese personaje.
– ¿Hay alguna obra en ciernes?
– Me quiero tomar el verano para escribir y después veremos a lo largo del año que podría hacer con todo eso. Tengo apuntes de la historia de un bandido rural que existió, Mate Cosido. Ese proyecto se llama Alambrar estrellas por un verso de la canción de [León] Gieco, Bandidos rurales. Pero también me empezó a entrar la historia de un vampiro paraguayo. Me di cuenta de que sé bastante de vampiros. Lo que pasa es que para todas y todos está difícil. Yo estoy laburando mucho de hacer guiones para otros. Entonces, como ahora hay un parate de dos meses, quisiera aprovechar para escribir lo mío. Después estoy escribiendo poesía, que también es una energía. Puedo estar casi un mes con un poema.