¿Son libres?

Es un jueves previo a un fin de semana largo, los conductores están más ansiosos que otros días.

Tengo los minutos contados para entrar al trabajo, yo voy cuando la mayoría ya vuelven a sus casas.  Cómo no podía ser de otro modo, me agarran todos los semáforos en rojo.  En el último de la calle Corrientes para entrar a la ruta 197 están los genios que hacen malabares con las clavas, los aros y las pelotas.  Hacía unos meses que no los veía, seguro que se habían ido a recorrer otros pueblos. Qué fantástico, sin dar explicaciones, sin que les digan lo que tienen que hacer y sin que les manejen los tiempos. Toman sus mochilas y como caracoles se van donde más les guste. 

Ellos salen a hacer su acto. Son muy hábiles, entretienen mientras estamos detenidos. Lanzan las clavas por encima de sus cabezas, los aros ruedan en sus manos, las pelotitas se mueven en sus pies.  Una se le cae al piso, ella pone cara triste. Con una corbata enorme a cuadritos, camisa blanca y un shorcito que apenas la cubre. Sus piernas perfectas, como dibujadas, con los músculos firmes, las contonea con frescura. Se las ve bronceadas de un color que dan envidia. Capaz que cuando terminan en el semáforo se van al rio a tomar sol. Yo solía tenerlas así, pero me daba vergüenza mostrarlas. 

El chico tiene una peluca de colores, nariz de payaso, una pollerita tableada escocesa, estampado tartán de lanilla. No sé cómo la soporta con este calor. Unas piernas peludas negras y sus músculos parecen trabajados en un gimnasio, asoman del chaleco unos brazos también tonificados. ¿Les alcanzará para ir hacer fierros? ¿cuántas monedas al día llegarán a juntar?  

Seguro que son pareja; son jóvenes, pero no tanto, muchísimo más jóvenes que yo, casi podrían ser mis nietos.  

Yo creo que viven en la calle, o ¿tendrán una gran mansión o una casa y solo se rebelaron? Capaz sean herederos de una abuela acomodada y ahora patinan toda su plata. Me gustaría tener a alguien que me deje una fortuna para poder despilfarrarla sin culpa. Ellos son libres de ir y venir. Imagino que decidieron guardar algunas cosas en la mochila y largarse a conocer el mundo. Yo le hice caso a mis padres. Me casé, tuve hijos, fui una esmerada ama de casa. Vinieron tiempos en los que la plata no alcazaba para llegar a fin de mes, un conocido había abierto una residencia para mayores. El turno noche era el único disponible. Cumplo horarios, tengo una remuneración mensual. Este año espero combinar las vacaciones con las de Jorge. No soy dueña de irme de viaje cuando quiero.  Entro a trabajar casi de noche, y vuelvo cuando los primeros rayos asoman. Es lo que me tocó, no había mucho para elegir. Ya lo tengo asumido. No me animé a moverme de mi seguridad cuando era mas joven, ahora no hay otro lugar para mi en el mundo del trabajo. Otra vez suena el celular, miro es el dueño. No lo atiendo. Mejor disfruto de los malabares. Que se apuren porque va a cambiar la luz a verde y los van a atropellar.

Algunos conductores les dan unas monedas. Yo siempre tengo billetes para ellos ¿Les alcanzará para vivir? ¿En algún momento pensaran en el futuro? En un costado contra el cordón de la vereda, están las mochilas y unas mantas tiradas. La gente que cruza a pie los mira con desconfianza.  

¿Como se arreglarán para higienizarse? Yo tengo que bañarme, usar ropa limpia todos los días. La de ellos se ve sucia y desprolija, pero supo ser de marca. Les miro las zapatillas y son de esas caras, bastantes nuevas. Supongo que las propinas les alcanzan para comprarse ese calzado. Quiero creer que no las han robado. No tienen cara de ladrones, parecen buenas personas.  ¿Cómo harán para ir al baño todo el día en la calle? ¿Se tomarán un cafecito o una gaseosa en la cafetería de la esquina para poder usar los sanitarios?

A la mañana cuando paso bajo el puente hay un poco de fuego y la pared está toda manchada de hollín, seguramente duermen ahí. 

Ya se pone amarillo y verde, bajo la ventanilla les doy un billete, les pregunto cómo están. Ella me sonríe y me dice algo que no alcanzo a escuchar por los desenfrenados bocinazos. 

Hace calor, yo acá haciendo malabares en el semáforo de la calle Corrientes y ruta 197. Los conductores están muy ansiosos. Seguro que se quieren ir de joda. Mañana no trabajan. Qué bajón, para nosotros todos los días son iguales. Si no hacemos nuestro acto callejero, no comemos. Hace un calor infernal. Me arden las piernas de tanto estar al sol. Estos arriba de autos lujosos con aire acondicionado, familias que los esperan, una cama donde dormir. Llegan a sus casas, se dan  un buen baño, o una ducha, o mejor se tiran a la pileta para darse un gran remojón. ¡Ratas, o son capaces de tirarnos unas monedas! Ahí viene la del Renault 19, esa sí que es una grosa, siempre tiene preparados unos billetes. Ahora hacia unas semanas que no andábamos, la yuta hacía requisas. No queremos que nos agarren otra vez. La gente botona nos denuncia porque hacemos un poco de humo bajo el puente, o dejamos tiradas las mochilas y las mantas. Ellos tienen que llegar a horario, aguantarse un jefe que les gruñe, la guita que no les alcanza para fin de mes. En eso somos libres, un tiempo estamos por acá, nos aburrimos, vamos a otro lugar. Cuando nos sigue la cana, rajamos para pueblos mas chicos. 

Con lo que juntamos nos alcanza para el día a día. Después la gente es generosa, nos regalan ropa y calzado. ¡Está bien, se vive el ahora, qué mejor que disfrutar el presente! 

Biografía

María Rosa Batista es argentina, y vive en Tigre, provincia de Buenos Aires. Durante 30 años ejerció la docencia en todos los niveles educativos y ahora es jubilada. Cuenta con cuentos publicados en “De andenes y otras Aventuras” Historias que nadie contó y no sucedieron ¿o sí?, de Editorial Autores de Argentina y participó de la Antología Digital Internacional Nuestro Planeta Nuestra Casa “Colectivo cultural por las huellas del arte” 2024.
Los que leyeron este relato, opinaron...

Una pausa en el caos

Hermoso relato, potente, con diferentes miradas. Una pausa en el caos, empatía, hacernos ver que hay mucho más rodeando nuestra propia urgencia.

Graciela

Imposible no sentir empatía por los personajes...

Como todos los cuentos de María Rosa, ya que leí su libro, “De andares y otras aventuras”, es imposible no empatizar con los personajes.

Siempre historias que pueden ser reales, que obtiene de la mirada que realiza del mundo que la rodea…

En estos tiempos que corren, ‘mirar al otro’ no es lo más habitual, pero cuando alguien nos lo presenta, a través de la escritura, es imposible no hacerlo…

¡Gracias María Rosa! ¡Felicitaciones!, y a seguir ‘mirando’, para contarnos lo que ves…

María Musse

Mirada del otro

Bellísimo relato que deja en evidencia las distintas perspectivas que ponemos en juego.

El ‘ mirar con los ojos del otro’ queda plasmado en este relato de un acontecimiento habitual

Hermosooo!!!!

Mónica

Son libres?

Me gustó la narrativa clara, ágil y real. Pude verme en sentada en el auto viéndolos.

Matilde Toledo

Excelente relato, parece estar viendolo

Un relato claro, sobresaliente descripción.

Felicitaciones Maria Rosa Batista

Marcela Scola