Mach 5

No sé dónde estoy. El ambiente está en penumbra pero a pesar de la poca luz que me envuelve sé que llevo puesto mi traje de Meteoro. Comienzo a caminar, tengo cerca una gran columna de madera, a lo lejos logro ver con dificultad que no es la única. Están sosteniendo un techo no muy alto, parece ser de tela y su forma curva me impediría alejarme de las columnas si esa fuera mi intención. Si tuviera el casco me lo pondría para protegerme y así podría avanzar.

El tiempo pasa. Camino rodeando las columnas y alejándome un poco de ellas. Conozco este lugar, el piso de madera, los rincones oscuros, la escasa luz y las sombras que dibujan las columnas me subyugan, este lugar me grita desde algún pliegue de mi memoria, pero no logro identificarlo.

En un momento, noto movimientos en un rincón alejado. Digo noto porque no los veo, los intuyo, sé que hay algo, pero es imposible que lo pueda ver en donde la luz no existe. Empiezo a distinguir que algo se me acerca, el miedo me paraliza, no, no es miedo, es ansiedad, como que lo estoy esperando. Veo un contorno de flecha que se desliza como flotando sobre el piso. Mis ojos se van acostumbrando y entonces lo puedo ver mejor. Me estremezco al reconocerlo, es el Mach 5, mi Mach 5, pero ¿Quién lo maneja? Tendría que ser yo ¿Por qué no estoy en él? Se acerca y cuando para a mi lado con la típica frenada del ídolo de mi infancia, veo que es mi abuela Ana quien conduce. En ese momento y como una revelación reconozco el lugar en que me encuentro, es el living de la casa de mis abuelos, debajo del viejo sillón de patas de madera. El mejor circuito nunca creado para correr las legendarias carreras de mi niñez.

-Abu ¿Qué hacés? ¡¡El que debe manejar el Mach 5 soy yo!!!- le recrimino, pero parece no escucharme, me mira con ternura y dice:

-Vení, acercáte por favor. Tengo que hacer un viaje y me gustaría usar tu auto. ¿Me lo prestás?. Te juro que te lo devuelvo, gracias Diegui te quiero mucho.-. Y sin esperar mi respuesta, me da un beso en la frente a modo de despedida y se va. Yo me quedo paralizado, mudo, hasta que surge desde mis entrañas una angustiosa súplica en forma de grito

 – ¡¡ABUELAAAAA!!!.- Y el grito mismo me despierta. 

Giro en la cama buscando el cuerpo de Inés. No me puedo acostumbrar a su falta, hace dos meses que me dejó. Miro la hora en el teléfono, son las siete y once de la mañana. Me despabilo un poco, es domingo.

Me levanto, voy a tener que hacerme un té de tilo si quiero seguir durmiendo.

Recuerdo cuando le discutía a Inés cuando me pedía un té de hierbas, le decía que no se dice té, sino tisana, y no se lo hacía hasta que no lo decía como yo quería. Nos reíamos mucho de esas cosas. Hoy ya para mí, todos son tés.

Dejo entibiar un poco el té y lo bebo en un par de sorbos largos. Me voy a acostar nuevamente, lo único que quiero es volver a dormir. La imagen de Inés gritándome entre llantos –¡Te importan los autos más que yo!- y la puerta cerrándose violentamente, me aturden. Desde el pasado Sabina canta “y el portazo sonó como un signo de interrogación.”

Suena el teléfono, es mi hermano Andrés, son casi las doce. Me llama todo el tiempo desde que Inés me dejó.

-Hola hermano- le digo- Antes que me preguntes te aseguro que estoy bien, recién me estoy despertando porque anoche salí con…- me interrumpe y entre sollozos le alcanzo a entender – Murió la abuela-.

Al principio no lo creo, si hablé ayer con ella y quedamos en que iría al pueblo el próximo fin de semana, no puede ser.

-¿Qué le pasó?- logro preguntarle antes de largarme a llorar.

-Un infarto, Dieguito, por lo que dijo el doctor del pueblo parece que no sufrió, que fue instantáneo. La encontró sin vida la tía Carla cuando fue, como todos los domingos, a desayunar con ella. Yo me estoy yendo al pueblo, si querés te paso a buscar así vamos juntos. Sara va a dejar a Sofía con mis suegros y después va.

-Me parece bien, nos va a hacer bien viajar juntos-

-En una hora paso. Tomate algo y vestiste que nos vemos en un rato. –

¡Qué tomar algo ni vestirme! Me largo a llorar, no puedo contenerlo, no puede ser. Me acuerdo del sueño de esta mañana. Fue uno de esos sueños que se recuerdan al despertar, que no se olvidan. Casi lo podría recrear segundo a segundo.

