Horacio Convertini: “Terminar de escribir un libro es como rendirse frente al texto”

Su novela La exactitud del dolor es una de las finalistas para el Premio Dashiell Hammett que se entregará en la Semana Negra de Gijón. No para de publicar historias de calidad. En esta charla habla de la escritura y del periodismo que aún ejerce.

El escritor y periodista Horacio Convertini dio otro paso firme en cuanto a su perfil literario. Su novela La exactitud del dolor (letras del Plata) fue nominada como candidata al Premio Dashiell Hammett como mejor novela en español publicada en 2024. El premio, de ganarlo, le será entregado en la prestigiosa Semana Negra de Gijón, que irá del 4 al 13 de julio próximo. Esta nominación fue una gran alegría, le contó a Azimut durante la extensa charla que se reproduce a continuación. Convertini viajará a España no sólo por la premiación, sino porque el encuentro de escritores del género negro en español es una suerte de meca para ellos.

“Es una feria que me gusta mucho. La semana negra de Gijón es la más importante de género negro en habla hispana. Ya es una tradición”, dice sobre esta propuesta creada en 1987 y en la que Convertini ya ha sido premiado. “Tiene un clima extraordinario. De camaradería. Es fantástico. No hay ningún festival de género negro que se le acerque en ese sentido. Por la cantidad de escritores que van, por dónde se realiza: en unas instalaciones al aire libre en el puerto de Gijón, frente al mar. Está al costado de una feria de diversiones. Tenés la vuelta del mundo, el tren fantasma. Y puestos de comida, puestos callejeros diversos. En medio de todo eso, puestos de librerías al aire libre en donde podés comprar libros de novela negra por un euro”, describe. Y agrega que hay miles de libros, viejos, nuevos, carpas con autores que hablan y lectores que los escuchan. Un mundo para los amantes de la literatura negra que empieza a la tarde y termina, como no podía ser de otra manera, por la noche. “La verdad, es un lugar precioso para ir”, se entusiasma. “Es una fiesta increíble”.

“Las elecciones siempre son subjetivas”, opina como para bajarle un cambio a la posibilidad de ser el ganador del premio que también tiene como candidato al Tango del torturador arrepentido, de Carlos Salem, otro argentino que en este caso juega de local: vive en España desde 1988. Sin embargo, dice Convertini: “Me gusta mucho cuando esa arbitrariedad, como el VAR, dice que fue penal para mí. Pero tampoco es para que me sienta estar a un metro del suelo. Sería un error que pasara eso”.

Convertini tiene una trayectoria multipremiada como escritor. Ganó el Municipal de Literatura de Buenos Aires por su libro de cuentos Los que están afuera y el Azabache (Argentina) y Memorial Silverio Cañada (España) por La soledad del mal. Por El último milagro, el Extremo Negro-BAN. Esta novela fue la base de la serie Lo que sea, cuando sea, producida por Disney y estrenada en streaming el año pasado. 

El último milagro además fue finalista del Hammett en 2013, pero el ganador fue Alexis Ravelo, un escritor de Canarias que presentó La Estrategia del Pequinés: “Yo no lo conocía ni lo había leído a Alexis. Lo conocí ahí. Era un tipo extraordinario. Amanecimos varias veces en el Hotel Don Manuel, que es el hotel que nuclea a casi todos los escritores, pasados de alcohol y cantando tangos. Cuando compré su novela me dí cuenta de que era buenísima. Yo también hubiese votado a La Estrategia del Pequinés. Era un escritor fantástico. Y lo hablo en pasado, lamentablemente, porque falleció hace muy poquito (30 de enero de 2023). Dejó inconclusa una obra que pintaba para ser extraordinaria”. “Volver a ser finalista del Hammett es volver, de alguna manera, a recordar a Alexis Ravello”.

-Se te suele presentar como un escritor de policiales. ¿Pero cómo te definís?

-Yo escribo novelas y cuentos que, circunstancialmente, en ese orden casi comercial en el cual a veces se cataloga la literatura, sobre todo para ordenar los libros en las librerías, uno diría que es policial o negra. Pero no toda mi literatura es exactamente negra. Hay algunos textos que sí se encuadran más dentro del género y otros que están casi en los bordes. Algunos, con buena voluntad, podríamos incluirlos dentro del conjunto de novela negra. Yo trato de no pensar en mí como autor de un género, pero también es cierto que sobre uno opera la mirada de los otros, y la mirada de los otros me ubica dentro de ese género. Entonces tampoco voy a ser tan exquisito de decir que no soy parte de esto. A veces lo soy, otras veces no.

-¿A vos qué te pasa con eso? ¿Te molestan esas calificaciones?

