Cuento antologado en la Edición Especial del Concurso de Narrativa de Fundación La Balandra

La chica del pareo

Aunque llego a la cafetería media hora antes de lo acordado, me encuentro con que Maxi ya está acá, ya eligió la mesa, ocupó la silla con mejor vista al salón, pidió cafés y vasitos de soda: todo lo que yo iba a hacer. ¿A qué hora habrá llegado? En fin, no pasa nada. Le ofrezco una sonrisa tibia, como para darle a entender que vamos en buenos términos; me acerco, me siento, y sin saludarlo le digo:

-Habíamos dicho a las cuatro ¿no?

Sé muy bien que sí, y como él sabe que yo sé, tan sólo asiente y dice que no tenía nada mejor que hacer, que desde hace cinco meses no tiene nada que hacer y lo único que quiere es que yo le explique a qué estuve jugando. “A qué estuviste jugando” son sus palabras exactas, y por un segundo no sé si levantarme y huir, porque es verdad que en su momento yo también quise entender, solo que hice todo mal.

El deseo de entender a alguien es bastante nocivo porque en realidad no tiene fin, no tiene un completá estos casilleros. Así, la gente más obsesiva busca una racionalidad que no existe, algo que cierre por todos lados. Y nunca nada cierra por todos lados, Maxi, hasta al mejor de los cierres relámpago cada tanto se le traba un hilito.

Una vez, a eso de mis dieciséis, mi mamá me dijo “quiero entenderte”. Por entonces yo no era de esas que no cuentan nada, y podía explayarme por horas. Aun así, aunque yo le decía y le decía, a ella no le alcanzaba con saber lo que pensaba, sino que además quería saber por qué pensaba lo que pensaba, o por qué pensaba tal cosa y después hacía tal otra. Se volvía loca. Ni idea, mamá: ojalá, estés dónde estés, hayas relajado un poco.

El café está a la temperatura perfecta, Maxi calculó que yo iba a llegar y media. Me aclaro la garganta aunque no tengo flemas ni tos ni nada, y de una manera formal, como si él nunca me hubiese visto desnuda, como hace una semana no le hubiera dicho mi amor ni hubiésemos mirado terrenos juntos, le digo:

-Empiezo por aclararte que yo nunca quise hacerte mal, y necesito que lo que te voy a contar a partir de ahora lo escuches con eso en mente.

La expresión de Maxi es la nada misma, pero al menos entiende que hasta que no acuse recibo no voy a seguir, por lo que asiente con un mínimo movimiento de cabeza y una levantada de cejas. Le digo:

-Te lo voy a contar como si fuese una historia, así podés seguirlo desde mi punto de vista…

-La historia podría llamarse “cómo pretendí ser alguien que no soy para hacer a un tipo todavía más infeliz… ”

– …

-O “cómo seducir a un viudo, y hacerlo cornudo”. Mirá, esa hasta rima y todo.

-Bueno bueno, si esto va a ser así…

-Contámelo como quieras, pero por favor que sea la verdad.

Puedo entender su impaciencia, pero tampoco es para tratarme así, cuando además de todas las cosas negativas y de autoodio que siento tengo una vergüenza absoluta. No hay nada peor que asistir al momento en que con dos palabras se derrumba la imagen que alguien tenía de vos, y más cuando esa persona tiene razón, y muchísimo más cuando no podés controlar en qué momento sucede. Creo que voy a cerrar la historia con una frase así, potente.

En todo caso, este momento, lo que pasa ahora, sí puedo controlarlo, porque tengo la palabra. Y que me haya pedido por favor es hiriente, porque se supone que voy a decir la verdad; lo que quiere sacar a colación es que ahora duda de mí, y no le faltan razones. Lo que queda es no aclararle nada y empezar:

-Si querés ponerle un título puede ser “La chica que hizo todo mal y ahora se quiere morir”. Perdón, mala mía. Dejemos solo “La chica que hizo todo mal” -los dedos de la mano derecha de Maxi hacen tiki tiki tiki contra la mesa; los de la otra van a su boca y empieza a morderse las uñas-, con Alejo, mi ex -remarco ex- novio veníamos de un muy mal año, o más que malo, raro, porque ni siquiera es que nos peleábamos, sólo que no pasaba nada. Lo opuesto a estos últimos meses -menciono los meses en los que estuve con Maxi a ver si lo aflojo un poco, pero no se le mueve un pelo-, en fin, estábamos raros, él estaba raro, algo pasaba, no puedo explicarte cómo lo sabía pero lo sabía. Y no es que cambió su rutina, ni que empezó a vestirse más lindo, a ir al gimnasio, o que cambió el auto, pero estaba raro, y propuso que viniéramos de vacaciones acá, a esta playa. Y esto te lo digo con total seguridad porque yo le tiré otras opciones, como para que pareciera que también me estaba ocupando, que le ponía onda, y algunas opciones de hecho estaban buenas. Una cabaña en Cariló a mitad de precio, un tiempo compartido en Mar del Plata que me divertía … pero él estaba dale que dale con Chapadmalal, ni veía las otras, se hacía el que sí pero no las analizaba, dejaba pasar unos dos, tres minutos, y después las descartaba por alguna ridiculez.

