Martín Kohan: “Mi motivación es el disfrute de escribir”

Argentinos, ¡a las cosas! se titula el nuevo libro de Martín Kohan, escritor de cuentos, novelas y ensayos. En este título indaga sobre distintos elementos que hicieron (y hacen) a la Argentina.

Por Alejandro Duchini

200 páginas. 25 motivos. Y la argentinidad (y la Argentina) al palo. El nuevo libro de Martín Kohan –Argentinos, ¡a las cosas! (Planeta)- es una de las joyas más interesantes de este año que termina. Y lo es por varios motivos: porque invita a pensar, porque piensa, porque nos piensa como argentinos. Y porque, sobre todo, nos espeja. Se sale de sus páginas tal vez con más dudas que certezas. ¿Por qué somos lo que somos? ¿Alguna vez fuimos aquello que nos dijeron que éramos? ¿Quiénes somos los argentinos, además de un país que siempre mereció más y de un país al que siempre le robaron? ¿Quiénes nos robaron? ¿Nos robaron?

-¿Por qué escribiste este libro? ¿Para quién?

-Surgió, simplemente. Escribo porque me gusta escribir, porque lo puedo hacer, aunque eso no necesariamente signifique publicar. En este caso surgió a partir de una propuesta de la editorial (Planeta). La idea del libro, de éste libro, me entusiasmó cuando se me ocurrió la posibilidad de escribir un libro así, con el mismo impulso que tengo para una novela o un libro de cuentos. Hay como una insistencia del deseo que sigue siendo para mí la variable sobre qué escribir.

-¿Disfrutás de escribir?

-La escritura como un esfuerzo, y hasta con algún grado de padecimiento, me resulta siempre desconcertante. Si no estuviesen de por medio las ganas y el entusiasmo, no habría motivación. Ningún libro compensaría para mí si no hay ganas ni entusiasmo. Y en este caso fui también por ese camino: el del entusiasmo que surgió al hablar con Ana Ojeda, de la editorial. Hay un punto en el que las ideas maduran y me provocan muchas ganas de escribir. Y hasta me parece tan sencillo que disfruto mucho de hacerlo. Mi motivación siempre es el disfrute que me procura escribir. 

-¿Qué pasaría si te piden escribir sobre algo que no te gusta?

-No lo haría. 

-¿En qué punto la escritura se convierte en goce y en cuál, trabajo? ¿Qué pasa cuando se cruzan el trabajo y el goce?

-Es que disfruto muchísimo de mi trabajo, entonces la disociación que pesa sobre mucha gente, que es la disociación entre trabajo y placer, yo no la tengo. Porque además disfruto mucho de todo lo que se genera por escribir: ir a congresos, a ferias, dar clases. Para mí, entonces, no existe esa disociación entre el carácter obligatorio y el placer. Tengo que ir a dar clases obligatoriamente y las clases las disfruto enormemente. Eso sí: ahora vienen las vacaciones y se suspende el trabajo. ¿Sabés qué significa para mí suspender el trabajo? Leer. La diferencia está en que voy a elegir para leer cosas que no son las lecturas del trabajo. Al mismo tiempo, muchas veces pasa durante las vacaciones que me llevo algo para leer porque sí, y después ese algo entra en una clase o termino haciendo un artículo. Las vacaciones ahí se convierten en trabajo, pero el trabajo sigue siendo placentero. Es un beneficio que tengo. La trampa está, entonces, en que como lo disfruto, nunca paro de trabajar.

-¿Hay algún momento del proceso de la escritura en el que sientas que no la estás pasando bien?

-No, no, no. No resigno la relación con el disfrute, justamente porque lo que estoy escribiendo me puede servir de termómetro, de indicador de que algo no anda bien, que es el hecho de no estar pasándola bien.

-Y cuando pasa eso…

-Cambio. Busco otra forma. Trato de revertirlo, porque sé que esa lectura no será dichosa de por sí, simplemente porque estoy diciendo algo que no me está gustando. Es una falla, y hay que pensar en cómo cambiar esa falla. En algún punto, eso hasta se me vuelve interesante. 

-¿Abandonás las lecturas de los libros que no te gustan?

-Jamás. Si no estoy disfrutando el libro como tal, sigo para saber por qué no me está gustando o no me engancha. Uno le da una vuelta al asunto para volverlo interesante. Así no deja de pertenecer al espacio del disfrute. Lo mismo me pasa con el fútbol: a veces en la cancha los partidos son malísimos, pero yo disfruto igual de todo lo que hay alrededor. 

-Estás publicando muy seguido. ¿Cómo manejás ese tema? ¿No te cansa o no te asusta publicar tanto?

-Es que, como te decía antes, yo no pienso en publicar sino en el placer que me genera escribir: la escritura es un objetivo en sí mismo. No es que tengo que escribir para publicar. Escribo porque me gusta. Por suerte estoy en un punto en el que me va muy bien y hace que muy posiblemente lo que escriba se termine publicando. En una editorial o en otra, pero por lo general se publica. Cuando era joven la cosa era distinta. Pero ahora aprovecho esta situación. 