-No, no me molesta, de ninguna manera. Sé que muchas veces, porque soy periodista además, en el ejercicio periodístico, y entiendo también que en el ejercicio del marketing y en el ejercicio comercial, se necesitan etiquetas. Igual que cómo se distribuyen los productos en la góndola de un supermercado, que no se distribuyen al azar. Y probablemente en algunos elementos agrupados en una góndola sólo esté una parte de su contenido, no la totalidad. Por ahí en esa agrupación haya elementos que no son del todo parecidos. Es una necesidad de orden y a mí, en ese sentido, no me molesta.

DIFERENCIAS

-¿Cuál es la diferencia entre policial y novela negra?

-La novela negra es un conjunto que engloba a otro más específico, que es la novela policial. La novela negra es una novela de corte realista que trabaja temáticas vinculadas al crimen. La novela policial es algo mucho más específico, que también es una novela de estilo realista que trabaja temáticas vinculadas al crimen, pero que están más vinculadas con la resolución de un enigma a través de una investigación.

-¿El género es menospreciado por su condición de popular?

-El género policial y la novela negra surgieron como literatura popular, incluso desde lo físico, de cómo eran los libros. El origen del género negro está en el pulp. Ese es el género norteamericano de revistas y de libros fabricados con la pulpa del papel, que era lo más barato. Eran libros o revistas con un papel muy amarillento, muy tosco, que se producía todo el tiempo y se vendía a precios muy baratos, por monedas. La ciencia ficción y el terror también vienen del pulp, están en el universo pulp. Por ejemplo, El zorro, el famoso personaje que todos conocemos a través de la serie de Guy Williams, viene de ahí, de la literatura pulp, de principios del siglo pasado. Apareció en la revista Black Mask. Era literatura que consumían los trabajadores, era literatura que se compraba barata. El western también viene de ahí. Los estudiosos del género negro norteamericano lo relacionan como una derivación del western, al que se adapta en el siglo XX. Desde su origen ya es un tipo de literatura para que consuman las clases populares, por precio y básicamente por temática. Se entendía que era la temática que más podía llegar a entretener a la gente popular. Había una distancia con la cultura aceptada por la academia: eran otro tipo de libros físicamente, y eran otro tipo de temáticas, y eran otro tipo de autores. De hecho, los principales autores de género negro o de género policial, desde Conan Doyle hasta Chandler, se sentían injustamente discriminados o despreciados o ignorados por la alta literatura. Percibían que no eran bien apreciados. Conan Doyle no quería ser famoso por Sherlock Holmes, sino que quería ser famoso y quería ser reconocido y ser nombrado caballero, ser nombrado por su obra como historiador y sus libros sobre la guerra de los bóers y no por sus libros sobre Sherlock Holmes. A Chandler le pasaba más o menos lo mismo: creía que era uno de los mejores escritores norteamericanos de su tiempo y, sin embargo, nadie se lo iba a reconocer porque escribía policial. 

-¿Todavía es así?

-Esa barrera se fue borrando cuando los franceses empezaron a publicar a los principales autores de género negro en editoriales prestigiosas como Gallimard. De hecho, un autor muy importante como John Banville escribe novela negra con el pseudónimo de Benjamin Black. Cuando recibió el Premio Princesa de Asturias (en 2014), fue por la totalidad de su obra. Esa discriminación, esa especie de subestimación hacia el género negro, se perdió.

-¿Pensás en el género al empezar a escribir?

En mi caso, cuando prendo la computadora y me pongo a escribir, hay varias cosas en las que no pienso. Primero, no pienso en el género, porque para mí, insisto, el género es sobre todo un lugar en los anaqueles de las librerías. Segundo, no pienso si va a ser un texto de consumo popular o de consumo más elevado. De ninguna manera. Pienso en el texto que me va a interesar a mí como lector y a mí como escritor. 

FICCIÓN Y PERIODISMO

-Al escribir ficción, ¿qué diferencias encontrás con la escritura del periodismo?

-El periodismo está limitado por la información que hay que transmitir, que sea entendible del otro lado. En esa información no se puede poner todo lo que se sabe de un determinado tema, sino que se está atado y circunscripto a un espacio específico dado por el medio para el que se trabaja. Y hay que utilizar las herramientas narrativas que exige ese medio. Es algo que no determina uno, sino que está determinado por un producto comercial que es un diario, una revista o un sitio web que fundó otra persona que estableció criterios editoriales específicos relacionados con el tipo de público al que quiere apuntar. Con lo cual, el periodista tiene la cancha marcada por todas estas líneas. La literatura no. La literatura es un territorio de libertad. En ese territorio de libertad no hay límites de extensión, ni límites morales, ni límites de ningún tipo. El escritor es el creador de su propio mundo, en el que manda él. No pasa así en el periodismo, donde además está la obligación de ser lo más claro posible con el lector.

