
Por Hernán Carbonel
Todo lo que está bien, todo lo que está mal
Que Samanta Schweblin, una de las mejores voces de la narrativa actual en lengua castellana, haya regresado al género cuento (pensemos en la escala ascendente que va de El núcleo del disturbio a Pájaros en la boca y de ahí a Siete casas vacías), es una noticia más que necesaria. Descontando, claro, aquellas dos novelas tan originales –una en su forma, la otra desde lo argumental– como son Distancia de rescate (con su acertada versión fílmica) y Kentukis (casi un capítulo de Black mirror).
Los seis relatos que componen El buen mal continúan, sí, en la larga tradición argentina del cuento extraño –el weird, según la denominación anglosajona–, donde se fusionan y difuminan los límites entre lo real y lo extraño. ¿Cómo normalizar lo que se ha salido de su cauce? Frente a lo normativo, ¿qué hacer con la fuerza de lo inclasificable? No en vano el libro abre con una cita a Silvina Ocampo (“Lo raro siempre es más cierto”), que de algún modo se relaciona con una frase de Freud (“lo familiar desconocido”) que Schweblin suele citar y funciona a la perfección.
Muchos de ellos en presente, signo de los tiempos, tienen la capacidad de incomodar al mismo tiempo que se vuelven motivación de voracidad lectora, y la recurrencia en ciertas temáticas, que en otros autores podría cristalizarse en repetición, acá se vuelven sello y cuña.
Gente ingresando en casas ajenas (“Bienvenida a la comunidad”, “El ojo en la garganta”, “El superior hace una visita”, como en aquel “Nada de todo esto” de Siete casas vacías), la distancia que se plantea entre la intimidad y el afuera, la resquebrajada frontera entre el mundo exterior y el mundo privado.
Y, sobre todo, las conformaciones familiares: fracturadas, o en perpetuo reordenamiento, o directamente rotas sosteniéndose y patinando sobre el hielo delgado. Pensemos en que la literatura contemporánea pasó de la relación del hombre con el padre –múltiples clásicos del siglo XX lo atestiguan– a la relación de la mujer con la madre, o de madres con sus hijas e hijos, tendencia propia de este principio de milenio. Y la maternidad y la condición de hijo otra vez se vuelve protagonista. “Yo no quería ser madre, nunca me había interesado”, dice un personaje de “Un animal fabuloso”. “Una mujer que volvía al trabajo tras dos años de maternidad y entonces su beba, furiosa por su súbita desaparición, la rechazaba”. Algunos de los relatos aparecen casi como un spin off o guardan resabios de Distancia de rescate: “Si esa pulsión fuera la necesidad urgente de su cercanía”.
La incomunicación (¿se entienden los personajes entre sí, o es todo un malentendido atravesado por el lenguaje?), la pregunta –una más– de qué tanto bien hacemos, qué tanto protegemos al otro cuando creemos estar haciéndolo. Actitudes sin sentido, camino del absurdo, decisiones arrebatadas, a la vez que una vida manufacturada por las decepciones (“huelen a podrido”, dice uno de los personajes), la imperiosa necesidad de escaparse de la propia existencia. Gente que desatiende sus afectos, o cree atenderlos, pero no, no, o se aferran a ellos de manera desesperada. “Dolor. Eso es lo que hay provocar”. Porque eso define, justamente, el título del volumen, y va entre signos de pregunta: ¿hay un buen mal? O peor: ¿hay un mal que haga bien?
El que, podría arriesgarse, es el mejor cuento, “El ojo en la garganta”, viaja entre todos estos tópicos. La incomprensión entre padre e hijo, la necesidad de amor nunca manifestada, las deudas: ¿cuánto vale una factura impaga? En palabras de Syd Barret: “Es muy considerado de tu parte / que pienses en mí aquí / Y te estoy muy agradecido / por hacerme comprender tan claramente / que no estoy aquí”.
Schweblin gana –como si todo eso fuera poco– también en los detalles, las atmosferas, los movimientos mínimos, que generan una sospecha y delatan algo mayor, más oscuro, misterioso, que nunca termina de develarse. Al decir de Javier Cercas, el punto ciego, aquello que nunca terminamos de ver porque se nos escapa. Y es precisamente eso lo que lo vuelve tan cautivante.