Desnudar la intimidad
para despoblarla,
abrir las ventanas
a la piadosa ambigüedad
de dejarla en libertad
o entregarla al olvido.
Nada se ha marchado
de la casa vacía,
algo que desconocemos
en lo inanimado
proclama una lealtad furibunda,
temeroso de quebrar
un equilibrio tan frágil
en medio de la ausencia.
Las santas muertes
te contemplan desde las fotos,
te sonríen
como diciendo
“hágase la voluntad de lo sido”
y en los olores que tiritan
la carne de un recuerdo
reclamas como tuyos los huesos
de sus huesos:
todo el adiós se vuelve
una nueva bienvenida.
Nunca sabrás de que recogimiento
regresas
pero vas demoliendo esas cuatro paredes
con la austera melancolía
de quién habrá de deshabitarte
mañana.