El autor nacido en Guatemala hace 53 años acaba de publicar Tarántula, sobre la que habla en la siguiente entrevista con Azimut.

Por Alejandro Duchini
“Heredé de mis antepasados las ansias de huir” (Alejandra Pizarnik), se lee en el epígrafe de Tarántula, la novela que acaba de publicar el guatemalteco Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) a través del sello Libros de Asteroide y que en Argentina distribuye Contexto Libros. En la entrevista que sigue, Halfon nos dirá desde Berlín, Alemania, donde vive, que siempre está huyendo. De la familia, del pasado, de su condición de judío, de su país. En ese contexto es que no pasa de largo la frase de la poeta argentina.
Tarántula -el arácnido tendrá participación en la novela- es una historia que puede verse como parte del rompecabezas que viene publicando Halfon, donde su vida y sus antepasados tienen un rol fundamental. En lo personal, recomiendo la lectura de los libros de Halfon. En este caso, el relato comienza en la Guatemala violenta de los ochenta, cuando él y su hermano, exiliados con su familia en los Estados Unidos, regresan al país para tomar parte de un campamento selvático para niños judíos. La idea del encuentro es endurecer a los participantes, como si estuviesen en una guerra. Pero la mano dura es mucho más que mano dura. Recordando aquello, Halfon nos lleva a sus lectores a los tiempos actuales, cuando las esquirlas de ese campamento aún se le incrustan. Y de la manera menos esperada.
-¿Lo que contás en Tarántula sucedió, más allá de cómo lo recuerdes?
-Todo lo que contamos en una novela sucedió, porque si está contado y si está imaginado en las mentes de los lectores pues es que ya sucedió ¿no? Ya es otra realidad; quizás, a veces, hasta más real que la realidad en la cual uno se basó. Porque todo lo que escribo está basado en puntos muy pequeños, muy pequeños, de mi memoria, de los cuales surge luego toda una ficción. Por eso digo que lo que escribo es ficción desde la literatura, aunque esté basada o inspirada o fundamentada en un punto de mi vida. Hubo un campamento, hubo monitores, hubo una chica, hubo un encuentro, hubo que proteger una bandera, hubo una cámara instamática. Hechos que yo de alguna manera llevo en la memoria pero son nada más eso, detalles, para luego hilvanar un tejido.
-¿Qué recuerdos reaparecieron o qué cosas descubriste al escribir?
–Siempre surgen o brotan detalles que yo había olvidado pero que evidentemente no olvidé: estaban ahí. Es similar al proceso de ver un álbum de fotos: cuando vas a la casa de tus padres y tienen un álbum de tu infancia y empiezas a ojearlo y de repente una foto te abre la puerta a otros recuerdos, a otros momentos que creías olvidados. Siempre hay mucho de eso en el ejercicio de narrar, al menos para mí. Es principalmente un viaje a la memoria. Ojo, la memoria no fiable. La memoria que a veces es inventada, la memoria que a veces creemos que fue de una manera cuando para otros resultó ser distinta. La memoria es también ficción.
–Tenés 53 años y, sin embargo, escribís en Tarántula que estás en una edad en la que cada cosa puede ser hecha por última vez. ¿Te sentís viejo?
-Yo creo que es más que nada que a los 53 años me siento más próximo a la muerte. Empiezo a sentir que el final ya no está tan lejos, entonces una despedida puede ser la última despedida. Creo que esa sensación de mortalidad se acentuó cuando nació mi hijo, cuando empecé a ver el paso del tiempo en él, como una evidencia física aquí, en casa, de la muerte.
-Rescatás que soñaste con tu padre. A tu abuelo, a quien también mencionás, le dedicaste otro libro. ¿Cuál es tu relación con tus antepasados? ¿Hay algo especial con los masculinos? ¿Y las mujeres de tu familia?
-Mi relación con los antepasados es literaria. Con mis dos abuelos hubo muy poca relación, mucha distancia, algo muy de la época, de que los abuelos, por lo menos en mi círculo, guardaban cierta distancia. Sin embargo, me interesaron sus historias y a través de la literatura, de la escritura, me empecé a acercar a ellos. También aparecen bisabuelas en otros libros, en otros cuentos, quizás no de manera principal. Otras historias llegarán y yo llegaré a mis abuelas a través de sus historias.
