Facundo Pastor: “A veces, el periodista interrumpe al escritor”

Facundo Pastor es periodista. Trabaja en radio (La Red. AM 910) y en televisión (A24). Edita y dirige una revista para los hinchas de River: 1986. Hablamos de la influencia de la lectura y su debut en el periodismo. Compartió, por primera vez, un hecho que protagonizó Maradona. Incursionó en la no ficción con dos obras: Emboscada (acerca de los últimos días de Rodolfo Walsh y el destino de sus manuscritos) e Isabel (una historia del silencio y las voces). Sobre esta última, también nos brindó, en exclusiva, una primicia.

Foto por Alejandra López

¿Venís de una familia lectora?
—Mi viejo leyó mucho, especialmente actualidad. Lo recuerdo con el diario o libros de historia, de política. La Revolución Cubana, Guevara. Mi familia se anotaba, sobre todo mi viejo, en esos clubes de lectura que te traían libros a tu casa. También tocaba el timbre la persona que venía a actualizar la Enciclopedia Británica. Mi viejo está conmigo por suerte. 

¿A qué edad leíste Operación Masacre?
—Catorce, quince años.

¿Y qué te pasó?
—Quedé girando porque yo ya era periodista. A los doce, fue mi primer acto periodístico, una revista que se llamaba El Juglar. Circulaba en mi barrio. Yo vendía la publicidad, escribía las crónicas. La diseñaba junto a un querido amigo, Nicolás. Cuando leí Operación Masacre, me cambió la vida. Quería ir dando vueltas alrededor de la figura de Walsh.

¿Cuántas veces lo releíste?
—Lo releo casi todos los años.

¿Qué ibas experimentando en esas relecturas?
—Primero, una lectura inicial. Después, ver lo que este tipo hacía con las palabras, con la información. Sobre todo, en los libros al servicio de la denuncia: Operación Masacre, Caso Satanowsky, ¿Quién mató a Rosendo? Ahora estoy leyendo El violento oficio de escribir, que son todas sus notas periodísticas; creo que juega un poco con El oficio terrestre. Hay en Walsh un pacto o la búsqueda de un pacto con el lector que es una búsqueda estética y ética de contarle todo lo que tiene y no tiene la investigación. Ese no saber o no poder, por ejemplo, reconstruir de dónde vienen todos los que la noche de los fusilamientos se reúnen a escuchar esa pelea de boxeo. Walsh termina las ideas y los párrafos en el lugar justo.

