Florencia Etcheves es autora, entre otras obras, de la saga policial del comisario Juánez formada por La Virgen en tus ojos, La hija del campeón y Cornelia. La primera y la última fueron llevadas a la pantalla, con gran éxito, protagonizadas por Joaquín Furriel (La corazonada) y Luisana Lopilato (Perdida).
Fue cronista de policiales junto a Enrique Sdrech en canal 13, y luego presentadora de noticias en TN hasta el 2018, cuando decidió dedicarse de lleno a escribir. Hablamos de sus primeras lecturas, el erotismo y la homosexualidad en la literatura, la influencia de la tecnología en los tiempos narrativos, y el punto de inflexión que significó la marcha Ni Una Menos en 2015.
Por Felicitas Ilarregui
-¿Venís de una familia lectora?
– Me acuerdo de papá y mamá leyendo. No porque pertenecieran a una elite cultural, lejos de eso, pero había biblioteca en mi casa. En esa época, no había internet. La televisión era bastante restringida. Tampoco había tantos programas para niños, algo a la mañana. Entonces para mí leer era una megadiversión. Mamá me compraba la revista Billiken o Anteojito. También agarraba los libros de la biblioteca y no entendía nada. Entonces mamá empezó a comprar libros para mi edad. Si vos me preguntaras cuál fue el primer libro que leí, yo te voy a decir Mujercitas. Estoy casi segura de que lo leí un poquito más grande, pero en mi cabeza fue el primero porque es el que más me marcó. La historia, esas hermanas. Es una novela coral y a mí me gusta escribir coral. Tal vez fue el primero en el que entendí lo que era esto de la lectura. Después me fui comprando muchas ediciones porque le tengo un cariño enorme. Tengo libros repetidos de Ana Karénina, que leí más adelante. Y Moby Dick, que lo leí a principios de este año. Enloquecí.
-¿Por qué?
– Fue algo muy loco. A mí me gustan muchísimo las historias de piratas, todo lo que tiene que ver con aventuras. Si esta nota estuviese siendo hecha en otra época, te diría que a mí me gustan las historias de varones. Hoy no existen historias de varones y de mujeres, lo tengo clarísimo. Mi personaje de ficción favorito es Tom Sawyer. Me gustan las de zombis, cuestiones apocalípticas, de supervivencia. Y Moby Dick tiene piratas, el mar, las ballenas a las que amo con locura. No entiendo cómo no lo había leído. Los clásicos tienen eso que a veces pareciera, para el que a lo mejor no es muy lector, que es aburrido o difícil. Bueno, no. Leé Ana Karénina, es la historia más feminista. No podés creer que un ruso, y en esa época y un varón, haya escrito una historia de feminismo y de liberación femenina.
– Ítalo Calvino afirmó que siempre tienen algo para decir
– Y no pasa de moda, es inoxidable. Hay cuestiones que son transversales porque son clásicos universales: la lealtad, la pasión, la traición, la supervivencia. Son conceptos que se aplican a la literatura, en la vida, en todo tipo de formatos, a la hora de contar historias, pero que también están en el día a día. Y estos autores tienen algo para decir sobre eso. Hay que escribir así… Todos podemos tener algo para decir de la lealtad, del honor. El tema es cómo lo decís. Por eso no todos escribimos clásicos.
– En Moby Dick, el protagonista relata un momento de amor con un hombre a fines del siglo XIX.
– Es una novela profundamente homoerótica. Y varios de los personajes en esta travesía en el barco, no se dice concretamente, pero te das cuenta de las relaciones homoeróticas y homosexuales que tenían. Eso es lo interesante, la normalidad con la que lo cuenta. Porque si lo dijera juzgando, señalando o con sorpresa no te resultaría raro tampoco teniendo en cuenta la época. Temas que pareciera que hoy escandalizan. Bueno, tenemos que barajar y dar de nuevo, me parece. La primera parte cuando es todo el debate de si se mete o no se mete en la cama con él… El miedo que tenía ese muchacho de que le gustara, ¿no?
-¿Qué literatura policial fue para vos un parteaguas?
-Todo Agatha Christie. Además, en estos libros clásicos, como en Chandler o en Hammett, no existían todos los gadgets tecnológicos actuales que tienen las novelas policiales de hoy que te condicionan. No existía el ADN, ni Internet, ni WhatsApp. El investigador o el policía era el sabueso que olía y tenía que ir puerta por puerta. Quien escribió la novela tenía que armar toda una ingeniería enorme para que esta persona le pasara un mensaje a otra. Eso se llevaba dos capítulos y la inteligencia de los autores y autoras para que fueran interesantes.