-¿Qué te provoca que no te salga un texto? 

-La escena de la página en blanco o algo así como el temor de la página en blanco no lo tuve. ¿Qué pasa si no se me ocurre nada?: no escribo. Me parece que responde a cierto criterio. Si se concibe a la escritura como un paso para publicar un libro y ver tu foto en la solapa y para hacer una presentación y que te aplaudan, entonces sí la página en blanco es un problema, pero si no, no. A mí no me genera ni miedo ni angustia, porque si no tengo nada para escribir, no escribo. 

-¿Siempre quisiste ser escritor?

-De chico nunca me apareció la idea de querer ser escritor. Nunca fue mi deseo. En todo caso, lo que quería era ser (Hugo) Gatti. No me pasó querer ser (Adolfo) Bioy Casares o (Jorge Luis) Borges. Después me fue gustando escribir, pero nunca me imaginé en escenarios junto a otros escritores y esas cosas. Para mí funciona así, para otros funcionará de otra manera. 

-Cuáles son tus formatos de lectura de libros o diarios?

-El papel. De hecho, cuando llegaste me agarraste terminando de leer un ensayo de Gabriel De Giorgi (Parar la oreja). Lo terminé y ya estaba por agarrar otro libro. El diario también lo leo en papel: mirá: estas son las páginas que me traje de casa al bar, porque me gusta leer en bares. Sólo me traigo las páginas que me interesan leer. Por eso nunca el ejemplar entero. Hablando con jóvenes, como son mis alumnos, que rondan los 20 años en muchos casos, ellos mismos me dicen que cuando tienen que leer algo que les requiere mucha concentración prefieren imprimir los textos a leerlos en la computadora o el teléfono celular, cuyo formato, al menos a mí, me dificulta mucho la lectura.

-¿Nunca probaste con un lector electrónico?

-No es para mí. Mi experiencia de lectura involucra una relación placentera, no sólo en términos estrictos de lectura sino también con la obra en sí. Hay, en la lectura tradicional, hasta un placer sensual, el de las manos: tocar el libro me da placer, pasar las páginas, marcarlas, llevar a cabo el ejercicio del lápiz en mano. Me gusta hacer todo eso. No me proporciona el mismo placer activar una función que me invita a desplazar el dedo para resaltar dos renglones en una pantalla. Además, me costaría concentrarme. 

-¿Cuándo leés?

-Todo el tiempo, todo lo que puedo. Cuando leo mucho, siento que tuve un gran día de lectura. Y me gusta leer sobre todo a la mañana, que es el momento en el que tengo mejor concentración. Hoy, por ejemplo, llegaste a las 11, pero yo estaba desde las 9, leyendo. 

-¿Y te gustan los bares?

-Me gustan muchísimo. Me gusta porque el bar me permite muchas cosas: escribir, leer. Los bares son esos lugares donde me gusta estar. Si vengo solo, todo bien. Y si es con amigos, me junto en los bares. El bar tiene para mí una ecuación muy perfecta, porque me permite estar solo y estar con otros. Además, es una herramienta que me permite la preservación de mi tiempo de lectura a lo largo de los días. 

-Si tenés que decir algo entre tanto sobre Argentinos, ¡a las cosas!… ¿qué dirías…?

-Que es un libro pensado a partir de la posibilidad de pensar, de revisar y de ensayar cuestiones de lo argentino, pero que se puedan leer en objetos concretos, en figuras concretas o en lugares concretos, como murales, una hélice o un auto. Muchas veces la pregunta metafísica le apunta al ser nacional: qué es el ser nacional. No creo que haya un ser nacional, y pretendo que no lo hay. Lo que me interesaba era ver huellas concretas que tengan que ver con una identidad. En ese sentido, este libro está hecho con huellas, con fragmentos. 

-Alguna vez se dijo que estamos signados a ser grandes. Y el presidente actual dice que quiere que volvamos a ser la potencia mundial que fuimos.

-En general, los países tienen buena opinión de sí mismos. Ninguno se considera destinado a la desgracia y a la pequeñez. Los países siempre se imaginan importantes. En el caso de la historia argentina, se partió de una serie de variables concretas sociales, políticas, históricas. Apareció la idea de un país destinado a resaltar por lo menos en Sudamérica. Pero también era la idea de un país destinado a preponderar en el mundo, ya no como ambición o como deseo, sino como destino. La idea de que la composición europea de nuestra población o la riqueza de nuestra tierra o los cuatro climas habilitaban un destino de grandeza mundial. Milei se vale de eso cuando inventa un pasado que en realidad no existió: Argentina nunca fue potencia mundial. Esa distorsión histórica que arma, a veces funciona. La idea de que tenemos que serlo y ahora la idea de que alguna vez lo fuimos funciona solo en lo imaginario. Es como que hay una idea de que nos quitaron lo que nos correspondía: alguien nos despojó de lo que nos correspondía, alguien o algo o nosotros mismos nos despojamos de algo que nos correspondía.

Los que leyeron este relato, opinaron...

No hay ninguna opinión todavía. ¡Escribe una!