Cuento antologado en el Concurso "Silvina Ocampo"

Túnel

1

Mete la birome entre las hojas del cuaderno. No recuerda cuánto tiempo lleva leyendo, pero los párpados le pesan. Apoya el cuaderno sobre su pecho y cierra los ojos para procesar lo último que leyó. Cuando vuelve a abrirlos, le sorprende tener un cuaderno apoyado en el pecho, con una birome atravesada entre sus páginas. Le cuesta entender qué hace allí. Está acostado en la cama de una habitación extraña y un hombre joven está a su derecha, en una silla. Hacia su izquierda, hay una mesita de luz con la foto de una pareja.

No sabría qué decirle al hombre de la silla, que lee un libro del que no desvía los ojos. Levanta el cuaderno y mira la tapa para ver si le brinda alguna pista.

Recuerdos de Antonio. Leé esto.

Abre en la primera página. En el margen superior, hay una anotación en letra más grande que el resto de la página.

Si querés retomar lo que estabas haciendo, andá a la última página escrita de este cuaderno.

Empieza la lectura por la primera página. Levanta el cuaderno y la birome se cae encima de su cuerpo. No le presta atención.

Te llamás Antonio. Te estás quedando sin memoria. Estos mensajes los escribo para entender lo que pasa alrededor. A tu lado hay un chico que se llama Sergio o una de dos chicas que se llaman Verónica o Ángela. Son enfermeros, no te preocupes. Están para ayudarte porque no podés caminar.

—¿Sergio? —pregunta a su acompañante, tras levantar la vista del cuaderno.

—Hola, Antonio, buenas tardes —la voz de Sergio, carente de entusiasmo, lo desilusiona un poco. Él está descubriendo un universo nuevo, pero es claro que para el otro este diálogo es parte de una rutina—.¿Necesitás algo? ¿Tenés sed? ¿Querés ir al baño?

Hace un breve chequeo de sus necesidades fisiológicas. No parece tener urgencias, así que agradece y declina la oferta. Sergio retorna a la lectura.

La memoria no alcanza a retener todo lo que está escrito. Salteá si querés buscar algo en particular.

Hojea varias páginas. Lo primero que nota son los distintos colores de tinta; también hay tachaduras, numerosas anotaciones en los márgenes e inserciones a pie de página. Sigue avanzando y descubre que en algún momento decidió incorporar una taxonomía para ordenar el sistema de escritura. Luego de una docena de páginas, empiezan a aparecer carillas enteras con títulos. Algunas están completas y tienen anotaciones con distintos colores de tinta, son como capas geológicas en un acantilado.

Se detiene en la página que tiene de título “Sobre Sergio”.

De los que te cuidan, el varón es Sergio. Está estudiando enfermería y es muy educado. Te viste y te baña bien. Tachado “te baña”. No le gusta bañarte. Le podés decir cuando tenés sed, hambre o ganas de ir al baño. No tiene novia ni pareja.

Creo que me está robando. (Tachado). Si se lleva algo de acá… ¿Cómo saber si es suyo o mío? Tal vez robe, o tal vez sean sus cosas. Tarea: pensar una prueba para saber si roba.

Interrumpe la lectura y vuelve a mirar a Sergio. No tiene cara de ladrón. Por otra parte, no podría asegurar que nada de lo que está en ese cuarto sea de su propiedad. ¿Tiene derecho a reclamar pertenencia sobre cosas que ni recuerda que posee?

Sergio le da un vistazo, se apura por volver al cuaderno. Regresa unas páginas, espera que el orden de anotaciones se corresponda con la importancia de las personas que se supone deben frecuentarlo. No encuentra a nadie más, así que adelanta hasta una página que dice “Tu hija”.

Laura viene todas las tardes. Eso dice. Alguna vez trae a tus nietos. (Flecha hacia el margen: esto está probado, vinieron dos chicos que la tratan de mamá). Se llaman Esteban y Francisco. No conozco a su marido. (Subrayado en otro color). Pierde la paciencia cuando te olvidás de ella, por eso arranqué la esquina de la hoja, para que encuentres rápido esta página.

Antonio se cerciora de que a la página le falta un pedazo de papel en el ángulo superior derecho. Al mover el cuaderno, desacomoda un objeto que está por debajo. Revisa qué puede ser y encuentra una birome. No tiene idea de cómo llegó hasta ahí. Le está por preguntar al muchacho que está a su derecha. Se apura a hojear el cuaderno, va hacia la primera página, y allí encuentra su nombre. Pero por algún motivo perdió urgencia por averiguar acerca de la birome.

