Octubre. La mañana se apreciará florida, los colores se hamacarán en mi boca. Me estiraré frente a la ventana, extenderé mi cuerpo y el recuerdo. Pasarán tantas otras cosas que olvidaré lo que creía inolvidable. Nada me resultará suficiente para quedarme ahí quieto, sin alterar un milímetro mi ruta cotidiana.
Después el bar, el vaivén de sus puertas gastadas descubrirá nuestro acostumbrado secreto. Abrir y cerrar, entrar y salir.
Me sentaré junto a la ventana, haré repiquetear las yemas de mis dedos, sobre el inestable mantel amarillento por la espera. Intentaré círculos con una cuchara en el borde de la taza quebrada que, no rozará tus labios. Una sintonía abrillantada y externa me llamará desde la calle. Resistiré. Así será cuando detenga la puerta, y la sujete con una soga gruesa y rugosa. Así, cuando descubras la sorpresa. Voy a tambalearme inmóvil y gritaré en un silencio insondable, mientras una clara seda guíe tu paso hacia mí. Alcanzaré a abrazarte, anudarte cada extremo etéreo en el aire. Querré impedir tu aleteo. El movimiento se detendrá, el entorno lucirá vacío y gris. Nuestro. Colocarás un candado eterno a tu aroma, y, amaré el jugoso clikc de tu intención final. Antes de irte abrirás todas las ventanas.
El espacio será nido de otros vuelos inesperados.
Octubre. Un día cualquiera, sentado junto a la ventana del bar, dibujaré tus alas atravesando el inconmensurable vaivén. Entrar y salir, abrir y cerrar.
Sucederá cuando reclame tu ausencia, sorbiendo tu aullido letal.