Florencia Canale: “Mi intención con mis libros no es la clausura, sino la apertura”

Florencia Canale escribía poemas en inglés cuando era niña. Fue modelo y cantante. Incursionó en el periodismo a fines de los noventa. Desde 2011, escribe novelas históricas con notable éxito. Pasión y traición (acerca de los amores clandestinos de Remedios de Escalada) y El Diablo (la historia del héroe imposible, Bernardo de Monteagudo) son algunos de sus títulos. Es sobrina en sexta generación de Remedios de Escalada de San Martín. Conversamos sobre su amor por la lectura y la escritura, el miedo a los cambios, los prejuicios, la novela histórica como motor de debate, y la discusión del pasado en la era de las redes sociales. También nos dio un anticipo de su próxima novela.

Foto por Alberto Brescia

¿Venís de una familia lectora?
Sí. Digamos familia con bibliotecas. El libro era un objeto que estaba a mano. Ahora mi padre no ve bien y lee menos; pero sí, todos muy lectores. Aprendí a leer a los tres años. Me parece que tiene que ver con copiar el gesto de los grandes al verlos ensimismados y en su mundo. El ejercicio de la lectura tiene eso: uno se escapa, huye y entra como en un viaje que te permite un ensimismamiento, que era lo que seguramente veía en mis padres que no me miraban a mí, sino esas páginas. Mis sobrinas también son lectoras. Es algo que se sigue transmitiendo.

¿Cuál fue el primer libro que te provocó el ensimismamiento que viste en tus padres?
Tendría seis años. Mi padre me llevaba a la librería los sábados a la mañana a comprarme un librito. Eran colecciones de policiales, libros de niños detectives: Los Siete Secretos, Los Hollister, Nancy Drew. Pero el que me marcó, y a tantas chicas, fue Mujercitas que lo leí un poquito después, tal vez a los siete años. Me parece que a partir de ahí yo quise ser escritora. Y empecé mi primera novela, un disparate. Además, con ínfulas de novela decimonónica, como es Mujercitas; seguramente queriendo ser Jo, que es la que todas quisimos ser. Pero también quería ser Beth que es la que muere de tuberculosis, como ese gesto dramático que yo tengo tanto. Después escribía y dirigía obras de teatro de Mujercitas. Íbamos de vacaciones al campo. Éramos mi hermana, un grupo grande de niños y yo. Armábamos a la tarde para los padres y cobrábamos entrada, un plomazo, ¿no? Después lo hice en el colegio, también a los seis o siete años, con los libros que leía de Los Siete Secretos. Y mirá cómo me tendría tomada la lectura que también quise ser detective. Yo copiaba el accionar de estos niños: miraba, investigaba, anotaba. Nunca jugué con muñecas. Y tampoco es que dije “quiero ser escritora, dejo de leer”. Eso me llevó a leer desaforadamente. 

¿Esa voracidad te llevó a estudiar Letras?
Yo me detuve en un momento y pensé: “¿Qué es lo que más me gusta hacer en la vida?”. Es una persona muy afortunada aquella que a los 18 años sabe qué quiere hacer. Y pasó mucho tiempo porque hice muchas otras cosas. Pero lo que me más me gustaba eran los libros. Era algo que no se había modificado a través del tiempo. Bueno, entonces había que estudiar Letras. Y entré en el 2000. Igual ya era lectora de originales en las editoriales: es un trabajo que los editores le dan a personas para que lean y hagan informes. Digamos, para ser escritor uno no necesita estudiar Letras. Pero yo me di cuenta de que era ese mundo. Te diría que los momentos más felices de mi vida sucedieron en Puan [480] en la Facultad [de Filosofía y Letras]. Me interesa leer, analizar e interpretar. Lo que me interesa es la palabra.

¿Cuándo incursionaste en el periodismo?
En el 98, por ahí. Comencé en la revista Noticias. Al tiempo, hacía entrevistas, por mi contacto con Planeta, a los escritores. Tenía trato cotidiano con Nacho Iraola, que en ese momento era jefe de Prensa y después fue director. Además, seguía haciendo alguna lectura de originales para Sudamericana; el director era Luis Chitarroni. Los dos me preguntaban: “¿Cuándo vas a escribir para nosotros?”  Y yo no me atrevía. Me parecía algo muy solemne y virtuoso.

