Crónica antologada en el Concurso de Crónica de Fundación La Balandra

En el nombre de Abraham, esta tierra el mía

Bordeo los muros otomanos de Jerusalén Antigua en una mañana límpida y un mendigo chileno de barbas apocalípticas junto a la Puerta de Damasco, me ruge: “¡Y a ti, conchatumadre, te voy a llevar al Monte de los Olivos como castigo! ¿Cachai? ¡Productor de películas porno!”. Más adelante, un canoso de pelo lacio con túnica blanca camina descalzo y lento, apoyando en el suelo un palo rústico a cada paso: es la encarnación de Abraham y quizá crea serlo: el síndrome de Jerusalén. Y frente a la Puerta Dorada en el muro, conozco a una señora suiza -Angelina, ítalo parlante- que mal toca una trompeta y bailotea en éxtasis frente a los bloques que tabican esa entrada en forma de arco -clausurada en 1541- por la cual habría pasado Jesús: “vengo a rezar todos los días hace tres meses; soñé que por acá llegará el Mesías. Si venimos miles a rezarle, vendrá antes. ¿Querés bailar?”.

Espero un bus al West Bank, a Cisjordania, Palestina. Quiero ir a Hebrón. Allí, hace 4000 años -así, a ojo- el mismísimo Abraham compró “por 400 ciclos de plata” una cueva para la tumba de su esposa Sara, según el Libro del Génesis. Después lo habrían enterrado a él y a dos generaciones más. Musulmanes y cristianos consideran que así fue y nadie ha molestado a esos muertos desde entonces en la Tumba de los Patriarcas, hoy un gran templo.

–¿Qué es lo peor que me podría pasar en Hebrón? –le pregunté hace días a un argentinoisraelí.

–Que un grupo islámico te secuestre. Pero hay lugares peores: Jenín y Nablus.

En verdad, peligroso es Gaza. Anoche un bombazo achicharró a cincuenta en tiendas de tela en una “zona segura” de Rafah, donde se refugiaron los hijos y nietos de los palestinos que se habían refugiado en 1948 en Gaza cuando los sionistas los expulsaron del actual Israel: Independencia para unos, Nakba (Catástrofe) para otros. El destino trágico de los gazatíes a 76 km de aquí- lo define un siniestro oxímoron: “mi refugio ya no me refugia y debo refugiarme en otro -más adentro en el refugio mayor- que igual no me refugiará, porque aquí ningún refugio refugia a los refugiados”.

Subo al bus y salimos a la autopista -28 km a Hebrón- que bordea otro muro nuevo y de concreto: mide 800 km separando, en teoría, dos territorios. De este lado es Israel y del otro, en los hechos, también. Aunque allá es Palestina, igual Israel construye colonias. Estoy yendo a la célula madre de las colonias judías, la más ultra y religiosa: la sangrienta Kiryat Arba enclavada en Hebrón, una bravuconada arquitectónica como no hay otra en estas tierras bíblicas azotadas por Dios.

Al costado de la ruta un cartel rojo advierte en tres idiomas: “Este camino conduce al Área A bajo la Autoridad Palestina. La entrada para israelíes está prohibida, es peligrosa para su vida y va contra la ley de Israel”. Un extranjero sí puede ir a Palestina.

Nos acercamos a la divisoria y me intriga cómo serán los tecnologizados protocolos para cruzar una barrera tan caliente, donde a veces un palestino venga a su primo apuñalando a

un militar; o lo balea. Por aquí entran a Israel cada día -en sentido opuesto al míopalestinos secuestrados sin orden judicial por las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). Y en las aldeas y ciudades del “más allá” palestino, cada día jóvenes son asesinados bajo la acusación inapelable de “terrorismo”, esa categoría que deshumaniza y habilita la barbarie en nombre de la civilización.

Ayer estuve en Ramallah -capital palestina- y el mercado de vegetales que recorrí por la tarde fue quemado en la noche por una incursión militar, leo en mi teléfono.

Llega el instante del cruce: imagino escenas como vi en el Paralelo 38 entre Corea del Norte y Corea del Sur, o algo similar a lo que era el Muro de Berlín. El check-point parece un peaje muy fortificado: los soldados nunca quitan el dedo del gatillo. Y contra todo pronóstico, el bus lo atraviesa así sin más, como quien cruza de Ing. Maschwitz a Escobar por la Panamericana. He llegado a Palestina. No me detuvo una aduana y nadie pidió pasaportes.

