Por Hernán Carbonel
Es un oxímoron desentrañar los mecanismos del azar. Pero no deja de resultar maravilloso advertir cómo llegan por sorpresa esas gemas desconocidas que la literatura nos tiene reservadas. Por eso me pregunto cómo es que no había leído antes a José Sbarra.
Sabemos que un hombre es muchos hombres y una sola vida no alcanza. Sbarra es un buen ejemplo de ello.
Nació en Buenos Aires en 1950 como José Francisco Caputo, pero, como él mismo decía, “no me puedo llamar Caputo siendo puto”, por lo cual adoptó el apellido de su madre.
Juntó metales en la quema de Ciudadela. Trabajó como taxi boy, cadete, guía turístico. Montó obras teatrales. Fue tapa de la revista Cerdos & Peces. Hizo guiones de televisión para Canela, Héctor Larrea y Carlos Perciavalle. Dio talleres en un sótano de Once. Se movió en el underground de los ’80 y ’90. Apareció en el programa de Susana Jiménez confesando que tenía HIV. Escribió para las revistas Billiken y Playboy (vaya puño versátil hay que tener para pasar de una publicación a otra). Creó “El circo de Poesía”, un espacio artístico que giraba por teatros, escuelas, universidades, donde leía textos ajenos, de autores ignotos o grandes poetas universales; incluso se llegaron a publicar dos volúmenes de forma independiente como testimonio de aquellas experiencias. Dos de sus libros llegaron al cine: Marc, la sucia rata, en 1998, y Plástico cruel, en 2005. Pueden verse en YouTube.
Enrique Symns lo entrevistó para la revista El Cazador. Él y Tom Lupo supieron ser sus amigos. “Para mí la vida siempre se dividió en drogas, sexo y literatura. Aunque te parezca raro, leer y escribir son dos cosas que si no las tengo no me interesa la vida. Las tres tienen la misma importancia”, le dijo a Symms. Murió en el ’96 –porque un hombre es muchos hombres y una sola vida no alcanza, pero todas tienen el mismo final– y sus cenizas se esparcieron en Necochea, ciudad a la que lo unía un amor.
Su obra era sensible, autorreferencial, cómica, entre el reviente y el yo ficcionalizado (lo trash, lo gay, lo punk: la literatura del yo antes de la literatura del yo). Estaba atravesado por la relación entre el sujeto y el artista que era, y el personaje y el mito que había creado. Culto e histriónico, pudo aunar la visión cínica y ácida de la existencia con la escasa ternura que el mundo nos permite saborear.
Tengo aquí delante de mí Obsesión de vivir (Diario íntimo de dos hermanos, Alcides y Aleana) en la edición de De Aucan de 1975. Abre con una cita de Kierkegaard: “En lo que a mí respecta, desde muy joven me ha sido clavada una astilla en la carne. Si no hubiera sido por eso, hace tiempo que viviría la vida de todo el mundo” (de verdad: ¿hubieran aceptado Kierkegaard o Sbarra vivir la vida de todo el mundo?).
En la contratapa dice: “Desde niño fue mentiroso, es decir, amó la literatura”; ahí también le pasa factura a su padre, reconoce que adeuda cuatro materias del secundario y no duda en conceder que lo que más lo fastidia del libro “es su falta de optimismo, de humor. Es un libro triste”, dice, “demasiado triste”
Aún neorromántico o posromántico, trágico llanto de amor, y construido desde repetidos interrogantes, rescato de ese libro dos poemas (rescataría algunos más, pero me quedo sin espacio). El número VIII: “¿Por qué nos enseñaron a esperar / sin darnos armas contra el cansancio, / sin advertirnos, / sin avisarnos que en algún punto del camino se acabarían / las señales y deberíamos continuar a tientas?”. Y los dos últimos versos del número XI: “¿Fue una insensatez no colocarle guirnaldas al fracaso, / no levantar la fachada de la alegría pese a todo?”. La pregunta es si se habrá respondido Sbarra alguna de las tantas preguntas que se planteó antes de evaporarse de este insensato mundo.
También tengo acá la edición de Sigmar de su novela infantil El beso del vampiro, donde, en la biografía que adelanta la obra, se dice que Sbarra “sostenía que divertirse con miedo era una actividad saludable” y que estaba en desacuerdo de que encerraran a animales en acuarios, jaulas y zoológicos. Jaula. Acuérdense de esa palabra.
La escena final es dolorosa, pero no por eso menos real: los versos de su libro póstumo El mal amor fueron dictados a su hermana desde una cama, al borde de la muerte. Ya se le había detectado el HIV. Fue ella quien quedó a cargo de los manuscritos, hasta que apareció el sello independiente Dagas del sur y se decidió a publicarlos. Por eso, ya no hablemos de él, sobre él; dejemos hablar a su obra. Lean lo que sigue, por favor, y duelan, que doler no es otra cosa que ser protagonistas del viaje.
“Solamente un imbécil se pregunta si es realmente el / sonido del mar lo que escucha cuando apoya un caracol / en su oreja. / Ese imbécil fui yo, se entiende”.
“De todo lo que conocí quiero más / más nieve, más fuego / más sexo, más calma / de toda la locura quiero más / y de toda la pureza quiero más / más honor y más deshonra / más virtud y más bajeza / de todo lo que amé quiero más / de lo que aún no he probado quiero más / de todos los excesos quiero más / más dolor
más placer / quiero más / y cuando me muera / como una ráfaga y como una súplica / saldrá de mi boca la palabra más”.
“Alguien pronuncia mi nombre / la grúa detiene su acción devastadora / alguien pronuncia mi nombre / los obreros se quitan los cascos y abandonan su tarea / alguien pronuncia mi nombre / soy una demolición en suspenso”.
“Anoche quería pedirte que te quedaras conmigo, / me hubiera gustado ser ingenuo / y atreverme a decirte: / quedate a dormir, si querés. / Pedírtelo con inocencia. / Prometerte no acercarme a los bordes de tu almohada, / mentirte, por supuesto”.
“Me gusta pensar que estás leyendo y que si digo mar, / ves tu propio mar. Que así sea. / Dejame creer que hubiésemos sido buenos amigos / de haber nacido menos distantes en el tiempo. / Pero eso no tiene importancia, ¿verdad? / Te saludo desde la otra orilla, / no te conozco ni puedo descifrar tus misterios, / pero puedo enviarte una señal que equivale a un: / ‘Deseo con todo mi corazón / que tu peregrinaje no te sea tan duro / como me lo fue a mí’. / Y si tenés como yo la certeza / de que todos los mensajes llegan, / sonreí desde tu orilla / y quizá no te sentirás tan solo”.
“Elegimos el ejemplar más exótico, / nos enamoramos de su libertad / y empezamos a construirle una jaula”.
Amén.