Antes de seguir con el cuaderno, echa un vistazo a la habitación. Hay una foto de una pareja en la mesita de luz que descubre a su izquierda. Se pregunta si será Laura, o si alguna mujer con la que él estuvo o está casado, o en pareja. En realidad, tampoco puede estar seguro de ser él mismo, no recuerda su propia cara.

—¿Sergio?

—¿Sí?

–¿Tendrás un espejo?

—Sí, acá tenés. Siempre dejo uno cerca.

Sergio sonríe cuando le alcanza un espejo de mano. Antonio no reconoce lo que aparece en el reflejo, aunque le sirve para confirmar que no es el mismo de la foto. Pregunta entonces a Sergio.

—Son tus dos hijos.

Sergio lo tutea, es un dato. Tal vez lo conozca de antes, tal vez sea un familiar y el que anotó los datos en el cuaderno no lo recuerde. Toma el cuaderno y la birome y busca rápido una página libre. Anota un título: “Tu hijo”.

—¿Cómo se llama mi hijo?

—Carlos. Vive en el exterior.

Cuando empieza a anotar, el joven le dice:

—Ya lo anotaste en el cuaderno. Está cerca de la página de Laura.

—¿Quién es Laura?

—Laura es tu hija, la de la foto. La que viene a visitarte a veces porque vive acá a unas cuadras.

—¿Y vos? ¿Sos pariente mío?

—No, yo soy enfermero. Vengo a tu casa para cocinar y cuidarte.

Antonio no sabe si agradecer. Sospecha que ya le debe haber agradecido infinidad de veces, tal vez en los últimos minutos. Mientras piensa esto, mira su mano izquierda: tiene un cuaderno. En su mano derecha, una birome. En la tapa del cuaderno dice: Recuerdos de Antonio. Leé esto.

Abre el cuaderno. En el margen superior de la primera página, descubre que dejó una nota.

Si querés retomar lo que estabas haciendo, andá a la última página escrita de este cuaderno.

Va directo hasta la última página escrita. Se decepciona: solamente dice “Tu hijo”.

Levanta la vista y encuentra una persona a su costado, leyendo un libro.

—¿Cómo se llama mi hijo?

—Carlos. Y su hermana se llama Laura.

Escribe la respuesta: Carlos (hermano de Laura). Se alegra de conservar el recuerdo de cómo escribir.

Hojea para atrás. Encuentra una página rotulada “Tu cuarto”.

Laura (sobreescrito entre el título y el nombre: tu hija) dice que este siempre fue tu cuarto. Acá dormías con “mamá” (acordarse de preguntar el nombre). Esta es tu casa. El baño está al lado, cruzando el pasillo. Los que te cuidan (se llaman Sergio y Mario) te ayudan a ir. Pediles.

La foto de acá al lado no es tuya. Son Laura y Carlos (tu otro hijo, vive en el exterior, no viene nunca). Abajo hay una biblioteca; podés pedir libros. También la cocina: si tenés hambre, pedile al enfermero que te prepare algo.

Dos veces por semana te sacan a pasear por el barrio. Los sábados y los martes.

—¿Qué día es hoy? —le pregunta al chico que está al costado.

2

Está dormido, percibe entre sueños un movimiento desde el costado izquierdo de la cama. Las sábanas se levantan, el colchón se hunde del mismo lado y un calor humano se acurruca junto a él. Reconoce el brazo femenino que pasa por encima de su pecho y se le apoya. La temperatura corporal del bulto que lo abraza le confirma la familiaridad con el cuerpo desnudo que se le pega.

Él responde con una caricia con su mano izquierda, que se mueve torpe por debajo del abrazo de ella. Involuntariamente acaricia los pelos de su pubis desnudo. Está atontado, mitad despierto mitad dormido, pero siente que ella aprueba su movimiento exhalando un gemido suave. Repite el movimiento de su mano izquierda, jugueteando con los pelos y haciendo circulitos con sus dedos, mientras ella se empieza a inquietar y acelera la respiración.

Se decide y estira el dedo índice para rozar los labios por debajo de los pelos. Están mojados. Desliza el dedo por la ranura, sintiendo el calor en el que se sumerge. Ella se agita y se frota contra la palma de la mano.

Abre los ojos, y ve un hombre sentado en una silla junto a la cama. Los cierra. Quisiera regresar al momento anterior, pero no puede. Antes de reabrir los ojos, se pasa el pulgar izquierdo por la yema de los demás dedos de esa mano. Están secos.

Vuelve a abrir los ojos. El joven sigue ahí, lo mira. Se le acerca, se agacha junto a la cama, y le alcanza algo del piso. Un cuaderno.

