Quién hace eso que estoy haciendo

Por Hernán Carbonel
La escena inicial es sintomática. El personaje tiene veintisiete años, viaja en un colectivo de larga distancia en medio de la noche e intenta abrir la puerta con el coche en movimiento. Va de Mar del Plata a Buenos Aires, cree haberse quedado dormido, y no le agrada la idea de ir camino a Rosario.
Esta escena es y no es irreal: irreal en tanto no corresponde al mundo de la vigilia, sino a ese estado que se define como sonambulismo. ¿Qué es, entonces, ese estado? Puede que “un tetris con narrativa”, una “alucinación hipnopómpica”, un trance, una respuesta a la necesidad de control o una encarnación de la pérdida de él, la puesta en acto de un sueño, espejo del estrés o la presión.
Todas esas variables –y más– plantea Nicolás Hochman en La parte del sonambulismo, recientemente editado por el Fondo de Cultura Económica. “A veces soy un sonámbulo clásico”, dice Hochman: “hablo o hago cosas dormido y me entero al día siguiente. Pero, por lo general, lo que ocurre es otra cosa: me despierto, abro los ojos y no sé en dónde estoy”. Como si se preguntase: quién hace eso que estoy haciendo.
Así, durante el largo transitar de las noches, camina, traslada objetos, se corta el pelo, busca intimidad con sus parejas, quema sus propios poemas, se fractura un dedo con una puerta, desordena y vuelve a ordenar su biblioteca, sale a recibir a un amigo que nunca llegó, chatea, busca a un ladrón que no existe. Automáticamente, u horas después, sentirá remordimiento, culpa, malhumor, angustia, humillación.
El libro tiene una estructura rota, porque Hochman construye a partir del desprendimiento de un diario en otro diario (de ahí “La parte”) que lleva desde hace años, y hasta juega a que el texto hable del texto mismo, de su construcción, de los momentos en que fue surgiendo y transformándose. “Con este texto”, dice, “no busco dejar de ser sonámbulo”. Los capítulos comienzan con la edad que el personaje tiene al momento en que ocurren los sucesivos episodios, y, en medio introduce citas, fragmentos de estudios acerca del tema, un listado de autores que refieren la patología en sus obras, casos policiales donde un crimen se asocia a la parasomnia, experiencias de consultas a especialistas, comparaciones con el reino animal.
Entonces, la pregunta: ¿a qué género pertenece? El autor expresa que fue pensado y escrito, en una primera versión, como ensayo; luego, corregido y publicado como novela. Podríamos decir que –si a las categorías genéricas insistimos en remitirnos– es, también y, sobre todo, testimonial. Podrá no saber qué hace por las noches, pero a la hora de escribir Hochman sí sabe: narra sin estridencias, evita el impacto fácil –aunque sepa impactar de todas maneras–, dosifica, conoce cuándo y dónde detenerse, dándose incluso la licencia de introducir efectivas píldoras humorísticas. Pero, aun así, es un libro –además de sagazmente construido– conmovedor.