Mano verde

Siempre tuvo mano verde, decían las personas que venían a la casa a dar las condolencias. Las Alegrías del Hogar rebosaban colores en la ventana de la cocina y en el centro de la mesa. Encima de la heladera una Azalea fucsia y rosa se exhibía despreocupada. Sus plantas se imponían regias, espléndidas e irrumpían en todas y en cada una de las conversaciones. Lo mismo ocurría con el Ficus del living, con ímpetu había llegado al techo y no pensaba detenerse. Por el contrario, continuó su camino por la claraboya que ella había hecho colocar tiempo atrás cuando creyó que el árbol extrañaba el sol y el calor de su tierra natal.

Sus plantas concentraban la atención de los visitantes, las plantas de ella, que siempre había sido tímida y no toleraba tanta mirada y mucho menos admiración.

Ella decía en ocasiones “Ya no planto flores, se me mueren” Así que desistió de las Santas Ritas, demasiado delicadas a las primeras heladas del invierno. También renunció a los jazmines, porque las hormigas y las langostas les devoraban hasta las últimas hojas. Esos momentos eran los más tristes para ella. Había pensado en el sitio adecuado para plantarlas, había elegido cuidadosamente la maceta y la tierra, había hecho numerosas preguntas a los que saben, pero nunca alcanzaba para que las flores que anhelaba se sintieran en casa y crecieran.  Toda una tragedia para quienes sufren de ansiedad e impaciencia. 

 No le gustaban las rosas, le parecían una declaración de superioridad y ella era simple, y como ya dije, tímida. Los crisantemos le sonaban un tanto sofisticados. Así que llenó el jardín con geranios, que todo lo soportan y con cosmos que crecen aun cuando nadie los plante. Otros toques de rojo y de azul lo dieron las flores del ceibo, las del paraíso y la lavanda. 

En sus paseos a los ríos y a las montañas recolectaba brotes de las plantas que encontraba en los caminos. Más de una vez detenía el auto a los gritos “Ahí, ahí”. Así agregó a su vivero personal plantas acuáticas, cortaderas, crataegus, más otras especies exóticas y autóctonas, como si se trataran de retazos de paisajes.

Pothus amarillos, verdes y plateados se entrelazaban en la galería semi abierta. Cactus de variadas especies y tamaños crecían en macetas y en el suelo. 

De costumbre desordenada, ella había plantado un espinillo al final del patio junto a la pileta. Tomaba esa clase de decisiones insólitas. Cuando el espinillo creció, fue más árbol que arbusto y nadie lograba escapar de los espinazos al salir del agua en el verano. Nos burlábamos de esas ideas, como aquella vez que armó un estanque para las plantas acuáticas al lado del bebedero de la perra. Durante la siesta, Bola de Pelos, no podía evitar la tentación de introducir su hocico en el estanque en el que ella, aparentemente, tenía cosas muy importantes. Entonces tomaba las plantas con su boca y las paseaba por todo el patio, ella la perseguía entre risas y gritos. Bola de Pelos entendía que no debía morderlas, ni comerlas, sólo podía pasearlas hasta que ella la alcanzara, con mimos se las quitara de la boca y las devolviera al estanque. Ella lo llamaba su sainete cotidiano.

La siesta en que se fue, pensé en sus plantas, quién cuidaría de ellas. Entonces las regué como gesto de despedida. Como consuelo fresco al sol. Por alguna razón no me llamó la atención ver cómo algunos brotes se desperezaban. 

Cuando las plantas sobrevivieron a pesar de su ausencia, no sospechamos. Creímos, supusimos que alguno de nosotros las cuidaba. 

Desde que se fue, casi no mirábamos hacia el final del patio. Pero un día fue imposible no hacerlo, el espinillo había crecido más allá de sus límites naturales, tenía altura de álamo y ancho de Ombú. Sus ramas más bajas se hicieron de la pileta como si la acunaran y la cubrieran. Ante el inminente peligro de que siguiera creciendo y tomara el resto del patio y de la casa, o peor aún, atrapara las medianeras vecinas, decidimos quitarlo. Llamamos a jardineros experimentados, quienes tardaron más de una semana en hacharlo, cortarlo, trozarlo y liberar el espacio. Todos los días el asombro los llevaba a desarrollar distintas hipótesis sobre el crecimiento inverosímil del espinillo. Sin embargo, en el afán de dejar todo resuelto en el raciocinio, concluyeron que estaba plantado sobre el viejo cementerio de mascotas de la familia. Según ellos, la tierra se había abonando de tal manera que había provocado el fenómeno. Descansaban allí un pato, dos gatos y varias perras.

 Los jardineros se llevaron pedazos del espinillo como trofeos, no dejaban de repetir cómo las cosas parecen otras cuando cambian de tamaño. El resto se repartió entre numerosas familias que necesitaban leña. Algunas vecinas se acercaron a la casa y, sin pedirnos permiso, juntaron las espinas largas, gruesas como agujas de tejer y las ocultaron entre sus ropas. Si bien estaban muertas, aún conservaban el veneno.

 Al mismo tiempo, pero sin tanto escándalo, los Pothus extendieron brazos infinitos y se tomaron entre ellos en una ronda interminable. La enamorada del muro, desbordó en una ola frondosa las paredes y siguió hasta las casas contiguas. Los vecinos no dijeron nada, aceptaron la intromisión y se enorgullecieron al ver que los pájaros elegían sus patios. 

Más inexplicable fue cuando los restos de las Santas Ritas renacieron y florecieron en la bacha vieja de cemento olvidada en un vértice del patio. Primero, la que tenía flores blancas, luego la roja sangre y por último la naranja. Los días siguientes vieron revivir a los Jazmines de leche, del cabo y de lluvia. Hasta una Glicina violeta, que nadie recordaba, volvió a la vida asiéndose del limonero que explotaba de amarillo.

No formulamos ninguna teoría al respecto. Yo creo que ella nos suspendió su ausencia. Y si bien esa maravilla inexplicable nos dejó en silencio, alcanzamos a decirnos que la muerte era así, llena de vida. 

Biografía

María Soledad Pérez Ahumada nació en la ciudad de Córdoba el 21 de diciembre de 1977. Es Licenciada en Comunicación Social, madre y docente de Lengua y Literatura. Actualmente reside en la ciudad de Unquillo.
Los que leyeron este relato, opinaron...

UNA TORMENTA DE SENTIMIENTOS

Permítaseme usar la palabra “delicioso” porque desde el principio al fin el relato acaricia, primero con la descripción del parque y la casa, después con la sencillísima evocación de la muerte: “cuando se fue” y finalmente con la epifanía de las plantas cuando se liberan del espinillo. Me encantó

Lucas Potenze

A la vida le alcanza una pequeña grieta para manifestarse

Hermoso relato. Siento su presencia en ese patio. Su sonrisa, su delicadeza.

Sin dudas siguió cuidando de sus plantas. Se hacía presente en esas manifestaciones. Nunca se fue, simplemente cambió su “presencia”. Gracias por compartirlo

Natalia

Mi Sol

Leer esto fue sentirla cerca de nuevo. Gracias!!! Un abrazo

Juli

Emotivo

Bello y real , gracias por compartir

Adrian

Relato

Hermoso relato! Lo leí en colores!!! Felicitaciones!!

Constanza