Pienso en la muerte, en la mía. No hay un día en que no la piense.
A veces la imagino, y un temor sin velos me trepa las piernas.
Una especie de escalofrío conecta vectores invisibles que
me abrazan,
me recorren,
se imbrican en mi geografía
Trazan un mapa, sin división política, entre mis fronteras inhóspitas.
Otras tantas, la convoco. La busco desesperado.
Sondeo en la oscuridad absoluta, me pierdo en los espasmos del tiempo.
Extiendo mis manos en un túnel de muecas siniestras.
Soy un ruido sordo,
un tren a lo lejos.
una maraña de ausencias.
La necedad me empuja hasta el borde de un sueño, del que no despierto.
Las sombras juegan en el viento arremolinado, se mezclan en la espuma hasta diluirse.
Un murmullo se precipita, repta y se amplifica. Raya un muro de barro seco.
Algo suspira. Se esconde detrás de un ventanal con cristales ajados por el látigo del invierno.
Pienso,
muero.
Me voy.
Los pies livianos rompen el suelo. El eco agujerea las tripas subterráneas.
Hay raíces podridas, hay espectros. Semblantes de angustia y desasosiego.
Bailo con mi muerte. Una cita íntima se despliega.
En ese primer instante en que nos miramos, mi desconfianza se deshilacha y
repele su corazón de hierro; ella tropieza,
se desploma,
cae tendida.
arrastra penas de mil siglos.
Un pájaro que de improviso vuela y, también de inmediato, es acribillado.
Se hunde, el mundo ahora es una ciénaga, un pozo denso.
Naufrago con ella, no respira ni respiro en ese espejo.
La parca me seduce con un canto que no es de sirenas.
Un chasquido le descontrola la mandíbula, feroz.
Creo oír alaridos, veo humo. De repente ya no hay nada.
Silencio.
Dejo la tierra, despego de este cúmulo de piel,
de hueso
llagas
y anhelos.
Tejido ajeno que configura lo que el otro ve de mí.
Me lleva ¿a dónde me lleva?
En eso no pienso, aunque voy, avanzo, me muevo.
Me arrulla con palabras mudas. Toma mis oídos, me adormece.
Derrumba ilusiones y promesas. Teje un destino carcelero.
Mi muerte juega con sogas.
Es negra,
inexorable,
certera.
Acaricia la curva de un gatillo indomable, contornea el filo plateado de la hoja.
Es veneno, se lanza desde la altura,
esparce mis sesos sobre los adoquines húmedos de la noche cerrada.
Los rieles despliegan mis vísceras, cuelgo desde una gárgola con los pies desnudos.
Pienso, a cada hora, pienso.
Y a veces imploro.
Un deseo articula estrofas;
que esa brisa me arranque o que el piso cruja debajo.
que el techo se desplome y mi esqueleto se derrita en la lava del centro profundo.
Besar el núcleo del planeta, morderme los labios abrasados
de hielo
de niebla
y fuego.
Soy el muerto. Todos los días me escurro en el cielo rojo.
Soy letargo y tristeza sin dioses ni gestos.
Seré cenizas de alguna playa,
algo que decante en el flujo del cristal que va hacia el mar.
La corriente mecerá lo que de mí se confunda y,
entre las piedras, seré afluente y cauce,
hasta caer cascada,
orilla nueva
de aire y trueno.