Cuestión que el siete de enero hicimos los bolsos, preparamos unos mates, subimos al auto y arrancamos viaje. Él estaba contento, y me transmitía esa felicidad. Pasamos unas cinco horas a puro canto, risas, poncho no juego más, el otro juego de las patentes, el veo veo, muy a full. En el viaje estaba tan feliz que te juro que no pensaba en nada… 

Me interrumpe:

-Vos asociás estar feliz con no pensar…

-Sí, claro…

Quiere debatir pero no sabe cómo, y en todo caso le interesa más la historia, así que me hace una seña para que siga:

-Nos ubicamos sin problema, encontramos fácil la cabaña porque estaba sobre la intersección de Cuncumen y la ruta. Yo me reía porque Alejo decía “Cucumem”, y juraba que lo decía bien, yo le preguntaba “¿pero es con eme o con ene?” y él me respondía: “con ene: Cucumem”, y yo ahí me estallaba, me hacía acordar a ese video del tipo en un taxi que dice “Madrís” en lugar de Madrid. En fin, la cabaña no era gran cosa pero estaba bien: cocinita, un baño decente, parrilla en el patio… lo único medio tremendo eran las sábanas. Yo puedo con todo menos con sábanas viejas, y estas, encima, además de pelotitas, tenían unas manchas, muy leves, casi imperceptibles, como lavadas pero que se veían igual. Ahí le dije a Alejo que quería ir a quejarme con la dueña, o comprar sábanas, que igual después iban a servirnos para casa, y él, en lugar de ponerme la cara de “sos una hincha pelotas” que en esa época tenía casi tatuada, me dijo que mejor compremos nuevas, que le parecía buena idea, lo único que a él le daba fiaca acompañarme, me dijo que fuera sola. Me pareció entendible, a ver, era mi mambo, a él le daba lo mismo. Entonces agarré el auto y me fui al supermercado grande de Mar del Plata a comprar unas buenas, unas de mil doscientos hilos o más…

Maxi me mira impaciente, pero no dice nada. Ya está compenetrado.

-Cuando volví con las sábanas, dormimos una siesta divina. Alejo me halagó el color que elegí, un gris topo. Yo viste que en general no puedo dormir siesta, pero bueno, entre el viaje, el estrés, el descanso, lo logré. Me desperté ponele que a las dos horas, y Alejo ya no estaba al lado mío. Es feo cuando pensás que dormías acompañada y estirás las piernas en forma suave, seductora, pensando los movimientos, solo para darte cuenta de que hay un montón de espacio: te sentís una idiota. Igual nada, no es culpa de nadie, a veces alguien se levanta primero, es la vida. Pero salí del cuarto y tampoco lo encontré en el living, ni en la cocina, ni en el baño. Salí y estaba en el patio, caminando, dando vueltas en el lugar como un perro, con el teléfono en la mano, y cada tanto lo miraba. Solo eso. ¿Pasa algo?, le pregunté, y entre la pregunta y que me respondiera una cosa muy específica de su laburo hubo un microsegundo, lo que me dio a pensar que mentía. Esa fue la única cosa rara tangible que pasó; después, todo presentimiento. Y si hay un buen consejo que me dio mi ex psicóloga es que le haga caso a mis presentimientos, que por algo aparecen.

A la noche salimos a comer al centro y pedimos una promo de picada con jarra de litro y medio de fernet. Después caminamos por la playa y fue divertido, me acuerdo de pensar que si alguien nos veía desde afuera debíamos parecer dos amigos, porque no había nada romántico en nuestro lenguaje corporal, ni siquiera íbamos de la mano. Pero después, cuando volvimos a la cabaña, Alejo se transformó, le agarró como un deseo, una excitación: se me tiró encima, casi que me arrancó la ropa, y me decía “qué linda que sos, qué linda que sos” sin siquiera mirarme, como ido. Yo traté de entrar en ese modo como pude pero estaba muy en otra, me agarró desprevenida. Esa fue la última vez que cogimos. Si hubiese sabido…

-Si hubieses sabido, ¿qué?

-Nada, no sé, lo vivía diferente…

Primero me pone cara de qué idiotez lo que decís, y después se le va un poco la mirada y se la adivino enseguida.

-¿Vos no te acordás de la última vez con ella?

-Sí… debe haber sido más o menos en la misma época… unos días antes de… Y la verdad es que estuvo increíble, con Ludmila pocas veces conectamos así. Quizás fue su forma de disculparse por adelantado…

-Quizás… -Seguí.

