Guillermo Saccomanno acaba de presentar nuevo libro, Mirlo. Una joya en la que recuerda a amigos perdidos. La escritura y la lectura le sirven para resumir -en la siguiente entrevista con La Balandra- cómo se siente en estos tiempos movidos.
Por Alejandro Duchini
A sus 76 años recién cumplidos (9 de junio de 1948), Guillermo Saccomanno vive entre Buenos Aires y Villa Gesell. Cuando viene a CABA, le cuenta a La Balandra, cada mañana nada mínimo una hora en un SportClub de la zona de Retiro, donde tiene un departamento, sobre la avenida Córdoba. En ese departamento hasta hace unos pocos años daba talleres literarios muy reconocidos. “Ya no los hago”, dice con un cansancio visible por la natación. “Pero me hace tan bien”, suelta.
Saccomanno acaba de publicar Mirlo (Planeta), un libro en el que recuerda amigos y que se centra en lo que llama “La villa”, la ciudad balnearia a la que se fue a vivir y donde hizo una gran amistad con Juan Forn, entre otros. “No es un libro melancólico”, advierte ante la pregunta. “Prefiero decir que es un libro póstumo”, responde. Dicho sea de paso, recomiendo la lectura de Mirlo.
-Forn me decía que nade. Le hice caso. Me gusta nadar porque siento que tiene algo como de zen, como de tiro al arco. Justo acabo de leer el libro de Herrigel (“Zen en el arte del tiro con arco”, del filósofo alemán Eugen Herrigel). El secreto del tiro al arco, escribe, es ser la flecha, pero para ser la flecha tenés que tener un grado de desapego. Esto es lo mismo: te metés y sos el agua. Todo se puede trasladar a la espiritualidad. Así que todas las mañanas nado una hora. En Gesell no tengo un entrenador como Charly. Cuando vuelvo a Buenos Aires tengo miedo de perder en diez días ese aprendizaje. Cuando tenés cotidianeidad, lo hacés mejor. Además Charly es fisioterapeuta, tengo la columna jodida. Y salís con un apolillo…
-Antes de que te canses más, te pregunto por Mirlo. Fuera de grabador me decías que no es un libro melancólico…
-No lo creo melancólico. Creo que este libro se puede leer como narración reflexiva o reflexión narrativa. No algo confesional o íntimo porque está compuesto por varias historias. El libro me agarró en un momento muy especial, post pandemia. Iba anotando en cuadernos sobre amigos idos, perdidos… Bueno, no perdidos, porque vuelven. No lo digo en sentido espiritual. Creo que los amigos que se van se llevan partes nuestras, nosotros nos quedamos con partes de ellos. También pasa con los presentes. Entonces no es un libro melancólico. Es un libro de meditación, de reflexión. En el libro está presente la muerte y está presente la vida. De hecho, hay un prólogo entre los vivos y los muertos. Hay algo de John Berger, que escribió las tesis sobre los muertos. Berger además escribió mucho sobre sus amistades. Entonces, este libro no es una bajada de línea sino una reflexión. Se me ocurre que es un libro político, porque es un libro sobre la fraternidad. Hablar de fraternidad en estos tiempos es un hecho político…
-A ver…
-Estamos en un mundo donde todo apunta a generar soledad en el trabajo, en la calle, en el ámbito de lo cotidiano. Tal vez este libro se plantea como hecho político en la medida que va contra las reglas o normativas que impone el sistema. Además, como escritor no pienso que todo tiempo pasado fue mejor.
-¿Te gustan las filosofías orientales?
-Mi vínculo con las filosofías orientales… en las contratapas de Página 12 sobre lo que más escribí fue sobre poesía, marcado también por algunas lecturas filosóficas. Cuando encuentro un filósofo complicado, sigo leyendo como si fuera poesía. Me pasó con (Jacques) Derrida, (Martin) Heidegger: allí donde no comprendo no me quedo. Sigo. En esta impertinencia mía opera que a la poesía la pienso también como filosofía. Porque en una línea de un poema hay un relámpago que te lleva a una filosofía, te inaugura una concepción del mundo.
-¿Qué estás leyendo ahora?
-El corazón de las tinieblas. Leo cada vez más hacia atrás, a los textos que me formaron, para saber en qué cosas cambié y en qué cosas cambió el texto. Un clásico es un texto que no te dice dos veces lo mismo. Vos cambiaste y encontrás otra cosa en el texto. Te puede pasar con El corazón de las tinieblas o con Los miserables o con (William) Faulkner o (Scott) Fitzgerald. Con todos los escritores que te formaron. Obviamente, hay mucho que no he leído. Del teatro griego no he leído todo. Leí tarde Homero y fue una revelación.
-¿A qué edad es tarde para vos?
