Akiko Yosano y Nagai Kafū, entre tradición y modernidad

La contemplación japonesa, esa postal que estamos acostumbrados a ver sobre jardines, templos, estanques y bonsáis, viene de comienzos del 1600 cuando Japón se cierra al mundo y crece el comercio interno y se profundizan sus costumbres. Lo que siguió luego se conoce como el período Meiji, que abarcó desde 1868 a 1912 y significó la modernización y la occidentalización en la isla japonesa. Cuando se abren las puertas al mundo exterior, comienzos de esa nueva etapa, el archipiélago pasó a integrar y amalgamar ambos modelos. Comenzaron a usar ropa occidental, dejaron de tocar el shamisen día y noche, desaparecieron los samuráis, construyeron trenes por todo el país, disminuyó el mundo de las geishas y sus aprendices y avanzó la industrialización en todas las áreas. Esta nueva etapa trajo aparejada la dificultad de conservar la cultura tradicional que habían forjado durante tanto tiempo. 

Dos autores, un hombre y una mujer evocaron dos géneros literarios que marcaron la época. Akiko Yosano fue la mujer que escribió tanka y Nagai Kafū, prosa.  Nacieron con apenas un año de diferencia y ambos comenzaron a escribir por el 1900. 

Mi primer acercamiento a la literatura japonesa fue cuando tenía veintidós años. Comencé con Kawabata, le siguieron Mishima, Murakami, Kenzaburo Oé y Tanizaki. Lo que me hizo peregrinar por esos libros fue su búsqueda de la belleza en las pequeñas cosas, la manera en la que se acercan a esa belleza y la muestran a través de imágenes. Estos autores se detienen en el reflejo de la luz, en las particularidades de las telas, en el espesor de la tinta, en el deslizamiento del pincel. Estos detalles ínfimos también dan cuenta de las estaciones del año, de la manera en que la naturaleza interviene en la forma de sentir y por lo tanto de escribir. La vida está íntimamente relacionada con lo trágico en la literatura japonesa. Maestros en encontrar lo pequeño de lo inconmensurable. 

Luego me dediqué a otras lecturas, pero de un tiempo a esta parte solo leo orientales. La diferencia que encuentro hoy es que me interesa ubicar a los autores nipones en su línea de tiempo y me dedico en investigar cómo influyó el contexto histórico en sus obras. 

Kafū fue un nostálgico del período Edo, anterior a 1868. Él nace bajo el nuevo orden, en 1879 y en sus cuentos aparece cierta tirantes entre su educación tradicionalista y las costumbres que le transmitieron en su niñez frente a una sociedad que comenzó a abrirse al mundo. Nunca terminó de aceptar la pérdida de los valores y los rituales del archipiélago. Él fue amante de la naturaleza y de Tokio, ciudad en la que nació y creció. 

Lluvia triste (También el caracol, 2023) es un compilado de cuatro cuentos.  El tema central de ese relato es su regreso a Tokio después de haber sido expulsado por su padre a los Estados Unidos, quien estaba orgulloso de pertenecer a una próspera clase terrateniente, para que encamine su vida y abandone sus intereses artísticos. Lo envía a trabajar a un banco, pero el escritor japonés comenzó a estar interesado en viajar a Francia, aunque no le alcanzaba el dinero. Le pidió prestado a su padre. Sin lograr el cometido, logra de todas maneras viajar a Europa por sus propios medios e instalarse en Paris. En ese período se empapa de poetas y escritores franceses. Kafū, regresa en 1907 después de haber estado cuatro años fuera de la isla. 

Las mujeres han ocupado un lugar central en su vida y en su literatura, tal es así que su primer amor fue la joven que lo cuidó cuando estuvo enfermo en su adolescencia. Su nombre de niño era Sokichi Nagai, pero ella lo bautizó como Kafū y él se lo apropió como apodo a partir de ese momento. 

Juan Forn, en una de sus Contratapas de Página/12, escribe sobre el famoso pintor y grabador Hokusai y lo destaca como el equivalente de la obra literaria de Kafū por haber dedicado mostrar en sus cuentos el placer, las geishas y los suburbios. A tal punto que Kawabata lo llamaba a Kafū como “el divino putañero”. 