-Recuerdo una frase que marqué en El boxeador polaco: “y yo, juzgándolo valeroso ante semejante sopa, sólo podía pensar en cómo algunos huyen de sus antepasados mientras que otros los añoran de una forma casi visceral”. ¿Sentís que huís o que añorás a tus antepasados?
-Es huir y buscarlos a la vez, con esa relación tan extraña que tengo con el judaísmo o con Guatemala. Huyo de Guatemala: estoy charlando contigo desde Berlín, no podría estar más lejos de Guatemala. Y con el judaísmo también: estoy en Berlín, casado con una mujer católica. O sea, es un huir y buscar, pero buscar a través de lo que escribo. No me interesa el judaísmo como práctica, no me interesa estar en Guatemala físicamente. Pero me interesan ambos como historias. Lo mismo con mis antepasados. Busco historias en el pasado de mi familia.
-¿Escribís para recordarte a vos mismo, para sacarte recuerdos o pesos interiores, por placer…? ¿Por qué escribís?
-Es la pregunta central de El ángel literario (libro de su autoría, publicado por Anagrama en 2004), mi segundo libro, ya difícil de conseguir. ¿Por qué alguien escribe o por qué alguien empieza a escribir? En mi caso, no tenía una respuesta hace veinte años y aún no la tengo. No sé por qué sigo escribiendo. Ahora es casi como un continuar, porque ya estoy en ello, porque es mi oficio, porque es mi trabajo. No es para algo concreto, no es para recordar, no es por placer, no es por curar, o sanar. No hay una utilidad. Porque tampoco siento que entiendo algo después de haberlo escrito ni que estoy más cerca de una respuesta al final de un libro. Sí, en cambio, siento esa utilidad o ese placer de encontrar cosas al leer los libros de otros. Como lector sí tengo esa sensación de que la literatura sirve para algo. Pero no al escribir.
HALFON, DE AYER A HOY
-¿Podrías resumir tu trayectoria literaria? ¿Qué te gustaría hacer o cómo la imaginás a futuro?
–Desde que empecé a escribir, desde que caí en la literatura, porque fue un accidente, siento que escribo de una manera muy espontánea. Es decir, no planifico lo que voy a escribir. Escribo desde un goce, sin saber sobre la historia que estoy contando. Recién al terminarla me doy cuenta, cuando se enciende la luz y veo aquello que estuve haciendo los últimos meses o años. Es una manera extraña de trabajar, muy muy muy incierta. Pero mi manera de trabajar ha sido esa. Las historias tienden a llevarme a lugares que no espero y, por consiguiente, tienden a llevar a los lectores a lugares que no esperan.
-¿Qué estás leyendo?
-Acabo de terminar El espía que surgió del frío, de John Le Carré: extraordinaria. Ese tipo de historia que uno se come en un día y medio. Leo seguido La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth. Y para Navidad inicié una tradición navideña que espero continuar: consiste en releer Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, un libro que uno debería de leer una vez al año durante toda la vida. Después, claro, tengo libros y autores pendientes hasta el infinito. Pero siento cada vez más que lo que tengo pendiente no son lecturas sino relecturas. Sobre todo de los clásicos.
-¿Vivís en Alemania de manera permanente?
-Nunca vivo permanente en ningún lado. Mucho menos en Alemania. Aquí llevamos cuatro años y desde el primer año la decisión ha sido tomada año por año. Ahora mismo estamos en el momento de decidir si nos quedamos otro. Difícil, pero es así, una vida muy itinerante, muy nómada. Pero aquí estuvo bien. Tuve tiempo y espacio para trabajar. Aquí empecé y terminé Tarántula. Pues aquí seguiré. Por ahora.
-¿Qué idea tenés de la literatura latinoamericana actual?
–La literatura latinoamericana actual parece estar liderada por mujeres, especialmente argentinas. Bien que así sea. Terminé de leer hace unos meses el nuevo libro de Leila Guerriero (La llamada), que me gustó mucho. Pero también están Samanta (Schweblin) y Mariana (Enriquez), a quienes leo cuantas veces puedo. Samanta está aquí en Berlín, conmigo: somos dos latinos residentes en Berlín junto con Alan Pauls y Ariel Magnus. La literatura latinoamericana está viviendo un momento cosmopolita. Muchos de nosotros somos latinoamericanos fuera de Latinoamérica, escribiendo desde fuera. Pero muy latinoamericanos.