-A los 30 años es tarde. No te asombres, sí, me parece tarde. Y hace unos años, hará 20 años, leí La divina comedia en esas ediciones de prosa. Me puse a leerla en edición bilingüe y quedé pegado. Entonces me fui a los ensayos de Borges sobre Dante. Me pasa lo mismo con la filosofía de (Ludwig) Wittgenstein o con (Baruch) Spinoza. Si aún no leí a fondo a determinados autores, ¿por qué no volver ahí, que es un desierto que todavía no caminé? No desierto, sino un campo en el que vale la pena perderse.
-¿Leés en formato electrónico?
-No leo electrónico. No tengo redes. No quiero estar en ninguna red. Quiero estar lo más aislado posible. Lo único que tengo es el teléfono celular que me lo dieron mis hijas cuando tuve un percance físico. Escribo a mano. Ahora estoy terminando una novela. A la pantalla de la compu no le confío mucho porque te impone su propio ritmo, que es el vértigo y la rapidez, que te impide oírte. Escribiendo a mano se adquiere un nivel de concentración: la birome y el papel no te apuran.
-¿Dónde, cuándo escribís?
-Escribo todos los días. En Gesell o acá, si voy en micro en micro; en bares, en restaurantes, en todos lados. La escritura es una razón de vida. Tengo la sensación de que si no escribo me muero.
-¿Le temés a la muerte?
-No le temo a la muerte si no a los quiebres de salud. Aunque no parezca, llegué a los 76. Los últimos fueron años de pérdidas. Hubo una pandemia y se me murieron amigos, me separé, todo junto. Entré a pensar más seriamente en lo corto que es nuestro paso por este mundo.
-¿Desde cuándo, más o menos, tenés conciencia de lo corta que es la vida?
-Desde chico. Lo conté en una novela, El buen dolor. A los 15 ya había leído Crimen y castigo. Mi abuela señil dormía conmigo y de alguna manera ya me codeaba con la muerte. Mi viejo, gremialista, a mis 9 años me enseñó a tirar con la 32. Tenía un tío boxeador. Vivía en un barrio de calles de tierra (Mataderos). Mis tíos le pusieron el pecho a la toma del frigorífico (Lisandro de la Torre). Infancia dura, de piedras. De golpe uno se habitúa a la violencia, la naturaliza. Había en el barrio un tano que ataba a los pibes a un parral. De pronto una vecina acuchillaba a un hombre. Uno se iniciaba en la violencia, una violencia política.
-Vuelvo a Mirlo: ¿qué lugar ocupa entre lo que publicaste?
-Cuando escribía este libro y pasaba de un cuaderno a otro, tenía la impresión de que era un libro póstumo, con un carácter testamental. Pensaba que sería lo último que iba a escribir, que no tenía más que decir ni contar. que era el final. Pensaba que era una manera de dar las gracias a la existencia: a pesar de las dificultades, he tenido una buena vida. Haber pasado por las experiencias que pasé… La más cruel fue la dictadura: sus consecuencias están a la vista hoy. Lo que ocurre es consecuencia de la dictadura, que se produjo con consenso de los partidos políticos. La dictadura impuso el miedo, el miedo al otro, el individualismo. Aquellos que pensaron a favor de la dictadura, que no fueron pocos, son los que les enseñaron a sus hijos y nietos que con la dictadura estábamos mejor. ¿Cómo explicás la pobreza más allá de las consecuencias reales de la desocupación y los despidos? Hay tres o cuatro generaciones que no pertenecieron a la cultura del trabajo. Podemos ir más allá pero te hablo de los últimos 50 años. La pandemia, además, encerró a los pibes en un momento en que necesitaban salir. Otro planteo sería la crisis enorme de representación que vivimos. A partir de estos aparatitos (muestra su teléfono) se dice cualquier cosa. No se puede resumir una discusión en treinta palabras. Entonces, no se está pensando. Hay una complejidad en todo esto que hay que pensarla y no se la está pensando. Se la piensa con los medios, que obturan la posibilidad de pensamiento. Tipos como (Antonio) Laje, (Alejandro) Fantino, (Luis) Majul, Jonatán no sé cuánto… Tipos degradables en su forma de expresarse, sin lenguaje. Bueno, así estamos.
-En medio de este momento caótico, apareció Mirlo.
-Este libro tenía como objetivo decirle a la gente que quiero, que la quiero. Puede sonar cursi. Tomé para empezar a mis amigos de Gesell. No puse sus apellidos para que no sonara figuretti. Por eso no puse que Juan era Forn o Adriana es Lestido. Lo más ponderado en el I ching es la modestia. Quería que Mirlo sea un libro modesto, corto.
Tal vez, en algún punto, Mirlo sea el I ching de Guillermo Saccomanno.