-Yo recién al día siguiente me enteré de que tu mujer se llamaba Ludmila, su edad y que vivía acá, bueno, la data de los diarios digamos, pero para ese momento ya tenía tan incorporado decirle “la chica del pareo” que ahora en mi cabeza, por ejemplo, si hablo con vos y digo Ludmila, es porque antes tuve que pensarlo un poco.

Cada vez que digo Ludmila, Maxi me pone cara, como si la repetición del nombre de su santa mujer salida de mi vulgar boca fuera algo cercano a lo hereje, pero me hago la desentendida. Igual, a partir de ahora voy a nombrarla lo menos posible, porque a mí también me da un poco de cosa.

Sigo:

-Es que no era sólo el pareo en sí, lo tenía atado con un nudo cruzado en el cuello como si fuese un vestido y de una manera muy canchera, no así nomás. En un primer momento yo la miré muy en detalle para entender cómo se lo había armado, pero con el sol de frente no distinguí nada. Todo pasó muy rápido. Esto fue en nuestro segundo día de playa, ponele. No, ponele no. Fue cien por ciento el segundo día de playa. El primero fue después de llegar, después de la noche del fernet de litro y medio, y este recién dos o tres días después, porque vino esa tormenta, ¿te acordás? A nosotros se nos cortó la luz, todo fue catastrófico… Y entonces esa mañana cuando nos despertamos y vimos el sol fue pum, activar directo. Con Alejo teníamos muy bien estudiado cómo ir a la playa juntos: él cortaba frutas, yo armaba un porrito y llenaba la botella de agua fría; él el mate, yo la sombrilla y la lona… eso es algo que extraño a veces. Pero no era amor, era ir a la playa bien, muy bien…

-Costumbre..

-No, un pasito más allá…

-Seguí.

-Bueno, vos acordate de que todo esto es desde mi punto de vista. Segundo día de playa, ritual de preparación, llegamos y nos tiramos al solcito. No nos metimos al mar, siempre esperábamos mínimo una hora hasta no poder más del calor, porque con el agua fría de acá es la única forma. Estábamos tirados en la lona escuchando música, cada uno con sus auriculares, hasta que llegó la chica del vestido pareo. Son detalles que me quedaron, eso te digo. Por ejemplo, la playa estaba estallada, llena de gente sentada tomando mate, sacándose fotos, conversando, pero ella eligió venir a despertarnos a nosotros. ¿Por qué? Son esas las cosas que me pregunto, las que nunca me cerraron. Cuestión que nos despertó con su sombra: automáticamente los dos nos sacamos un auricular, y nos dice: “disculpen, ¿me podrían cuidar las cosas mientras voy al agua?”. Una voz muy dulce pero seria, y demasiado formal para el contexto, lo que quiere decir que, o bien recién llegaba, o venía caminando por la playa, porque si no en general le pedís a la persona que tenés al lado que te mire las cosas. Yo le dije sí, por supuesto, y ahí me sonrió, se sacó los anteojos, el reloj, que igual no tenía pila, las ojotas, y ese libro del japonés…

-Yokinawa.

-Sí, ya sé. Bueno, todo lo que te dieron después en la comisaría. Me sonrió, también a Alejo pero para mí que menos. Menos y al mismo tiempo más, no sé cómo explicarlo, había como una carga en el aire. Y yo pensé con algo de miedo “ahora se saca el pareo y está re buena” pero no, no se sacó nada, nos dejó eso y se fue. Le dije a Alejo qué raro que en estos tiempos ande sin celular. Él no dijo nada nada; volvió a clavarse el auricular, se acostó y estuvo así unos quince minutos hasta que se levantó y me tiró un “voy al agua, ¿cuidás todo?”. A mí eso me dio por las bolas, no sé por qué, creo que porque me pareció desconsiderado de su parte, y un poco porque pensé que quizás él quería ir a ver si se cruzaba con esa chica, así que le mentí y le dije que yo justo quería ir también, que iba yo. Me adelanté rápido y fui; cuando llegué a la orilla, se levantó un viento helado como de otro mundo, bueno, típico de las playas de acá, así que estuve un rato para ver si me metía o no. Si no me metía Alejo se iba a enojar, porque para qué me había adelantado; además, él siempre se mete enseguida, dice que hay que hacerlo sin pensar…

Maxi me interrumpe:

-Vos decís mucho “las playas de acá”, pero nunca viajaste afuera, ¿no? -No, pero bueno, es lo que dicen… las playas del Caribe y todo eso…

-Okey.

