La casa del árbol

Desde la primera vez que lo vi, sabía cuáles eran esas virtudes que a mi me molestarían hasta el cansancio. A veces, las cualidades de las personas son un incordio para los simples mortales con defectos. 

Ya habían pasado diez años desde ese momento, ahora teníamos quince, cumplíamos años el mismo día. Resulta excitante para los padres y docentes poder matar dos pájaros de un tiro y ahorrar en tortas y cantitos, sobre todo si nuestra amistad apoyaba la moción por completo. 

Con el tiempo, pudimos sacar provecho de lo que era una sola fiesta exclusiva, que dos por separado. Y como ya costaba diferenciar hasta nuestros gustos, no existían conflictos al momento de elegir las temáticas de nuestro día del año, porque las planeábamos con mucha antelación. Martín, porque todo lo debía planear con preparación o se moriría de estrés, aunque cumpliera cinco añitos. Y yo, porque cualquier cosa que le importaba a él, se volvía un poco mi obsesión compartida.

Ahora que se acercaba nuestra fecha número dieciséis, el calendario me empezaba a incomodar, teniendo en cuenta que la competencia desde los últimos tres años, se basaba en sorprender al otro con el regalo ganador. Y Martín, sin siquiera esforzarse demasiado, ganaba siempre. Molesto, como ya dije, porque hasta demostrando que su amor por mí era enorme, también estaba ganando. 

Para nuestro número quince, el muy chanta, me regaló mi primer libro de cuentos propios. Yo solía inventar historias desde que aprendí a escribir, y Martín era el único que podía leerlas. Habló con las gráficas, se robó mis archivos de la computadora, la maquetación fue una creación propia, escuchó exactamente los colores, dibujos y letras que podría ponerle a un libro propio alguna vez, porque yo para la fantasía soy la primera. Y el día de verlo, la emoción fue total. 

Quedando tres meses para el próximo cumpleaños, me encontraba en blanco, como siempre. Comencé la investigación, indagué. No era difícil describir sus gustos porque los compartimos casi todos, su obsesión principal era la literatura fantástica. Solíamos pasar horas leyendo el uno al otro en el patio. El patio era el único espacio en donde sus tres hermanos no vendrían a molestar. Los papás de Tin, Ana y Gustavo, pasaban la mayor parte del tiempo trabajando, y la otra parte del tiempo compartían con nosotros algún juego de mesa, comida y plan de tarde. En este punto ya resultaban una segunda familia en mi vida. Por eso mismo, supuse que también podrían compenetrarse con ayudarme a ganarle esta vez al chanta. Además, en realidad, estarían ayudando, simplemente, a hacerlo feliz con un regalo. 

Y entonces, me prometí no dejar pasar ni un día más, esa noche, cuando Martín saliera a su clase de manejo, yo hablaría con ellos. 

Las clases de manejo se habían convertido en un incómodo momento en la vida de Martín, porque era un peligro al volante, y las clases no estaban haciendo mucho efecto. Todos actuamos como que era muy común, y lo seguimos alentando. Mientras tanto, su familia gastaba un dineral en demostrar su apoyo a la causa. 

Esa noche todo pasó tan rápido que todavía no entiendo la cronología de los eventos, solo puedo sostener que fue el peor día de mi corta vida, pero sostengo que sin dudas será el peor de todos en la vida de Martín. 

La clase duraba más o menos una hora, y en esa hora, él se llevaba el auto de su familia. Por esta misma cuestión, los horarios coincidían perfectamente para que sus padres estén en casa, y no necesiten transportarse a ningún lado. 

Lo que sucede es que ese día todo salió al revés de lo esperado, y surgió una emergencia en el trabajo de Ana. Al parecer, en su estudio de arquitectura, la alarma había saltado. Franco, el hermano mayor de Martín, últimamente robaba la llave del estudio para verse con su novia a escondidas ahí. Todos lo sabíamos, pero también nos hacíamos los que no. 

Franco, ese día, puso mal la alarma, porque se apuró en salir y no ser visto. Por esto mismo, la alarma se disparó, y el auto lo tenía Martín. 

Ana salió con Gustavo, ambos en la moto del otro hermano, Lisandro, quien no cuidaba absolutamente nada. Por lo que, la moto andaba realmente mal. 

Ahorrando el mal trago que todos esperan, cuando los sucesos van pasando de mal en peor, y justo el Martes 13, ocurrió. La moto no tenía luces, doblando la esquina, fueron atropellados. Murieron en el acto, los dos. 

