¡Shhh! No le digan a nadie que ganó el Nobel: La tragedia de la fama para Krasznahorkai

El Premio Nobel de Literatura László Krasznahorkai prefiere que no se sepa de su vida privada. Parece un outsider en tiempos de vidas tan expuestas. Apenas se sabe que Krasznahorkai vive en una zona rural de Szentlászló, en Hungría. Que está casado con una diseñadora gráfica y que tiene tres hijas. Que su esposa se llama Dóra Kopcsányi y sus hijas Katalin, Agnes y Panni. Que vive recluido y que cada vez piensa más en el retiro de la escritura.

Tal vez para intuir más sobre Krasznahorkai haya que leer su última novela, Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino y al este el río, publicada por la editorial independiente Sigilo, una de las mejores, por lejos, de nuestro país. Allí, el protagonista es un buscador de meditación y paz; alguien que llega a un lugar religioso pero abandonado. Alrededor de 170 páginas que se leen con la sensación de que siempre está por pasar algo que no pasa. Una descripción del mundo budista y, a la vez, una lectura que contagia tranquilidad. El libro (publicado originalmente en 2003) se comenzó a distribuir en la Argentina dos semanas antes del 9 de octubre, el día en que se informó que Krasznahorkai es el ganador del Premio Nobel de Literatura. Reconocimiento máximo al mundo literario pero cada vez con menos prestigio: unas horas después, la venezolana María Corina Machado Parisca recibiría el Nobel de la Paz, impulsado por el presidente norteamericano Donald Trump, sobre quien también se especulaba como posible ganador. No hace falta agregado.

László Krasznahorkai nació en Hungría el 5 de enero de 1954. Se recibió en Derecho y después se convirtió en ciudadano del mundo. Mongolia, China, Berlín (Occidental, tras la Hungría comunista en 1987), Bosnia, Japón y China de nuevo. De esos últimos viajes quedó impregnado de la cultura oriental. También anduvo por Nueva York, donde vivió un tiempo en el departamento de su amigo y colega Allen Ginsberg, uno de los máximos referentes de la cultura beat fallecido en 1997. En su casa, Krasznahorkai escribió Guerra y guerra. Los consejos de Ginsberg fueron fundamentales para darle forma al libro. Tras su muerte, el Nobel casi que se alejó de América y comenzó a rodar por Europa.

Dicen que en la literatura de Krasznahorkai abundan “el caos social, la decadencia y la búsqueda de sentido en mundos”. Oscuridad, pesimismo. Y es cierto. Prueben con el enorme (casi 400 páginas) Melancolía de la resistencia. Llegué a ese libro de casualidad y, recuerdo, se lo recomendé a varios amigos lectores. El punto de partida es la llegada de un circo poco común a un pueblo triste, apagado, lúgubre. Sucede con personajes memorables, como la señora Eszter, quien quiere imponer un modo de vida estricto y correcto; o aquella que la detesta pero se somete. O los obreros que duermen en las calles y generan el miedo a lo incierto en los “vecinos de bien”.

Las primeras líneas de Melancolía de la resistencia son imperdibles. La señora Pflaum horrorizada en el tren que la lleva de regreso, colmado de lúmpenes que le dan asco, vergüenza y miedo. “Durante un buen rato no pudo distinguir su indignación por aquel tumulto implacable de una sensación que oscilaba entre el temor y la rabia por la necesidad de aguardar allí —con su billete de primera clase, envuelta en olor a chorizo con ajo, a aguardiente de mala calidad y a tabaco barato, rodeada por un círculo amenazador de «vulgares campesinos» que no cesaban de gritar y de eructar— la respuesta a la única pregunta importante de aquel viaje, arriesgado como todos en aquellos días: concretamente, a la pregunta de si llegaría a casa”.

