De tesoros enterrados, la escritura y la IA

La pregunta sobre si podemos delegar en la IA la esforzada tarea de escribir literatura podría haber sido el punto de partida de este texto. Pero no lo fue. Porque el punto de partida está, como el de todas las cosas, en la infancia.  


Cuando yo tenía tres años, un hermano mío murió, de muerte natural y repentina. Una semana después comencé el jardín de infantes. Yo le repetía a las maestras lo mismo que mi abuela, alzándome en brazos, me había dicho señalando al cielo: “Jesús se llevó a mi hermanito y no me lo devuelve”.

Para evitar que siguiese esperando aquel retorno, un día me llevaron al cementerio y me dijeron: “Acá está tu hermano enterrado”. Compramos un ramito de flores aterciopeladas y se las pusimos.  

En mis primeros cuentos, hay personajes que desentierran cosas. 

La psicología relaciona la entrada al mundo letrado con la falta, con el momento en que el significante, la palabra escrita, sustituye a lo ausente. A los tres años comencé a leer. Nunca me detuve. Pocos años después empecé a escribir. 

En mis primeros cuentos, hay personajes que desentierran cosas. Secretos o tesoros permanecen ocultos en huecos bajo la tierra, hasta que alguien los saca nuevamente a la luz.  

Creo que la imagen representa, también, el modo misterioso en que opera la escritura: haciendo evidente lo que estaba oculto, trayendo a la superficie lo que había sido reprimido u olvidado. 

Con la misma metáfora, María Teresa Andruetto describe en su reciente libro El arte de narrar, la “ardua labor” por la cual el escritor “yendo hacia sí mismo” logra hacer que algo de lo vivido se haga visible: “Busca, cava, horada en la sospecha de que ahí se esconde una verdad personal hasta que algo todavía desconocido se revela”. 

Si alguien preguntara a qué me dedico, podría decir: “A desenterrar tesoros escondidos”. El verdadero inconveniente de este método de escritura es que para encontrar algo primero debo haberlo perdido. 

Los seres humanos procedemos muchas veces, con las cosas importantes, como el perro que entierra el hueso y después lo vuelve a buscar. A menudo olvidamos dónde estaba el hueso. Tal vez por eso, material para la escritura nunca nos falte. 

Y quizá por eso, también, no podamos pedirle a la inteligencia artificial que escriba nuestra literatura. La infinidad de combinaciones perfectas de palabras no será capaz de entregarnos el hueso roñoso, corroído por el tiempo, que es lo que de verdad estamos buscando. 

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Excavaciones del alma: la escritura, la memoria y el límite de la inteligencia artificial

Este texto es un emotivo y profundo reflejo sobre la pérdida, la escritura y la memoria, tejido con una sensibilidad poética y una mirada introspectiva. La anécdota de la infancia, marcada por la muerte de un hermano y el inicio de la lectura, establece un vínculo poderoso entre la ausencia y el acto creativo. La metáfora del desentierro, recurrente en los cuentos del autor y reforzada por Andruetto, ilumina la escritura como un acto de excavación emocional, revelando verdades ocultas. El tono mezcla melancolía con un toque de humor al comparar la búsqueda literaria con un perro y su hueso, culminando en una reflexión aguda sobre la singularidad humana frente a la inteligencia artificial. Si bien la IA puede ser una herramienta valiosa en el proceso creativo, es difícil que posea las vivencias y las emociones escondidas en lo más profundo de nuestro ser, esas raíces íntimas que solo la experiencia humana puede cultivar. Es un texto que invita a la introspección y celebra la imperfección como esencia de la creación.

Patricia Cejas