-Ese arquetipo del sabueso lo mantenés, salvando algunas diferencias, en Juánez.
-Pasa que la tecnología avanzó mucho en muy poco tiempo. Yo escribí La Virgen en tus ojos en el 2011 y se publicó en 2012. No existía WhatsApp. Cuando muchos años después trabajé en el equipo de guion para adaptar la novela para Netflix, la volví a leer porque ni me acordaba. Me di cuenta de que un montón de cosas en esa novela con WhatsApp o con un smartphone se resolvían. Las novelas que estamos escribiendo hoy probablemente en diez años queden viejas en ese sentido.
-Van a quedar como un testimonio documental.
-Y viejas. Igual, importa nada. Estábamos hablando de Moby Dick. No me estoy comparando con un clásico por Dios, vade retro Satán. Digo que quedan viejas en ese sentido. Pero uno puede leer libros escritos en los 60, sabés que están en esa época y no te hace ruido que no haya WhatsApp. Yo empecé a escribir La cocinera de Frida en México en el 2019, 2020. Y me vuelvo a Argentina porque ya se veía que estaban por cerrar todo por la pandemia; viste que los que volvían de México o Estados Unidos tenían que hacer dos semanas de aislamiento. La novela está escrita en dos tiempos: pasado y presente. Cuando yo me siento, me pregunto qué presente. Generalmente uno usa el presente que está escribiendo o le ponés el año en el que se va a publicar, que generalmente es uno o dos después, donde uno sabe que las cosas no van a cambiar demasiado. Pero era 2020 y no sabía si podía poner 2022 bajo esto de “las cosas no van a cambiar demasiado”. No sabíamos si el mundo iba a ser efectivamente otro. Tampoco podía fecharla en 2020 porque no era de pandemia la novela; los personajes tenían que viajar, no me servía. La feché para atrás, 2018 creo, porque sabía que por lo menos al momento en el que yo la estaba escribiendo, no había cambiado tanto.
-En el caso de Juánez, él no se supedita del todo a los cambios tecnológicos.
-Él era así, pero después fueron pasando los años, y como yo hice tres novelas con él, ya empezaron a aparecer esas cuestiones. Entonces para que no quedara todo tan atemporal traté de que él siguiera teniendo ese espíritu, que en las novelas posteriores es forzado. Hoy no se me ocurre cómo meter el recurso de la inteligencia artificial en una novela, por ejemplo. Digo, que la utilicen los protagonistas de la novela, no que yo escriba con inteligencia artificial. Más allá de que por contrato firmás que no, no me interesa. Yo quiero escribir. No estoy minimizando la inteligencia artificial porque ni siquiera la entiendo. Pero quizás en un futuro muy próximo mis personajes vayan a usarla. Por eso quiero empezar a entenderla. A lo mejor hay algo en todo eso que puede enriquecer una trama policial.
-Además del desafío de escribir La cocinera de Frida en un “presente-limbo”, te fuiste mucho más atrás en tiempo y espacio.
-Es una novela mexicana en todo sentido, es de Planeta México. Yo nunca me había ido tan atrás: 1938, 39, 54. Fue todo un desafío que no pareciera una novela histórica, una biografía o una investigación periodística porque es una novela policial. Sin embargo, tiene mucha investigación periodística e histórica para el verosímil de la ficción. La estuve trabajando mucho allá por lo que te diría que toda la parte del pasado de esa novela tiene un gran porcentaje de rigor histórico. Por supuesto que la cocinera no existe y es una especie de artificio dentro de la de la trama del pasado. Si no, era la historia de Frida y yo no quería contar su vida. Necesitaba tener el policial en presente porque en pasado no iba inventar a Frida asesina, un delirio, eso ya iba a romper el verosímil. Necesitaba una suerte de viajero en el tiempo que haya estado allá y acá. Tuve que empezar a hacer cuentas y poner un personaje de ficción que pudiera navegar con comodidad en los dos mundos.
-¿A qué creés que se debe la pasión por Frida?
