Paloma Fabrykant habló con Azimut sobre Diario de Rosario, una ficción basada en su experiencia de trabajo en La Chicago argentina. Participó de allanamientos y transó con funcionarios para conseguir notas. El resultado es ese librazo sobre el que gira esta entrevista.

“Hace muy poco me ofrecieron escribir una nota personal. Pero me pidieron que escriba pensando en cómo es la vida de una mujer de cuarenta en relación a la maternidad y la búsqueda de la felicidad. La decisión o no de tener hijos. Le dije a ese editor: ‘Mirá. vengo de Rosario, ¿no te interesa que escriba algo sobre eso? ¿Que escriba sobre convivir entre tiros y todo eso? No, porque como sos mujer prefiero algo más sobre ser madre y la felicidad’, me dijo. O sea, si fuese hombre sí puedo escribir sobre el narcotráfico. Bueno, no. Mi vida íntima tiene que ver con eso que cuento en Diario de Rosario”, así se presenta Paloma Fabrykant, escritora, periodista y artista marcial. Además, presenta peleas de Vale Todo en tv. Y hay que aclararlo: su madre es la escritora Ana María Shua. 

Había publicado otros textos, pero Diario de Rosario es su primera novela. El año pasado fue publicada a través de Orsai, que le dio la posibilidad de renegociar con otra editorial. Es por eso que acaba de publicarse por Planeta. 

A Fabrykant se la puede ver presentando peleas de Vale Todo en televisión. Y también compitiendo en Karate y jiu jitsu, actividades en las que alcanzó el cinturón negro. Fue notera televisiva y productora de programas policiales. Crónicas extremas, Policías en acción. De su experiencia en el Rosario narco escribió por encargo su nueva novela, lectura más que recomendada.

-¿Por qué contar tu experiencia narco-policial en una novela?

Diario de Rosario fue escrita por encargo a partir de una idea de mi editora en Orsai, Carolina Martínez. Yo había publicado tres cuentos en la revista, en el número de La valija de Lionel. Que se vendió muy bien. Caro Martínez me propuso escribir una novela que ellos publicarían. Al principio me pareció muy loco porque yo nunca había escrito ficción. De hecho, aquellos eran mis primeros tres cuentos. Entonces se unificaron esos cuentos para agregarlos a la novela. Al año de salir el libro, la gente de Orsai me permitió negociar con Planeta y acá estamos.

-¿Te sentís parte de una nueva generación de escritoras argentinas muy buenas?

-Me enorgullece que me pongas en ese listado de nuevas y buenas voces de escritoras argentinas. Son muchas. Si las nombro, no terminamos más y hasta me olvidaría de varias. Muchas de ellas no son conocidas. Tengo un montón de libros de autoras mujeres. Hay una camada de mujeres buenísimas. Pero todavía no me considero parte de esa camada. Todavía no. Todavía no. Necesito ver cómo le va al libro. Acaba de salir. Claro que me gustaría ser parte de ese grupo. Ojalá en un par de años me entrevistes de nuevo y te diga “sí, soy parte de ese grupo”. Ahora es solo un deseo, una aspiración.

-Es muy potente el arranque de Diario de Rosario. ¿Cómo se te ocurrió?

-Decidí arrancar por la cocaína porque es un valor que atraviesa el libro desde muchísimas perspectivas. Porque si vamos a hablar de narcotráfico, que es el tema central del libro, obviamente la droga más fuerte del narco en Argentina es la cocaína. Entonces el personaje también tiene deseo de cocaína. Otro personaje, el coprotagonista, tiene consumo continuo de cocaína. Me pareció que estaba bueno largarlo en la entrada, con una primera página muy fuerte. 

-¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en un supuesto balance de Diario de Rosario?

-Hay muchas muertes y no todas las viví. Algunas las inventé por completo,  otras no tanto. Las saqué de una amalgama de cosas que me imagino con personajes y otras que viví en el lugar de los hechos. Por ejemplo, cuando empecé a inventar el personaje de Suárez, pensaba en una mujer policía que conocí. Que nunca estuvo en Rosario, que no se llama Suárez, y que no murió en una balacera. Pero en mi cabeza le puse esa cara. No sé cómo explicarlo. Lo que sí he sacado de un hecho real es el caso de Sheila, a quien ni le cambié el nombre. Es la nena que aparece casi al final, a la que encuentran en un rastrillaje. Está inspirada en una nena real que se llama, de hecho, Sheila. En Diario de Rosario cuento escenarios que conozco. O sea, la ficción se basa en hechos que ocurrieron, pero los escenarios son los que conocí. Los operativos narco los cuento porque los conocí. A la policía la cuento porque la conocí. 