-Estuve otro rato bordeando la orilla, como las viejas viste que se agachan y se splashean con la manito, hasta que dije basta y corrí al agua como hacía Alejo; me congelé toda, la pasé mal, choqué con un nene que estaba barrenando, pisé un caracol, y salí enseguida. Apenas puse un pie cerca de Alejo, él salió disparado hacia la orilla, ni me preguntó cómo me había ido ni por qué me sangraba el pie. Habrá vuelto a la media hora, no más, y estaba seco, me dijo que le había dado frío… Otra vez nos tiramos a dormir, y en un momento nos dio hambre, porque el ritual playa es para desayuno y media mañana, en el almuerzo improvisamos, improvisábamos. Y a todo esto la chica no volvía. Esperamos un rato más, yo propuse dejarle sus cosas a unos que estaban al lado nuestro pero Alejo me dijo que mejor las lleváramos nosotros por las dudas, que en algún momento por la tarde la chica iba a tener que aparecer.

-Pero no…

Hago un gesto de negación y mantengo un respetuoso silencio por un par de segundos; cuando entiendo que él está por darme pie para seguir, me le adelanto:

-Ahí me cansé, le dije a Alejo que me moría de hambre, que él hiciera lo que quisiese pero yo iba al parador a comer un buen sánguche de milanesa, que estaba más que invitado a acompañarme, y que esa chica era una desubicada… Mientras juntaba mis cosas fue que vimos llegar a la policía, pasaron por al lado nuestro de esa forma berreta que tienen los canas, viste que es como que te patotean, ignoran tus preguntas, unos maleducados… ay, cómo los odio… pero bueno, cuando los vi te juro que algo en mí ya sabía que todo estaba relacionado, y Alejo también creo que lo sospechó, porque se tensó y puso una tremenda cara de preocupado, y de hecho fue él el que quiso frenar al cana para preguntarle qué estaba pasando, pero le respondieron “tranquilo, pibe, no pasa nada, mejor quédense acá”. Terminamos de juntar las cosas y fuimos rápido atrás de los policías que eran tres, dos flacos y una mina; otras personas hacían lo mismo, éramos una marea de gente, toda una marcha atraída por alguna desgracia incierta y ajena. Llegamos al muelle acompañados por las sirenas de la ambulancia, los médicos corriendo, los policías tratando de alejarnos…

-¿Llegaste a ver el cuerpo?

Usa una voz neutral, como quien pregunta qué tal está el café.

-Sí… se notaba cuando alguien la veía porque esa persona lanzaba un grito, se tapaba los ojos y después volvía a mirar. Yo la reconocí enseguida, por el pareo que seguía igual de impecable. Grité, hundí la cabeza en el pecho de Alejo, le apreté el brazo, volví a abrir los ojos y se la señalé, pero él ya la había visto y estaba paralizado. Le mostré el reloj, las ojotas, el libro que tenía en la mano, y él primero me frenó con un gesto y después me dijo quedate acá; me arrancó las cosas de la mano y fue con los policías. A lo lejos vi cómo trataron de detenerlo, y después lo ví gesticular, mostrar las ojotas, y al fin lo dejaron pasar a la escena. Lo vi hablar con un policía, después con la otra, y al final volvió con los ojos llorosos. Le pregunté si era la chica, aunque ya sabía que sí, pero bueno, le pregunté. Alejo asintió y me dijo que le habían pedido que fuera a la comisaría como testigo. Obvio que me ofrecí a acompañarlo, pero me dijo que no. Primero así al aire, que no era necesario, que iba a ser muy fuerte para mí… algo rarísimo porque se sabía que, llegado el caso, de los dos la fuerte entre comillas era yo, que bla bla bla… hasta que llegó un punto en que entendí que no era tanto por mí sino por él, que no quería mi presencia, y entonces dejé de insistir.

Le doy a Maxi otro silencio, por si quiere acotar alguna pregunta o algo, pero él sólo levanta la mano para llamar al mozo y pedir un té, “alguno digestivo”. Cuando el mozo me mira le pido otro café pero por obligación, porque en realidad la acidez ya empieza a sentirse. Mientras esperamos esta segunda ronda intento comentar algo estúpido sobre la camisa que tiene puesta, algo así como que el color le queda bien, pero él me ignora, me esquiva, creo que me detesta.

Cuando llega el mozo, vuelve a hablarme:

-¿Y después… ?

Sigo:

-Bueno, Alejo se fue a la comisaría, yo fui a comer pero pedí una ensalada, no sé por qué había dicho lo del sánguche de milanesa, supongo que para tentarlo un poco. Después me quedé un rato en la playa pero ya sin ganas, así que volví a casa. Le mandé un par de mensajes a ver qué pasaba, cómo estaba, pero no respondía, creo que había apagado el celular… Llegó a casa ya de noche tarde, a eso de las once. Pálido, cansado, con los ojos todavía llorosos. Le pregunté qué le habían dicho, qué sabía de la chica del pareo, quién era, le pregunté todo, pero él me respondía con monosílabos, me esquivaba. Al final se fue a dormir, o a hacer como que dormía para que yo no le siguiera hablando, y me quedé desvelada, con una tremenda sensación de tristeza en el pecho. No podía dejar de pensar en la chica, en cómo en el transcurso de una hora había pasado de estar sonriente, llena de vida, hermosa, caminando por la playa, a bueno… a terminar como terminó. Y no digo que porque estaba sonriente es que de verdad haya estado contenta, porque es evidente que no, pero alguien así debería haber tenido otras alternativas…

-¿Alguien así?

