La primera vez que soñaste con la criatura era una noche como cualquier otra. “La pesadilla más horrible”, así se la describiste a tu madre cuando despertaste gritando y empapada en lágrimas. Ella te preparó un té y se quedó hasta que te volviste a dormir, arrullándote, como cuando eras una niña.
Pero al día siguiente, cuando casi lo habías olvidado, regresó para convertir tus noches en un bucle infernal, y ya no hubo té, ni palabras, ni consuelo que te protegiera. El siguiente paso fue la consulta con un profesional, y el destino me apuntó para desempeñar ese papel.
Cuando entraste a mi despacho me impresionó la palidez de tu cara, Nora; las ojeras oscuras, los labios temblando casi al borde del llanto mientras me contabas todo. Siempre era el mismo sueño: estabas en medio de una oscuridad impenetrable, de pie pero sin apoyo aparente, no sentías nada excepto un frío punzante y de a poco, como en cámara lenta, se acercaba un resplandor que rodeaba a alguien…o algo. El horror y el espanto te condenaban a una inmovilidad absoluta, y no podías ni siquiera cerrar los ojos para no ver a ese ser de pesadilla. Medía unos tres metros, quizás más; su cuerpo te hizo pensar en un insecto, tal vez una mantis; era de un enfermizo color gris, con extremidades anormalmente largas que se doblaban de manera imposible, y su rostro era lo peor…estaba al revés, es decir, lo que parecía su frente se unía al comienzo del torso y remataba en un mentón tan afilado como el resto de su cara. No había nariz, sólo dos agujeros palpitantes, y sus ojos eran inmensos y completamente negros, como pozos de brea. Irradiaba maldad pura, y cuando acercaba sus dedos como patas de araña a tu mejilla y sentías el dolor de un cuchillo cortando tu piel y el olor de la sangre, de tu propia sangre, te despertabas.
Ya no podías más, me confesaste. Apenas dormías o comías, te encerrabas en tu cuarto todo el día, habías dejado la facultad y tu vida era un infierno.
Te escuché, por supuesto; soy un buen psiquiatra, al menos eso me gusta pensar, y te hice muchas preguntas mientras tomaba notas. Traté de no sonar ansioso pero no sé si lo habré logrado. Dije mecánicamente lo que más o menos se esperaba de mí y te receté lo usual en estos casos. Después nos despedimos, hasta la próxima consulta.
Nunca sospechaste que el hombre que fingía aplomo y empatía, con su cuaderno de apuntes y su serenidad, comenzó a sentir una mezcla perfecta de estupor y fascinación extrema apenas te escuchó describir a la criatura. Porque es la misma que habita mis sueños desde hace un par de semanas, Nora. Y tal como te pasó la primera vez que lo viste, me paralicé. Y la segunda, y la tercera.
Pero entonces, Nora, entonces noté un detalle: en mis sueños no veo un resplandor como en los tuyos. En mis sueños veo un brillo muy particular, el brillo característico del azogue de un espejo, y en el medio del espejo, Nora, está la criatura. Mejor dicho, el reflejo de la criatura…mi reflejo.