Por insólito que parezca, Israel no controla quien sale de su frontera oeste. Pero tiene lógica: no consideran que nadie salga al entrar a Palestina. Sí controlan quién entra desde el lado palestino, pero no le sellan el pasaporte. Ahora esperaría que la Autoridad Palestina me pidiera identificación. Tampoco: no registran a quien entra a su tierra. Porque el verdadero peligro a ellos les llega en vehículos militares, cuya entrada no pueden impedir por la asimetría de fuerzas. Es como si camiones del Ejército chileno entraran todos los días a pueblos de la Patagonia argentina y se llevaran gente sin dar explicación.

* * *

En mi bus solo hay judíos: soldados que harán guardia en Hebrón y colonos. Bordeamos la ciudad palestina y el bus ingresa a lo que parece la entrada a un country, un barrio con seguridad privada: el chofer sabe que no viene nadie con rostro palestino, le hace seña al vigilante de “todo ok” y entramos a Kiryat Arba, vedada a todo palestino. Me bajo en un parque para una cita con el londinense Joel Carmel, de nacionalidad y religión judía, miembro de la ONG de ex soldados Breaking the Silence.

Joel es un flaquito de modales muy british a lo David Bowie -Lic. en Cs. Políticas- que no podría asustar ni a un niño, a menos que portase un fusil M-16: eso hizo aquí en 2015. Es tan buen comunicador que responde las preguntas cuando las pienso, antes que se las diga:

–Tuve una muy buena educación judía en Londres, hice mi viaje iniciático de adolescente y decidí venir a vivir a Israel; cumplí el servicio militar donde otorgaba permisos a palestinos para cruzar a trabajar a Israel. Un día oí que habría una operación de mapeo de casas en un pueblo y pedí ir. Salimos 1 a.m. en un Jeep con mucha adrenalina, como en una aventura de campamento de verano. Paramos frente a una casa, el Comandante golpeó y gritó: “hagan bajar a todos por la escalera, quiero ver a la familia completa”. El que abrió fue muy obediente y vi a una familia común. Preguntamos nombres, dónde trabajaban, miramos documentos e intimidad. Eso es un mapeo: ver cómo es cada casa por dentro y quién vive. Luego vas a la siguiente. Ahí había chicos de 6 a 8 años. Yo no era parte de esa unidad ni hablaba árabe, pero quise comunicarle a los niños que no les haríamos nada. Los busqué con la mirada y les quise regalar una sonrisa. Pero ellos no me devolvieron la sonrisa, aterrorizados y llenos de odio. Esa noche algo se rompió en mí. Yo tenía ese concepto de que los militares estamos ahí por razones de seguridad para proteger a nuestra familia y amigos. Pero yo estaba en la noche despertando chicos para llenarlos de miedo. Me dije: “qué tiene que ver esto con la seguridad, quizá estamos radicalizando a esos niños”. El Comandante nos había dicho: “vamos en la noche porque así les demostramos quién es el jefe; entrando y levantándolos, levantamos al pueblo completo. Ellos lo llaman “hacer presencia”. Así los tenemos bajo control todo el tiempo: plantamos banderas, ven soldados en la entrada de su pueblo las 24 horas, reciben chequeos al azar -en la calle y sus casas- y para ir a un hospital a otra ciudad, a veces esperaban dos días afuera de mi base hasta que les diese el permiso. Nunca pude olvidar la cara de esos chicos. Mi mujer quedó embarazada y pensé “¿cómo será criar un niño en Palestina?”. No fue un proceso inmediato. Me uní a Breaking the Silence donde contamos vivencias para juntar las piezas y mostrar la película completa que permita ver cómo funciona el sistema de ocupación desde el punto de vista del perpetrador. La mayoría de la sociedad israelí no sabe bien lo que sucede aquí.

–Ustedes le colocan un espejo en la cara a la sociedad.

–Sí. Es muy difícil verse: nos educan en la narrativa de que somos las víctimas, esa idea de “hacemos lo que podemos, desafortunadamente tenemos que comportarnos así”.

Joel me ha citado en el lugar más horrendo de Kiryat Arba. No es que sea feo el parque con pinos y concreto: su simbolismo no condice con la calma que lo rodea. Cada 10 minutos pasa algún hombre de kipá y rulito doble con fusil al hombro, a veces empujando un carrito de bebé más cinco críos y esposa.

