Viaje al pasado: por qué (y cómo) los blogs post 2000 formaron una generación de escritores.

Dicen que con el inicio del nuevo milenio y el ascenso de las plataformas digitales empezó a gestarse una nueva narrativa. En la prehistoria de las redes sociales existieron unos espacios llamados blogs donde las personas escribían, otras leían y varias comentaban. Hoy, estas reliquias fósiles quedaron extinguidas (tal vez alguna especie haya quedado atrapada en algún archivo virtual), pero su esencia sigue presente en las capas geológicas de las creaciones actuales, marcando un legado que a simple vista podría parecer invisible.

Empezó como una curiosidad y, al parecer, terminó por definir una generación de escritores y escritoras marcadas por un estilo, unos tópicos, una manera de escribir. En lo personal, no creo que hayamos nacido con los blogs (sí, pertenezco a esa generación narrativa, según parece), porque la creación artística empieza mucho antes y a pesar de cualquier escenario tecnológico. Pero algo pasó, algo se armó y, sin ninguna premeditación, se generó eso que empieza cuando las personas se encuentran.

¿De qué se trataban los blogs? Fueron la versión primitiva de las selfies y los reels: un recurso para contar en primera persona y con un narrador en primer plano. También podemos rastrear los primeros planteos estéticos de lo cotidiano que vemos en cualquier feed de Instagram porque los blogs eran relatos minuciosos sobre hechos absolutamente cotidianos y fugaces.

Lo mejor eran los comentarios; la tertulia literaria se ponía tan intensa que no quedó más remedio que trasponer la virtualidad. Y así como los floggers quedaban para verse en el Abasto y poner tres dimensiones a su archivo de fotos, quienes teníamos un blog –todos teníamos uno- empezamos a encontrarnos en la virtualidad de las palabras y después en la vida real. 

Y esos encuentros generaron manifiestos, espacios literarios, antologías, proyectos editoriales independientes, debates, eventos, fiestas y algunos cuantos romances que volvían a tener su correlato virtual en la forma de comentarios cruzados, chismes y crossovers narrativos. 

Todo este circuito moldeó una comunidad que no solo compartía textos, sino que construía colectivamente la introspección y el análisis crítico. Éramos escritores que nos leíamos, criticábamos y acompañábamos, desarrollando una mirada en espejo que fabricó un estilo sin buscarlo. Que aprendió a escribir en las márgenes de la literatura y sin pensar en ella.

Sin querer, la palabra “escritor” o “escritora” dejaba de ser un título nobiliario porque cualquiera podía tener una voz y encontrar una audiencia. En las antologías que proliferaron en aquel entonces, un mismo libro daba lugar a autores consagrados con quienes dábamos los primeros pasos y ambos coexistimos sin verticalidad. Porque lo que nos empujaba era una manera de contar muy personal en un presente imperioso que dejaba en segundo plano los grandes relatos para procesar una hiperrealidad que se teñía miedos futuros cada vez más grandes.

El impacto en la publicación tradicional

Para muchos autores emergentes, los blogs fueron mucho más que una simple carta de presentación. La mayoría de los escritores somos personas introvertidas, pero disfrutamos de cierta luz (siempre que sea tenue) y de la satisfacción de que alguien valore lo que escribimos. Los blogs ofrecieron justamente eso: una luz discreta que iluminó nuestras palabras sin obligarnos a mostrarnos por completo.

A través de ellos, el encuentro con la audiencia y con otros pares ofreció una validación inesperada que fertilizó un semillero de autores que hoy disfrutamos y que de otro modo quizás no hubiéramos conocido porque estos espacios informales y espontáneos permitieron que muchos mostraran su voz al margen de las decisiones editoriales tradicionales (aunque, con el tiempo, incluso algunas comenzaron a buscar nuevas voces en este entorno amorfo y virtual).

Los blogs rompieron con la idea de escribir en soledad y desde un lugar desplazado. Hasta las personas más tímidas encontramos una pertenencia y poder decir nos hizo muy bien para procesar una gran cantidad de terrores que se hicieron muy tangibles en el nuevo milenio. Y contar historias auténticas, jugar con los formatos, conectar directamente con los lectores. Conjurar el miedo a la hoja en blanco y al cursor titilante porque además de decir, nos encontramos y acompañamos a crear algo donde antes no había.

El eco de una Era 

Hoy podemos ver que los blogs post 2000 fueron más que una moda pasajera; fueron los laboratorios donde una generación forjó su voz. Surgieron como espacios íntimos, abiertos y experimentales que rompieron con la solemnidad de la literatura tradicional para dar paso a relatos personales, fragmentarios, pero profundamente conectados con su tiempo.

Esa “Generación 00” como algunos medios la llamaron aprendió a escribir mirando hacia dentro y hacia los lados, creando sin querer un puente inesperado entre la soledad creativa y la interacción grupal, mostrando que el acto de escribir podía ser tan colectivo como personal. Así, dieron forma a un estilo que privilegió lo cotidiano, lo inmediato y las pequeñas historias dentro de contextos por momentos desmesurados. 

Aunque las redes sociales desplazaron a los blogs, estos marcaron una forma única de narrar y conectar que no se esfumó del todo. Los restos arqueológicos de la narrativa bloguera persisten en los hilos de X/Twitter que cuentan historias personales, en los posts de Instagram que capturan momentos íntimos y en los comentarios que buscan una conexión. En el impacto que tuvieron al  borrar jerarquías, desdibujar límites y demostrar que la escritura, como la belleza, puede estar en cualquier parte si sabemos mirar y nos animamos a decir.

Porque, más allá de las plataformas nuevas o viejas, de la imprenta o de la virtualidad, siempre somos (y seremos) narradores que buscan contar historias sobre la experiencia de estar acá.

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