
Por Hernán Carbonel
África de las Heras, nacida en Ceuta en 1909, fue militante de las causas españolas previas a la Guerra Civil. Integrada a los servicios secretos soviéticos, se convirtió en una agente secreta internacional de élite. En la Segunda Guerra participó de maniobras de alto riesgo, como tirarse en paracaídas sobre las líneas alemanas. Colaboró en la planificación del asesinato de Trotsky en México. En París conoció al reconocido escritor Felisberto Hernández. Fue así como obtuvo la ciudadanía uruguaya, pudo establecerse en Montevideo y montar allí un centro de operaciones de la KGB.
La reconocida escritora argentina Laura Ramos (autora de aquellas legendarias crónicas de Buenos Aires me mata y Corazones en llamas; las investigaciones históricas Infernales. La hermandad Brontë; y Las señoritas, entre otros libros) conoció, de pequeña, a África de las Heras, que por entonces se hacía llamar María Luisa, cuando con su madre y su hermano llegaron a vivir a la capital uruguaya tras la separación de sus padres (ambos, parte de la izquierda nacional; ella, militante feminista; él, político, historiador, editor y escritor, incluso candidato a presidente).
En aquella Montevideo de mediados de siglo pasado transcurre gran parte de ese excelente libro que es Mi niñera de la KGB, recientemente publicado por Lumen, un precioso fresco de la historia geopolítica y cultural del siglo XX, pero también una sentida pintura de las experiencias personales de un grupo de intelectuales y amigos montevideanos expuestos a la sutil y a la vez imperturbable figura de María Luisa / África de las Heras, ocasional niñera y modista que dejaría un profundo rastro en quienes la conocieron.
Sobre esa compleja historia dialogamos con Laura Ramos en esta entrevista exclusiva para Azimut.
-¿Cómo manejó, a la hora de sentarse a escribir, los límites entre la historia de esa comunidad intelectual montevideana, la historia grande del Siglo XX y la historia personal? ¿Hasta dónde darle preponderancia a una cosa frente a las demás en la estructura narrativa?
-Que la historia se metiera con un delantal de cocinero en mi pequeña historia doméstica no era algo fuera de lugar para mí. Mi familia, si bien éramos unos seres insignificantes en relación a los acontecimientos políticos de nuestra época, siempre se sintió adentro de la historia, un actor más. Así funcionaba la figura de Trotsky para nosotros: como un tío, un padrino, alguien de la familia. Mis padres lo incorporaban a los juegos, al teatro de títeres, a los relatos filiares. No se contaban historias de mis abuelos: se contaba la diáspora de Trotsky por Alma Ata, su aislamiento del mundo, su asesinato; el nombre Jacson (el nombre falso del asesino) no podíamos escucharlo sin estremecernos. De modo que usé esa misma estructura mental, esa visión estrafalaria del mundo, para contar esta historia. No había jerarquías, o eran las mismas: nuestros juegos infantiles que mencionaban los títulos de los libros de la editorial Coyoacán tuvieron la misma jerarquía que la historia de María Luisa la modista tirándose en paracaídas sobre la retaguardia nazi en Ucrania.
-Por momentos la historia parece una de las columnas de Juan Forn en Página 12, esos personajes tan colgando de los hilos de la Historia que parecen inverosímiles. Uno termina preguntándose ¿cuántas vida tuvo esta gente?
-María Luisa atravesó el siglo XX. Nació en 1909 y murió un año antes de la caída del comunismo. Tuvo todas las vidas posibles en ese siglo que decidí (para poder escribir este libro) constituir como vintage, que decidí describirlo como si fuera el siglo XIX, con esa distancia.
-El rol de Felisberto Hernández es extraño, que nunca haya descubierto a quién tenía a su lado. ¿Nunca pensó que lo había descubierto y lo ocultó? Un poco es creíble sabiendo cómo era él, que llegó a decir “Yo creí que éramos felices”.
-Es posible que Felisberto haya sabido algo de la verdad y que se haya callado. Es muy probable que María Luisa haya seguido sosteniéndolo económicamente después del divorcio para garantizar su apoyo en los trámites de la ciudadanía uruguaya, en principio. O, también, para garantizar su silencio. Hay rumores que dicen que Calita, la madre de Felisberto, sabía. Yo lo pongo en el libro. El cuento “Las hortensias” es muy revelador.