El joven se enamora de su amiga de la infancia que decidió ser geisha, cree que si se dedica al arte va a poder reencontrarse con ella. El muchacho quiere vivir del arte de la caligrafía, de la música y de la actuación. Su madre se opone. Lo obliga a estudiar para que no sufra como ella el empobrecimiento que le acarreó la nueva era en su trabajo de la tienda familiar. Como también lo expresa en su cuento Salir de compras donde relata la pobreza que conllevó esta nueva etapa Meiji al dejar atrás el aislamiento. 

Su literatura muestra la tensión entre las viejas y las nuevas formas. Plantea la confrontación del individuo en una sociedad que mantiene, por un lado, las tradiciones y por el otro, las deja a un costado para darle lugar a la occidentalización.   

En Detrás de la prisión, su alter ego camina por las calles de la urbe buscando rastros de la cultura que se ha ido diluyendo. En ese andar se detiene a contemplar los jardines para sentir el sol en la cara, la frescura de la brisa atravesando su ropa, y la liviandad de la lluvia sobre su cuerpo.  En Kafū hay una marcada impronta al naturalismo. Escribe en un momento: “Si la poesía brota, una vida en soledad no tiene por qué ser solitaria”. En ese vagar por la ciudad, a modo de un flaneur, relata poemas de Baudelaire, Verlaine y Mallarmé que le dan forma a su crisis existencial. 

La tendencia literaria dominante al momento de abrirse la nación al exterior instaurando el régimen Meiji era el romanticismo. Hasta que surge, en esos años, la revista Myojo (la estrella de la mañana) creada por el poeta Tekkan. Una de las autoras que más se destacaba en esas publicaciones fue la poeta de Osaka, Akiko Yosano. Quien además saca en ese momento, en 1902, su ópera prima Cabellos Revueltos (El hilo de Ariadna, 2009), con tan solo diecisiete años. La salida de ese libro termina de pronunciar un viraje de Japón, debido a que sus poemas destacaban la sensualidad femenina y propiciaban el derecho a vivirla con plenitud. 

Yosano, a diferencia de Kafū, accedió a la lectura a través de la biblioteca familiar. Criada como si fuera el varón que la familia esperaba y nunca llegó. Su nombre de soltera era Shôko Hô, pero ella adquirió Akiko como su nombre literario y Yosano, el apellido de su marido Tekkan; quien primero fue su maestro, después su amante y su musa. Akiko fue una precursora que supo incorporarse a las ideas del naciente socialismo. Junto a otros jóvenes poetas, se reunió en torno a la revista Shakaishugi (Socialismo), pregonando simpatía al mundo obrero y oponiéndose a la corriente del romanticismo dominante. 

Kafū, tres años después de su regreso de los Estados Unidos y de Francia, alrededor de 1910, lanza junto a otros jóvenes escritores una nueva revista llamada Mita bungaku, donde él era uno de los redactores responsables. En esa época las preocupaciones de ese grupo oscilaban, por un lado, entre el antiguo orden y la nueva sociedad capitalista y, por otro, en satisfacer de manera plena sus deseos: vivir libremente sus pasiones en el amor, tocar el shamisen y aprender rakugo

En cambio, Akiko Yosano incorporó rápidamente el nuevo orden. Su escritura mostraba un disfrute de la sexualidad y de la sensualidad femenina. Tal fue así que sus libros Cabellos revuelos y en Fragmentos de nubes (También el caracol, 2023) reúnen sus poemas dedicados al erotismo y al amor.  Escribe con la métrica del tanka, que significa canción corta o verso breve. Es anterior al haiku, pero ambas son composiciones poéticas que con una mínima cantidad de palabras intentan mostrar la percepción pura de la realidad y captar el instante. No pretenden comunicar un mensaje, sino la experiencia real de lo que ocurre aquí y ahora, dice el maestro Bashō. Yosano logra en su escritura mezclar la contemplación típicamente japonesa con la experiencia moderna. 

pelos enredados

por la mañana,

hasta que los empapo

con agua de lluvia y parecen

alas de golondrina.