¿Cuándo se fue desarmando esa creencia?
Soy muy rígida con algunos conceptos. Después me pasé a la sección Personajes. Mi editor era Marcelo Larraquy. Nos peleábamos, nos gritábamos, pero nos amábamos; nos reíamos a los gritos. En un momento le conté a él, porque yo no andaba contando, que era descendiente de Remedios de Escalada. Sería en el año 2000, y me dijo: “Vos tenés que escribir la novela”; y yo: “De ninguna manera”. Al tiempo me contó: “Te soñé frente a una pantalla gigante de computadora y estabas escribiendo la novela”. Imaginate el tiempo que pasó que yo firmé contrato en 2009. Me presentaron a Mariano Valerio como editor, hoy lo es incluso, y me pusieron un historiador para que controlase que yo no pusiera pavadas. Me acuerdo de que le dije a Mariano: “¿Cómo va ser?”. “Vos escribí, cuando termines me lo mandás”. Esa era la confianza que me tenía. La mandé sabiendo que estaba bien, pero no imaginaba lo que iba a pasar. Salió en 2011. A las dos semanas ya reimprimían. Se transformó en un boom rápidamente con una persona muy nueva. Estuve bastante más en gráfica, pero ya estaba harta. En ese momento, trabajaba en Veintitrés. La revista cerró y eso me dio un empujón, porque soy un poco miedosa, sufro.

¿Qué es lo que sufrís?
Poder transmitir y que se pueda leer lo que quiero transmitir. Y a veces siento que no llego. No tengo el miedo de la página en blanco porque cuando me siento ya sé de lo que voy a escribir. No quiero decepcionar a mis héroes y heroínas que fueron personas de carne y hueso, y que siento que me respiran en la nuca para controlar que no me equivoque ni confunda nada. Con el tiempo, me fui ablandando. Me permití interpretar un poco más y estoy menos pendiente, aunque ahora con las redes sociales todo está más fácil, la agresión y demás. Estoy menos pendiente del griterío de los iletrados, que de esos hay muchos. Me gusta discutir con gente ávida de conocimiento, escuchar a quienes saben mucho más que yo. Me acuerdo de que había ido a presentar a San Nicolás Pasión y traición. Yo contaba que a San Martín le habían sido infiel. Al finalizar la presentación, era la tercera que hacía, tenía pánico, un señor se paró y me dijo todo. 

¿Le contestaste?
Sí, pero no me acuerdo. Me paralizó. Yo había escuchado que en otros tiempos a veces se armaban grescas y volaban sillas; y no estoy en condiciones de que me vuele una silla por la cabeza. Pero hace dos o tres años había ido a presentar, creo que El Diablo, a Mendoza. Una presentación fascinante. Mendoza es un sitio complicado; algunos se sienten dueños de San Martín porque el hombre fue gobernador. Tenía un poquito de miedo. Empecé a firmar. Vino un señor que esperó hasta el final. Yo, sentadita en una mesita firmando los ejemplares. Levanté la vista. Nos saludamos. No traía libro. Empezó a decirme de todo, y también de San Martín: que con una menor, abusador, y Rosas con Manuelita, una mezcolanza. Y siguió: “¿Por qué esa tapa con los desnudos?” Yo, con una sonrisa todavía, le expliqué que las tapas las deciden las editoriales. Y el tipo no paraba. Hasta que en un momento hice así (levanta sus manos y las vuelve a apoyar sobre la mesa emulando el gesto). “¡¿Usted me está retando a mí?!”. Yo tenía dos guardaespaldas que me levantaron y me sacaron. Tal vez me puse menos rígida y solemne a partir de Pecadora, la historia de Camila O’Gorman. Conocía la historia como todos, pero revisar el mundo religioso e investigar sobre el misticismo me ablandaron un poco. 

¿En qué aspecto?
Cuando era chica, quise ser monja. Mi abuela querida, por parte de padre, era muy religiosa. Estaba mucho con ella, íbamos a misa. La acompañaba a la bóveda en el Cementerio de la Recoleta. Por ahí a un niño podría darle miedo, pero para mí era un lugar fascinante. Después, como toda adolescente, transgresora y peleona, me transformé en una atea acérrima. Para mí cualquier persona que fuera muy religiosa era rayana a la locura. Camila me enseñó a dejar de ser tan definitiva. Con esto no quiero decir que voy a tomar los hábitos ni mucho menos, pero puedo entender y no juzgar esa decisión, esa búsqueda. Voy a adelantarte un poco de mi próxima novela que sale el 1 de marzo: es la historia de una monja vasca. Es un mundo que tiene que ver con la vuelta a la infancia. Evidentemente no estoy dispuesta a cerrar la puerta y vaticinar que están todos locos. Me parece un atrevimiento de mi parte y me inquieta, me perturba, quiero saber. 

