Reencuentro en Las Caracolas

El maestro Tabarez proviene de la Banda Oriental. Ha cruzado hacia Arroyo de la China dejando atrás un territorio en conflicto, ya ganado a Portugal. Desde allí bajó a Caracolas, donde se aquerenció. Su amor por la historia le deparó un empleo en la oficina del Digesto de la Alcaldía, lo que le permitió pagar una habitación cerca del trabajo. Desde su puesto disipa toda duda y gana el respeto del pueblo. El nombre de una calle, una ordenanza perdida, la fecha de aquel incendio… 

Recuerdo que nunca dejó sin respuesta mis innumerables preguntas. Su capacidad, un perfil bajo y su paso por la Mili en la juventud, explican su permanencia a través de las administraciones. En una oportunidad fue invitado a formar parte de una Comisión de Historia del Pueblo de Caracolas y Aledaños. Aceptó, pero duró muy poco. Harto de que las principales actividades fueran asistir a actos protocolares, les envió a tomar por saco. La investigación histórica es personal e individual, dijo. Y desde entonces publicó artículos en los periódicos del pueblo, disputado con tensa amabilidad. Estuvo en duda su continuidad laboral pues ha cuestionado errores varios, por ejemplo los cometidos en discursos oficiales y placas recordatorias de sucesos históricos. Es que la alcaldía recurre a la historia solo en época de elecciones, y mal, enfatizaba.  Así, queda en el bronce la confusión de fechas y lugares históricos. ¿Por qué no preguntan a los que saben? su único comentario, que tensó más la cuerda.

Resignadas las solteras del pueblo a considerarlo un solitario empedernido (yo era muy joven para él) se sorprendieron ante la llegada de una bella, morena y elegante dama con un niño. Preguntaba por el profesor Tabarez. Pocos meses después se casaban en la Inmaculada, para pasar a vivir en una chacra de las afueras. La única información que el pueblo obtuvo, gracias al casamiento, es que se llamaba Elvira Cardozo y que era hija y nieta de militares portugueses.

La tranquilidad que había encontrado en el pueblo y su siesta, se había visto interrumpida por la reaparición de Elvira en su vida. ¡Hola Washington! le había dicho sin más, al abrir Tabarez la puerta de la pieza. Este es Andresito, nuestro hijo. Pasó tiempo, y pensé que tú tenés derecho a conocer al botija… Sí. Mi familia me repudió, y crecí a los golpes. Tú te fuiste antes de que yo me enterara de …la novedad, y no quería usarla para que vuelvas, además cuando decidí volver a verte, me costó encontrarte. Solo te sabía en Arroyo de la China. Estuve a punto de mudarme a Asunción, atraída por sus luces, hasta que llegó a mis manos un ejemplar del Caracoleño, y aquí estoy, en este barrial. Pero no te sientas obligado a nada, soy una mujer moderna y libre. A los golpes me he formado como periodista, y he sobrevivido escribiendo columnas firmadas como Diógenes Pereira. El chiquilín se llama Washington Andrés y tiene ocho años, todos lo llamamos Andresito. 

Tabarez no se recuperaba aún de su asombro cuando escuchó el final de la presentación: ¿No hay mate aquí?

Así nos reencontramos, me dijo para continuar, más locuaz que de costumbre:

 Atónito, solo atinó a invitarlos a pasar y cerrar la puerta. Mientras ponía la pava en el calentador y buscaba la yerba, trataba de ordenar sus pensamientos.  El perfume de Elvira había invadido la austera pieza y competía con el olor a sopa, el petróleo del Primus y el alcohol de quemar usado para prenderlo. Chypre de París, el mismo que usó siempre y cuyo poder evocador lo volvía a aquella época feliz en Paysandú. Época de la que solo a mí me hablaba, cuando lo visitaba en la oficina del digesto. Una historia fascinante.  

Paseos por la costa, furtivos encuentros amorosos en el sauzal, el viaje a Montevideo, cada uno por su lado para engañar a la familia… Y luego el pedido de mano y la rotunda negativa. Los Cardozo todavía sufrían por la histórica derrota brasileña en Paso del Rosario, a orillas del Cutizaingó, y casi un siglo después la pérdida de la Banda Oriental. Además el himno escrito por el propio emperador Pedro I para la imaginada victoria brasileña, terminó apropiado por los vencedores y rebautizado con el ridículo nombre -opinaban- de Marcha Ituzaingó, una deformación del topónimo Cutizaingó. Entre queja y lamento habían decidido mudarse al Imperio del Brasil con su hija.  Y tampoco aceptaban a este criollo con ínfulas independentistas. Elvira no aceptó fugarse con él, y Washington, desolado se dejó llevar en un bote río abajo por el Uruguay. Desde Arroyo de la China le envió una carta, última súplica, que no tuvo respuesta. Las mismas aguas le hicieron atravesar la Delta y dejaron tiempo después en Caracolas, donde imaginaba terminar sus años en la soledad del Digesto y sus papeles amarillos. 

El abrazo duró el tiempo que tardó Andresito en tirar de la manga de su madre y dijo tengo hambre.

La conclusión del relato, nos dejó con los ojos brillosos…

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Fragmento de la novela “Un pueblo de ultramar”.

Biografía

Guillermo Enrique Haut tiene 73 años, es Biólogo y profesor de Enseñanza Media y Superior (UBA). De 2012 a 2018 se desempeñó como Director de Museos en Tigre. Cuenta con dos libros de ficción historia tigrense “Un amor de Tigre” y “Sudeste justiciero” publicados por la Fundación Azara (protección del patrimonio natural y cultural). Su cuento “Sudeste justiciero” fue Mención en el Premio de Literatura Mujica Láinez 2019 (San Isidro). Actualmente vive en Villa de Las Rosas, Traslasierra, Córdoba, donde se encuentra escribiendo su primera novela “Un pueblo de ultramar”.
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