Daniel Moyano: la escritura como revancha

Si se insistiese en pensar al mundo de un modo binario, podríamos arriesgar que una de sus categorías sería la de los escritores nómades o sedentarios. Estos, tienden a una función más repetitiva, no monótona, pero sí anclada en una dinámica regular. Aquellos, en cambio, se mueven por cuestiones varias: políticas, laborales, hambre de aventura, menesteres existenciales, lo que fuere. En el primero de los subconjuntos entraría, por ejemplo, Abelardo Castillo (hace poco, uno de sus alumnos dijo que todo, todo, lo pensaba desde la literatura, sin necesidad de moverse de su casa); en el otro –con Rimbaud como paradigma–, a Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Antonio Di Benedetto, por citar casos al azar. Daniel Moyano entraría en este segundo segmento.

Buenos Aires, Córdoba, La Rioja, Madrid, Oviedo –si hasta una calle en esa ciudad lleva su nombre–. No importa. Cuando la intención es sostener la palabra no hay geografía que arrase con ella. Moyano, contra todos los dolores del mundo, supo rehacerse, levantar paredes donde hubiese que construir un hogar. No muchos lo logran. Como Di Benedetto, la curtió desde el interior, fue secuestrado, migró a España, siguió escribiendo como fuese, aunque, a diferencia de Di Benedetto, nunca regresó a Argentina. Como Felisberto, fue músico. Supo que el concepto de familia, la primera institución humana –“Iuri Tinianov afirma que la literatura evoluciona de tío a sobrino (y no de padres a hijos)”, escribió alguna vez Ricardo Piglia– se instalaría para siempre en su narrativa. Dicen los que saben que lo más difícil en literatura es tener una voz propia: Moyano la tuvo.

Nació en Buenos Aires en 1930, Cuando tenía apenas cuatro años se mudó a las sierras cordobesas. Tenía siete cuando murió su madre. En Córdoba capital estudió y trabajó de albañil. Los oficios terrestres serían un alimento para lo que vendría, fuera ese, plomero u obrero de fábrica. Tenía casi veinte cuando se dio cuenta que no estaba documentado. “Después de vivir con mis abuelos pasé de tío en tío. Mi padre desapareció. Reapareció años después”, confesó él mismo. Eso está en ese gran cuento que es “Golondrina”. “Pasé un tiempo en un reformatorio, y mi hermana en un colegio de monjas, donde nos colocó un tío”. Pero siempre hay revancha, y la gran revancha siempre es el arte, en este caso, la literatura.

En 1960 se muda a La Rioja con su compañera, Irma Capellino, ejerce el periodismo en medios locales, es corresponsal del diario Clarín. Pasa a ser profesor y violinista en el Cuarteto de cuerdas del Conservatorio Provincial de Música. Publica su primer libro de cuentos, Artista de variedades (“Cuando llegó a la ciudad, Ismael deseaba muchas cosas”: así comienza el breve relato que da título al libro), con el que gana su primer premio. Le seguirá el segundo premio del concurso Ricardo Rojas por “La lombriz”, un texto más extenso (“Parecía improbable, pero hubiera sido hermoso descubrir a su tío en un acto de bondad”). Por su primera novela, Una luz muy lejana, obtiene el premio del Fondo Nacional de las Artes, y, tras él, el Premio Internacional de Novela Primera Plana Sudamericana por El oscuro, con García Márquez, Roa Bastos y Marechal como jurados. Todo eso en una década. 

Los ’70, años de oscuridad si los hubo, arranca sin embargo para Moyano con la obtención de la Beca Guggenheim. Pero es obvio lo que viene: fue detenido apenas un día después de producirse el Golpe de Estado. Para que contar esto, si ya lo sabemos –o no: deberíamos saberlo–. Por eso mejor que lo cuente él mismo: “eran cuatro, tres caminaron despacio hacia casa. Mi hija María Inés, de siete años, dormía. Mi hijo Ricardo, que tenía catorce, estaba levantado junto a dos hijos de una familia amiga, y estaba mi mujer. Me apresuré a abrirles la puerta antes de que la derribaran. Era el 25. Pregunté si me podía cambiar de ropa. Dijeron, ‘Sí, pero pronto’, y me acompañaron al dormitorio. ‘¿Llevo documentos?’ ‘No los va a necesitar’, dijo uno (…) Me enteré de que mis libros los secuestraron de la librería Riojana y los quemaron en el cuartel, junto con los de Cortázar y Neruda. Qué honor. Bajé siete kilos en doce días: hacía gimnasia a escondidas. Cuando me dijeron que podía abandonar la provincia, me fui a Buenos Aires, gestioné mi pasaporte, volví a La Rioja y en una semana levanté mi casa”.