Rompió con algunos simbolismos que representaba la mujer para ese entonces: los pechos solo servían para la lactancia, era necesario mantener el pelo recogido, la cara maquillada, la ropa apretada y proliferaba una idea de mujer hecha para la maternidad. Yosano interrumpe con esa concepción y escribe sobre los cabellos sueltos y mojados, la desnudez de los pechos y una belleza más natural y relajada, comandada por cierta inspiración occidental. 

Le escribió a lo erótico del amor sin el conservadurismo feudal y lo entretejió con los elementos de la naturaleza y las estaciones del año. Yosano fue para Japón lo que Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Virginia Woolf y Simone de Beauvoir fueron para Occidente. Una adelantada a su tiempo y a diferencia de Kafū logró adaptarse a los cambios socioculturales. 

Criticada por sus contemporáneos y atacada por algunos poetas en artículos de revistas por “corromper la moral pública”, fue pionera en la militancia del movimiento feminista. Además de trabajar en la pastelería familiar por ser sostén de familia, criar a los diez hijos que tuvo con su marido que sufría depresión por no triunfar como escritor. 

En esos años se reúnen cinco escritoras: Yasmochi Yoshiko, Mozume Kazuko, Raichō Hiratsuka, Kiuchi Teoko y Nakano Hatsuko y crean en 1911 la revista literaria Seitô, dando origen al movimiento feminista en Japón. Dos grandes colaboradoras eran Akiko Yosano y Nobuko Yoshiya. La primera frase del fascículo fue de Raichō Hiratsuka quien escribió: “En el inicio, la mujer era el sol”. El tema central de los suplementos fue siempre la liberación de la mujer. 

A medida que pasaron los meses, las censuras aumentaron hasta que llegaron a prohibir la publicación de la revista. Su último número fue publicado en febrero de 1916.

Entre 1931 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba en guerra, imperó a lo largo de esos años una literatura bélica que mantenía una influencia nacionalista y que animaba a sus compatriotas a luchar. Kafū junto a Kawabata y otros jóvenes escritores se mantuvieron al margen.  

A partir de 1946 comienzan a reaparecer las revistas literarias, pese a la escasez de papel y en pos de recuperar la identidad nacional quebrada tras la derrota. Mishima, por ejemplo, fue otro gran defensor de los valores nacionales del Japón. Tanto que en 1968 fundó la Sociedad del Escudo, Tatenokai, con el fin de proteger las costumbres y que se restituyera el poder al Emperador. Dos años después se suicidó, no de cualquier manera. Lo pensó largo tiempo e hizo de eso un ritual, un harakiri. Prefirió morir antes que soportar y aceptar la modernización y occidentalización de su país. Recuerdo haber leído en mi juventud su célebre libro Confesiones de una máscara en el que relata el descubrimiento en su infancia de su homosexualidad. En su momento me llamaba la atención por qué la mayoría de los escritores nipones terminaban suicidándose. Hoy creo estar más cerca de entender esa decisión. 

Tanto Yosano como Kafū desarrollaron una gran capacidad de observación y lograron entramar algunos elementos de la naturaleza junto a la existencia personal. En ambas obras las flores representan el paso del tiempo y lo efímero. Como también las estaciones del año remiten a los diferentes momentos etéreos de una vida: el verano a la infancia, la primavera a la juventud, el otoño a la madurez y el invierno a la vejez. La lluvia a la nostalgia y la luna a lo femenino. Lo que brota, lo que se deshoja, lo que renace de otra manera. Atravesados por los cambios socioculturales de la isla, hicieron culto de la naturaleza donde muestran que en esa geografía nada falta. Tanto Yosano como Kafu hicieron de su vida una escritura, con la diferencia que ella fue una gladeadora y él un nostálgico flaneur. 

Los que leyeron este relato, opinaron...

No hay ninguna opinión todavía. ¡Escribe una!