Esa pregunta formúlela usted

Durante algunos años formé parte de una familia en la que, entre otras tradiciones y rituales que se respetan a rajatabla, existe un inexcusable obsequio de navidad: un libro. (“Leer es lo que hacen los de la tribu del libro para ser menos extranjeros de sí mismos”, escribió alguien por ahí). Los modos en que esos obsequios se gestionaban merecerían un párrafo aparte, pero no es este el espacio idóneo para referirlo y además ya todo ha sido tragado por la profunda garganta del pasado, así que, mejor vayamos a una de esas navidades cualquiera: me tocó un Cercas.

No Soldados de Salamina, que es de excelente para arriba; no Anatomía de un instante, que me debo con la culpa propia de quien no ha cumplido una promesa; no El impostor, que linkea muy bien con El adversario, de Emmanuel Carrere (¿qué hay detrás del espejo empañado en el que esos dos hombres se escudan?).

El libro que me obsequiaron se llama El punto ciego. Las conferencias Weidenfeld 2015, lo editó Random House en 2016 y, para los amantes del ensayo literario, es una llamativa joya. Se trata de cinco conferencias que Cercas dio para la Cátedra en Literatura Europea Comparada que se dicta en la universidad de Oxford, creada por el británico de origen austriaco Lord Weidenfeld en 1994.

El origen del título, dice Cercas, y ese es el eje de las conferencias, tiene que ver con la anatomía del ojo, según una conjetura del físico-químico francés Edme Mariotte (1620-1684) que señala que la vista humana tiene, justamente, un punto ciego: un lugar “situado en el disco óptico, que carece de detectores de luz”, por lo cual, en ese espacio, “no se ve nada”, ya que “los puntos ciegos de ambos [ojos] no coinciden”. (La teoría es harto más compleja; resumo apenas lo que el autor español resume.)

¿Pero qué es lo que quiere decir Cercas literaria, ya no física, biológicamente hablando?

Que grandes obras de la literatura universal deben su fama, su reconocimiento, su admiración, su continuo poder de atracción, a eso mismo: un punto ciego. Los ejemplos no son menores: El Quijote, Moby Dick, El proceso, “Wakefield”, Otra vuelta de tuerca, Bartleby el escribiente. Es en el centro de estas novelas, propone Cercas, donde “hay siempre un punto ciego, un punto a través del cual no es posible ver nada (…) ese punto ciego a través del cual, en la práctica, estas novelas ven (…) esa oscuridad a través de la cual iluminan”. No en vano el libro abre con una cita a Lessing cuando se pregunta: “Si me dieran a elegir entre buscar la verdad y encontrarla, elegiría buscar la verdad”. Cercas sugiere que “hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central”.

Pero, y creo que ya ustedes lo habrán descubierto, esas preguntas nunca alcanzan sus respuestas correspondientes. O sea: la respuesta es la búsqueda misma. El camino de la lectura. El libro en sí. ¿Está loco o demasiado cuerdo el ingenioso hidalgo, qué simboliza la ballena blanca, por qué Wakefield escapa de su hogar, de qué se lo acusa a Joseph K, son reales esos fantasmas, por qué prefiere no hacerlo? “Enigmas irresolubles, extremas contradicciones ambulantes”. El punto ciego como “una grieta, una minúscula fuga de significado que es a la vez la fuente principal de significado”.

Pensándolo bien: ¿el punto ciego no sería a la novela lo que la teoría del iceberg de Hemingway o la tesis de Piglia es al cuento? Aquello aludido, sugerido, no expresado; el núcleo eludido. He aquí una, otra pregunta más.

Cercas cuestiona reiteradamente, también, cuáles son los límites de la novela (pasajes más que propicios para el subrayado) y parte de sus propios Anatomía de un instante y Soldados de Salamina para pegarle una sacudida a esas estructuras. Viaja una y otra vez hasta el Quijote (novela que funda el género –degenerado, bastardo, versátil– y al mismo tiempo lo agota). Cita a Borges de forma repetida (“la posmodernidad arranca con Borges”, arriesga, “y la gran narrativa de Borges arranca con ‘El acercamiento a Almotásim’”) quien, junto a Kafka –y sus precursores–, produce en él una admiración sostenida. Conversa, sin nombrarlo, con el Facundo, y de la visión que Piglia tenía del Facundo, cuando habla de aquellos que “no trataban de hacer pasar por literatura lo que no era literatura, sino de hacer pasar por no literatura lo que era literatura”. Dice de Flaubert que “se obsesiona con la ambición de elevar la prosa a la categoría estética del verso, con el sueño de conquistar para la novela el rigor y la complejidad formal de la poesía”, en sintonía con aquel dialogo imaginario que propone Antonio Dal Masetto con su fallecido amigo Briante, en el relato “Encuentro”, cuando uno afirma que la prosa es nostalgia de la poesía y el otro se pregunta: la poesía, ¿nostalgia de qué es?

Paréntesis sin paréntesis. Tres subrayados de El punto ciego: “Las mejores mentiras no son nunca mentiras puras, sino mentiras entreveradas de verdades”. “Como observó Thomas Mann, la ironía no consiste en decir ‘ni esto ni aquello’, sino ‘esto y aquello a la vez’”. “Una mala historia bien contada es una buena historia, mientras que una buena historia mal contada es una mala historia”.

En fin. Las preguntas, nunca las respuestas, mis amigos. Las preguntas siguen ahí. Que no son otra cosa que la máscara inocultable de la incertidumbre, ese don con el que tanto nos cuesta congraciarnos.

Crédito de la foto del escritor: ©L. M. Palomares

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Preguntas

Me parece muy motivador hacerme preguntas constantemente. Eso es curiosidad, búsqueda, aprendizaje y prolongación en el tiempo.

Olga Liliana