Entrevista a Alberto Díaz, autor de Un editor para Saer

“Saer escribía bien porque quería ser poeta”

El novelista, poeta y traductor Salvador Biedma conversó más de dos horas con el editor de Juan José Saer, y no dejaron tema sin abordar: desde la amistad que los unió, la obsesión del autor santafesino por las formas del lenguaje, la escritura de “La ocasión” en 25 días, y la publicación del libro que cuenta la relación entre el editor y el escritor.

Foto por Alejandro Guyot

A Alberto Díaz le gusta hablar. Se nota en el ritmo con que lleva a la conversación. Da rodeos, se va por las ramas, deja que el hilo del diálogo por momentos se pierda. En el medio, se cuelan anécdotas con José Bianco, Mario Benedetti, Arnaldo Orfila Reynal, Javier Pradera, Augusto Roa Bastos, Abelardo Castillo o cuenta que lo emociona ver a familias que llegan del conurbano a la Rural para la Feria del Libro y gastan dinero y hacen largas colas en un paseo que tal vez sea su único contacto con la literatura durante el año.

Recibido en la carrera de Historia, dedicado a la edición desde la juventud (nació en 1944), Díaz acaba de publicar un libro breve y luminoso sobre el vínculo de los autores con quienes los publican y, en particular, sobre su relación con Juan José Saer.

Durante más de dos horas de charla, que después va a extenderse otro buen rato en una esquina, se larga a llorar dos veces: cuando cuenta que hace poco, tras la muerte de una hermana de Saer, Laurence Guéguen (la viuda del escritor) le dijo “ahora, en Argentina, como familia, sólo nos quedan ustedes”, en referencia al editor y su esposa, María Ester, y cuando recuerda que los hijos de Saer le pidieron que los acompañara a buscar las cenizas del padre y le regalaron una foto del escritor santafesino.

El libro de Díaz, Un editor para Saer: Sobre la relación autor/editor, tiene dos partes. En la primera, habla sobre el oficio de editar, plantea un pequeño recorrido histórico, cita muchos textos valiosísimos y poco a poco se mete en el carozo del asunto: el vínculo entre escritores y editores. En la segunda parte, se centra en su propia experiencia y en su relación con Juan José Saer.

Durante el paso por algunas de las editoriales más prestigiosas de habla castellana (Siglo XXI, Alianza, Losada, Espasa-Calpe, Grupo Planeta), Díaz cultivó el perfil bajo. “Es la escuela de Orfila Reynal: el buen editor no tiene que aparecer”. Más allá de eso, habla sin pelos en la lengua, incluso sobre sus amigos. Dice que Saer “tenía montones de defectos” y cuenta que el autor iba a pasar la luna de miel en Grecia con Laurence, su segunda esposa, pero “a mitad de Italia encontró un casino, se jugó todo y no les quedó ni para un puto café… y esa mujer, que es preciosa y muy inteligente, lo aguantó”. Asimismo dice que Andrés Rivera resultaba “intratable” para la mayoría de las personas o que Victoria Ocampo era “tosca” en el trato.

Tuvo su primer contacto con la edición en la secundaria: hacía copias en mimeógrafo de textos de Marx como parte de su militancia política. Después armó con dos compañeros de la carrera de Historia el sello Signos y fue parte de la fundación de la sede argentina de Siglo XXI. Cuenta que durante su primer viaje de negocios le dieron, en Montevideo, un libro que acababa de salir y, aunque en la editorial cuestionaban el valor historiográfico del texto, recomendó publicarlo en Siglo XXI. Era nada menos que Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.

Recuerda que Rivera lo obligaba a pagar en efectivo cuando salían a comer para asegurarse de que quedaba separado el trato con la editorial del vínculo amistoso. Y, agrega, el escritor se manejaba con tal austeridad que hasta le proponía compartir un cuarto de pollo para la cena. “Una de las cosas que he logrado, que me gusta, es una instancia siempre respetuosa con los autores”.

Le pregunto si ve posible hoy en Argentina relaciones tan largas y tan profundas entre un escritor y un editor. Le parece difícil, dice que él tuvo la suerte de iniciarse en el mundo editorial en un momento de gran efervescencia, con la Revolución Cubana, el Boom Latinoamericano y el Mayo Francés como telón de fondo. Plantea también un panorama de la narrativa argentina actual: hay una superproducción y, “con el asunto de los talleres literarios, en general todos escriben bien”.

Empezó a leer a Saer a principios de los ’70. Ricardo Piglia, a quien Díaz le publicó en Siglo XXI su segundo libro, le había acercado una novela del santafesino. Cuando se encontró con el autor por primera vez, de casualidad, a mediados de los ’80, tenía leída casi toda su obra, había influido para que saliera Nadie nada nunca y había fantaseado con ser su editor. Le ofreció entonces sacar el próximo libro, que iba a ser Glosa, y reeditar otro. Nunca, ni siquiera en ese momento, le preguntó a Saer sobre qué era el texto. Firmaba los contratos dando por hecho que el libro iba a estar bien.

