Copenhague, cuidado, es un hombre en silencio, con los ojos semiabiertos, y totalmente atento.
Lo que sea que digas, más vale que sea sencillo, relevante, sagaz. Esto es lo que permanece en el minúsculo abrazo de agua del puerto, lo que la ciudad conservará de todos los que transitan, pero no la habitan.
Esta sombra masculina y omnipresente te obligará a mirar tu reflejo en tu propio espejo de demonios, deberás elegir a cuál enfrentarte y después, aquietarte hasta volverte uno con sus cenizas, que nunca terminan de apagarse.
No saldrás más humilde, no, ni más compasivo, ni más reflexivo. Sólo limpiaras las impurezas que traes de afuera, de otras tierras y otros aires.
Y podrás sentir los celos lejanos pero estridentes de las ciudades que ya te poseyeron.