“Una vez que publiqué, el alivio fue enorme”, le dice el escritor a Azimut. Su nuevo libro, La llorería, amenaza con ser uno de los más leídos en Argentina durante este año.

Por Alejandro Duchini
La llorería (Alfaguara) es el nuevo libro de Martín Sivak, quien con este trabajo ratifica su estilo que va entre la investigación periodística y la no ficción, como en este caso. Primero escribió El salto de papá (2017), en el que contó lo ocurrido alrededor del suicidio de su padre, el empresario Jorge Sivak, el 5 de diciembre de 1990, cuando se arrojó desde su departamento en la zona de Retiro luego de que se decretara la quiebra de su banco, el Buenos Aires Building. En La llorería, en cambio, la protagonista es su mamá, quien falleció de modo más lento a raíz de un cáncer. Pero también escribe sobre el dolor que le causó el abandono de una mujer y los sellos que le dejaron su amistad y trabajo con el periodista británico Sean Langan, quien no volvió a ser el mismo tras ser secuestrado por los talibanes, quienes le amagaban una y otra vez con simulacros de asesinato.
Pero al mismo tiempo, Sivak es autor de libros de tinte puramente periodísticos. Como Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales; El doctor: biografía no autorizada de Mariano Grondona; o Clarín. La era Magnetto, entre otros.
-¿Qué tanto te costó abrirte de nuevo de manera tan íntima?
-En mi caso se hace difícil escribir sobre cuestiones íntimas, como hice ahora con La llorería y antes con El salto de papá: fue incómodo, trabajoso. Pero una vez que el libro se publica empiezo a sentir un poco de alivio. Sólo que en este caso, cuando consideré el libro terminado y desde la editorial me pidieron una foto de mi mamá para poner en la tapa, empecé a buscarlas y lo que encontré fueron las cartas que ella le mandaba a mi papá, cuando estaba en la cárcel, en los tiempos de la dictadura. Fue como un shock, porque encontré a una madre y a un padre que no tenía en cuenta.
-¿Ahora te sentís más aliviado?
-Una vez publicado, el alivio estuvo. Lo que más me está pasando, y es una sorpresa, es recibir tantos mensajes de lectores desconocidos que me escriben por las redes sociales para comentarme la agonía de sus madres, el duelo por sus madres, o por separaciones dolorosas. Entonces compartir esa intimidad ha sido de las cosas que más me tocaron desde la publicación del libro.
-¿Qué secuelas te dejó la publicación de La llorería?
-Entre otras cosas, me dí cuenta de que lo más lindo de publicar un libro es cuando se reciben comentarios de los lectores, con ese nivel de intimidad que supongo que está un poco relacionado con haber compartido yo una intimidad. El alivio y esa cercanía con los lectores diría que son las cosas más importantes que me pasaron en estas semanas.
-¿Cuál fue la punta para escribir estas dos novelas tan personales?
-Si no hubiese visto esa biblioteca de libros sobre padres que tengo acá a unos metros, donde suelo trabajar, tal vez no hubiese salido el libro que salió sobre mi padre. Todo empezó con una lectura compulsiva de libros sobre padres: eso me dio más seguridad. Es más, creo que eso fue muy definitivo en decidirme a publicar.
-¿Y qué descubriste?
-Al principio, cuando me dije hay gente que escribió cosas muy buenas sobre padres, ¿por qué no hacerlo?, empecé como si fuese un documento privado, un diario. Yo no soy de escribir muchos diarios, solo había escrito un diario de viaje a los 18 años, cuando fui a Europa con un grupo de amigos, pero tampoco tan íntimo. Entonces, convertir ese documento privado en parte de algo público también tuvo como una tramitación larga, que incluyó una reescritura.
-¿Dudaste acerca de exponerte tanto?
-Yo soy muy de compartir los borradores de los libros, y lo mismo con mis notas de prensa. Corrijo y pido opinión. Entonces en una conversación larga con Gabriela Esquivada, que fue la editora desde el comienzo, encontré la seguridad de que valía la pena publicar este libro. O sea, tuve dudas, y las tengo, pero igual decidí publicarlo.
VIVIAN GORNICK COMO PUNTA DE LANZA
-¿Un libro que te haya marcado para escribir La llorería?
-Para mí fue muy importante en estos años Apegos Feroces, de Vivian Gornick. Si no lo leíste, te lo recomiendo. Es la relación de Gornick con su madre y las caminatas que hacen por Nueva York. Me impactó por la posibilidad de contar esa cercanía. De hecho, lo fui regalando a muchos de mis amigos y amigas. También me impactaron Karl Ove Knausgård y Emmanuel Carrère, que con su Una novela rusa me ayudó mucho a pensar este libro. Son autores que leo con interés.
-¿Escribiste de un tirón o te costó?
-La llorería lo escribí en seis meses. Tenía 600 páginas en su primera versión y en todos los años que pasaron quedó reducido a la mitad, con mucha reescritura, con mucho tallado. Con trabajos paralelos y demandantes no tenía el tiempo necesario para avanzar como hubiese deseado. Así que la escritura fue lo que más rápido me salió.
-¿Cuál sentís que fue, más allá de sacar algo de adentro, el objetivo de escribir este libro?
-Hay una expresión en inglés muy linda: la mamá de mi hijo mayor es americana y utiliza siempre una expresión que tiene que ver con traer a alguien a la vida. Y en este libro siento que traigo un poco a mi madre a la vida. Es algo que tiene que ver con esa pulsión de vida tan notable que tenía mi mamá en esa situación tan adversa de la enfermedad, en una situación muy precaria de ella. Tener esas ganas de vivir, esa pulsión de vida, eso fue un gran estímulo para escribir este libro. Era una de las cosas que yo más quería: traer a mi mamá a la vida. Y no solo a ella, sino también contar la vitalidad de Sean (Langan, periodista británico que es su amigo y con quien trabajó en varias ocasiones), quien se repuso, aunque con dolor, del secuestro y la permanente amenaza de muerte por parte de los talibanes.
