Cómo el audiolibro me devolvió las ganas de leer

La primera vez que escuché una historia en formato de audio fue por una mezcla de curiosidad y necesidad. La maternidad me había dejado con una sola mano libre; el trabajo remoto había eliminado los tiempos muertos de traslado. Y el uso constante del celular había terminado de empujar al vacío mi capacidad de sostener la concentración por más de diez minutos. Si a esto le sumamos la hiperproductividad tóxica que nos impide ser monógamos a una sola tarea, la idea de leer —y solo leer— se había convertido en un lujo imposible en mi vida.

Me encontraba abriendo una novela o cuentos cortos y levantando la mirada cada tres párrafos para enumerar la letanía mental de todo lo que no estaba haciendo, mientras intentaba sostener una pausa razonable en un día cargado de pendientes.

Puedo ser benevolente y pensar que levantarme del sillón se debía a una necesidad fisiológica de moverme para contrarrestar la quietud de trabajar horas frente a un teclado. Pero lo cierto es que la fatiga cognitiva por exceso de estímulos había tomado de rehén mi antigua capacidad de leer durante horas.

El audiolibro apareció entonces como una posibilidad amable. Al principio sentí que estaba traicionando una relación que, hasta ese momento, había podido superar todo tipo de obstáculos y hacer frente a cualquier adversidad. Yo era capaz de leer en autos en movimiento, con viento en la playa, gritos alrededor, a pesar de una mala iluminación o más allá del cansancio. 

Aunque no me resigné a perder del todo mi habilidad de lectura, acepté la existencia de otros formatos que también podían darme la experiencia de disfrutar de una buena historia.

Otra forma de leer

Cuando leemos, en realidad, escuchamos. La vista –o el tacto- no son la experiencia de la lectura, sino apenas unos canales de percepción necesarios para trasladar la información del papel a nuestra subjetividad.

El audio libro no es un reemplazo, sino una ampliación en la manera de estar con las historias. Una forma que no exige inmovilidad, que acompaña sin invadir. Empecé a escuchar historias en audio mientras lavaba los platos, entrenaba en el gimnasio o caminaba para resolver alguna cuestión cotidiana. Y descubrí algo asombroso: las historias se adaptaban a mi ritmo de mi vida. Ya no tenía que elegir entre leer o hacer algo más; podía tener lo mejor de ambos mundos sin resignar nada.

Acepté poner en pausa momentánea la independencia de la lectocomprensión para entregarme a la independencia del movimiento, adentrándome a una dimensión conocida: la de escuchar cómo alguien me contaba una historia. Escuchar te envuelve en una atmósfera bastante especial; te traslada a una etapa más absoluta y primaria.

Claro que no es lo mismo: es otro el ritual. Si bien me considero una persona fundamentalmente auditiva, también necesito tocar, subrayar, oler, cerrar, abrir, ver cuántas páginas avancé en la historia…Y, sobre todo, antes de los audios, la lectura tenía mi voz, mi respiración y mi cadencia. 

Con un audiolibro, la relación es menos estática en todo sentido. Y desaparece la dimensión física. Tal vez por eso es más libre, abierta, conversacional. Y, sobre todo, menos exigente.

Porque nada te impide tener un vínculo con el audiolibro, y que otro —de papel y tinta— te espere paciente en la mesita de luz.

Más allá de la convivencia poliamorosa de los formatos, también cabe destacar que el audiolibro se puede disfrutar en compañía, como una serie, pero caminando o yendo en el auto. 

Y no, los audiolibros no son solo para quienes perdimos momentáneamente la capacidad de concentración. Mi abuela, que era una gran lectora, con los años tuvo que dejar un poco de lado su amor por los libros; no por falta de comprensión, ni porque le fallara la vista, sino porque le pesaban los brazos al sostener un libro a la altura del rostro. También pienso en las personas que no ven, o que por alguna razón no pueden establecer un vínculo con el libro físico o con la lectura tradicional, y que hoy tienen más opciones de acceso gracias al formato de audio. 

A mí en lo personal, me encantaría que mis novelas sonaran en algún viaje largo o acompañen a quienes no pueden leer, pero quieren sumergirse en una historia.

Todavía me cuesta sentarme con un libro, pero es un hábito que poco a poco estoy recuperando. Las historias en formato de audio se sumaron a mi vida y me abrieron una manera de habitar la lectura de otra forma. Y, sobre todo, me ayudaron a poner en pausa la toxicidad del hacer frenético y del entretenimiento adictivo con sabor a poco. 

No creo que el audiolibro reemplace al libro físico. Tampoco creo que sea su mejor formato. Pero sí es  otra puerta de entrada a la literatura. Y en un mundo donde leer se ha vuelto un lujo, toda puerta que se abra merece celebrarse.

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