-Joven, linda…

-Alguien como vos…

-Como yo y como muchos… a ver, tampoco digo que la gente vieja y fea tenga menos motivos para… la verdad es que no sé qué quiero decir, perdoname… y también estaba ese pensamiento de haber podido hacer algo, darle charla, no sé, decirle qué bien te armaste el pareo en lugar de tenerle envidia, preguntarle por el libro que leía…

-No hubiese cambiado nada.

-No, ya sé…

Ambas tazas están intactas. Miro su té y me arrepiento de no haber pedido lo mismo: tomar dos cafés seguidos puede llegar a caerme muy mal.

-Si querés te lo cambio -me dice Maxi y empuja su taza en mi dirección; en reemplazo le acerco la mía con un “gracias” muy liviano. Maxi ya le agregó al té dos de azúcar y está demasiado dulce para mi gusto pero no digo nada, y después de un par de sorbos me aclaro la voz para seguir:

-Esa noche no dormí, o dormí mal…  Hasta el momento era de las cosas más impresionantes que me habían pasado, y sentía que Alejo no estaba conmigo, que no podía importarle menos lo que me pasara por la cabeza. Y por otro lado por la de él algo sí pasaba, era evidente, y ese algo no era igual a lo mío. Yo me sentía viste cuando a alguien al que querés le pasa algo triste, algo ajeno a vos, y tenés que acompañarlo pero sin poder compartir su dolor, así me sentía… y era raro porque técnicamente habíamos vivido lo mismo, ¿me entendés? Pero yo me sentía así… Lo de la comisaría él casi ni me lo contó, seguía con los monosílabos, solo me dijo el nombre de ella, un Ludmila muy bajito, y como que tardó en acordárselo… En fin, todo raro. Al otro día, por haber dormido tan mal, me desperté como a las once de la mañana y él ya se había ido, aunque esa vez ni lo busqué en la cama.

Encontré en el celu un mensaje en el que me avisaba que había tenido que volver a declarar no sé qué. Lo llamé pero nada, porque ni me atendía, y su última conexión me aparecía de más o menos cuando había mandado ese mensaje. Salí corriendo a comprar todos los diarios que hubiera, a mí me cuesta leer en el teléfono -hago una pausa porque estoy por empezar la verdadera historia, la que le importa, la parte que va a definir si Maxi va a odiarme por siempre o si me va a perdonar y va a volver a enamorarse de mí, asumiendo que alguna vez se enamoró- , esa vez fue la primera en que leí sobre vos. Era el diario de la costa, creo que hasta se llama Diario de la Costa ¿puede ser? -asiente- , en la tapa estaba esa foto de ustedes dos, la que salió en todos lados, la del casamiento, de la sesión de fotos en el muelle… y adentro había otras, testimonios de familia, amigos… todos decían algo parecido, que no se lo esperaban, que ustedes parecían felices,  pero que últimamente había algo raro… a ver, yo no sé si lo dijeron porque con el diario del lunes, literal, uno empieza a resignificar todo, como ah sí esa vez que se tocó el dedo en realidad quería decir que… ¿me entendés? Ningún ejemplo claro, pero en general el comentario era ese…

Me callo. Ser honesta es complicado y a este no se le mueve un pelo. No entiendo si está irritado, si le estoy haciendo mal, si está ansioso, su expresión no dice nada. Tengo hambre, porque ser honesta da hambre, pero creo que pedir comida ahora sería restarle importancia a la situación. El sánguche mixto de la mesa de al lado está tostado en su punto justo, y el queso le rebalsa por los costados con ese brillo del aceite que es insuperable y que miro por apenas una fracción de segundo.

-¿Comiste? -me pregunta Maxi, y pienso que mentirle sería ir en contra del punto de la velada, así que le respondo un:

-Algo piqué -lo bastante ambiguo como para que me diga:

-¿Querés compartir un sánguche?

Maxi es lo más. Como novia de él yo jamás me quitaría la vida, querría vivir para siempre y que él también. Sin dudas se merece que alguien lo quiera así. Me encojo de hombros y le digo:

-Dale -y vuelvo a llamar al mozo, con una voz que me sale un poco más alta de lo que hubiese deseado.