Cuenta que Juani, el Turco o Saer (Díaz alterna con naturalidad estos tres modos de referirse al autor), ya asentado el vínculo, lo llamaba por teléfono antes de sentarse a escribir, le decía que estaba por empezar un libro, que pensaba venir a Argentina en tal época y preguntaba cuándo debía mandar el texto para coordinar la publicación con el viaje. Una vez que entregaba el original, Díaz lo leía y le hacía comentarios más propios de un lector: le había gustado mucho, cierto pasaje le había parecido especialmente bueno…

Se suele afirmar que en gran medida la obra de Saer trata sobre la amistad entre varones. Dice Díaz: “A veces me pregunto por qué me engancho así con sus libros. En muchos casos me identifico. Hay un grupo de amigos con los que comés un asado y discutís sobre pelotudeces. El amigo cumple una función, el amigo que te banca, y a partir de eso uno ve el mundo también”.

Después de que Díaz le hacía sus comentarios a Saer, le pasaba el texto a un corrector indicándole que tuviese especial cuidado con las comas (recordemos el inicio de La mayor: “Otros, ellos, antes, podían”). Si el corrector proponía quitar ocho comas, Díaz consideraba tres o cuatro y revisaba las otras con el autor-amigo, quien creía que, una vez entregado el original, el trabajo le correspondía al editor.

Pregunto si a Saer no le importaba que sus libros se difundieran. Alberto Díaz hace un gesto y asegura que, por lo menos, no lo manifestaba. Tampoco se fijaba, al ver el texto publicado, si había erratas ni nada por el estilo. Díaz cuenta que a veces le pedía que le consiguiera libros muy específicos, como una guía de aves, para incluir algún detalle mínimo, por ejemplo, sobre el canto de un pájaro. Volvemos a las comas, el editor habla de “mi teoría del asmático, que la dije en un reportaje y la empezaron a repetir: él escribe como respira, por eso las comas”.

-Durante años Saer habló del proyecto de una novela en verso. ¿Lo había abandonado?

Sí. Sentía que no le salía. Siempre decía que admiraba a los poetas. Él escribía bien porque quería ser poeta. Si leés sus textos en prosa en voz alta, encontrás ese atractivo en el ritmo.

-Como amigos, ¿de qué se reían?

Era un humor de escuela secundaria, digamos. Juani me llamaba todas las semanas en general. Sabía que ciertos días íbamos a comer a un bolichón y decía: “Cómo los envidio”. Yo le contestaba: “Escuchame, vos estás en París, acá tomamos Selección López”. Podía gastar mucho en vinos, no se medía en eso ni en comer. Suponete que iba a viajar a Buenos Aires, me llamaba y, si sabía que Laurence estaba escuchando, decía: “Prepará a las chicas, ¿eh?”. “Por supuesto, ya están ansiosas por verte”. Entonces aparecía la voz de Laurence: “No sean tontos, ¿qué chicas los van a mirar a ustedes?”. Ése era el humor, comentarios de ese estilo.

-Y, al revés, ¿con qué se ponía serio?

Me acuerdo de que estaba demorado para entregar Las nubes y le dije: “Inventate una tormenta y termina porque no llegás”. Ahí se puso serio. “Alberto, cuando describo una tormenta, esa tormenta existió realmente”. Como diciéndome que estaba todo bien, éramos amigos, hacíamos chistes, pero que no ninguneara su trabajo.

-Pasaron casi veinte años de su muerte, ¿qué es lo que más extrañás de Saer?

Lo extraño como amigo. Como autor no porque le publiqué veintisiete libros en distintas ediciones. La posibilidad de sacar los cuatro tomos de los Borradores inéditos se la agradezco a Planeta porque son libros que venden poco, pero yo quería publicarle toda la obra. Y ahí encontrás su laboratorio de pensamiento. Ves que, cuando no estaba inspirado, traducía a algún autor que le gustaba para tratar de captar algo, canibalizarlo. Escribió La ocasión en veinticinco días para ganar un premio. Ahora, había anotaciones de diez años antes. Tenía todo armado en la cabeza. Dijo “me encierro” y no dormía y tomaba whisky y, puta, escribió ese libro en veinticinco días.

Los que leyeron este relato, opinaron...

Genial

presenta a un escritor y a un ser humano. Es hermosa esa conexión del autor con el editor, una profunda amistad que permite leerlo con admiración y genuina atención que se mantiene en el tiempo. Bonita entrevista nos da hilos para llegar más profundo en las lecturas de sus cuentos, también voy a tratar de conseguir esa obra escrita en 25 días, me interesan estos súbditos procesos de escritura intensos.

y para mi caso que soy poeta, pero me gusta la narrativa , tengo las obras completas de Saer . un enorme narrador argentino. Voy a mirar mejor eso del ritmo en sus obras , porque me llamó la atención que Saer hubiera querido ser poeta.

Marisa Aragón Willner

POETICA

Confieso que no conozco mucho de lo escrito por Saer, pero me permito hacer una salvedad respecto de lo poético. En la actualidad, y más después de las vanguardias, es difícil hablar en forma tajante de géneros. De manera que un narrador puede ser poeta, porque la poética derivada de poiesis (creación) es la magia, la sutileza de la urdimbre textual. No hace falta escribir en verso para ser poeta. Lispector no escribió en verso, pero es una narradora poeta. Por su poder de sugerencia, de agudeza verbal, de dominio del decir y el pensar en consonancia. Las estructuras fijas son obsoletas. En la actualidad hay muchos textos híbridos. Y eso, para mí, no es una falla, sino una virtud.

Cris

Muy bien volcado el reportaje al texto, a la estructura me refiero.

Muy bien volcado el reportaje al texto, a la estructura me refiero.

Fernando

Es cómico ponerle título a una opinión, o sea, sin título.

Hermoso escuchar a Alberto Díaz contando sobre el grandísimo Saer.

Susana Szwarc