Contanos más sobre tus comienzos en el periodismo.
—La revista duró casi dos años. Ganaba dinero de las publicidades que vendía. Escribía historias del barrio de Belgrano, alguna crónica de un hecho que llevaba tapa. Por ejemplo, una cobertura del atentado a la AMIA en el 94. La revista funcionó en forma mensual. Después fui a un lugar que se llamaba Escuela de Periodismo de los Dos Congresos. Pedí que me tomaran como alumno y me respondieron que necesitaba el título secundario. Tenía 16 años. Le propuse a la dueña un pacto: yo estudio, asisto; llevás una suerte de contabilidad paralela de mi desempeño académico. Cuando me recibo, te traigo el título y lo completás. Me dijo que sí. También tenía una especie de pasantía en el programa Tiempo Nuevo, de Bernardo Neustadt. Yo iba a la puerta a buscar a los invitados, a servir el agua, a servirle el té a Neustadt que era muy estricto en el sentido de cómo había que cortar la rodaja del limón. La primera vez me dijo: “Lléveselo que es una rodaja ordinaria”. Y después entendí que había que filetearlo. Entré al mundo de la televisión, a mirar eso que me acompaña hasta estos días y resulta casi familiar para mí. Después me salió por la Escuela de Periodismo una pasantía en una revista que se llamaba Solo Fútbol, que ya desapareció. Iba a las canchas a cubrir el ascenso. Creo que esa incursión me unió a ciertos ecosistemas; eran más un diálogo conmigo mismo que con otra cosa. Era salir de mi ecosistema de un chico de la secundaria para subirme a un tren, ir a Constitución, a la cancha de Merlo, de Sacachispas, de Argentinos de Quilmes. Conocer gente, sonidos, olores. Me vinculó con territorios bastante ajenos a los que recorría un chico de clase media de Belgrano que caminaba cuatro cuadras de su casa a la escuela. Y por supuesto al fútbol, a cierta manera de vincularse con pequeñas crónicas que había que hacer; con un sistema y un método de hacer periodismo que era salir de una cancha en el entretiempo, ir a tocar el timbre a la casa de algún vecino o vecina para que me prestara el teléfono y transmitir el primer tiempo. Era una crónica hablada, que previamente había escrito, de cómo se había desempeñado Sacachispas contra Deportivo Paraguayo. Para mí era un Mundial. Y era también morder mucho el polvo porque luego terminaba el partido y se completaba esa crónica. Había una ficha. Nunca hablé de esto (risas). Se llenaba con los equipos, los árbitros y una parte final: la crónica; había una partecita debajo que se llamaba “Observaciones”, que eran para detalles. Una vez habían tirado una laja grande desde la tribuna de la cancha de Deportivo Merlo, y yo pasé esa observación. Te decía que era morder el polvo porque luego ibas corriendo desesperado al kiosco y estaba tu crónica, pero sin firma. Entonces ahí hice un camino. Había una carrera que se hacía dentro de la revista. De la D, si andabas bien dos o tres partidos, te mandaban a la C; y así a la B Metropolitana, al Nacional B. Y por ahí mojabas algún partido de Primera como cronista no destacado. Un día volvía de una reunión con el equipo de Neustadt. A la vuelta de mi casa, había un gimnasio que era de Cerrini, el que acusaron de darle a Diego la efedrina en el Mundial 94. Pero él siguió con Diego, que había vuelto a Boca en el 95. Yo soy muy hincha de River, pero muy maradoniano a la vez. Diego se estaba preparando para hacer una gira a China con Boca. Paso por el gimnasio y noto movimientos raros. El encargado de un edificio me dice que está Maradona. Entonces me mandé. Y el que me ataja cuando voy subiendo la escalera es Guillermo Coppola. “Mirá, Guillermo, yo soy Facundo Pastor, escribo para una revista, pero estoy haciendo toda la carrera porque la D, la C…”. Y Guillermo me dice: “Pibe, volvé en media hora, ahora no”. “Por favor, Guillermo”. “Pibe, volvé en media hora”. Me fui a mi casa. Le digo a mi vieja: “Ma, tengo que comer algo rápido porque en media hora voy a entrevistarlo a Maradona”. Mi vieja me miró raro. Y volví. El gimnasio estaba vacío. Tengo muy vivo el recuerdo de Diego volviendo de terminar su sesión de entrenamiento bañadito, peinadito. Muy lindo. Muy bien de piel, olía muy bien. Se sentó en una mesa y le trajeron un pollo entero. Picoteaba la ensaladera con un tenedor. Pero el pollo lo comió con la mano. Me pareció increíble. Me quedé en un costado. Cuando terminó de comer, dice Guille: “Vení, pibe. Diego, este es un muchacho de la revista Solo Fútbol”. Le hice un par de preguntas. No tenía grabador. Anotaba. Y me fui. Llamé a la revista y me atendió Sergio Castillo, que era mi jefe. Le dije: “Lo hice a Diego”. “¿Ah, sí?, y yo soy Walt Disney”. “Mirá, tengo una nota que es tapa”. “¿Así que vos, pibe, a los quince, dieciséis años querés definir la tapa de la revista?”. “Mira, yo la voy a escribir”. “¿Tenés foto?”. “No”. “¿Tenés grabación?”. “No”. Corté el teléfono muy frustrado y empecé a llamar a productores, gente de Neustadt, y conseguí el teléfono de Guillermo. Le dije que no me creían. “¿Quién no te cree, pibe?”. “Mi jefe”. “Dame el teléfono de tu jefe”. Y Coppola lo llamó a Castillo y le dijo: “El pibe estaba conmigo y le hizo la nota”. Anécdota que hasta el día de hoy Guillermo recuerda. La nota salió publicada.

¿Con firma?
—Sí. Yo tengo en mi casa un altar de Maradona al que, cuando se necesitan algunas cuestiones futbolísticas, se le pide. Aunque la etapa de Diego en Boca para mí es dolorosa. Claramente no fue el mejor Diego del fútbol argentino; el mejor fue el de Argentino Juniors. Tengo que ver de qué manera armar un cuadro con mi crónica. Creo que la tengo guardada. Sí, acá está: “Es el mismo de siempre; el que mira fijo a los ojos al hablar; el que se acaricia la cara en cada gesto y se apasiona en cada duda y en cada certeza; el que no deja nada al descubierto. Ese es Diego Armando Maradona, el Diego. Parece que su almanaque no avanza más ya que, aunque su documento certifica sus reales 36 años, sus ganas se asemejan a la del Diego de los Cebollitas. […]A las 19:30 en punto, Diego termina de comer un simple pollo con una gaseosa. Su remera transpirada refleja las dos horas del duro entrenamiento…”. Mucho adjetivo. “Mientras conversa con un amigo, Guillermo Coppola le avisa de nuestra presencia en el lugar. Rápidamente, con un gesto amable, Diego nos invita a sentarnos a su mesa […] comienza la charla…”. Felicitas, nunca en mi vida le conté esto a nadie y nunca lo publiqué.

