Es un día de lluvia y frío en Moscú. Sola, como cada mañana, Tamara ha
instalado el toldo en un rincón del muro, a la entrada del “Convento de San
Sergio”. Sonríe a los vecinos de otros puestos mientras, cuelga los tejidos
hechos por sus manos largas y huesudas.
Ubica la rueca en el centro, cerca del caño que sostiene la sombrilla, para no
mojarse. La canasta en el piso se cubre de esferas perfectas.
Tamara acaricia sus tramas, elije los colores y comienza: entreteje, anuda,
cruza, refuerza, repite e inventa.
Tamara imagina y nacen: flores, arabescos, círculos, pájaros y ondas.
Canta con voz de soprano la canción de los “Remeros del Volga”: “…Hey ¡tirad! Hey ¡tirad” una vez más…” (en ruso)
Los turistas la miran; ella responde subiendo el tono, y con sonrisa plena, dibuja en el aire sus años.
Sobre la mesa improvisada despliega y expone las mantillas. Alisa un mechón de pelo gris que se escapa de la bufanda que la protege del frío.
La lluvia ha cesado y sigue creciendo el tejido en sus manos. Tamara conoce
de lanas, de hilos, conoce de lluvia y de soledad.
En la delicada trama de ese delicado entramado, está el secreto de la trama.