El destino, como para tantos, fue España, y, como para tantos, el exilio se convirtió en pura pesadumbre, hasta que retoma su oficio y logra publicar El vuelo del tigre y Libro de navíos y borrascas. En el ‘85 gana el premio de cuentos Juan Rulfo con Relato del halcón verde y la flauta maravillosa (una bandita de música, un departamento en Once, encierro, “automóviles verdes que llamaban Falcon”).

En esa segunda mitad de los ’80 comienza a encontrarle la vuelta a su vida ibérica. Da conferencias, cursos sobre literatura argentina en la Universidad de Cádiz, talleres de creación literaria, participa de encuentros de escritores, escribe para un diario madrileño. Al entrar en los ‘90 se queda con el Premio Boris Vian por Tres golpes de timbal, su última novela publicada en vida.

Augusto Roa Bastos dijo que Moyano procedía “por excavación, y no por acumulación, por la creación de un cierto clima mental y espiritual, más que por el abigarrado tratamiento de la anécdota” (dijo, también, que no buscaba reproducir las cosa sino representarlas, que es como la literatura pide expresarse para ser mejor que ella misma). El poeta y ensayista argentino Leopoldo Castilla –también exiliado en España– lo sintetizó aduciendo que pocos como él volaron sin paracaídas en la lengua española.

Como todo músico que se precie de tal, Moyano siempre tocó en varias orquestas: en vida publicó en Assandri, Burnichón, Nueve 64, Sudamericana (mayormente), Alción, del Sol, Monte Ávila, Legasa. Luego, su obra se reeditó a través de la cordobesa Caballo negro, Interzona, Gárgola, e incluso en la colección Los Recobrados que dirigiera Abelardo Castillo en Capital Intelectual.

Daniel Moyano murió el 1 de julio de 1992, partiendo el año al medio, en España. Quizás sin la tristeza con la que volvió Di Benedetto ni la que Cortázar evitó.

El final, también, es del cuento La lombriz: “Cuando bajó del tren y comenzó a caminar por las calles del pueblo donde él vivía, tan familiares, que eran finalmente lo que él llamaba el lugar de su salvación, se dijo que nada podía valer un cielo para unos pocos elegidos, porque sería un lugar lleno de remordimientos. Cómo gozar del cielo cuando había un infierno. Y bastaba el dolor de un solo hombre para impedir la alegría.”

Los que leyeron este relato, opinaron...

Maravilloso Daniel Moyano

Excelente nota sobre un gran escritor. Admiro profundamente a Daniel Moyano. Para que no entre la muerte y Cantata para los hijos de Gracimiano me impactaron profundamente. Arpeggione me vuelve a emocionar cada vez que lo releo. Y tantos más, imposibles de enumerar. Gracias.

María Mercedes Graglia

El vuelo del tigre.

Gracias por recordarlo a Daniel en su prosa inolvidable.

Hector Pez

Un genio poco conocido

Hermosa nota de Daniel Moyano. Lo conocí gracias a una mención también hecha por Hernán Carbonel en otra nota. Compré lo poco que conseguí de él. La “Cantata para los hijos de Graciminiano”, debe ser uno de los textos más impactantes que he leído.

Y cuando una conoce la historia del escritor, entiende aún más cosas de él: escribe desde las tripas.

Gracias Hernán. Otra joyita tu nota.

María Teresa Espona

Buenas argumentaciones.

Me gusta el perfil dado a Moyano ya que no era ningún pecho frio. Lo conocí en el Encuentro Latinoamericano de Escritores realizado en Noviembre de 1990. Estuve en la organización. Nunca olvidaré sus palabras ni sus libros. Incluso mientras reíamos y bailamos al final en el agasajo en el Palais de Glace. Gracias

Hilda Guerra

Agradecimiento

Gracias Hernan por recordar al Gran Daniel Moyano. Te sumo que en los ultimos años la editorial riojada Lampalagua, publicó Tres golpes de Timbal. Por otra parte te cuento que estoy en la edicion final de un cortometraje basado en El Rescate, un magnifico cuento de Daniel Moyano, Me atrevi con el guion y lo dirigí en La Rioja. Saludos

Nerio Tello