Acaba de publicarse El secreto de Marcial (Destino, Planeta), donde el autor intenta dilucidar quién fue su padre. Y lo hace con las herramientas que más utiliza: el periodismo y la ficción.

Por Alejandro Duchini
Hay tres vetas literarias de Jorge Fernández Díaz. Una es la del periodista, a secas; El hombre que se inventó a sí mismo, genial perfil sobre Bernardo Neustadt, es un ejemplo.
El otro es el autor de ficciones, y podemos ir desde Corazones desatados o La segunda vida de las flores -muy recomendables- a las historias del ex agente Remil, el protagonista de varias de sus últimas sagas, como El puñal.
Y hay un tercero, donde mezcla ambas vertientes: el periodista que apela a la no ficción con un sutil toque de imaginación. El mejor caso es Mamá, aquella novela que se basó en entrevistas a su propia madre, Carmiña, y que se convirtió en un clásico del periodismo de este lado del mundo. El secreto de Marcial, que acaba de publicarse a través del sello Destino, de Planeta, es una suerte de complemento de Mamá. En este caso el protagonista es su padre, a quien define como la persona más insondable, desconocida y apasionante de las que se cruzaron en su vida.
Entre Mamá y El secreto de Marcial, Fernández Díaz indaga sobre su propio pasado, al que convierte como telón de fondo del relato. Sobre todo en este nuevo libro, que le valió el Premio Nadal 2025. Para contar a su padre, arranca con una escena (y un secreto que el autor llevará dentro suyo) que se diluye hasta convertirse en una serie de recuerdos que tienen como iceberg las películas de la época de oro de Hollywood. Fue la pantalla de tv la que unió la relación padre-hijo en un hogar complementado por una madre y una hermana con la que compartía una relación sólida. Pero además el barrio, las calles, los amigos y el hartazgo matrimonial que percibía entre sus padres.
Sin conocer demasiado de ese padre silencioso, Fernández Díaz se embarcó en la aventura de intentar descubrirlo a pesar de que muchos de sus conocidos ya habían muerto o estaban lejos: “Tal vez, pensé entonces, se pueda hacer con pura imaginación lo que no se puede lograr con periodismo narrativo, pero la faena a mí me parecía poco menos que imposible: la ficción no suele conseguir ese soplo errático y profundo de los hechos ciertos relatados sin guión ni pudor ni maquillaje, con esas necesarias imperfecciones que logra únicamente la reproducción cruda de la honda y caótica realidad”.
El secreto de Marcial es también una catarsis del autor frente a los cambios del periodismo y, si se quiere, el avance del tiempo en lo íntimo. Escribe que nunca pudo deshacerse “del miedo a la miseria ni de la agotadora dinámica del laburante sin límites”. Y que llegado un punto de su adultez, y golpeado por un desamor, optó por un cambio personal drástico: “Moría un descarriado que se había vuelto el soldado obediente de un reglamento rígido y correcto (objeto de satisfacción de otros), y nacía un huérfano más libre, más anárquico y más genuino, más desprolijo e independiente, más creativo e impetuoso. Más novelas y menos noticias, más ensayos y menos informaciones, más calle y menos redacción, cuando esas salas sucesivas habían sido justamente mi hogar, mi café, mi tertulia, mi facultad, mi refugio, mi laboratorio de todos los aprendizajes y emociones durante treinta años de servicio activo”.
Fernández Díaz tiene a su favor que escribe genial. Agarra al lector y no lo suelta hasta que el libro termina. Así, lo que cuenta, se lee con facilidad y ganas. Y lo que cuenta es que, palabras más palabras menos, los rompecabezas del pasado se pueden contar a través del tiempo.
Las últimas páginas del libro (a partir del Capítulo 6, Las sorpresas) son las que relanzan la historia. Las que sirven para resolver el misterio y despejar al lector. Se le avisa: amigo, hay más para contar, y es esto que sigue. Atrapado, uno no tiene más que seguir.
El secreto de Marcial -y es apenas una sugerencia- debería leerse después de Mamá. Pasaron quince años entre uno y otro; y en el medio muchas vivencias. Las suficientes como para que Fernández Díaz nos escriba esto: “Mi madre había sido una mujer inolvidable y mi padre, un hombre olvidado”.