La abuela, mi abuela ¡cómo te voy a extrañar genia!

Me acuerdo cuando los domingos mirábamos juntos la Fórmula 1 por tele, o íbamos a ver los Turismo Carretera cuando pasaban por el pueblo, o ¿Te acordás cuando me llevaste al autódromo de La Plata al TC 2000?.

Y tampoco me puedo olvidar cómo te tirabas al piso para jugar conmigo a los autos en el living de tu casa y pobre, después no te podías ni levantar.

¿Y mi colección de autos de Meteoro?  El del corredor enmascarado, el de Meteoro, el Mach 5,  que se me perdió y nunca lo encontramos. Mirá que revolvimos ese living. Te hice correr el sillón, la mesa ratona y nada. Como me mimabas abu. Te voy a extrañar mucho.

Llega Andrés y nos vamos, las tres horas del viaje se nos pasan recordando anécdotas, lloramos, reímos y nos consolamos. 

La están velando en la cochería del pueblo. Mis tíos organizaron todo. Mis padres están llegando. Nos abrazamos y lloramos con todos. Se hace de noche. Mi mamá tiene frío y vamos a la casa de la abu un rato. Mis primos y mi hermano se quedan en el velatorio, que va a ser largo, ya que en los pueblos duran toda la noche. Nos turnamos para que siempre haya alguien, mucha gente se hace presente a saludar.

Llegamos a la casa y entramos. Está como siempre, me da ganas de gritar “abu, llegué”, pero se me hace un nudo en la garganta y empiezo a llorar, abrazo a mi madre y lloramos juntos.

Mi mamá va a la cocina a preparar algo caliente para tomar, y yo, movido por una fuerza invisible me dejo llevar a la habitación de mi abuela. Me siento en la cama y tengo  diez años, durmiendo alguna siesta junto a ella.

Miro la habitación, sus cosas y recuerdos. Me pongo a mirar algunas fotos que me llaman desde un cajón del ropero. Entre ellas, un sobre con una inscripción, “Para Diego, cuando ya no esté”.

Se me doblan las piernas, no me sostienen, la cama no permite que me caiga al piso. Lo abro, una carta de su puño y letra.

                                                                                                         Abril del 2020

“Hola Diegui, si estás leyendo es porque partí. No estés triste, ya nos vamos a volver a ver, pero hay algo que tenés que saber, y por favor, no te enojes conmigo. Busca en el tercer cajón de la cómoda, debajo de los suéteres hay una caja, abríla por favor “

Eso hago, como puedo, entre llantos y a los tumbos, busco la caja, la abro torpemente y allí está, envuelto en un pañuelo de seda, mi Mach 5. Lo tomo con cuidado, lloro.

Sigo leyendo, alguna letra se mancha con mis lágrimas.

“No te enojes, yo sé lo que querías este auto. Resulta que hace unos años mandé a re tapizar el sillón, vos ya estabas estudiando en Bs As. Para mi sorpresa cuando me lo traen re tapizado junto con el sillón me entregan el Mach 5. Lo encontraron dentro del sillón, se ve que se cayó por un tajo en el tapizado. ¡¡¡Te acordás cuanto que lo buscamos ese día!!!.  Mirá dónde estaba.

En seguida pensé en devolvértelo, dártelo  como una sorpresa en cuanto vinieras a casa. Pero me arrepentí. Ya sé, fui egoísta, te pido perdón. La verdad es que te extraño mucho y para extrañarte menos, cuando pasan carreras por la tele me siento a verlas con el Mach 5 en la mano, y siento que estás conmigo.

Perdón nuevamente, espero que me entiendas. Se que fui egoísta. Lo único que me queda es esperar que se cumpla mi gran deseo, que es que cuando llegue mi hora y empiece un nuevo viaje, lo pueda hacer manejando el Mach 5.

Te amo, por siempre, tu abu.”

Biografía

Fernando Hodes escribe profesionalmente desde hace 40 años. Es instructor de Mindfulness, y auditor de calidad. Desde hace unos años -ya cerca de su jubilación- está dedicando mayor tiempo a la escritura, por esa razón comenzó su primer taller: Leo, escribo y encuentro mi propia voz, dictado por la Fundación Entre Palabras.
Los que leyeron este relato, opinaron...

Me gustó0 el manejo de las emociones

Excelente relato. El autor va creando un clima donde se mezclan emociones y mantiene el uspenso hasta el final, que resuelve sin perder la

atención del lector.

Graciela Irene