Sus personajes son oscuros y atrapantes. Los suele contar en párrafos largos, con puntos y muchas, muchas comas. Como ejemplo, György Kori, de Guerra y guerra: “Porque no le apetecía volver a casa a un apartamento vacío el día de su cumpleaños, y realmente fue extremadamente repentino, la forma en que se dio cuenta de que, cielos, no entendía nada, absolutamente nada de nada, por amor de Dios, absolutamente nada del mundo, lo cual fue una comprensión de lo más aterradora, dijo, especialmente en la forma en que le llegó en toda su banalidad, vulgaridad, a un nivel repugnantemente ridículo, pero este era el punto, dijo, la forma en que él, a la edad de cuarenta y cuatro años, se había dado cuenta de lo absolutamente estúpido que se parecía a sí mismo, lo vacío, lo absolutamente tonto que había sido en su comprensión del mundo estos últimos cuarenta y cuatro años, porque, como se dio cuenta junto al río, no solo lo había malinterpretado, sino que no había entendido nada de nada, y lo peor fue que durante cuarenta y cuatro años pensó que lo había entendido, mientras que en realidad no lo había hecho; y esto de hecho fue lo peor de todo aquella noche de su cumpleaños, cuando se sentó solo junto al río, lo peor porque el hecho de que ahora se diera cuenta de que no lo había entendido no significaba que lo entendiera ahora, porque ser consciente de su falta de conocimiento no era en sí una forma nueva de conocimiento por la que se pudiera intercambiar uno más antiguo, sino algo que se presentaba como un rompecabezas aterrador en el momento en que pensaba en el mundo, como lo hizo con furia esa noche, casi torturándose en el esfuerzo por comprenderlo y fracasando, porque el rompecabezas parecía cada vez más complejo y había empezado a sentir que este rompecabezas del mundo que estaba tan desesperado por comprender, que se torturaba tratando de comprender, era en realidad el rompecabezas de sí mismo y del mundo a la vez, que eran en efecto una y la misma cosa, que era la conclusión a la que había llegado hasta ahora, y aún no se había dado por vencido, cuando, después de un par de días, notó que había algo mal en su cabeza”.

Su primera novela fue Tango satánico, de 1985. Un pueblo perdido y olvidado, en total decadencia. Las cosas parecen cambiar cuando llega un supuesto salvador que es en realidad no lo es. Su pintura de esa sociedad bien podría ser la de la Argentina actual: la literatura de Krasznahorkai es tan abarcativa que sirve hasta de espejo. El director de cine Béla Tarr, también húngaro, y de enorme reconocimiento, llevó la historia al cine. Dura 7 horas. Inicialmente, fue prohibida en su país. Aún Tango satánico sigue siendo una de las novelas de mayor reconocimiento para acercarse a la obra de Krasznahorkai, admirador de Kafka. Hay, además, cierto paralelismo con Dostoyevsky.

El Nobel suele colaborar con otros artistas, como el pintor alemán Max Neumann; juntos expusieron Animalinside, con textos de Krasznahorkai. Entre las pinturas, destacan los perros, animal al que también vuelve en su reciente Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino y al este el río. “Mi existencia no se mide por el tiempo… levantas la cabeza del periódico de hoy, o simplemente miras hacia arriba, y allí estoy frente a ti”, escribió para la exposición junto a Neumann.

El cine fue una constante en la vida de Krasznahorkai, quien continuó trabajando como guionista junto a su amigo Tarr. Entre esos guiones, el de Condenación, que data de los 80. También llevaron a la pantalla grande la recomendable Melancolía de la resistencia.

“No me interesa creer en algo, sino comprender a las personas que creen”, dijo Krasznahorkai en una entrevista con The Guardian. El prestigioso The New Yorker lo ha comparado con escritores como Claude Simon, Thomas Bernhard, José Saramago, W. G. Sebald, Roberto Bolaño, David Foster Wallace y James Kelman: Y citando a Krasznahorkai, se lee en The New Yorker: “La realidad examinada hasta la locura”.

Si quieren saber de frases largas, lean su Herscht 07769, que en 400 páginas no tiene ningún punto. Apenas algunas comas, o punto y coma. Tal vez por este estilo fuera de lo común es que tardó en ampliar su círculo de lectoras y lectores. Sin embargo, nunca desmereció otros mercados. De hecho, contó que alguna vez se peleó con su editor en español cuando supo que sus libros fueron convertidos en pasta de papel porque no se vendían. Tuvo -tiene- revancha.

Krasznahorkai colecciona premios desde hace tiempo. En 2004 el gobierno húngaro le entregó el Kossuth, uno de los más prestigiosos de su país. En 2015 ganó el Man Booker Internacional; en 2021, el Premio Austríaco de Literatura Europea; y en 2024 el Premio Formentor de las Letras. Y ahora el Nobel, que con más o menos prestigio es aún la máxima aspiración de la mayoría de los escritores. 

Y si Krasznahorkai era hasta ayer no más un escritor de culto para algunos y poco conocido para la mayoría, desde ahora es posible que se convierta en un escritor para todo aquel que quería leer literatura de la buena. De la muy buena.

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