-Tenés una larga trayectoria en el periodismo y otra larga pero más corta en la literatura. ¿En cuál te sentís más cómodo y cuál te gusta más a tus casi 64 años?

-Más cómodo me siento con el periodismo, porque después de 41 años de ejercer de manera ininterrumpida el periodismo gráfico sé lo que tengo que hacer ante cada desafío que me plantea el oficio. La literatura siempre, por definición, es más incómoda porque el desafío no viene de afuera, sino que el desafío se lo plantea uno. La clave, el pulso, el corazón de la literatura es la incomodidad. En cuanto te sentís cómodo con tu producción literaria, ahí se te deberían empezar a encender las alarmas. La incomodidad, tanto del que escribe como del que lee, es fundamental en la literatura.

-¿Te definís más como escritor o como periodista?

-A mí lo que más me define, casi por prepotencia de tiempo y de trabajo, es el periodismo. Llevo, insisto, 41 años sin parar trabajando en redacciones, y gran parte de mi agenda diaria está vinculada a resolver cuestiones que tienen que ver con el periodismo. La literatura, e incluso la escritura de guiones, son espacios distintos que me hacen muy feliz, que me dan muchas satisfacciones, pero que en la foto de hoy siguen estando como satélites de otra actividad principal, que es el periodismo. Si me preguntás si me siento escritor, te digo que sí, que claro que me siento escritor, por muchas razones. Básicamente porque tengo una producción de libros importante, porque formo parte de un ecosistema, porque vas a una librería y encontrás un libro mío, pero si debiera definirme, en primer lugar, todavía seguiría poniendo periodista.

INCOMODIDADES

-Antes hablabas de la incomodidad en la literatura, ¿cuál es la diferencia entre incomodidad e insatisfacción cuando terminás un libro?

-Es muy difícil sentirse plenamente satisfecho con lo que uno hace. Alguien dijo alguna vez que uno publica para dejar de corregir, y estoy de acuerdo. Uno está todo el tiempo corrigiendo, y publicar es una forma de rendición frente al texto. Más que de satisfacción absoluta, es de rendición: esto es lo que pude hacer, ya no lo puedo tocar más, no lo quiero tocar más, me cansé, esto lo publico. Como soy muy autocrítico, como modo de prevención, no vuelvo a leer los textos que publiqué hasta un año o dos o diez después. Y cuando los vuelvo a leer me encuentro con zonas que me ponen muy feliz, y digo mira qué bien esto, mira qué bien aquello. Y probablemente me encuentre con zonas antes las que digo acá tendría que haber resuelto de otra manera. No lo digo desde un lugar de autoflagelación, no me voy a comprar un látigo de siete puntas para darme en la espalda, de ninguna manera. Lo que me digo es bueno, mira acá, esto estuvo bien, esto lo tendría que haber resuelto por ahí un poco mejor. De hecho en El refuerzo agregué un capítulo y cambié el final. En El misterio de los mutilados, la novela que se acaba de republicar por Sudamericana, también cambié el final. Es que al releerla encontré que necesitaba hacer algunos ajustes, incluso dentro de la satisfacción que me dio volver a reencontrarme con esos textos.

-¿Por qué cambiás lo ya publicado?

-Bueno, porque es mío, es algo sobre lo que yo puedo crear, entonces ahí vuelvo a subrayar la idea de la libertad, la idea de un espacio de independencia. Cuando uno publica una nota, y vuelvo al periodismo para comparar, ya está, fue, se lee dentro de diez años y uno como autor dice tipié mal esta palabra, o acá tendría que haber resuelto de otra manera, y ya está. Porque de última lo que importa en esa nota es la información; importa la forma, sí, pero lo más importante es la información. En la novela lo que importa es la forma más que lo que se cuenta. Yo no cambié la información de El refuerzo, no cambié la información de El misterio de los mutilados. Cambié la forma. No le tengo miedo a eso. Es como agarrar y decir, bueno mirá, yo no cambié la forma de mi casa, pero por ahí dentro de dos años decido pintar todo de otro color. O sí, tiro una pared abajo y junto el living con la cocina porque me parece mejor, más práctico, o me interesa más en ese momento tenerlo así. Pero la forma de la casa es la misma. 

-¿Te ves de acá a unos, ponele, cinco años, primero como escritor?