—Te moviste mucho durante la siesta. Acá está el cuaderno, se te cayó.

3

No puede calcular hace cuánto tiempo está despierto, todo lo que sabe es que el cuerpo se va rindiendo, como si hubiera hecho un gran esfuerzo.

Cede y cierra los ojos. Lo primero que aparece en la oscuridad es el recuerdo vívido de la habitación, como la acaba de ver. Es un álbum de fotos que va perdiendo páginas: al principio recuerda el espacio y los movimientos de las cosas en el espacio, pero se transforma de a poco en el recuerdo de una sola foto. No tiene profundidad ni movimiento. Los objetos se van borrando del recuerdo y los detalles se pierden. No queda nada, solo la sensación de que él está inserto en un espacio físico. Al rato, flota en el vacío, con los ojos cerrados, sólo sabe sobre sí mismo y los estímulos que lo rozan: las sábanas sucias con su transpiración, el aire denso que respira, el olor a encierro disimulado con amoníaco. Pero esas percepciones no las asocia con figuras visibles: nada viene a su memoria, no podría describir cómo es la forma de su cama ni el color de sus sábanas. Está en tinieblas.

No hay sonidos ni visiones en su recuerdo: está solo con sus sentimientos. No se espanta, hay algo familiar en lo que siente. Se deja estar un tiempo, no sabe si son segundos, horas o días.

De la ceguera más absoluta, surge algo. Su cuerpo percibe la presencia de un ser inmaterial. En medio de la oscuridad de su memoria, hay algo que vivió y está pudiendo evocar. Algo sin forma, luz ni sabor. Lo inquieta, lo pone en alerta. Está en un túnel a oscuras, pero en el túnel hay algo que él ama. Lo ama tanto que se olvida de sí mismo. El techo del túnel tambalea y está por desmoronarse. Se sale de sí para proteger eso que ama, que está ahí, cerca, pero no puede moverse. Quiere cuidarlo, pero no puede caminar.

Se estremece, quiere abrazar eso que evoca. No sabe qué forma tiene, pero sabe que desea ardientemente abrazarlo.

De golpe, aparece la certeza. No sólo recuerda, sino que lo relaciona con algo más. No le puede adosar un rostro ni un cuerpo, pero está seguro: lo que está ahí, en el túnel, es su hijo. Indefenso, frágil. No lo ve, no tiene cuerpo, no tiene nombre, pero es un chico y es su hijo.

Se aferra al recuerdo. No quiere abrir los ojos. Si los abriera, podría perder este único retazo de memoria.

4

—¿Estoy casado?

—Sí.

–¿Cómo se llama mi esposa?

La persona que está sentada a su derecha parece dudar antes de responder.

—Brigitte Bardot.

Algo en el nombre le parece extraño, suena distinto a las palabras que pronuncia o las que usa para elaborar sus pensamientos.

—Es cantante de cumbia. Le dicen Brishi —agrega el joven, que parece animado en su explicación—. Es famosa, viaja por todo el mundo. El viernes tocó en González Catán, el sábado en Berlín.

Se da cuenta de que tiene un cuaderno y una birome en la mano, siente el impulso de anotar, pero el otro va demasiado rápido en su relato. Va a tener que sintetizar.

—¿Viene a verme?

El chico vuelve a meditar la respuesta.

—Sí. Me la cojo cada vez que viene.

—¿Cómo?

—Vamos al cuarto de al lado y cogemos. Cerramos la puerta, así no te amargás al escucharnos.

Se inspecciona a sí mismo mientras escucha al chico. No experimenta ningún tipo de despecho ni ofensa por la traición. El relato le es indiferente, como si le estuvieran contando una película. Interesante, pero ajena. El chico se entusiasma, se deja llevar por la narración de una relación sexual intensa.

—Perdón, me perdí —lo interrumpe—. ¿Con quién decís que hiciste todo eso?

Desde el costado, el chico lo mira, se nota que no está seguro de qué responder.

—Con mi novia. Marilín Monró, se llama.

—Ah, qué bueno. Tenés novia —se alegra genuinamente—. ¿Y yo? ¿Tengo esposa?

El chico desvía la vista, busca algo en el piso, junto a su silla. Levanta un libro, lo abre y busca una página.

—Sí —responde.

—¿Viene seguido?

No obtiene respuesta inmediata. El otro parece hacer caso omiso a su pregunta, lee. Después de un rato, se detiene y gira la mirada hacia él.

—Está muerta —le dice.