-Es interesante cómo la narradora se va preguntando cuánto de todo lo que se entera es auténtico y cuánto es falso, cómo aporta diferentes versiones de un mismo hecho que se contradicen, sin decidirse por uno en particular. Apenas en el último capítulo hay algunas “conclusiones”.
–Mi madre solía contarnos la película Rashomon, en la que varias personas diferentes cuentan de modo diferente un crimen, cada una desde su punto de vista. Por las noches, cuando volvía del cine ella nos contaba las películas que había visto. Ella dormía en el living, en la cama que nosotros llamábamos “chaise-longue” y abría la puerta del dormitorio donde dormíamos nosotros para que pudiéramos escucharla. También nos cantaba las canciones de Edith Piaf y las de la guerra civil española. Nuestro dormitorio estaba dividido en dos –mediante este artilugio mi hermano tenía su “habitación” y yo la mía- por un ropero estrambótico. La idea de las versiones que componen una verdad nunca definitiva la tengo muy incorporada. Y esta historia, los diferentes testimonios, son un espejo de Rashomon. Por eso yo expongo todas las versiones.
-La pregunta de si aquella era una red vincular creada por ella o ella entró en esa red, si María Luisa tomaba aquellos vínculos como genuinos o como una máscara para sus intereses. Usted, en un pasaje, utiliza la expresión “Nuestro fragmento de verdad”.
-Ella entró en esta red de amigos, tan uruguaya, tan solidaria, que existió antes de ella y siguió después. Porque primero esa red era la de Felisberto y sus amigos (entre ellos el profesor Carlos Benvenuto). Y siguió con los hijos del profesor, que eran Sergio (el pintor que se fue a vivir a Cuba, cuya esposa e hijos se colaron en el avión del Che Guevara en una aventura que cuento en el libro) y Carlitos (padre de nuestros amigos de la infancia, vecino nuestro y casi padrino), mi madre y el resto de los personajes que aparecen en el libro, que siguieron siendo amigos después de su partida. Creo que había máscara y que también había verdad.
-¿Sintió que de algún modo iba tras los pasos de un fantasma?
-Absolutamente. Porque me encontraba con una figura misteriosa en cada lugar: en Ceuta, la sobrina nieta me decía que en su casa hablaban a los susurros de “la primera roja”; en Cambridge, en el archivo Churchill, la mayoría de las carpetas estaban inaccesibles; Monona, la ex esposa de Tucho Methol Ferré, que era su más cercana amiga, no me dijo ni una palabra: solo me decía, “ella era una gran amiga, muy buena amiga”, no soltó ni una prenda. Era un fantasma hasta que llegué a sus verdaderos ahijados, los Ramírez. Allí se cayeron los velos.
-¿Cree que es destino, en el sentido borgeano, o azar, que la vida la haya llevado a cruzarse con África de las Heras? Desde lo personal, ¿qué tanto la afectó haber descubierto quién era? Más aun atravesada por la relación de ella con su madre, su hermano, sus amigos de infancia, y la marca que dejó en algunos de ellos, por ejemplo en Luis Ramírez.
-Creo que, por las características de mis padres, en nuestras vidas se cruzaron con muchos seres extraños: ellos mismos eran personas extravagantes, sobre todo mi madre. Toda la vida bohemia y particularísima que tuvimos, y que para mí era muy natural, con la perspectiva de los años y la visión de otras vidas se me aparece como fuera de molde, desajustada de los modelos burgueses. Creo que mi lucha fue la lucha por incorporarme a esos modelos burgueses, que yo asociaba con la comida casera, con los ñoquis amasados a mano, con la sopa de verduras reales (no unas artificiales espeluznantes que a veces compraba mi madre), con el orden, los horarios establecidos, el confort, las mesas familiares convencionales. No teníamos nada de eso: mi padre decía que en vez de con leche, yo había sido amamantada con sopa de letras. Y un poco fue así, de modo que no me extraña que hayamos estado relacionados con personas no convencionales.