-¿Qué hay de vos en el personaje?

-Yo conocí Rosario, yo conocí policías. Pero en lo profesional no soy despelotada como la protagonista. Todas mis notas las terminé bien y siempre entregué el material en tiempo y forma. Valentina, no. Entiendo que el personaje no es querido, pero había que convertirlo en un antihéroe. Entonces puse una pelea, le saqué la remera en determinada circunstancia, la hice romper un vaso. Valentina tiene muchos más problemas de los que tengo yo. A mí no me hubiera gustado ser Valentina. No quiero spoilear el libro, pero no termina bien.

-¿Cuáles son tus expectativas para Diario de Rosario? 

-Vamos a ver si el libro se vende. Porque todo depende de la venta. Si no se vende es posible que las editoriales no quieran volver a contratarme. Entonces no publicarán nuevos libros míos. Además, un escritor tiene que  vender porque necesita la plata para vivir. 

-Sos nueva en la escritura pero tenés una larga trayectoria en los medios periodísticos.

-Mis ingresos económicos hoy vienen de la escritura de guiones para Bendita TV. Laburo en los medios desde hace veinticinco años haciendo de todo lo que se te ocurra. De todo. Muchísimos años trabajé en la gráfica. Y trabajé metiéndome en zonas hostiles. Me metí mucho en las villas. Me metí mucho con temas narco. Me metí mucho en las cárceles, en el mundo de las prostitutas, en el de los camioneros, fue ese durante muchos años mi universo. Todo lo marginal, lo extremo. Escribí para Revista Viva, para Revista Hombre, La Mano, El Federal, Siete Días. Revistas que daban vueltas en los años dos mil. En 2007 me convocó la gente de Rolando Graña a partir de leer mis notas, porque les gustaban esos mismos universos para un programa que se llamaba Crónicas Extremas. Ahí producía el mismo tipo de notas que para las revistas y seguí en la tele porque pagaba mejor que la gráfica. Telefé Noticias, GPS. Y en medio de eso estuve en Rosario cubriendo muchísimo narcotráfico, hasta que hace dos años decidí aflojarle a la calle porque no me daba más la cabeza. Entré a Bendita y ahora estoy sentadita en una oficinita tranquilita haciendo guiones pero sin salir a la calle. 

-Y ahora la novela.

Diario de Rosario, sinceramente, para mí fue un laburo más. Me lo encargaron y lo hice y lo cobré. Después de eso, sigo para adelante. No reflexiono tanto.

-¿Sentís que te costó más que te acepten en un ambiente policial por ser mujer?

-El de la policía no me pareció nunca un ambiente injusto. Entiendo que las mujeres policías deben sufrir un montón. Vivimos en un mundo machista, pero tal vez no sienta mucho de lo que pasa en ese sentido porque no lo registro o porque tengo una personalidad fuerte que hace que eso me pase por al lado. El hecho de ser mujer me abrió puertas. Yo disfruté yendo a trabajar a Rosario porque a nivel policiales me parecía que era un lugar donde podía contar cosas que no se cuentan. Claro que todo eso me quemó. Terminé muy quemada, muy muy desgastada. No sé si también fue que cumplí los cuarenta años, que entré como en esa cosa de la crisis de los cuarenta que me hizo cansar de la calle. Porque después tuve muchas posibilidades de volver a hacer periodismo callejero, pero no quise. Algo adentro mío me dice que fue suficiente. Pero nunca se sabe. Quizás en dos años digo “me cansé de la oficina” y vuelvo a la calle. Pero por ahora, no. 

-Sos practicante de artes marciales.