–Los colonos a veces son agresivos, me voy a poner esta Go-Pro en el hombro por si pasa algo; si provocan, no interactúes -dice Joel intranquilizándome mientras me quiere tranquilizar. Yo he visto ya la foto de Yehuda Shaul -fundador de la ONG- con la cara sangrando por un ataque aquí. Pero me preocupan mucho más las armas largas.

Estamos en el Meir Kahane Memorial Park dedicado a un rabino nacido en Brooklyn, fundador del partido de ultra-ultraderecha Kach catalogado “terrorista” y prohibido en Israel, luego de que consiguiese un escaño en 1984. Proponía penalizar el sexo entre judíos y no judíos, y expulsar a todos los árabes de Israel y Palestina. En 1990 lo mató un egipcio en un hotel de Nueva York. Pero su influencia creció con el martirologio. Kiryat Arba y el parque homenaje son una muestra. En una entrevista le habían reclamado que su plan de un “Gran Israel” con todas las tierras bíblicas, implicaría una guerra perpetua. Y dijo: “Habrá una guerra perpetua con o sin Kahane”. Dicho y hecho.

A la sombra de un arbol, Joel me cuenta que un devoto fiel de Kahane fue Baruch Goldstein, aquel médico que en 1994 salió de su casa en Kiryat Arba de uniforme militar, entró a la Tumba de los Patriarcas, esperó a que 800 musulmanes besaran el suelo con la frente y les descargó por el culo 140 tiros de fusil de asalto, matando a 29 e hiriendo a 125. Ya sin balas, le reventaron el cráneo a golpes de extinguidor.

Caminamos al fondo del parquecito. En el suelo sobresale un catafalco, una tumba rectangular cuya inscripción me eriza y enerva.

A mis pies, la tumba de Baruch Goldstein. Y tiene piedritas colocadas encima, el homenaje judío a sus muertos. El epitafio reza: “Al santo Baruch Goldstein que dio su vida por el pueblo judío, la Torá y la nación de Israel”. El remate es una cita bíblica: “Manos limpias, corazón puro”. Decenas de miles han peregrinado aquí y besan la tumba, como otros al Santo Sepulcro.

En 2023 Breaking the Silence hizo una encuesta y el 10% de los judíos dijo ver a Goldstein como héroe nacional (un 30% no supo si era héroe o terrorista). Aquí en la colonia sus fans deberían ser muchos más. Yigal Amir -en 1995 asesinó a Yitzhak Rabin “por orden de Dios”había estado aquí en el funeral de Goldstein.

Mi amigo londinense arremete decidido a superar mi umbral de asombro:

–¿Ves esa casa en la colina dos cuadras más arriba?

–¿La de techo rojo?

–Ahí vive Itamar Ben-Gvir, hoy Ministro de Seguridad de Israel. Cuando asumió como diputado en 2021 hubo escándalo: en una entrevista de TV se había visto su living con la foto de Goldstein. La tuvo que quitar porque eso es ilegal y declaró que él ya era “un hombre nuevo”.

Aunque Meir Kahane murió, perduró su ideología: sus discípulos están en el poder. Y ya lo dijo Aldous Huxley: “Quizás la única lección que nos enseña la historia, es que los hombres no aprendemos nada de la historia”.

* * *

Caminamos por la ruta y salimos de Kiryat Arba por el portal opuesto. Joel me señala una colina: “¿Ves esas casas en la cima? Son de nuevos colonos. Según los Acuerdos de Oslo, Israel no podía construir nuevas colonias: lo que hacen es ´expandir´ las existentes. Dicen que las nuevas que rodean Hebrón son barrios de las preexistentes. Pero no es cierto. Los conectan con una ruta y las tierras a cada lado les son confiscadas a los palestinos como ´área de seguridad´. Algunas son campos de olivos a donde sus dueños no pueden volver a entrar: en ciertos casos los dejan cosechar tres días al año”. En las afueras hay colonos que los balean para que no abandonen sus campos.

