
Por Hernán Carbonel
María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, Córdoba, 1954) es, desde hace tiempo, una de las voces más relevantes de la literatura argentina, autora de una copiosa obra novelística, cuentística, ensayística, pero también poética y para el público infantil y juvenil. Baste mencionar alguno de los múltiples premios que ha recibido: Konex de Platino, Lista de Honor de IBBY, Rómulo Gallegos, Premio Hans Christian Andersen, Fondo Nacional de las Artes.
Andruetto acaba de publicar Como si fuesen fábulas, una recopilación de textos breves que surgieron a partir de columnas de radio y que trabajan la condensación y la síntesis, las analogías entre diferentes historias reales sucedidas en distintos espacios geográficos y temporales, la relación entre lo individual y lo colectivo, la relevancia de la experiencia del narrar, el trabajo con la lengua y una profunda visión de lo humano. En esos temas se centró esta entrevista exclusiva para Azimut.
-Los textos de Como si fuesen fábulas, ¿antes fueron columnas de radio? ¿Cómo fue el proceso para que llegara a libro?
-Sí, hace nueve años que hago una columna semanal en el programa de radio Nada del otro mundo. Durante algunos años, en los que salía al aire por teléfono, tenía a mano algunas anotaciones y conversaba sobre eso con el conductor del programa. Después, con la pandemia, por las dificultades de comunicación propias de ese tiempo empecé a escribirlas, a grabarlas en el celular y enviarlas a producción. Eso me pidió de por si un trabajo de escritura y un formato que de a poco fui encontrando, un punto de extensión que me permitiera narrar una historia o un asunto real en un espacio tiempo acotado. Este libro es una selección y reescritura de algunas de esas muchas intervenciones, elegidas, enhebradas en una narrativa que tiene que ver, por así decirlo, con la otredad: Mujeres, originarios, expulsados, pobres, migrantes, negros
-Hay un notorio trabajo con la brevedad y la condensación ahí, similar a tu libro anterior, aún en la paridad entre historias que sucedieron en dos tiempos y espacios lejanos entre sí.
-Sí, hay mucha condensación, a veces el archivo en el que acumulo información para preparar el texto arranca con, por decir algo, treinta, cincuenta, a veces más páginas, sobre las que voy trabajando hasta llegar a este formato. Eso en cuanto al encuadre, y luego también está el dialogo que eso que quiero contar establece con mis lecturas, sobre todo, pero también con otras expresiones, formas del arte o experiencias por las que he pasado. Pero sí, me interesan mucho las formas, la restricción extrema en este caso ayuda, en la obligación que me puse de respetar ese encuadre, el texto adquiere una condensación que, en la expansión, me parece, perdería.
-El don de humanidad que encarnan ciertos personajes es conmovedor. Cómo y por qué los elegiste.
-Me conmueven desde siempre ciertos asuntos y ciertas formas de lo humano, unas veces por elección, otras por condiciones y circunstancias de vida ineludibles. Tiendo a mirar en los bordes sociales para aprender ahí algo de lo humano que desconocía, para ver no solo el dolor sino la lucidez, la renuncia de ciertas zonas de lo individual en beneficio de lo colectivo, la capacidad de crear belleza desde la carencia…
-Es un libro muy político desde un montón de aspectos. Me hizo pensar en cómo puede plantarse la literatura frente a ciertos temas y decir sin hacer barullo.
-Siempre me interesó la relación entre literatura y política, entendiendo la política como la palabra personal puesta en el espacio público. A la vez, desde el lugar más propiamente mío, que es el del trabajo con la palabra, me interesa una escritura que en su ambigüedad no obture sentidos, que permita ingresos diversos. Creo que lo verdaderamente político en la literatura no es la explicitación de unas ideas sino un trabajo con la lengua que nos ponga en cuestión, que haga estallar nuestros sagrados modos de pensar y de sentir.
-Hacés mucho hincapié en el sentido de comunidad, y su relación con la lengua, el lenguaje, el contar.
-Sí, memoria y relato. En el sustrato de toda forma de expresión artística y en toda comunicación está el relato, la necesidad de contarle a otro o a otros quiénes somos, qué deseamos, que vimos o qué vivimos. El relato esta sobre todo en la literatura, pero también en la pintura, en el cine, en la danza, en el teatro, en los videoclips, incluso en la música instrumental en su puro transcurrir, su puro tiempo. No hay comunidad sin relato de origen y tampoco hay identidad personal sin relato. La vida de cada uno de nosotros es un relato que nos contamos a nosotros mismos, un relato construido a partir de las propias experiencias y de múltiples relatos familiares y sociales.
-Y es, además, un hermoso ejercicio de la memoria (los muertos como una semilla de memoria, sin legado no hay sino naufragio).
Bueno, creo que la literatura es memoria, una de las formas mas intensas de memoria de los pueblos. Porque no nos trae la memoria oficial, el relato consolidado y sin fisuras, sino múltiples memorias de hechos reales o ficcionales. No la memoria oficial que tiende a lo univoco, a lo cristalizado, sino las múltiples memorias individuales, subjetivas, que en su multiplicidad y su singularidad complejizan la memoria colectiva.
-No pude evitar, mientras lo leía, pensar que muchas de las historias que contás funcionan en espejo con la realidad como país que nos toca vivir por estos días, como una forma de leerla desde otra perspectiva.
-Esa fue, te diría, la aguja que enhebró todos los relatos. Tiene que ver con cierto modo de entender lo pasado que, como tan a menudo vemos, no ha pasado. Para que vaya adelante, como sostienen ciertas culturas originarias, y nos enseñe. Un pasado que no se cristalice ni se vuelva de museo y se quede ahí quieto porque, aunque muchas veces no somos conscientes de eso, ese pasado está actuando en lo más. Pasado y presente. Rancière dice en alguna parte que toda la inteligencia consiste en la capacidad de relacionar una cosa con otra, eso intentamos.