En Emboscada hay un narrador testigo, y otro cronista y entrevistador. ¿Cómo los trabajaste?
El narrador testigo se me vino a la cabeza leyendo el expediente judicial; enterándome de que, en el procedimiento donde lo secuestran a Walsh, había un francotirador. Y fue inevitable pensar en qué había visto. Me pareció que usar su mirilla era una manera también de exponer que se había hecho semejante operativo. Era como exacerbar un poco que fueron un montón de soldados con un francotirador contra un solo tipo. Y el cronista me parecía una manera de acercarme al lector: cómo vamos a recorrer esta historia e ir construyéndola juntos. Y va a estar esa impronta walshiana de que voy a decir todo lo que tengo y no tengo.

¿Escribirías las historias de José María Salgado y el Pelado Diego?
—Sobre todo, la del Pelado Diego porque me parece fascinante. Es una historia que mezcla y cruza identidades y momentos de la historia argentina. Es un juego de máscaras. Un mismo hombre de carne y hueso puede ser a la vez muchos hombres, incluso en la adulteración de sus propias identidades. En algunos casos, por el propio riesgo físico. Es decir, Antonio Nelson Latorre fue Antonio Nelson Latorre. Alguna vez tuvo que usar un alias como nombre de guerra cuando se enroló en el Ejército Montonero, y pasó a llamarse el Pelado Diego. Y alguna vez el mismo Pelado Diego, que a su vez era Antonio Nelson Latorre, cuando sobrevive a la ESMA porque pacta con los militares, se va al exilio y se convierte en Miguel Ángel Castiglia. Cuando terminé de publicar Emboscada, recibí un mensaje de una chica que era su hija. Me pedía que por favor le cuente más de su propia historia porque ella llevaba el apellido Castiglia, construido sobre una identidad falsa. Hasta el día de hoy, ella no sabe si su nombre es su nombre o no, sabiendo que sí. 

En Isabel, el periodista aparece al principio. Después ingresan un narrador testigo y una yuxtaposición de voces, ¿lo habías pensado así originalmente?
—En esa yuxtaposición, incluso está la voz de Isabel en la cabeza de Isabel. No lo había planteado como una estrategia. Tengo que aprender más a planteármela. Cuando empiezo a escribir, me dejo llevar un poco: a ver quién y cómo se va a contar esa historia.

¿Cómo estaba escrito al principio?, ¿qué faltaba?
—Las voces en la cabeza.

¿De dónde vino esa idea?
—Cuando tenía el libro prácticamente cerrado, me junté con una persona que había estado muy cerca de Isabel. Así como al pasar, refiriéndose al final del gobierno, me dice: “Ella estaba con ese mambo de las voces en la cabeza”. Siento que Isabel, en un punto, es un libro sobre el silencio de Isabel y el silencio en el que entraba un país. Esa contradicción entre el silencio y las voces me parecía un recurso interesante.  Yo siento que hay una tensión entre el periodista y el escritor tanto en Emboscada como como en Isabel. A veces, el periodista interrumpe al escritor en esas voces como si todavía existiera en mí una obligación de anunciar cuestiones vinculadas a la información, al dato más duro. 

El narrador testigo nos ayuda a construir una ventana indiscreta con imágenes que hacen más asequible esa época, sobre todo, para los que no la vivieron.
—Eso. Imágenes, intimidad, poder. El poder también tiene su intimidad. En esa intimidad, hay un final inevitable en una mujer que alguna vez conoció el poder y que mira por la ventana una ciudad completamente vacía, en una noche ennegrecida, esperando que le avisen cómo vuelve a su cama. Y un día esa vuelta no se da. Ahí hay una búsqueda de asomarse a la intimidad del poder también.

¿Isabel leyó el papelito arrugado que le diste a su confesor Enrique Lázaro?
—Sí.

¿Dijo algo?
—Me vas a arrancar una primicia. A ver cómo te la digo. El contenido del papelito arrugado es lo que no me deja dormir hace seis meses. 

¿Por qué?
—Ahí se abre la posibilidad de otro libro.

¿Desde qué perspectiva?
—Si Isabel es un libro sobre el silencio, o el enigma del libro pasa por el silencio y nos preguntamos con qué tiene que ver ese silencio… Por ahí en ese papelito había una pregunta que dispara algo que tiene mucho que ver, posiblemente, con uno de los secretos mejores guardados de la historia argentina.

¿Algún proyecto literario en puerta?
—Hay algo dando vueltas. Una novela de no ficción. Hay mucho odio. El personaje está enamorado de una vieja.

Los que leyeron este relato, opinaron...

Magnífico

Increíble como pasan los años y siguen apareciendo este tipo de anécdotas con Maradona!

Muy pertinentes las preguntas sobre su proceso de escritura y como va variando lo planteado en un inicio.

Buenísima entrevista, anécdotas nuevas y una primicia ¡Felicidades Feli!

Daiana