Idea Vilariño: El colmo de las vivencias

Cuánto dolor puede alojarse en una persona, de cuántas maneras esa persona puede volverlo palabra, transformarlo en un hecho del lenguaje. Idea Vilariño es un gran espejo de cómo las calamidades personales, los amores difíciles –Calvino dixit–, el tiempo histórico que nos atraviesa pueden irradiar hasta transformarse en poesía.

A Idea, como escribió alguien por ahí, se la lee con urgencia y con necesidad. Por momentos pesimista, siempre escéptica, desolada y absoluta, pero a la vez vital, potente, dotada de tanto sentido. El miedo, el deseo, el amor –el desamor–, la rebeldía, la resignación, la ética manifestados con intensidad, con una libertad que no otorga concesiones. Sin énfasis, sin necesidad de estampar en los versos su gran bagaje intelectual, como quien observa un paisaje del que de pronto desaparecen las postas y el horizonte.

Había nacido en Montevideo en 1920, en una familia culta de clase media. Su padre, Leandro, militaba el anarquismo y era poeta, aunque nunca llegó a publicar sus obras en vida. En el nombre de ella y sus hermanas y hermanos se impregna la búsqueda espiritual y política de sus anteriores: Numen, Poema, Azul, Alma.

La de Idea ya adulta sería una vida de soledad elegida, de aprecio por el silencio. Vivió apartada, en su casa, casi sin conceder entrevistas, sin concurrir a eventos literarios ni prestar atención a los homenajes que se le rendían. No le eran ajenos los ejes que hacen girar nuestro paso por el mundo de los vivos:  la desolación, el absurdo de la existencia, la inevitabilidad de la muerte. Era una mujer conscientemente escindida “entre la pasión y el escepticismo, la obligación moral y el descreimiento”, como escribió Ana Larre Borges, su última editora.

Idea había publicado su primer libro a los 25 años. Serían, al fin, una decena de poemarios –sin contar las antologías– en los que, a medida que se iba reeditando, ella hacía agregados, correcciones, supresiones, nuevos órdenes, como un Hojas de hierba rioplatense. En 1954 tuvo el viaje iniciático a París, signo de aquellos tiempos para tantos escritores y escritoras sudamericanos, para empaparse del existencialismo, una actitud de vida a la que adhería, y donde conoció, por ejemplo, a Raymond Queneau.

Fue traductora (de Beauvoir, Sartre, Shakespeare), bibliotecaria, profesora de enseñanza secundaria –antes del golpe de estado del ‘73– y docente de literatura uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, después, ya en democracia. Se englobó en la Generación del 45, junto a Onetti, Benedetti, Ángel Rama, Mario Arregui (sí, el de “Un cuento con un pozo”), Emir Rodríguez Monegal y Carlos Real de Azúa, entre otras y otros. Parricidas, híper críticos, renovadores de un modo de leer y crear. Estuvo entre las y los fundadores de las revistas Clinamen y Número, y fue colaboradora de publicaciones como Marcha, La Opinión, Brecha y Texto crítico. Se dedicó al análisis de las letras de tango y compuso versos para canciones que hoy son clásicos de la música popular uruguaya: “La canción y el poema” (con música de Alfredo Zitarrosa), “A una paloma” (Daniel Viglietti), “Los orientales” y “Ya me voy pa’ la guerrilla” (Los Olimareños). No esquivó el compromiso político: marcada por la revolución cubana, militó en la izquierda y adhirió al recién fundado Frente Amplio, que haría historia en la política contemporánea del país.

Sabemos que un amor –un dolor– marcó para siempre su vida. Un amor y un dolor que tenían nombre propio, y era el de Juan Carlos Onetti. Se habían conocido durante una reunión de la revista Número, y las idas y vueltas, sinuosas entre lo más luminoso y lo más oscuro, duraron décadas. Él la llamaba “la mujer de sonrisa giocondina”. “Éramos dos monstruos”, describió Idea. Un día él le dijo que tenía que viajar a Buenos Aires para casarse con Dorothea Muhr, la mujer que lo acompañó hasta el último de sus días, allá en Madrid. A él le dedicó Poemas de amor. Ella estaba en Europa cuando se enteró que él le había dedicado su novela Los adioses.

“Sólo escribo en el colmo de las vivencias. No sé hacerlo de otro modo”, dijo alguna vez Idea. Está en “Ya no”, uno de sus poemas insignia: 

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quién fui

por qué me amaron otros.

No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca

ni si era de verdad

lo que dijiste que era

ni quién fuiste

ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido

vivir juntos

querernos

esperarnos

estar.

Ya no soy más que yo

para siempre y tú

ya

no serás para mí

más que tú. Ya no estás

en un día futuro

no sabré dónde vives

con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca

como esa noche

nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.

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