El escritor español Luis López Carrasco, ganador del Premio Herralde de Novela por su libro El desierto blanco, se desarrolla al mismo tiempo como documentalista. De literatura, imagen y sonido va la siguiente entrevista.

El escritor Luis López Carrasco
Foto por Johanna Marghella

Autor de la editorial Anagrama invitado a la Argentina para participar en el FILBA 2024, el escritor y documentalista español Luis López Carrasco (Murcia, España, 1981) participó de una entrevista con Azimut. Fue poco antes de emprender el viaje a nuestro país. Carrasco es autor de la novela El desierto blanco, una distopía que le valió el Premio Herralde de Novela.

La historia que cuenta Carrasco no se asemeja a la ciencia ficción con la que crecimos muchos de los nacidos en los 70 u 80, cuando abundaban robots, naves espaciales y extraterrestres. El desierto blanco es más bien una suerte de cruza que podría asemejarse a Blade Runner (Ridley Scott, basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick) o La Carretera (de Cormac Mccarthy).

-En el mundo actual, entre otros peligros está el del avance de las derechas extremas. ¿Qué opinión tenés ante este panorama? Algo de eso se nota en El desierto blanco.

El desierto blanco cuenta cómo la ultraderecha o la derecha populista crece, sin que la veamos, en los lugares menos evidentes, en aquellos discursos de los que uno, primero, se ríe. Pero después no es para reírse. Hace unos diez años, al bajar a la cafetería de mi barrio popular, me asombré cuando la señora del bar hablaba con desparpajo, de manera racista. Después de las primaveras árabes y de la huelga feminista a nivel global, esos movimientos colectivos, populares y transformadores recibieron una reacción violenta. Vivimos un tiempo violento que no sabemos cuánto durará. Eso me parece aterrador. Si sumamos el cambio climático y las catástrofes naturales, se agudiza la desesperación a nivel global. Entiendo que estamos en una etapa crítica y, a la vez, de transición. El calentamiento global nos coloca en una situación única. Vivimos tiempos reaccionarios de una manera inédita, porque las crisis, las incertidumbres y las temáticas naturales serán cada vez más intensas. En medio de esto, el poder se está rearmando para que las sociedades no se revolucionen.

-¿Qué sensación o idea tenés ante el rápido avance de la Inteligencia Artificial?

-Bueno, es preocupante que se intente reemplazar con ella el trabajo creativo de un sector tan precario como la ilustración o el diseño, ahora pretenden hacer creer que es capaz de traducir, lo cual es una quimera. Entiendo que su finalidad principal es ser un nuevo elemento de explotación de los trabajos más vulnerables, que es de lo que al final trata todo. Yo lo sufro por mi alumnado, que la emplea para no pensar y escribir peor, empleando expresiones vacuas, anglicismos de almacén, como “visualmente impactante” o “narrativamente excitante”. A la Inteligencia Artificial no le veo ningún futuro, sus resultados son una basura y además no es rentable, consume cantidades indecentes de energía y agua. Como leí en X a un matemático llamado Esteve Rodríguez, si en vez de IA la hubiéramos llamado AC (Algoritmos Correlacionales) nos habríamos ahorrado muchos errores de enfoque.

-Otra cosa que sigue avanzando es la lectura de libros electrónicos. ¿Leés en Kindle? ¿Este avance -que muchas veces permite que se lean libros sin pagar- perjudicará económicamente a los autores?

-Leo en Kindle libros de ensayo, me resulta muy cómodo para subrayar y hacer carpetas de clips de texto para la investigación académica. Me temo que no sabría calibrar a día de hoy en qué medida puede perjudicar a los autores, me sigo sintiendo un recién llegado al mundo editorial.

-¿Qué futuro le ves al libro en papel?

Se venden más libros que nunca, pero quizá se lee menos o se lee de otra manera. No me preocupa tanto la pervivencia del libro en papel como el modo en que leemos todos actualmente, con interrupciones y déficit de atención permanente. Quizá dentro de poco tengamos que hacer “curas de estímulos” o “dietas de datos”. Las empresas de telecomunicaciones se están forrando volviéndonos adictos a la dopamina del scroll, pero creo que vendrán tiempos de bienvenida abstinencia. O quizá no, quizá en el futuro haya una mayor segregación social entre quienes puedan (y sepan) desengancharse y quienes no puedan salir de la adicción. 

-¿Cuál es la fuerza de los documentales bien trabajados? Me refiero a los que tienen producción periodística y no a los que se realizan con un teléfono para redes sociales.

-Bueno, aquí discrepo un poco, dado que no vínculo el documental a lo periodístico y la formalización de un documental puede estar hecha perfectamente con tecnología doméstica o amateur, como un teléfono. Lo importante es que su mirada dé cuenta de la complejidad del mundo.

-¿A qué apuntás con tus documentales?

-Me interesa la manera en que el cine o el arte pueden reconstruir o recoger la memoria social de un territorio. Me veo más como documentalista que como escritor. Incluso, cuando pienso en un tema o leo una noticia la veo más desde el formato audiovisual. Que es lo que me pasó, por ejemplo, con El año del descubrimiento, basado en protestas de trabajadores tras la caída de grandes empresas españolas. Me gusta lo colectivo, mostrar a los que están poco visibilizados, en los territorios periféricos. Fuera de la cultura mainstream.

-¿Qué relación ves entre tus trabajos audiovisuales y la escritura?

-…Cuando escribo no pienso en que ese texto pueda ser rodado cinematográficamente. El cine que hago está alimentado por la no ficción, con la interacción de seres humanos. En cambio, lo escrito no. Escribo para disfrutar, nunca dirigiría algo que escribí.

-¿Imaginás, sin embargo, que El desierto blanco se convierta en un trabajo audiovisual?

-No lo veo por ese lado. Imagino que hay autores que piensan que su novela no está en la versión final sino que será adaptable a lo audiovisual, sobre todo cuando la enorme cantidad de producción audiovisual que existe en estos tiempos hace que desde la producción literaria se piense también en la posibilidad de adaptar el texto a la imagen. Pero no lo veo en el caso de esta novela.

-¿Qué libros y qué autores estás leyendo?

-Acabo de terminar Autor material, de Matías Celedón, y estoy combinando Middlemarch, de George Eliot; El sentido de consentir, de Clara Serra; y la relectura de Los pichiciegos, de Fogwill, como homenaje a mi viaje a Buenos Aires.

-¿Y en cuánto a documentales?

-Estoy revisando los trabajos españoles de los años sesenta y setenta sobre la emigración y el trabajo manual, El largo viaje hacia la ira, de Llorenç Soler, o El campo para el hombre, de Helena Lumbreras y Mariano Lisa. 

-¿Proyectos?

-Me encuentro en la fase de escritura de mi tesis académica sobre el posfranquismo y sus mitos culturales, tomando como eje el análisis de la serie documental de TVE Vivir cada día, que estuvo en antena de 1978 a 1988 y que es una memoria social extraordinaria, que ha quedado olvidada y enterrada por el paso del tiempo, del mismo modo que los colectivos y territorios que retrataba.

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