Cada pocas cuadras cruzamos check-points y la presencia militar va en aumento, hasta llegar a la Tumba de los Patriarcas. Es un largo edificio pétreo de 20 metros de alto como una caja de zapatos almenada con dos torres, levantado hace 2000 años por Herodes para resguardar personajes bíblicos: sería el templo en uso más antiguo del mundo. En su jardín conversan cinco civiles de barba y rifle con mirilla.

Joel no pierde su flema británica ni para contar las cosas más terribles:

–Luego de la masacre de 1994 los habitantes de Hebrón fueron confinados en sus casas dos meses. Podían salir a comprar comida. ¡Fue una locura! Un colono cometió la masacre y encerraron a los palestinos, mientras los otros andaban por la calle. Al levantarse el encierro, la circulación urbana había sido modificada. Y la Tumba de los Patriarcas dividida: una parte musulmana, otra judía -mitad mezquita, mitad sinagoga- evitando que se crucen. El edificio es sagrado para ambos: comparten patriarcas y mito de origen. Pero el más fuerte se quedó con los cenotafios principales: Abraham, Sara, Jacob y Lea. El más débil recibió a Isaac y Rebeca. El edificio está envuelto como en cintas de regalo con la bandera israelí y las entradas las controla el IDF.

Seguimos a pie hacia el “barrio fantasma”. Cada 10 minutos escucho pasar un invisible jet ultrasónico. Joel me lo aclara: “la Fuerza Aérea hace sus ejercicios de combate sobre Cisjordania día y noche, otra manera de marcar presencia”. Hace dos días arrojaron un bombazo a una casa en Jenín.

–¡Hola Joel! ¿Cómo estás? –grita desde la vereda opuesta con tono cínico un barbiespeso treintañero con jean y kipá. Y agrega: “Deberías avergonzarte de ser de Breaking the Silence”. Nos deja en paz y retoma su discusión a gritos con un egipcio molesto porque no lo dejan ver la tumba de Abraham.

Joel sabe que habrá problemas: “vamos a seguir caminando todo lo que podamos, pero este tipo va a tratar de interrumpir; es empleado de la organización fascista Imtirtzu dedicada a difamar y sabotear a ONGs como la nuestra y difundir la versión extremista del sionismo”.

–¿Están armados?

–Espero que no.

Avanzamos por una calle desierta y en la esquina hay un puesto militar para impedir el paso a todo palestino. El soldado no me devuelve el saludo, ni nos pide identificación: no parecemos.

Hay banderas israelíes en los techos y las calles adyacentes están bloqueadas con espirales gigantes de alambre de púa. Joel parece tranquilo, pero yo me doy vuelta a cada rato: me preocupa el hirsuto.

Comienza una mini-clase sobre apartheid urbano:

–Esta es la calle Shuhada -de Los Mártires-, renombrada Rey David y conocida como “calle del apartheid”; todos sus edificios son tiendas con su puerta de hierro soldada con una traba. Lo hizo el IDF desde que prohibió el paso de palestinos, sean musulmanes, ateos o cristianos. Esto implicó expropiarles 1512 tiendas familiares y las casas de arriba. Hay otras calles a donde los dejan entrar, solo a pie (igual tienen vedada allí la actividad comercial). En otras no les clausuraron las tiendas pero como no les permiten usar autos allí, nadie iba a comprar y cerraron. Son varios kilómetros de calles prohibidas o de uso limitado para palestinos.

El modelo urbanístico de apartheid se configura desde la Segunda Intifada -2000 a 2005cuando Hebrón devino muy peligrosa para los 220.000 palestinos y los 800 colonos custodiados por 650 militares. En un ataque mataron a un soldado israelí que vivía en este barrio y cuando trajeron el cuerpo para el funeral, hubo un pogromo contra casas y tiendas palestinas. Incendiaron la Municipalidad y un Waqf, institución musulmana de caridad. La turba ingresó a la Kashba -barrio palestino hoy vaciado- vandalizando todo. Un judío mató a una palestina de 14 años de un balazo: su condena fueron tres meses.

Así aumentaron las restricciones para evitar fricciones, limitando solo a los palestinos. Por miedo, falta de clientes y prohibiciones, el centro administrativo y comercial de Hebrón fue vaciado. Yo camino por acá porque soy extranjero y Joel por israelí. Pero aquí no pisa un palestino. El ex centro es un barrio fantasma donde no vive ni camina casi nadie. A esto el ejército lo llama “zona esterilizada”. Los exiliados dentro de su propia ciudad no han vuelto a pisar la zona en que vivieron por siglos. El plan es judaizar Hebrón ocupándoles las casas.