– Creo que tiene que ver con la pasión que tenemos las personas por el amor, el desamor, el culebrón. Esto de que sea ella la que lo amaba con locura y él que era un machote. Todo eso es medio fantasía y en la novela te lo tiro por lo bajo. Ella era la reina del drama, de la manipulación. Fabulosa, encantadora como pocas. Hacía lo que quería con Diego, era muy sumiso. Él tenía un poder de seducción enorme; las mujeres más bellas de México caían a sus pies. Frida provocaba lo mismo y hacía uso de eso en otros señores también. Ambos sabían de las relaciones fuera de la pareja. Frida se hacía amiga de las amantes Diego y viceversa, pero él era más tímido. Son los creadores del poliamor, te diría. Ella mantenía relaciones sexuales con hombres y con mujeres. Todo el mundo lo sabía y no le importaba que la señalaran. No tenía problemas con su cuerpo o con sus cicatrices. Es una mujer que la ponés hoy y aún escandaliza. Me encontré con un huracán. Esa era la Frida que yo quería contar. A la novela la presentamos primero en Guadalajara. Imaginate, una argentina escribiendo de Frida en México. Para mí era mi final de Mundial. Fui recibida fabulosamente. Hice más de cincuenta clubes de lectura allá.
-Tus personajes, sean víctimas o victimarios, no entran en categorías maniqueas. ¿Cómo trabajás los matices?
– Los pienso mucho. A veces escribo coral, a veces no. Pero trabajo todas las novelas como si lo fueran. Los personajes me parecen importantes no solamente en función de la trama, están ahí para hacer algo y eso tiene que ser interesante. Me importa mucho cómo lo hacen y cómo llegan a hacerlo porque hay muchas maneras de hacer algo determinado, pero cada persona lo va a hacer distinto. ¿Y por qué? Porque cada persona es diferente. ¿Y por qué? Porque todos tuvimos felicidades o dolores distintos. ¿Cuáles? Todos nacimos en lugares distintos. ¿Dónde? Y ahí empiezo a tirar para atrás. A veces me pasa que me aburro. Por eso a mí me gusta escribir en dos tiempos: pasado y presente. O el arco dramático de un personaje y otro. Intercalo los capítulos. Años de hacer policiales me enseñaron que el hecho de ser víctima no te convierte en buena persona. Podés condolerte sin convertirlo en otra persona que no fue. Pero si fuiste víctima de un delito, merecés que se investigue y haya justicia. En quién fue, en cómo la construís, también estás construyendo la trama porque en una novela policial, distinto de cómo es en la realidad, no en toda, pero en la gran mayoría, esa persona no fue víctima porque sí. En un policial, tenés que saber de la víctima y del victimario. Tenés que ponerlos a jugar, en tensión. Aunque esté muerto, no importa. Es el protagonista de tu main question: ¿quién mató a? Yo trabajo así, no digo que sea un protocolo, a mí me sirve. Hasta los más mínimos detalles: qué le gusta comer. Tengo cuadernos de personajes a ese nivel de “loquita”. Y probablemente gran parte no va a aparecer, pero ya lo sé, y a mí me ayuda eso.
-¿Qué descubriste y seguís descubriendo a partir del Ni Una Menos del 2015?
– Empecé a darme cuenta de lo que era el feminismo. Y de que las mujeres somos machistas. Yo lo he sido mucho y sin dudas debo seguir teniendo muchísimas machiruleadas porque esto de que uno se deconstruye de un día para el otro es mentira. Es un proceso que, sobre todo a mujeres de mi edad, probablemente nos lleve toda la vida. Empecé a darme cuenta de que muchas de las cuestiones que a mí me interpelaban en la adolescencia, en la juventud o cuando empecé a trabajar tenían que ver con algunos preceptos feministas. Recuerdo cuando se cubría lo que se llamaba “crimen pasional”. Yo le decía así. Me llegaban al canal denuncias de mujeres que se habían ido de la casa porque el marido les pegaba. Y yo decía: “Bueno, pero eso es un problema de pareja, no hay que meterse”. Pero si hay uno acá, otro allá y más allá esto ya no es un problema de pareja. Hay un problema colectivo. Yo me hacía todos estos planteos. No tenía el vocabulario ni las herramientas. Ahí es cuando en el 2015 empezamos a organizar esa marcha con colegas que sí militaban en el feminismo. Yo siempre estuve a favor del aborto legal. No entendía por qué era un delito. Entendía que era una práctica médica. ¿Y por qué era ilegal si teóricamente estaba para salvar a las personas? Todas hemos acompañado a alguien a hacerse un aborto o hemos escuchado historias de abortos. Cuando empecé a escuchar a feministas, que sí tenían el marco teórico, empecé a decir: “Ah, bueno, tal vez también soy feminista y no lo sabía”. A no mí me gusta definirme. No nos abracemos tanto las definiciones que después nos encorsetamos. Pero en este sentido sí me agarro porque yo soy feminista y sé que mañana lo voy a seguir siendo. Y no significa que sea perfecta. Soy una feminista que se va construyendo como puede y que machirulea muchísimo, pero ahora me doy cuenta.