Pido un tostado en pan árabe de tomate y queso. A mí no me gusta mucho el tomate caliente, me parece anti natural, anti rico, anti todo, pero a Maxi le encanta y quiero darle el gusto, y esta vez no voy a abrir el pan para sacarlo como otras veces. Todo el tiempo entre que esperamos la comida y la terminamos nos quedamos en silencio, y entiendo que quiere dejarme un rato para recargar energía. Apenas el mozo levanta el plato vacío levanto el botón de pausa:

-… bueno, cuestión que el diario no me decía nada concreto, pero yo leía y volvía a leer como esperando que me revelase algo, no sé… la foto de ustedes, las fotos de ella… Cuando Alejo volvió me encontró rodeada de diarios y me dijo que podríamos guardarlos para hacer un asado, para encender el fuego… Después estuvimos un par de días así, sin hablar mucho: yo compraba diarios, él salía temprano de la casa y volvía raro -pausa-; una semana después del funeral, te busqué por primera vez. No sabía qué iba a decirte, porque tampoco es que era tan consciente, como que salí a caminar y de repente estaba en la zona de su casa, y de repente en la cuadra, y pronto frente a la puerta. Me sentía una idiota, una loca. La cara que me estás poniendo ahora me la ponía yo misma. Ese día me fui enseguida, pero después volví una o dos veces. No hacía nada, sólo caminaba hasta la casa, hasta que un día te vi por la ventana: estabas cocinando mientras mirabas el celular. Es difícil que te explique lo que me pasaba, como que pensaba que si te veía mucho capaz podía llegar a entender algo, a enterarme de algo…

Vuelve a interrumpirme:

-Pero entonces, si hablamos claro. ¿Tu hipótesis es que Ludmila y Alejo se conocían, que tenían algo? Y pensaste que yo lo sabía, y que si me seguías ibas a poder comprobarlo…

No me gusta cuando es así tan literal, porque hace sonar todo como si fuese una idiotez, cuando hay tanto más en lo que me pasaba en aquel momento… De todos modos asiento, y él se agarra la cabeza de manera exagerada como en señal de incredulidad. Cada tanto abre la boca como para decir algo pero se queda callado. Sigo:

-No es que era una hipótesis hipótesis, era una sensación; basada en pequeñas cosas, sí, pero fuerte. Y yo no soy de tener instintos, ya te dije, así que cuando los tengo no puedo ignorarlos. Tampoco es que iba a hacer nada, pero una de las veces, después de pasar por tu casa decidí sentarme en ese cafecito, y bueno, a partir de ahí ya sabés un poco lo que pasó.

-Sí, sólo un poco…

Lo dice con tonito porque ese día, el día en que me senté en el café, el día que ahora Maxi resignifica de manera exagerada, fue cuando hablamos por primera vez. No digo “nos conocimos”, porque en cierta forma yo ya lo conocía, aunque eso no se lo voy a decir. Aquello fue unos dos meses después; ya hacía más frío y quedaba menos gente; creo que fue por eso que Maxi se acercó a hablarme cuando me vio sola, porque no había nadie más, o al menos nadie nuevo.

-Igual pará… -dice él-… yo todavía no entiendo qué pasó en el medio, es decir, vos no vivís acá…

-Ahora sí…

Entiendo que se irrita porque inhala profundo antes de decir:

-Bueno, pero en su momento no vivías acá, viniste de vacaciones. ¿Y cómo fue que te quedaste?

-Pasó…

-¿Cómo pasó?

Otra vez con su literalidad. Maxi quiere datos duros, no le interesa lo que de verdad importa. Le digo:

-Pasó. Pasó. Pasaron las tres semanas que teníamos reservadas, y un domingo, cuando Alejo se despertó para volver a Buenos Aires… ya sé que esto también es Buenos Aires pero vos me entendés…  yo le dije que me quedaba unos días más. No lo había decidido, pero de alguna forma sabía que iba a pasar. Le dije que mis clases de francés podía darlas desde acá, que no tenía por qué volver a las corridas. Él no discutió en absoluto, pero porque ya no le importaba nada. En todas las vacaciones casi ni nos dirigíamos la palabra, a veces salíamos a comer pero sólo eso… me dijo “okey, pero igual hay que dejar la cabaña. ¿Querés que te tire en algún lado?”. Le dije que me dejara en un complejo que había visto, y cuando puso balizas en la esquina del lugar le dije “gracias”, me dijo “suerte”, bajé y él arrancó sin dudar. Reviví muchas veces ese momento, y todavía no entiendo si es que nos conocíamos demasiado y no había más que decir, o si ya estábamos más allá del bien y del mal y no procesábamos nada… Quiero inclinarme por lo primero…

Maxi parece pensativo, veo que se relajó un poco. Me dice:

-Tal vez era una mezcla… se entendían tanto que hasta sabían lo que no iban a entender, como que los dos pensaron hasta acá llegamos sin necesidad de decirlo… ¿cuánto tiempo estuvieron en pareja?

Espero un poco, no me gustan estas preguntas.

-Unos siete años… nunca lo contamos bien.

-Es un montón…

-Sí, qué sé yo. El tiempo pasa rápido.