Joel tiene claro que la fragmentación urbana con fines biopolíticos la comenzó Igal Alón, un líder del Partido Laborista: “no es un problema de izquierda o derecha; el colonialismo lo comparten todos los gobiernos; cuando hubo alguno más socialista, no lo fue con los palestinos”.

Caminamos por lo que fue el mercado de especias -hoy no huele a nada- y estaciona un auto blanco del que bajan dos barbudos. Uno es Yonatan Shay, el que discutía con el egipcio. Sin duda son admiradores de Goldstein y miro si algo les sobresale oculto en la ropa. Como buen fascista, Yonatan no escucha: solo grita. Su compañero graba la escena y Joel también.

–¿Así que estás haciendo un tour con Breaking the Silence? Deberías oír al otro lado, ellos nunca dejan oír al otro lado.

–Yo quisiera escucharte –le digo.

–¿Cuándo terminás?

–En una hora. Nos vemos acá.

–Ok, nosotros no recibimos dinero a diferencia de ellos, que quieren deslegitimizar nuestra presencia en Hebrón, dicen que cometemos delitos contra palestinos y no es verdad; cuando los judíos venían a comprar acá, los mataban; por eso se cerraron las tiendas.

–Quiero oír las dos voces, soy periodista. Pero ahora quisiera terminar de escuchar a Joel. Sé respetuoso.

–Te respeto pero quiero decirte que no creas sus mentiras, ellos no pueden mostrarte un solo video de la violencia de los colonos que sustenten sus argumentos, ni ninguna estadística sobre sus terribles teorías.

–¿A qué hora nos podemos encontrar?

–Pero quiero agregar más: ellos no son sionistas; son antisionistas. ¿Vos crees en Dios Joel? ¡Dicen que somos fascistas! Esa es propaganda antisionista; sigan caminando que yo los voy a seguir, y cada vez que Joel diga una mentira, voy a interrumpir.

–Yonatan, acabamos de hacer un trato; te dije que te voy a escuchar –insisto con amabilidad.

–Ustedes tienen un presidente maravilloso, Javier Milei. ¿Qué pensás sobre él?

–He is ok –le miento por precaución.

–Milei es maravilloso; quiere mudar la embajada argentina a Jerusalén. ¿No te parece maravilloso?

-Sí sí. ¿Entonces nos vemos luego y no nos interrumpís más?

–Estoy obligado a interrumpir, yo estoy aquí para que no se haga propaganda falsa; yo no te molesto, seguí hablando con él. Breaking the Silence y Peace Now tienen cero legitimidad, reciben dinero de la Unión Europea para promover una campaña antisemita. ¿He sido violento ahora con vos Joel? Deberías cerrar la boca.

Luego de 15 verborrágicos minutos, el insufrible moscardón nos toma unas fotos sin permiso y se va. Me deja su tarjeta para que lo llame. Joel agrega que hemos tenido suerte porque al tipo le gustó la idea de la entrevista: “una vez vine con diplomáticos ingleses y no se nos despegó un instante durante horas; se me hizo imposible hablar. Así como lo ves, dice haber estudiado Gobernanza y Diplomacia”.

* * *

–¿Sentís culpa de haber sido un soldado de la ocupación?

–Es difícil decirlo. Nosotros recibimos una educación. Yo participada de protestas contra grupos de izquierda que se movilizaban a la embajada de Israel en Londres. Hoy me siento terrible de haber sido parte de algo tan agresivo contra los palestinos; también entiendo que no dependía realmente de mí. Y si no hubiese estado yo aquí, lo habría hecho otro; hoy otro hace mi trabajo; el problema es el sistema; por eso decidí pelear desde afuera para cambiarlo, no importa mucho si me siento culpable.

–Hay una frase de un compatriota tuyo que me encanta: “La Historia está siendo revisada o inventada por personas que no desean conocer el verdadero pasado, sino aquél que se acomoda a sus objetivos. La actual es la gran era de la mitología histórica”. Lo dijo Erick Hobsbawm. ¿El sistema educativo les lava el cerebro a los jóvenes judíos?