Como reacción inesperada, porque cuando lo inesperado toca la puerta, cada quien hace lo que le sale, Martín corrió por las escaleras y destrozó cada uno de sus libros de fantasía. Todos tapa dura, todos únicas ediciones, todos de colección, todos demostrando que la vida como la conocía, estaba rota. Ya no tenía sentido, por lo que tampoco estaban los gustos, mucho menos lo importante, ni el deseo. Despegó cada una de sus hojas de los cueros duros, como se despellejaba un corazón si pudiera hacerlo. 

Entre los trazos de alma que había tirados en el piso, rescaté el papel roto que dibujaba las líneas de la casa del árbol que Martín ya tenía planeado construir para mi número dieciséis. Es como si escondiera un tesoro donde guardar todos mis deseos, y tener mejor conocimiento de ellos que yo misma. Desde chiquita, la casa del árbol es mi sueño, pero estaba olvidado. Y a partir de ahora, para ambos. 

Quise juntar esos restos de corazón, los que estaban tirados, mezclados, rotos, quise poder reconstruir y abrazar todo de él en ese momento, pero no había rastros de Martín en ese lugar. Junté en una caja, todo eso, todo roto, para intentar guardar el recuerdo de lo que existió. 

Dormí alrededor de tres horas esa semana. Mamá dormía conmigo para ayudarme. Y ahora me sentía culpable hasta por tener una madre. No me animaba a verlo, Martín había rechazado mi entrada a su hogar desde aquel tortuoso evento, y apagó el celular. No quiso estar en el funeral tampoco, se había cerrado por completo. 

Pensé, que nosotros hacíamos eso siempre, cuando había dramas, nos encerramos en nuestro propio mundo entre fantasías, pero ahora yo estaba fuera, y los libros rotos. Y el cumpleaños iba a ser demasiado triste. Nunca llegué a preguntarle a Ana y Gustavo qué quería Martín. Y ahora que lo sabía, era un imposible. 

Cuando al fin conciliaba el sueño, podía vivir con nitidez una y otra vez, el cumpleaños, la casa del árbol, nosotros leyendo juntos. 

Decidí dejar de dormir. No fue una decisión tan racional, pero ya estaba medio demente. Y entre los sueños confusos, y mis pensamientos ahogándome, entendí que quizás sí había recibido una pista sobre el regalo. Me puse manos a la obra.

No asistí al colegio durante un mes y medio. Mis papás creyeron que perdí la cabeza, y me encerré en el garage mañana, tarde y noche. Logré volver a dormir cinco horas diarias, para recomponer un poco la energía, y volvía al garage. Tomaba energizantes, comía lo indispensable, y pegaba las páginas rotas en los recreos de creación. 

Construí, como quien recompone un corazón con sus pedazos, la casa del árbol, con el cuero de tapa dura de cada libro. Pegué también las páginas de su interior, agradeciendo la cantidad de veces leído cada párrafo, para comprender de qué saga venía. Encontré un sentido demasiado literal a nuestro refugio entre libros, porque ahora sus paredes eran de fantasía. Creí comprender el mensaje de Ana y Gustavo, aunque no fue dicho por sus bocas. 

Trabajé durante dos meses y medio, hasta terminarla. Era fuerte, grande, resistente, únicamente hecha de tapas duras de libros, y en su interior aún esperaban todas esas historias por volver a ser leídas. 

El día del cumpleaños, no insistí en vernos, pero hablé con Franco y Lisandro para trasladar la casa a su patio. Hubiese solicitado ayuda de mis papás, pero la realidad es que, por alguna razón, lloraban cada vez que veían el trabajo terminado, y perdían la fuerza. 

Esa misma tarde, Martín volvió a mi, con un simple mensaje. 

Chanta, ganaste este año, pero no cuenta porque soy huérfano ¿Leemos?

Biografía

Martina Estevan es escritora desde que aprendió a contar historias. Toda su vida las palabras marcaron un camino. Por eso mismo es psicóloga, brinda talleres de escritura en las librerías de su ciudad, y continúa escribiendo cuentos y novelas. Vive en Viedma, Rio Negro, Argentina, tiene 28 años. Fue publicada en varias antologías de cuentos con distintas editoriales, y escribió su propio libro de cuentos. Actualmente trabaja en un proyecto de novela thriller psicológico.
Los que leyeron este relato, opinaron...

Brillante

Porque conmueve ante el dolor y la empatia de los dos personajes que son una simbiosis de amistad y compañerismo.

Teresa

Bellísimo

Bellisimo relato, muy bien logrado el sentimiento de juego y amor que une a los personajes

Julia Gatica

Conmovedor.

Chicos con una vida muy profunda. Muy de ellos. Conocedores autenticamente de su entorno y defensores de su interioridad. Muy buena la narrativa.

Rosina