-Sí y no. Pasa rápido pero vas incorporando y asentando cosas. Vos misma dijiste que se llevaban bien en las cosas cotidianas, costumbristas, tipo ir a la playa. No sé, nosotros éramos malísimos yendo a la playa…

Se me viene a la cabeza la vez en que Maxi, en lugar de tener el porro ya armado, llevó solo los elementos, y cuando quiso fumar abrió la cajita y se le voló todo, yo no podía creer que alguien local fuera a hacer algo tan de principiante; también pienso en la vez en que yo llevé la yerba pero no el mate y robamos una tacita del parador; y la otra vez en que Maxi preparó un solo sánguche, o cuando llevó frutas sin cuchillo, y las mil que tuvo que esperar que yo me pusiera protector durante veinte o más minutos antes de salir de la casa, todas cosas chiquitas, tontas, pero no puedo más que sonreír, porque es verdad, somos malísimos yendo a la playa. Somos, no éramos. Y podemos mejorar. Aunque el que haya hecho referencia a nuestra relación, nuestra dinámica, ya me parece muchísimo, es una buena señal. Le acaricio la mano de manera disimulada, por muy poco tiempo y sin darle la oportunidad de sacarla, y le tiro un:

-Sí, somos malísimos. Pero todo mejora con el tiempo…

-…que pasa rápido…

-Que pasa rápido.

-¿Y por qué ahí no me dijiste nada? Lo que pensabas, digo lo que te había pasado… ¿Por qué todo esto no me lo contaste ahí cuando te hablé? Al menos un adelanto…

Es una pregunta clave, y mi respuesta también debería serlo. Además, tiene sentido que me lo pregunte: yo haría lo mismo. Me aclaro un poco la voz.

-En principio iba a hacerlo, mi idea era encontrarte un día y que hablemos del tema, debatir, que me des tu opinión, entenderlo juntos. Pero cuando te acercaste con ese comentario estúpido del submarino que yo tomaba, y después empezaste a reír y después cuando hablamos te reiste más y yo también empecé a reírme… fue un momento tan lindo… Nunca te había visto así, ni en las fotos ni nada, y hacía tiempo que yo no la pasaba bien, así que me dio pena romper el momento. Entonces pensé “nos merecemos un poquito de alegría” y pedí un submarino para vos también, parecías un nene con el chocolate en toda la boca, y decidí por los dos que teníamos que disfrutar, que ya iba a hablarte en serio algún día… Como no dice nada, sigo:

-Ya sé lo que me vas a decir, que prioricé la satisfacción instantánea en lugar de pensar en el largo plazo. Y es verdad. Y algo me arrepiento, pero algo no, porque aunque ahora tengo el corazón destrozado, esas risas no me las saca nadie.

Piensa un rato, de pronto agita la cabeza y dice:

-No me cierra. Algo falta. Porque ponele que sí, era feliz, pero era una falsa felicidad, porque estaba basada en algo falso, era una mentira, así que no cuenta. Y vos también ¿qué tan feliz fuiste de verdad? ¿No te cansó mentir? Yo no podría sostener algo así tanto tiempo.

Además, acepto que ese día te hablé, te agarré un poco desprevenida y no reaccionaste. Pero ¿nunca en todo este tiempo se te ocurrió pensar que yo merecía saber…?

-Es que no había nada que saber: como decís vos, eran hipótesis, nada concreto… -con cada palabra, a Maxi se le endurece la mandíbula un poco más, y su piel toma un tono rojizo. Tendré que hablarle más en su idioma-, pero bueno, claro, entiendo que una sospecha es algo concreto, que la conversación en la playa ese día también, que el libro y el reloj son cosas concretas, que…

-Sí, podemos seguir un rato con ejemplos de concreto…

-Me dio miedo, vergüenza.

-¿Vergüenza?

Con eso creo que doy en el clavo, porque su semblante recupera el estado normal. Ahora habrá que ver si es el clavo correcto o si es uno que va a romper esta frágil construcción de cordialidad. Le digo:

-Es como cuando no le preguntás enseguida a alguien su nombre, o de qué trabaja, y después de un tiempo ya no da… sabés que en algún momento va a pasar, que te vas a enterar, pero que es mejor para todos ocultarlo… ¿no?

Silencio. Sigo:

-A ver, no es que estoy comparando algo tan grande con algo tan estúpido, pero es un poco la sensación. Podría, debería haberlo blanqueado, pero me dio vergüenza no haberlo hecho enseguida, y fue un efecto bola de nieve. Yo siempre supe que el momento iba a llegar, que tenía que llegar, pero no quise apurarlo y después me enamoré. Y vos también te enamoraste, o al menos eso me hiciste sentir… 

-Chicos, ¿se les ofrece algo más? -el mozo llega en el momento cúlmine pero está bien, porque le da a Maxi tiempo para procesar lo que dije. Más que eso no tengo, y si decide odiarme o pensar que soy la persona más infeliz del planeta no hay mucho que pueda hacer. Creo que me olvidé lo que era estar tranquila, o mirar a alguien sin transpirar, los momentos en que una siente que nada de lo que diga va a ser definitorio están buenos y no les damos el crédito que merecen. Aunque sean mentira, porque los momentos definitorios caen sin aviso.