5

Corta otro pedazo de milanesa y se lo lleva a la boca. El camarero está a su costado, no sabe cómo se llama. No recuerda tampoco el nombre de la pareja de la foto que está junto a su cama, ni siquiera su propio nombre. Pero sí que a la comida se le dice milanesa.

Tiene sed. Mira el vaso vacío en la fuente que tiene sobre la falda.

—Disculpá. ¿Cómo te llamás?

—Sergio.

—¿Sergio, me podrías traer agua?

—Ya tomaste muchos vasos. Si te doy más, te voy a tener que llevar al baño varias veces. Aguantate un poco.

No le cae bien la respuesta. En cuanto pueda, se va a deshacer de él. No sabe si es su empleado o si está en un hospital, pero ya verá la manera de quitárselo de encima. Piensa si hay alguna manera de recordarlo, y se le ocurre una idea.

—¿Me podés traer algo para anotar? —le pregunta.

—Mmmhhh… Dejame ver si encuentro algo.

—Dale. Te pido, si sos tan amable, que me consigas.

Sergio sale de la habitación mascullando una frase inaudible y lo deja comiendo solo. De todos modos, le dejó una pista interesante: el cuerpo y sus ritmos pueden darle señales sobre cosas olvidadas. Si se hace pis, es que tomó agua. Si está descansado, puede ser de mañana.

Se concentra en escuchar a su cuerpo. Sabe que tiene sed. Es probable que Sergio le haya mentido. Sabe que tiene la cola dormida, debe estar sentado en esa posición hace horas. El estómago está a medio llenar, la milanesa que come tiene que ser el primer plato. Intenta levantarse, pero las piernas no le responden, aunque tampoco le duelen. Se desespera. Busca en el resto de su cuerpo marcas de un posible accidente, pero no encuentra nada. Devora en dos bocados el resto de milanesa y apoya el plato a un costado. Se quita la sábana que lo cubre, inspecciona sus piernas. No hay marcas.

Se abre la puerta de la habitación y entra un chico.

—Buenas tardes. ¿Puedo retirar?

—Sí, gracias, ya terminé.

El chico se acerca y levanta la fuente.

—¿Cómo te llamás?

—Sergio, soy tu cuidador y enfermero —responde con un resoplido de fastidio—. Está todo anotado en el cuaderno que dejaste apoyado en el piso, al lado de la cama.

—Muchas gracias, Sergio. Voy a leerlo.

6

Hojeando el cuaderno llega a una página con el título de “Cuánto dura mi memoria” y en un margen lee: Tenés un reloj con cronómetro. Prendelo y activalo. Dejalo correr y apagalo cuando aún te acuerdes para qué lo habías prendido. Tal vez te olvides y siga corriendo. Pero si lográs apagarlo y aún te acordás por qué lo tenías prendido, anotá el tiempo.

La página tiene una lista con varias anotaciones numéricas, con varios colores de tinta. Los primeros varían en torno a los tres minutos: 3min 10seg, 3min 25seg, 4min 0seg, 3min 0seg, 2min 50seg. Los que aparecen más abajo, en cambio, son tiempos más cortos: 1m 40s, 1m 30s, 2min, 1m 30s, 1 min 15s.

Se mira la muñeca izquierda pero no encuentra reloj. Tampoco en la derecha. Busca en el cuaderno, pero no dice nada acerca de habérselo quitado.

Tal vez le pueda preguntar al muchacho que está sentado junto a la cama.

—Disculpá. ¿Cómo te llamás?

—Sergio. Me tenés podrido con esa pregunta.

—¿Cómo?

—Que me tenés podrido. Siempre preguntás lo mismo.

—¿Y vos quién sos? Si no te gusta, andate.

—Soy Sergio. Es todo lo que necesitás saber. Ya te expliqué dos mil veces todo lo demás. Y si no me voy es porque necesito la plata.

—No me faltés el respeto.

—¿Y si te lo falto qué vas a hacer? Si no sabés ni cómo te llamás.

Se queda mudo. Se sentiría ridículo preguntándole al respecto a Sergio.

Mira el cuaderno. Lo abre y ve el título “Cuánto dura tu memoria”. Debajo hay unos números anotados, y una anotación en el margen.

A su costado hay un chico que quizás le pueda explicar.

—¿Disculpá, te puedo hacer una pregunta?

Biografía

Marcos Fontela nació en Buenos Aires en 1973. Es economista y propietario de una consultora de capacitación virtual. Publicó el libro de cuentos La distancia entre la sed y el vaso (Limbo, 2023). Fue premiado en concursos de cuentos de varias ciudades. En 2025 publicará las novelas Patear el hormiguero (Milena Pergamino) y Tierra removida (Ed. Lengua Suelta).
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