-Tal vez en algún momento ponga escritor primero, porque a lo mejor en el periodismo me jubilo y, apartado de los medios, baje la intensidad de mi conexión con ese oficio y quede en primer lugar la escritura literaria. Lo que tengo claro es que de acá a cinco años no voy a estar trabajando en periodismo con la misma intensidad con la que trabajo ahora. Es probable que siga conectado de alguna manera, con notas ocasionales, o con otro tipo de trabajo, pero no como conductor de una publicación, como hago desde hace diez años con la revista Viva. Me imagino más corrido del eje y con mucho más tiempo, mucha más cabeza y mucho más empuje puesto en la literatura.

ORGANIZACIÓN

-¿Cómo te organizás para alternar un trabajo con el otro?

-El espacio que le doy en mi organización diaria a la literatura es el de la mañana, muy temprano. A veces a las seis ya estoy escribiendo. Ese es el momento en que me siento más tranquilo, más desintoxicado de la agenda cotidiana, y también, de alguna manera, es el momento en que más rindo. No soy una persona noctámbula. Mi cabeza a la noche no funciona y a la mañana sí. En cuanto al periodismo, y como formo parte de una redacción que tiene sus rutinas establecidas, el marco está muy claro. Como también tengo la responsabilidad de una jefatura, los límites horarios no siempre son tan tajantes. Me encuentro a veces haciendo cosas vinculadas a mi trabajo periodístico a la noche o tal vez a la primera hora de la mañana. Es así como me organizo. 

-¿Y la lectura?

-La lectura, cuando aparece, aparece más en el fin de semana. Siempre tengo un libro o dos en la mochila. Ahí cumple una función clave el colectivo, el subte o el café mientras espero una reunión con alguna persona. Siempre procuro llegar media hora antes para tener esa media hora de lectura.

-¿Qué valor sentimental, y también si querés intelectual, le das a la lectura?

-La lectura fue una actividad que me hizo muy feliz siempre, desde chico. Iba al colegio a la tarde, pero me despertaban a la mañana, a eso de las 9, y me traían la leche y una revista. O un libro. No porque mis viejos fueran lectores, que no lo eran, de ninguna manera. Mi vieja no completó la escuela primaria y mi viejo tenía sexto grado. Ellos, la generación de mis viejos, estaban convencidos de que el estudio y la lectura iban a lograr de sus hijos lo que ellos no habían podido hacer. Entonces había un legado que tenían que transmitir. Mis viejos, al no tener una formación fuerte, no sabían qué comprarme para leer. Les alcanzaba con que yo leyera. Y les alcanzaba con conseguirme cosas para que yo leyera. Eran lecturas algunas informales, otras, por ejemplo, historietas. Todas las que te imaginarás de esa época. Su búsqueda era al azar. Me traían libros muy curiosos. Libros de una colección ilustrada de Sigmar. Unos libros grandes, muy lindos, no sé dónde habrán quedado. Por ejemplo, me traían La Ilíada y la Odisea en una versión para niños, muy linda. Y me traían la biografía de Toro Sentado, el jefe indio norteamericano. O Buffalo Bill. Por ahí andaba la cosa. Después fueron apareciendo los libros más formales, con Julio Verne, con Emilio Salgari. Fue como ir armando un proceso de lectura muy caprichoso y caótico. Hoy sigo siendo un lector caótico.

-¿Disfrutás la lectura?

-Muchísimo. Oscilo entre leer algo que por alguna razón se está comentando en el ambiente y recuperar algún clásico que se me escapó, o que leí hace tiempo y necesito leerlo con otros ojos. Eso lo hago menos. Básicamente, lo que busco a veces, casi deliberadamente, es leer gente que no escriba lo mismo que escribo yo. Por ejemplo, leo muy poco novela negra. Leo, por ahí, lo que escribe gente que conozco y que me gusta. Pero en general busco leer literatura que no sea novela negra.

EL LIBRO ES PERFECTO

-¿Siempre en papel?

-Siempre papel. Creo que el libro de papel es un elemento perfecto. No necesito batería, puedo subrayar y puedo hacer orejitas en el papel. Eso me encanta. Voy acumulando señaladores de cartón, de esos que te regalan cuando comprás un libro, y los voy usando uno tras otro.

Los que leyeron este relato, opinaron...

Un escritor de la realidad y la ficción

Siempre me viene bien “escucharlo” a Convertini. Lo descubrí en New Pompey y me gustó mucho. Ese barrio, también el de mi adolescencia, aparece como lugar donde ocurre una historia tremenda. Me gustó la nota, admiro la cantidad de textos publicados, se nota un escritor ordenado (yo no lo soy) y coincido con él en que uno se rinde frente al texto terminado. Me pasa lo mismo, no quiero seguir trabajándolo más. Voy a leer esta novela “La exactitud del dolor” ( qué buenos títulos que le pone Constantini a sus novelas/cuentos, son entradores, se nota ahí lo periodístico. Bien por él)

Cristina Ibáñez