Río y memoria

Dice Hernán Ronsino en “La invención del otro río”, de Notas de campo, que Haroldo Conti monta “un mundo en un espacio físicamente pequeño y determinado, marginal, por fuera de las grandes urbes”, narra “ahí donde otros callan”, “se pone a narrar dándole poesía al vacío del silencio”. Que “la respiración del texto es el ritmo del río”, “un clima, una atmosfera”. Y dice, también, que Conti inventa en la ficción una geografía ya existente. Esas geografías son, esencialmente, la pampa y el río, Chacabuco y el Delta.

A esas geografías las habitan ellos, personajes apesadumbrados, soñadores, nostálgicos, un poco a la deriva, profundamente humanos, de almas complejas y existencias estranguladas, vidas anónimas atravesadas por el territorio y las circunstancias.

En los cuentos, esa pareja de adultos mayores de “Los novios”, ahí en el pueblo (con otros pueblitos de alrededor, Irala, Inés Indart) donde “uno se volvía cosa y tiempo también”; el hombre que se convierte en vago, que vive al costado del camino, “El último” de los hombres; el tipo que va del pueblo a la ciudad en “Perdido”, donde vuelve a aparecer Oreste; el pibe de la villa de “Como un león”; el tío inolvidable (inspirado en su propio tío Agustín) de “Las doce a Bragado”, corriendo la Vuelta del Salado, llamada también La Carrera de Fondo de las 12 leguas; ese comienzo inconmensurable de “Todos los veranos”: “A veces pienso en mi viejo. O es un barco que parte o esa gente vagabunda que trae el verano o simplemente una luz en el río. Entonces me siento en la costa y pienso en mi viejo”.

En las novelas, Milo y Silvestre en Alrededor de la jaula (en su momento llevada al cine por Sergio Renán bajo el título Crecer de golpe); los pueblos que recorre el circo integrado por El Príncipe Patagón, Sonia, el enano Perinola, Carpóforo el luchador, el jinete que da título a Mascaró, el cazador americano; Oreste, otra vez, en En vida, ambientada en el Bajo; El Boga, que trabaja junto al Viejo en la cosecha del junco en Sudeste.

Haroldo era, como en sus textos, tierra y agua, viento y calle, pampa, oleaje y barquito, lucha y desazón, palabra y silencio, sueño y nostalgia. Eso y más, y había nacido un 25 de mayo –la patria, con el tiempo, habría de reconocérselo– de 1925 en Chacabuco, de padre tendero ambulante, militante peronista y gran narrador oral.

Su primera vocación fue la religiosa: con trece años Haroldo ingresó al Don Bosco de Ramos Mejía, donde comenzó su acercamiento a la creación literaria escribiendo libretos para funciones de títeres. Fue maestro en una localidad del partido de Mar Chiquita y pasó al Seminario Metropolitano Conciliar de Villa Devoto, que abandonó para arrancar con Filosofía en la UBA. Fue profesor en el Colegio Nacional Mariano Moreno y de Latín del Liceo 7 de la Ciudad de Buenos Aires. Rondaba los veintipico cuando se enamoró del Delta del Paraná, espacio que no abandonaría ni en la vida real ni en sus ficciones. Ejemplo de una posición terrenal, nada idealizada, de ver la literatura, dijo alguna vez: “Yo soy escritor nada más que cuando escribo, el resto del tiempo me pierdo entre la gente”.

Perteneció a una corriente de plumas tan diversas como Rodolfo Walsh, Antonio Di Benedetto, Héctor Tizón y Juan José Saer, a los que se les supo llamar la generación del sesenta y a los que se podría sumar, por qué no, a Moyano y Briante. Desde que se publicó su primera novela, Sudeste, en 1962, ganadora del concurso de Editorial Fabril, los premios comenzaron a sucederse: de la Universidad Veracruzana por Alrededor de la jaula; Barral por En vida, con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en el jurado; Casa de las Américas por Mascaró; Segundo Premio Municipal de Buenos Aires por los cuentos de Todos los veranos.

Instalada la dictadura, eligió quedarse en el país. Frente a su escritorio había pegado un cartel en latín que decía: “Este es mi lugar de combate, y de aquí no me moveré”. El 4 de mayo de 1976, Conti y su compañera salieron a cenar. Al volver a su casa, una brigada del Batallón 601 de Inteligencia los estaba esperando. Testimonios de conocidos y sobrevivientes indicaron que pasó por Devoto y luego por el centro clandestino de detención ilegal El Vesubio. El propio Videla, en 1980, confirmó –sin dar más precisiones– que Haroldo estaba muerto.

En su honor, se conmemora el 5 de mayo como el Día del Escritor Bonaerense. El gobierno de la Provincia de Buenos Aires lo homenajeó, también, con un reconocido concurso literario, que viene, con algunas interrupciones, desde los años ‘90, y en el que han sido premiados, entre otras y otros, Samanta Schweblin, Hernán Ronsino, Martín Kohan, María Fasce, Patricio Pron, Hernán Casciari, Leopoldo Brizuela y Patricia Suárez. Década y media atrás, el Municipio de Tigre convirtió su hogar del Delta en una casa-museo. Pero quizás el mejor reconocimiento sea que el centro cultural ubicado en el Museo de la Memoria, dentro del predio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, lleve su nombre.

Este mes, este año, se cumplen cien años de su nacimiento. Él mismo lo dijo: el río es memoria. Hay río, hay memoria. Haroldo habita en ambos.

El final es el de su cuento “Como un león”: “De todos los que se fueron. Es como si estuvieran aquí, a esta hora. Algunos me miran, otros me dicen cosas. Yo les sonrío y a veces les respondo. Sé que tarde o temprano iré tras ellos. Tarde o temprano la vida se me pondrá por delante y saltaré al camino”.

Los que leyeron este relato, opinaron...

Saltaré al camino

Es como si estuviera, aquí y ahora porque ese el camino a cuál saltó, mientras una lágrima se atraviesa por esa vida, la de Él, y las nuestras, que seguimos dejando estrangular.

Rosa Esther Moro

Haroldo

Gracias por recordarnos a Haroldo. El maestro de lo simple, de lo humano, de lo interior. Siempre inolvidable.

Monica Napp

Esencialmente emotivo

Hermoso recorrido por la vida y obra de Haroldo. Claro y sentido.

Raquel Haydee Asriel

Bella semblanza

Muchas gracias por tener presente a Haroldo en tiempos poco felices como estos

Viviana

Excelente perfil, Hernán

Hermoso recorrido por vida y obra de Haroldo.

Lo celebramos leyendo!

Mariana