Maxi rechaza al mozo con un gesto y me dice que sí, que él también se enamoró. Sus palabras exactas son:

-Yo también me enamoré… pero de algo que no era real. Me engañaste, y te digo que me siento bastante pelotudo…

Frases cortas y concisas. Honestas. Como ya elegí compensar honestidad con honestidad, me aferro a este hilo de esperanza. Después de rogarle que me perdone durante un buen rato, me frena:

-¿Sabés lo que fue para mí ver de repente esos recortes en tu valija? ¿Sabés todo lo que me revolvió, todo lo que pensé? No sabía qué hacer…

-Es que no tenés que hacer nada…

-Y ahí entendí más cosas, como la vez en que agarraste el libro, estabas buscando algo, ¿no? -Sí…

-¿Y qué encontraste?

-Nada…

-¿Revisaste más cosas?

-Sí; y no hay nada.

Se abre la puerta del café y deja entrar un chiflete. La puerta está a mi izquierda, a sólo unos pasos, pero me concentro en mantenerme sentada y no mirarla, en mirar a Maxi. No al tipo desconfiado que tengo enfrente, sino a Maxi. Sigo:

-… no hay nada. Es que estaba tan segura… si no, no entiendo, yo pensé… y después, ¿sabés qué? Concluí que había olvidado algo básico, que de la gente que ama hay cosas que uno nunca va a saber o a entender. De la gente a la que no ama, mucho menos, claro, pero bueno, esa no debería importarte. No sé en qué momento de mi vida me transformé en mi madre, que en paz descanse…

-Te estás contradiciendo. ¿Vos decís que es mejor no entender?

Con esto ya me cansó. Le digo:

-Y por supuesto que me contradigo, si no estoy diciendo nada… Y después pensé: si pasaba algo, ¿a mí qué me cambiaría? ¿A vos qué te cambia? ¿O vamos a pasar nuestras vidas resignificándolo todo? Es una paja…

Con eso Maxi se larga a reir, no entiendo bien por qué, pero me contagia y me río con él, no tanto para que no sienta que abuso, pero lo suficiente para acompañar. Repite en voz baja:

-Es una paja… con ese argumento no puedo discutir. Ah…  -pega un pequeño grito y se tapa la cara-, ya no sé nada. Estoy cansado. Yo también tengo paja.

-¿Vamos a casa?

-Voy al baño.

Que no me haya respondido un qué te pasa, ni un insulto, ni todas esas cosas que me dijo la semana pasada es algo positivo. Detengo las pequeñas lágrimas de alivio que empiezan a asomar porque todavía nadie las invitó formalmente a la mesa. El teléfono de Maxi está ahí y no deja de vibrar. Su clave todavía es el cumpleaños de Ludmila, pero eso nunca se lo recriminé. Complicado cumplir en Año Nuevo. Hay un mensaje de un número que conozco bien, una forma de escribir con tanta puntuación que siempre me molestó un poquito. Alejo escribe: “Hola. Estaba esperando este mensaje. Por supuesto. ¿Voy para allá?”. Scrolleo para arriba, y llego a lo anterior: “soy maxi podemos juntarnos un día de estos”.

Vuelvo a apoyar el teléfono en la mesa en la exacta posición en la que estaba, no porque Maxi vaya a darse cuenta sino por respeto. Se sienta, y por primera vez en una semana me sonríe. Mira su teléfono y se le tensan un poco los labios. Afuera ya no hay sol, y la tenue luz del café invita a dormir o a escapar. Creo que es hora de cerrar este tema. Le digo:

-Bueno, después de todo esto… ¿qué pensás? ¿Pensás que Alejo tenía algo con tu ex?

Maxi levanta la cabeza y su sonrisa vuelve a ser franca, o al menos intenta serlo y, en un pacto del que no estoy segura de que sea consciente, me extiende la mano y dice: 

-¿Y qué nos importa?

Biografía

Florencia Sokol es escritora y guionista. En 2022 publicó su primer libro de cuentos, Estrategias de Puercoespín (ed. Falsotrébol), el cual ya va por la segunda edición. Publicó cuentos en la antología Trece Cuentos para Ingrid, de Unirio Editora, en la antología internacional 2022 del Banco Itaú, en la antología 2023 del premio José Carlos Capparelli, y en dos libros de cuentos armados en el taller literario de Diego Paszcowski: Letras y Deportes (ed. Clásica y Moderna) y Letras y Ciudades (ed. Azul Francia). En 2024, está terminando de editar su primera serie audiovisual, Primero A, de la que es guionista y que también protagoniza.
Los que leyeron este relato, opinaron...

No hay ninguna opinión todavía. ¡Escribe una!