
Por Mariela Ghenadenik
El acto de leer supone avanzar en línea recta: una página detrás de otra, dentro de una estructura de introducción, nudo y desenlace.
Las historias, además de entretener, nos ordenan el tiempo vital que progresa hacia el futuro y complementan la circularidad del día, la noche y las estaciones. Al narrar algo que sucedió, confirmo un punto presente y me proyecto hacia lo que sigue.
Este antes y después organiza un movimiento y una jerarquía: una lectura occidental, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo.
Y así se construyó el joystick que guía nuestra vida en sociedad.
Hasta que un día aparecieron las tecnologías digitales. Así como el fuego nos reunió por las noches para contar historias que rompían la circularidad del tiempo, la digitalidad abrió paso a una nueva temporalidad: fragmentada, autónoma, interconectada. Y caótica.
Nuestra forma de conocer y estar en el mundo dio un giro inesperado. Dentro del tiempo sucesivo, aparece otro más azaroso, guiado por el zapping, la multiplicidad de plataformas y la ansiedad de estar en todas partes al mismo tiempo.
Impulsados por un deseo cartográfico, los viajes narrativos ya no buscan un destino predefinido: atraviesan Finisterre para explorar —y crear— nuevos sentidos, saltando de una historia a otra entre planos reales y virtuales.
Una invitación a navegar otras lecturas
A diferencia de la novela tradicional, que guía al lector por un camino fijo y cerrado, la literatura hipertextual propone una experiencia fragmentada, abierta y no lineal. Sus raíces pueden rastrearse hasta el experimentalismo de obras como Rayuela de Julio Cortázar, que – tal vez motivado por la fiebre de la juventud rebelde de los 60- desafiaba las estructuras narrativas establecidas, proponiendo dos formas de lectura y múltiples entradas al texto. Pero fue con el surgimiento de la escritura digital que este impulso encontró su medio natural: la pantalla, los enlaces, la interacción.
Un caso reciente dentro de esta corriente es el proyecto “Rodríguez” del escritor argentino Hernán D´Ambrosio, una novela web ambientada en su ciudad natal, General Rodríguez. Lejos de simplemente digitalizar un libro, D´Ambrosio construye una experiencia narrativa donde cada personaje, cada espacio urbano y cada situación están conectados por links. Así, el lector no solo avanza: explora, vuelve atrás, se pierde y se encuentra, eligiendo su propio camino dentro de una red de historias entrecruzadas.
Esta lógica de navegación entrecortada de tiempos alterados construye una historia similar a la que construimos artesanalmente y sin darnos cuenta cuando gestionamos nuestro entretenimiento guiados por el zapping frenético con nuestro pulgar más hábil.
En Rodríguez, por ejemplo, el lector puede comenzar por un incendio en una casa, seguir la historia de una mujer que huye, luego desviarse hacia la vida de un vecino que ni siquiera se enteró del hecho. Lo que parecía un evento central se disuelve en un mosaico de microhistorias, donde los márgenes también importan.
Lo que está en juego aquí no es solo una cuestión de forma, sino de lógica narrativa. La literatura hipertextual descentraliza la autoridad del autor y habilita al lector a ejercer una libertad que antes le era negada. Ya no se trata de interpretar un texto, sino de construirlo activamente, eligiendo qué leer, en qué orden, y cuándo detenerse. Esto plantea nuevas preguntas: ¿dónde empieza y termina una historia? ¿Es posible hablar de un “final” en un texto sin principio fijo?
Autores como Michael Joyce (Afternoon, a story) o Shelley Jackson (Patchwork Girl) fueron pioneros en explorar estas preguntas desde el campo digital. En el caso de D’Ambrosio, se suma lo local y afectivo y el hipertexto simula el murmullo urbano: eso que se escucha de boca en boca, que se tergiversa, que se cruza. La estructura narrativa se vuelve un poco flâneur o, mejor dicho, nómade, al deambular y detenerse donde la curiosidad decide plantar bandera.
Desde luego, la literatura hipertextual también impone nuevos desafíos: no todas las personas están acostumbradas ni desean perder el rumbo, pero este tipo de propuestas resuenan con nuestra forma contemporánea de leer, recordar y narrar.
La literatura hipertextual de algún modo siempre estuvo. La pregunta sería qué nuevas formas puede adoptar para seguir ampliando las posibilidades de un relato.
Hoy, estas propuestas podrían verse como un espejo de nuestra subjetividad fragmentada, de nuestras ciudades líquidas y nuestras memorias hechas de enlaces sueltos.