–Creo que es algo intrínseco del proyecto educativo, el adoctrinamiento; todos los países crean narrativas históricas. Quieren hacernos sentir como víctimas, aunque somos un país muy fuerte. Es verdad, el terrorismo del 7 de Octubre es un ejemplo de cuan terrible es la situación. Pero la narrativa deja de lado el contexto y las razones; no lo digo para justificar el terrorismo. Todo se simplifica en el hecho de que los palestinos son siempre una amenaza y son todos sospechosos; y debemos tratarlos como tal, sin importar lo que hagan. Eso implica violencia física contra ellos en general y esto es problemático. La violencia permanente que ejercen los colonos es para volver locos a los palestinos y que se sigan yendo; toda esta área que estamos viendo fue vaciada por los colonos. Luego vienen y se instalan. Y para sentirse seguros, tienen que venir casi un soldado por cada colono. Así avanzan y militarizan el territorio. La estación de buses de Hebrón quedó abandonada por los ataques y ahora es un cuartel israelí.

* * *

Como en Jerusalén, aquí la arquitectura no es de ladrillos, sino grandes bloques cincelados color crema que se doran al atardecer. Es piedra centenaria -a veces milenaria- que refleja etapas y estilos, pero a la historia se accede mejor a través de la palabra. Y Joel la domina:

“los judíos emigraron de aquí hace dos mil años y en el siglo VII llegaron los musulmanes. Cuando España expulsó a los judíos en 1492 algunos vinieron Hebrón, cerca de sus patriarcas. Convivieron bien con musulmanes y cristianos. Al final del siglo XIX se crea el sionismo y empiezan a venir más judíos, marcados por una idea nacionalista que generó rechazo en la comunidad judaica local: les creaba problemas con los vecinos. Esto derivó en 1929 en los primeros choques interreligiosos: hubo 133 judíos y 116 palestinos muertos en la región. En Hebrón 67 judíos fueron degollados, incluyendo mujeres y niños, un shock tremendo para la comunidad. Ese crimen lo habrían cometido nacionalistas palestinos llegados de otro lugar. También hubo 350 judíos ocultados y salvados por sus vecinos musulmanes. Los sobrevivientes se fueron a vivir a Jerusalén. En 1967 Israel ocupó Cisjordania y al año siguiente, el gobierno militar de ocupación le dio permiso a un rabino con 60 estudiantes a venir 48 horas a hacer una festividad en la Tumba de los Patriarcas, una locura por el nivel de provocación que significaba cuando acababan de derrotar a los palestinos en una guerra: se quedaron a vivir en el cuartel militar por tres años. Luego crearon Kiryat Arba. Esos colonos se decían herederos de los expulsados en 1929. Pero en 1997 un descendiente del líder judío de Hebrón del siglo XIX descubrió que las tierras allí estaban a su nombre y decidió donarlas a los palestinos: harto del nacionalismo sionista que rompió la armonía intercultural en Hebrón, rechazó que los judíos ´reinstalados´ allí tuviesen algo que ver con los exiliados de 1929. El peso de los militares pudo más y la donación no fue reconocida”.

–Joel, vos decís que esta arquitectura de control evita fricciones y muertos. Lo trágico es que es cierto.

–Claro. Hebrón es un lugar muy peligroso para los judíos. La solución no es traer más colonos y soldados, sino sacarlos, esta es una ciudad palestina. Yo quisiera poder venir a la Tumba de los Patriarcas presentando mi pasaporte al salir de Israel. El argumento de la seguridad es explotado por los colonos; saben que hay animosidad entre los pueblos y lo que hacen es generar más odio. Luego dicen: “vean, vienen a matarnos; necesitamos más soldados y gente”. Eso sirve para ir tomando más tierra. A un bebé judío de 10 meses Shalhevet Pass- lo mató en 2001 un francotirador en su cochecito desde afuera de una colonia. Luego, el padre del bebé se unió al grupo terrorista Bat Ayin y fue preso por planear dinamitar una escuela de chicas palestinas en Jerusalén. Hebrón es muy inseguro para traer mujeres y niños. Es hipócrita cuando dicen “Hamas usa escudos humanos”: acá se hace lo mismo. Instalaron colonias en terrenos bajos contradiciendo medidas elementales de seguridad. El objetivo es ocupar el centro y demostrar quién manda, sin importar que sea peligroso. El argumento es “Hebrón nos pertenece porque somos los descendientes de Abraham”.

