
Por Hernán Carbonel
Está en “Lector fracasado”, una revisión del escritor fracasado de Arlt pero desde una perspectiva grotesca, burlona, de pura literatura endógena, de esa que se mira el ombligo para reírse de sus laberintos: “Como fracasé en muchas cosas traté de refugiarme en la lectura para olvidar. Fracasé en eso también”. Y no sólo una revisión del escritor fracasado de Arlt, sino que, además, puramente borgeano. Lo cita cuatro veces apenas en las dos primeras páginas: “Si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes”, supo decir el maestro.
La crítica al mundillo literario es expresa: la mejor novela argentina, libros de largo aliento, novelas sobre la condición de la mujer, de alto voltaje, políticas, que referencian el tango (¿un palito para Soriano?); clasificaciones, igualdades y semejanzas: cuentos de manchas, de inglesas, de estancias, de sufrimientos, de turcos, sociales; la descripción de una novela histórica delirante con Dorrego y Belgrano como protagonistas llamada Los dos Manueles, nunca escrita pero que se convierte en objeto de culto. Nos reiríamos hoy con él sobre qué opinaría de esa falsa uniformidad que propone la cancelación, exacerbación inocua de lo políticamente correcto.
Isidoro Blaisten está ahí, en ese cruce de géneros entre ficción, metaficción, ensayo, memorias, crítica literaria, humor –del más ácido y refinado–; un adelantado de lo que hoy se llama autoficción.
“Lector fracasado” está en Cuando éramos felices, junto a otros textos breves de una ironía tajante, titulados “El lector de mirada aviesa”, “Poeta jubilado se ofrece”, “Libros gordos, lectores flacos” o “Humor, poesía y estupidez”, donde aparecen referenciados Cervantes, Rulfo, Mujica Lainez, Bioy Casares, Artaud, Verlaine, Macedonio, otra y una vez Borges.
Los une el mismo cordón umbilical de “Versión definitiva del cuento de Pigüé” (está en Al acecho, inolvidable tapa roja de Emecé), que sigue la corrección continua de un texto que pide a gritos una nueva versión mientras el personaje va pasando de cursos de cocina a composición de canciones de cuna, de expresión corporal a tallas en madera, de yoga a cursos de nueva masculinidad, regido por las variables de un tallerista literario y un terapeuta (“¿Por qué no lo hace, Norberto?”). “Miga y sustancia, íncubo y súcubo, sístole y diástole, no faltan en estas páginas estremecidas”, define uno de los miembros del jurado al cuento que gana una mención en un concurso del Colegio de Escribanos.
Blaisten, maestro del absurdo, inoculaba al lector con incontables lecciones de literatura; escritor que, como su renombrado mentor, antes que nada, era lector. Y de eso se impregnaban sus páginas. Y de humor, siempre el humor, que, según él mismo, “deriva de un mismo hecho: conjurar la angustia, exorcizar el dolor, salvarse”, porque “ante el estupor que provoca la incorregible estupidez humana, el humor impone su desmesura”. El humor, ese salvavidas de náufrago perdido en la tormenta. “–Vean a qué cosas se aferran los seres humanos”, cierra aquel excelente relato que es “La salvación”.
Blaisten había nacido en Concordia, Entre Ríos, en 1933, gaucho judío. “Nosotros, los Blaisten”, contó alguna vez, “pasamos de tener mucho dinero a la mishiadura absoluta”. Como muchos de su generación y posteriores –Saccomanno, Fogwill, Dolina– fue publicista; como tantos otros del rubro, también librero. Colaboró en varios medios gráficos argentinos, entre ellos la inefable El escarabajo de oro. Llegó a miembro de la Academia Argentina de Letras, ocupando el sillón José Hernández. Recibió dos Premios Konex de Platino. Su única novela, Voces en la noche, editada por Seix Barral, salió el mismo mes de su fallecimiento. Para entonces ya había publicado más de una decena de libros de cuentos, entre ellos La salvación y Dublín al Sur.
“A fines de 1982, por una serie de casualidades, se abrió la posibilidad de que Emecé publicara una colección con ‘autores que no fueran de la casa’. Salí teledirigido a ver a Isidoro”, escribió Juan Forn en el prólogo a la edición de Tusquets de las Anticonferencias, en la colección Rara Avis que supo crear y dirigir. “Abelardo Castillo ya me había prevenido: ‘Te va a decir que no tiene nada pero vos preguntale por las conferencias que da’. Pasó eso, me dijo que no tenía nada. Hasta que hablamos de las conferencias y se entusiasmó. Me trataba de usted, me decía Juancito, una situación encantadora, delirante. Anticonferencias es narrativa, confesión, reflexión, la deriva en su máxima expresividad”.
Y además de todo eso –el cruce de géneros, el humor, la reflexión, la deriva– también la poesía. En la entrevista “La fiera ruge y el ángel canta”, que forma parte de esas Anticonferencias, lo dijo con claridad: “La poesía está por encima. Para mí es una especie de categoría que rige todas las cosas”. A ese género pertenecía su primer libro, de 1965, Sucedió en la lluvia, que fuera Premio Fondo Nacional de las Artes. Poesía, por ejemplo: “Pigüé con sus achiras y su trigo chuzo y sus chalchaleros en las cacharpayas y el chingolo chapaleando en la laguna y el rezo del mamboretá. Pigüé con sus piquillines silenciosos y el grito del chajá destruyendo el vaho de las heladas. Pigüé quieto y solitario y el silbo de la cachila entre las matas achaparradas del mburucuyá”.
Isidoro Blaisten se fue de este mundo en 2004, dejando, entre tantas otras cosas, el que quizá sea uno de los mejores títulos que ha dado la literatura argentina: Cerrado por melancolía (¿no suena a Soriano?). Eso decía el doliente e ingenioso cartelito que colgó de la puerta al cerrar su librería: estaba en una galería en San Juan y Boedo y corría el año 1981. Todo es efímero, así de efímero. Porque, como él mismo escribió respecto del género que supo cultivar con precisión y holgura, “el cuento es siempre una visita corta y grata que sabe despedirse a tiempo”.