Escritor frenético, Pablo Ramos dice que tiene más escrito que publicado. Acaba de sacar un libro en homenaje a su amigo Gabo Ferro y prepara otro sobre una Virgen María con síndrome de Down. “Se armará un poco de quilombo”, suelta.

Por Alejandro Duchini
“Estoy con el delirio de escribir una novela sobre una virgen que tiene síndrome de Down”, le cuenta el escritor Pablo Ramos a este portal. Su vida sigue vertiginosa en cuanto a escritura. Dice que no para de escribir, porque escribir -para él- es como respirar. Acaba de publicar una suerte de carta de despedida a su amigo Gabo Ferro, fallecido hace cuatro años. Se titula El hambre y el arcángel (Alfaguara). Un homenaje a la amistad. Continúa con sus talleres literarios virtuales: “Tengo los cupos completos”, describe. Uno de sus talleres lo dicta de manera presencial en El Bolsón, la ciudad sureña a la que se mudó definitivamente a fines del año pasado. A la vez, se acaba de publicar un libro por demás significativo para él: el de dibujos de su hija Antonia, de 7 años. En la vida de Ramos nada es definitivo.
-La pandemia fue jodida, hermano. Tuve muchas pérdidas. La de Gabo y la de una tía que fue como mi mamá. La tía Laura. Murió y no pude despedirla. Fue más importante que mi mamá, y eso que mi mamá fue híper importante. Una vez me fui a El Bolsón y encontré que tenía una gran cantidad de lectores. Así que iba y venía a Buenos Aires, pero ahora decidí quedarme. Vivo en una chacra de 14 hectáreas que era de la abuela escritora de la dueña. Se murió a los 103 años. La casa está amueblada, con más comodidades que la mía en La Paternal, que se la alquilé a Marcelo Figueras. Un cambio. Y se suma mi lucha siempre contra la adicción. Vengo bien, vengo limpio. Me es mucho más fácil en El Bolsón. Y Buenos Aires no es que me desborda de ofrecimientos laborales. Ya tengo 58 años. Me gusta escribir, tocar. Me voy moviendo por el país y cada mes y medio ando por Buenos Aires. Andá a saber si no me mudo a Puerto Madryn.
Así arranca Ramos la charla. Y sigue.
-¿Vivís en un paraíso?
-No es que viva en el paraíso, ahora, pero la gente me quiere, me mima, hay árboles frutales. Me fui quedando, por amor. Estoy hace casi tres años y medio, hasta que el 31 de diciembre del año pasado me mudé con camión. Regalé lo que tenía en mi casa en La Paternal. De 3.500 libros, me quedé con unos 350. Regalé a bibliotecas. Tengo un horizonte de 300 o 350 libros que voy a releer. Antes leía 60 libros por año, hoy no llego a leer 20. No tengo tiempo.
-¿Qué cosas sentís que te cambiaron con la pandemia?
-Me descubrí con la capacidad de transmitir para que el otro pueda escribir. Hice un manual para talleristas, que lo regalo. Necesito devolver lo que el universo me regala: escribir es para mí un regalo del universo. Si ni el secundario terminé. Cuando era chico tuve una infancia difícil pero no dura. Cuando me iba a dormir… Si uno tapa a un chico con una frazada y un plato de sopa y con un “había una vez”, ahí le revitalizás la infancia. Eso me pasó con mi mamá.
-¿Estás conforme con el libro sobre Gabo Ferro que acabás de escribir?
-Ojalá no lo hubiese tenido que escribir y tuviera a mi amigo. Un año tardé en escribirlo y seis meses en corregirlo. Fue rápido porque estaba todo ahí, en mails que había intercambiado con él. El tema era cómo convertir las cartas o mails en un hecho destinado a los otros. De paso me expreso, porque al escribirle a Gabo fui dejando que la pluma engorde. No empecé un libro sino una carta a Gabo que tiene que ver con terminar un duelo pendiente. Me metí y me metí y me metí y ahí está.
-¿No parás de escribir?
-Tengo más escrito que publicado. Escribo mucho. Muy en borrador. Cuando me enfoco en algo, le doy. Yo sé que lo doy todo escribiendo, que soy un escritor potente. Soy un tipo que siempre sale narrando: salgo de las patinadas narrando. No soy un buen poeta pero en la narrativa sé de mi potencia, de mi manera de narrar, tengo confianza en que contarle algo a alguien es lindo. Esa confianza me la dio mi mamá. Siempre en mis novelas hay historias dentro de la historia.
-¿Sobre qué estás escribiendo?
-Tengo terminado un libro de cuentos. No le encontré aún título, pero espero publicarlo el año que viene y luego escribir una novela que titularé La contemplación de la eternidad. La tengo completamente en mi cabeza y siento que si no la escribo me voy a morir. Es sobre una Virgen María con síndrome de Down. Sé que se armará un poco de quilombo. En esta historia lo acusan a Gabriel (su personaje) de violarla. Se trata de una salvadora de la humanidad que nacerá en la Patagonia.
-Solés implicarte política y socialmente. ¿Cómo ves a la Argentina actual?
-Me pegó muy mal Milei presidente, tan mal que tuve una úlcera sangrante. Me estoy aislando todo lo posible para no verlo. La peor derecha que imaginé nunca era como ésta, como para debatir temas que para mí estaban resueltos, como el de la dictadura. Cuidemos los lugares de justicia social, no los ataquemos. La literatura y el arte nos son lujos. Son sustentos. De hecho, peleé el precio para que mi último libro cueste 22.900 pesos para que llegue a todos. Cuando era pibe, en vez de gastar la plata en una salida al cine me compraba un disco de John Coltrane; al menos yo hacía así. No es un hecho burgués la cultura, como dice este Gobierno que tiene comidas en los estantes que prefiere que se le venza a repartirla.
-¿Qué música escuchás y qué estás leyendo?
-Estoy escuchando los discos de Ernesto Snajer, mi gran amigo. La rompe toda. Y releyendo la obra de Santa Teresa, amén de los evangelios. Todas las mañanas rezo. Tengo una Biblia con las cuatro traducciones. Y sigo avanzando con mi estudio del hebreo. Para mí las religiones son muy importantes. Me hacen sentir parte de algo. Ahora llevo una vida tranquila. Me levanto temprano y hago cosas. Hoy, incluso, arreglé la heladera de mi amigo, soy buen electricista. Por eso no le tengo miedo a la vida. Yo voy para adelante. Acá estoy. Quizás para mí la fe es eso: la capacidad de soportar la duda, como decía (el filósofo Søren) Kierkegaard. Ese es mi don. Y la esperanza es para mí la seguridad de que al final habrá sabiduría.