¿A qué materiales y tipos de textos recurrís para los datos duros en tus novelas?
A los grandes historiógrafos del país. Y a partir Bastarda, la novela de Manuela Sáenz y Simón Bolívar, tuve que acceder a la historia de otros países de Sudamérica. Mi madre estudió Historia, entonces tengo mucho material, por ejemplo, Halperín Donghi, Romero.  Ella hizo una materia de Letras conmigo, Argentina I. A mí me gusta leer a los académicos. También hay divulgadores como Felipe Pigna, Daniel Balmaceda, Félix Luna, que es un poquito el iniciador de este rumbo. Algunos, pienso en Monteagudo, son tipos que han escrito. Fue editor de la Gaceta de Buenos Aires; está lleno de artículos suyos. Lo que no tenemos es su tesis de doctorado en Chuquisaca, hay fragmentos pequeños. La tuvo que reescribir porque había sido un poco arisca contra la Corona española. Todavía no habían sucedido las revoluciones, entonces era muy difícil que aprobara. Luego se recibió con honores. Pero bueno, hay que tratar de leer todo lo que haya. 

¿Tuviste dificultades para acceder a algún archivo en algún momento?
Para nada.  Pero hay cosas que no están. Las cartas de Remedios, por ejemplo, las quemó su yerno. Uno se pregunta por qué lo hizo. Y fue para esconder algo. Pero como la novela histórica está compuesta por ficción, los historiadores duros, a veces, ponen en duda algunas cosas porque no están refrendadas por un documento. Hay mucho de transmisión oral, algunos chismes, trascendidos. Pienso en transmisión y en operaciones políticas. Por ejemplo, cuando se publicó en el diario de Uruguay que Rosas se llevaba a la cama a Manuelita. El otro día me escribió una lectora: “Por favor, necesito que escribas más sobre si Hipólito Yrigoyen era el hijo no reconocido de Rosas”. Circuló que cuando Rosas se fue en el 52, después de Caseros, a los pocos meses nació Yrigoyen. Marcelina Alem, la madre, estaba casada con el vasco Yrigoyen. Dicen que ella había sido amante de Rosas, y que era parecido. No hay confirmación, tal vez un rumor antirrosista. Y nadie se hizo el ADN. La historia muchas veces está construida con base en mitos. 

¿Algún historiador objetó hechos con documentación?
No, por lo menos nunca me lo dijeron en la cara. Hace unos años, en la Feria [Internacional] del Libro [de Buenos Aires], el país invitado fue Barcelona. Participé de una mesa con escritores catalanes. La discusión era la novela histórica. A uno de ellos le preguntaron precisamente esto. Contó que había escrito sobre un tribuno de Roma. Y parece que lo había desarmado con una peste. Lo consultó con un historiador que le dijo que bien podría haber pasado y que los novelistas históricos, o las novelistas históricas, estábamos ahí para poner tierra firme en algunos pantanos que eran imposibles de refrendar porque no había documentos. Claro, no vamos a hablar de ovnis en la Antigua Roma. Pero me parece que tenemos que tratar de invitarnos, abrazarnos para difundir la historia. No pelear y borrar, sumar. 

¿A qué llamás novela histórica?
Es el relato de verdad por más que sea una novela. El relato de verdad, no verosímil, de la historia. Es convocante, perturbador, inquietante. Es poder reproducir en la imaginación aquello que uno cree que es imposible de reproducir porque está tan lejos en el tiempo… Casi como un viaje en el que uno puede ser protagonista, un voyeur de esos hechos que fueron parte de nuestro ADN. 

