Por Mariela Ghenadenik
En el último tiempo empezamos a convivir con la inteligencia artificial (IA) y esto generó varios debates, muchas preguntas y algunas resistencias. ¿Puede un sistema artificial crear arte? ¿Dejará de existir como expresión de la naturaleza humana y social? ¿Cómo se conforma nuestra identidad si delegamos lo artístico a un ente digital?
La IA demostró ser una herramienta muy poderosa. En menos de lo que tarda el agua en calentarse para hacernos un café y sentarnos frente al teclado, tenemos listo un texto coherente, estilísticamente agradable, sin faltas de ortografía y con una puntuación intachable.
Mientras el cursor titila, nos quedamos con esa mezcla de alivio por la tarea terminada y de profunda inquietud respecto de lo que acaba de pasar en apenas segundos. ¿Quién soy si un sistema automático puede hacer casi todo por mí y hacerlo bien?
Hay una pequeña ventaja y es que, por ahora, los sistemas artificiales que procesan lenguaje como el Chat GPT presentan algunas fallas. Como parte de su proceso de aprender, siempre deben ofrecer alguna respuesta, aunque esta sea una mezcla delirante de conceptos hurgados de alguna bolsa de datos que alguien echó sin criterio dentro del sistema.
Pero es una cuestión de tiempo. Hoy, la inteligencia artificial es una boa que adquiere formas insólitas de acuerdo a los datos que se le incorporan; pero en un nivel más profundo, es un sistema que aprende de nuestras estrategias racionales y que imita nuestros procesos cognitivos. Y así como Deep Blue le ganó a Kasparov después de un par de jugadas, la IA está en ese proceso de aprender y en algún momento también perfeccionará su capacidad para producir lenguaje.
¿Y entonces? ¿Final del juego?
Yo no creo en el apocalipsis. Es una entelequia que logra inquietarnos porque deja de lado un factor inherente a la naturaleza: el impulso vital que se adapta a todo y transforma la realidad.
Sí, la IA puede sustituir la creación artística y llevarse puesta unas cuantas profesiones. Porque hay algo que para mí no está en discusión: la IA llegó para ocupar un lugar definitivo en nuestra cotidianeidad.
Entonces no se trata de evitarla, ni de anularla. Sino de entregarla al proceso creativo para superar bloqueos, digerir información que no nos interesa aprender, detectar errores o inconsistencias y otras tareas incómodas que forman parte de este proceso. Y así liberarnos espacio para profundizar en las ideas a contar.
Porque lo que más importa siempre son las historias, la manera de observar y construir en el encuentro con la realidad. El punto de vista que tiene que ver con la autoconciencia.
(Sí, es cierto que también se estudia la posibilidad de que la IA eventualmente desarrolle una, pero por el momento no tenemos que enfrentar esa novedad).
La creación artística tiene que ver con lo que nos decimos acerca del mundo. La subjetividad que le llaman. Ese borde frágil desde el cual nos relacionamos con el mundo.
Y aunque la IA gane al ajedrez o realice un diagnóstico acertado en apenas segundos, probablemente siempre carezca de ese haz de luz que cada quien tiene en su mirada y que transforma lo que se ve en infinitas tonalidades.
Las personas que escribimos nos volcamos a la literatura para crear sentido y conjurar demonios, propios y del mundo que nos pone a prueba cada vez con mayor intensidad. Y aunque la IA muchas veces delire y escriba cualquier cosa, carece de algo fundamental: la experiencia del mundo complejo que a veces nos empuja contra las cuerdas de la estabilidad emocional.
Dicho en pocas palabras: aunque lo que no sabe lo inventa, le falta un poco de locura e imaginación.
Como toda variable nueva que desafía y redefine las formas del hacer, el impulso vital transformador que nos caracteriza probablemente nos llevará a intentar nuevas formas de decir, empujando aún más los límites de la creatividad.
Después de tanto ya creado en todos los formatos posibles, de tanto ya visto y narrado, que algo nos deposite en nuevos puntos de partida, me parece una ampliación más que una limitación.
Sí, mientras se desarrolla este proceso, también tendremos que enfrentar el stress adaptativo que implica arraigarnos en una realidad nueva. Pero esa misma experiencia ya nos ofrece algo diferente para contar.