-Empecé a hacer artes marciales para salir de esa posición quieta que impone el uso de pantallas. Me sentía una cosa que no hacía más que escribir y escribir. “Me estoy volviendo un tiranosaurio”, me decía. Necesitaba moverme. Un poco mi vieja me define: mi vieja es muy de escribir y nunca hizo deportes, no tiene mucho más que la vida intelectual y yo quería otra cosa, sentía como que se me iba a pasar la vida sino vivía mi cuerpo desde otro lugar más allá de la mente y la palabra. A mí no me gustaban los deportes. En la época del colegio era muy de los libros, gordita, con sobrepeso. A los 21 entendí que debía romper esa inercia y empecé karate y se me abrió un mundo de posibilidades. Las artes marciales te llevan a tener una relación completamente distinta con tu físico y con el universo físico en general. Eso fue como una revelación enorme para mí. 

-Tu próxima novela viene por ese lado, ¿no?

-La nueva novela va por ahí. Tiene que ver con el mundo del Vale Todo, que también lo practico. La novela tengo que entregarla en diciembre. Ya la reescribí tres veces. Y ahora empezó la cuarta reescritura. Igual no sé, por ahí tengo que hacer seis reescrituras. La escribí en primera persona, después en tercera, después en segunda. 

-¿Qué relación podrías hacer entre las artes marciales y la literatura?

-La práctica de artes marciales es buena en cuanto a que te baja el ego, te enseñan que no vas a ser el mejor en todo. Podés escribir bien, publicar, trabajar en la tele, un montón de cosas buenas, pero en otras no te va a ir bien, como por ejemplo las mismas artes marciales. Yo sé que compitiendo no soy de las mejores, pero voy a competir igual. Y me voy a bancar que de pronto venga una pibita de veintiún años y me gane. El karate te cambia la mirada de la vida. El karate me formó como persona en cuanto a no frustrarme, en tener tolerancia a la frustración de decir “bueno, ¿sabés qué? no vas a ser buena, no vas a ser la campeona. ¿Y qué?”. También me dio muchísima entereza en cuanto a seguir por más que me costara, por más que no tenía facilidad, por más que no tenía talento; y eso me dio satisfacción. Llegué a cinturón negro en karate y en jiu jitsu. Porque si te escuchás y tenés constancia, por más que no tengas talento, vas a llegar porque es una cuestión de constancia. De constancia. No sé cómo sería yo sin las artes marciales. Sería una persona mucho más floja de lo que soy. 

-¿En cuánto te influyó que tu mamá sea escritora?

-Mi madre toda la vida me insistió con el mandato de que yo tenía que ser escritora y siempre traté de revelarme como hacen todos los hijos con sus padres, con eso de no seguir el mandato y hacer otras cosas. Igual mis elecciones no fueron tan alejadas, porque bien que mal siempre estaba con el teclado, ya sea para escribir una nota o incluso en la producción de tv o cuando hacía prensa institucional. Me alejaba todo lo que podía pero nunca me pude alejar mucho. Pero no era solo por rebeldía. Era también porque me parecía que en la escritura no se paga bien. Parece que fuera una mercenaria, pero la plata es necesaria para vivir. A la vez alrededor de la literatura hay todavía como una romantización gigante de que uno se sienta a mirar un atardecer y hace catarsis y eso sirve para algo. Yo no hago eso. Cuando escribo es porque se trata de un trabajo. Estar todo el tiempo frente a una computadora es malísimo. Entonces, cuando no tengo que escribir por trabajo salgo a caminar o trato de estar en la naturaleza del Parque Centenario o trato de ir a entrenar o trato de juntarme con amigos a tomar café o cerveza. Lo que sea con tal de no estar al teclado. Ninguno de mis ratos libres los voy a pasar escribiendo. 

-Con un libro publicado y otro en camino, ¿sentís algún cambio en la relación madre-hija?

-Toda la vida mi mamá quería que yo escribiera y yo no quería escribir y, bueno, cuando sale Diario de Rosario ella lo disfruta mucho y ahí es como que tenemos un encuentro. Como un encuentro de “bueno, al fin me diste bola”. Mi vieja es la gran mano detrás de todo esto, porque uno de sus sueños era que su hija fuera escritora y ahora que yo también soy grande y que no me doy cuenta que no sé cuántos años más voy a tener la suerte de tener a mi vieja conmigo, siento que fue muy lindo reencontrarnos en esto de “bueno, mamá, sí, te hice caso. Al final te hice caso”.

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