Con las mujeres se da el desafío de sacarlas del olvido en la historia, y, a su vez, mostrarlas como sujetos que piensan, que desean y no como “objetos funcionales a”.
A veces hay derivas impertinentes sobre la historia de las mujeres a lo largo del tiempo. No soy la primera que ha escrito sobre ellas. Seguiremos ampliando la mirada y la escritura. La gran mayoría estuvo dada para los hombres. Pero hubo mujeres incómodas con este statu quo. Incluso con el statu quo en general. También hubo momentos en los que las sociedades eran matriarcales. Lo que me interesa en general es escribir sobre las pasiones porque son de todos. Están ahí, en quien quiera descubrirlas o no, hombres y mujeres; y en quienes pueden arriesgar incluso el cuerpo porque no es chiste verse sucumbido por la pasión, no es para cualquiera. Hace una semana fui a ver Babygirl, la película de Nicole Kidman. Es una empresaria de unos 60 años que tiene un amante de 28. Hay modificaciones sobre las prácticas amatorias e incluso del discurso amoroso o pasional. Me interesó hablar de esas mujeres, y seguiré con otras, porque han peleado contra viento y marea, incluso contra el escudo propio. También me interesa contar la batalla de algunos varones contra el statu quo.

¿Cómo trabajás los matices de tus personajes para que sacarlos del mármol?
Leo y pienso mucho. Hay un momento en el que empiezo a escribir y después de muchas páginas esos huesos empiezan a llenarse de carne, de a poco. Investigo sobre la historia social del continente o del país, que nunca está de más revisar y volver a buscar, porque la intención es, hasta en el lenguaje, de un respeto absoluto por el pasado. Corrijo mucho y tengo el mejor editor del mundo: Mariano Valerio. Somos muy meticulosos. Necesito que yo al escribir y el editor al leer nos traslademos y nos instalemos ahí. Por eso, el siglo XIX en general es para mí un siglo muy trabajado. 

¿En qué época transcurre tu próxima novela?
Fines del XVI, principios del XVII en Europa y América. A quienes escribimos novela histórica nos interesa sobre todo la investigación.

¿Qué relevancia tienen para vos los personajes que abordás en este momento en el que se tiende al cambio de discurso y distorsión del pasado?

Yo soy parte de la resistencia. No concibo el presente sin un relevamiento constante y amoroso del pasado. Digo amoroso, no por las historias de amor, sino amable. Borrar o tirar la basura debajo de la alfombra no sirve para nada, me resulta muy peligroso. Y pareciera que las nuevas tecnologías de las redes y la inteligencia artificial son un camino al vacío y al blanco que es la muerte. Pareciera que eso ayuda, resuelve…No… Para mí es la constante búsqueda. También entiendo que a algunas personas no les ha sido fácil. La promoción de este artificio, del mundo banal e idiota no llega a buen puerto. No es que tengo que ser solemne y profunda porque a mí la frivolidad me encanta, lo que no me encanta es la idiotez. Y entiendo que de un tiempo a esta parte se ha intentado licuar y vaciar los cerebros. Igual trato de no meterme ni mirar mucho porque me angustia. Trato de compartir e intercambiar con lectores y lectoras, y con personas pregnantes a la compasión, a los sentimientos, a la vulnerabilidad. No me interesan los discursos violentos de simulacro intelectual, no tengo nada que hablar ni compartir con esa gente. Prefiero lo suave, lo íntimo, aunque sea mucha gente. Y es mentira que si no sabés de historia no podés ir. Vení que te cuento. Yo propongo, si pudiera, que mis libros disparen avidez por leer y buscar, porque hay mucho más. Mi intención con mis libros no es la clausura, sino la apertura. 

Los que leyeron este relato, opinaron...

Los protagonistas de la historia, personajes que reviven con la magia de la ficción y la verdad

Me encantó la entrevista. La autora es puramente clara en las diferenciaciones y en el objetivo del libro. Adhiero su visión. Me fascinó, querida gente.

Silvina Crespo

Justicia a Félix Luna

Muy bueno el reportaje en general. Me molestó mucho que haya puesto a Félix Luna en el mismo nivel que Pigna (del que se demostró su capacidad de plagio) y Balmaceda. Luna fue un historiador que investigaba no en libros escritos por otros, sino en los documentos originales guardados, por ejemplo, en el Archivo General de la Nación, en el del Congreso, en diarios de las épocas. No copiaba, investigaba. Además, fue un gran difundidor de nuestra historia, no solo con sus libros, sino con su revista Todo es historia, una especie de Sur para los investigadores de la historia. Conocí a Florencia cuando empezaba a ser modelo y yo era editor de revistas en Atlántida. En su evolución hay una natural diferencia con lo que fue: de una preciosa adolescente, nos llegó una interesante escritora en su lúcida madurez.

Néstor Barreiro