-Su historia es una historia paralela a la de tu mamá.
-Hay una cosa de la amistad, que es algo que me apuntó Magalí Etchebarne, escritora amiga y la editora de Alfaguara. Ella me dijo que La llorería es sobre la amistad, y yo no lo había pensado. Es un tributo a mi amistad con Sean, y por varias razones.
AL PSICÓLOGO
-¿Hacés psicoanálisis?
-Me analizo, pero intento que mi análisis no esté en los libros. Son asuntos separados. Además, no creo que la escritura de un libro reemplace al analista. En todo caso, gracias al analista se puede escribir un libro.
-¿Qué diferencias marcás entre las muertes de tus padres?
-El deterioro de mi madre fue muy notable, como que me fui preparando más que para la muerte de mi papá, que fue obviamente inesperada. También con la muerte de mi mamá era más grande: cuando murió mi papá tenía 15 recién cumplidos, y con mi mamá 26. Hay algo en común en las dos muertes: es que decidí no ver sus cuerpos.
-¿Qué te llevó al periodismo?
-Cuando de chico decidí ser periodista, o me propuse ser periodista, lo que más me interesaba era cubrir América Latina. Mis primeros trabajos fueron por Bolivia para el semanario Brecha, de Montevideo. Entonces estudiaba e intentaba viajar todo lo posible. Mi primer trabajo fijo fue en la sección de internacionales del primer diario Perfil. Me interesaba viajar y conocer América Latina, después hice una maestría sobre Bolivia y después el doctorado sobre la historia de América Latina y me dieron una beca para hacer una maestría en Inglaterra. Todo eso me fue llevando por distintos lugares y situaciones. A veces sigo viajando: uno de mis trabajos recientes fue una nota larga sobre El Salvador, de donde acabo de volver.
-La profesión te permitió codearte largo tiempo con personalidades muy importantes.
-Pude entrevistar a líderes latinoamericanos como Evo Morales, lo que me permitió escribir Jefazo, a Hugo Chávez y tantos más. Con Morales viví más situaciones, como el viaje por la protesta contra el ALCA.
-Además, el periodismo te dio un amigo.
-Lo de Sean fue muy importante, en todo sentido. Porque lo conocí cuando era la estrella del Canal 4 y lo seguí viendo incluso después de que fuera secuestrado por los talibanes. Entonces era un Sean roto en cierto sentido. Nunca se sintió víctima de nada. Para mí, él fue una gran educación profesional y sentimental. Trabajar con él y ser su amigo fue y es muy importante, me provoca muchísima admiración. Seguimos hablando.
-En La llorería hay mucho de tu entrenamiento en el boxeo. ¿Qué te dio el boxeo?
-Durante la desesperación que sentí ante la separación me volqué al gimnasio y al boxeo en particular como una forma de descargar. Es literal que le pegaba a la bolsa y lloraba, le pegaba y lloraba. El boxeo me ayudó a organizar mi desesperación. Ya dejé de boxear, si es que se le puede decir boxeo a lo que yo hacía. Ahora mi actividad física consiste en salir a correr o jugar al fútbol los sábados. El boxeo me permitió entender el fanatismo de quienes boxean, que no pueden parar de hacerlo. Ese cuerpo a cuerpo no lo tiene ningún otro deporte.
////
PÁRRAFOS DESTACADOS DE LA LLORERÍA
“Le cuento que su abuelo tenía una frase para los que protestaban por perder un partido de fútbol: a llorar a la llorería”.
“Estoy en la puerta B37 y recuerdo la final de la Copa Nacional de 1978 entre Independiente y Talleres de Córdoba. El árbitro echó a tres jugadores de Independiente y los ocho que quedaron en la cancha amagaron con irse. Creían que estaba comprado”.
“Esos meses, cuando mamá dormía en mi cama y yo en un colchón en mi escritorio, no podía dejar de escuchar los tosidos. Los escuchaba —aún los escucho— y trataba de compararlos con los de la semana anterior para ilusionarme con los efectos de la quimio”.
“Mamá intentó lo que papá no pudo o no quiso. Quedarse”.
“En la clase de boxeo, en la que sentí que me estallaban los abdominales y los brazos, me descargué en la bolsa. Golpear, golpear y golpear esperando quedar exhausto. O hasta agotar el dolor, aunque sea una energía que no se extinga”.
“Quiso saber, por fin, cómo había muerto mi papá. Le dije que había saltado desde un edificio alto. Que su abuelo estaba muy triste y que había tenido una vida difícil. Me preguntó si yo tenía una vida difícil. Contesté que no, que tenía una vida muy linda”.
“A la noche visito a Marina y bajamos al río. Vemos la luna. Me pregunta si estoy llorando. Contesto que sí. —Ay, Martín —dice y se ríe. Es lo que necesito: que alguien no se tome en serio el melodrama”.
“Quería vivir lejos de casa, aprender, no trabajar de periodista o, mejor dicho, tomar un respiro. Me sentía cada vez más burro y escribía sobre muchos temas que desconocía o conocía muy por arriba. Me propuse pasar un tiempo sin expedirme en público sobre nada”.
“Frente al mismo acontecimiento —un divorcio—, él estaba mucho menos afectado que yo. Esa noche me quedé a dormir en el sillón de su primera casa de separado: había pocos muebles y una televisión grande. Me dio una remera azul de entrenamiento de la selección”.
“Armé la biblioteca sobre caminar y boxear”.