Llevo dos horas en el centro de Hebrón. O entre la arquitectura en la que vivieron sus habitantes. ¿Se puede llamar “ciudad” a un conjunto de edificios sin gente? Solo he visto soldados patrullando y colonos que bajaron desde Kiryat Arba a la tumba de Abraham. Para ver la vida actual debo seguir por la fantasmal calle hasta un check-point: del otro lado viven los palestinos, los que expulsaron de aquí y los que ya estaban antes allí. Iré solo: a un israelí su Estado no lo deja cruzar. Y como es de esperar, no son bienvenidos allá.

Camino cuadras deshabitadas hasta una de esas puertas giratorias con barrotes y enrejados que cortan calles a todo lo ancho. A un palestino, atravesar uno de estos 86 puestos de control de la ciudad le costaría un balazo, si no obedeciera la voz de alto. En Cisjordania hay medio millar de check-points que Israel cierra y abre a gusto, cortando el paso a palestinos durante horas entre ciudades, aislándolos de los colonos que tienen vía libre. Aquí esos cortes fragmentan además el flujo interno urbano.

En Hebrón uno ya está en Palestina. Pero como yo venía caminando por una calle vedada a palestinos estaba -de facto- en Israel, por decirlo de alguna manera aunque no se entienda bien. Voy a “reentrar” a Palestina -aunque no haya salido- y los militares israelíes no me pedirán nada: “qué importa la seguridad de los del otro lado, si total son palestinos”. Cruzo la puerta giratoria de barrotes con libertad. Si yo fuese un Baruch Goldstein podría liquidar a quien quisiera. No veo a los militares -deben estar en la oficinita- pero sí cámaras y un rifle lanzagranadas aturdidoras y cegadoras -a 3 metros de altura en el enrejado- allí donde nadie podría subir. Es un Roa Yora, una espectral arma teleoperada desde algún lado, como las que Hamas tumbó al entrar a Israel. Me tienta fotografiarla y no me atrevo.

Del otro lado renace la vida, ese caos bullanguero de los mercados árabes donde suenan músicas, las mercancías multicolores de las tiendas invaden la vereda y los productos cuelgan del techo o se acumulan en montañitas piramidales de especias, frutos secos, botones y ropa. A diferencia de Ramallah o Belén donde hay muchos cristianos, aquí todas las mujeres tienen la cabeza cubierta y visten túnicas combinando colores vivos.

En una tienda de telas en rollos, cinco niños de la familia del vendedor quieren fotos. Posan, ríen a carcajadas, “where are you from?”, “Messi or Ronaldo?” De golpe uno pregunta “¿Israel or Palestine?”. Se ponen serios, escrutadores: un silencio filoso. Ante mi desconcierto, otro insiste: “¿Israel or Palestine?”. Necesitan saber antes de seguir jugando. Mi respuesta los estalla en vítores de gol, saltos y más fotos. Cuando me voy gritan a coro: “¡Free Palestine!”. El padre observa y ríe. Los niños dicen lo que los adultos callan cuando no pueden hablar.

Pero los niños tampoco están a salvo. Breaking the Silence publicó el libro Ocupando Hebrón donde un sargento de un check-point testimonia: “vino el delivery de pizza y le habían tirado piedras; fuimos al lugar y había niños. Sin saber quién fue, mis compañeros los metieron en una verdulería como un cubículo, les arrojaron una granada de gas e intentaron cerrarles la puerta. Pero se les trabó y los niños escaparon”.

En el mercado de carnes -nunca cerdo- conozco a Badee Dwaik, palestino cincuentón que estuvo preso 22 veces y se define “luchador pacífico por los derechos humanos contra la ocupación”. Dice que nadie puede entender el apartheid al que los somete la dictadura militar israelí, hasta que viene a Hebrón. Me invita a la oficina de la ONG Human Rights Defenders que fundó con su amigo Imad, hermanados desde la Primera Intifada -1987 a 1993-: arrojaban piedras y molotovs. A Imad le tirotearon la pierna y se acerca rengueando a saludarme.

Subimos una escalera caracol hasta su escritorio y nos aliviamos el calor del Medio Oriente con agua fresca y ventilador. Badee ametralla con las palabras:

–Este es el único lugar de Palestina donde los colonizadores viven en el corazón de la ciudad; vienen de todo el mundo y roban nuestra tierra; dividieron la ciudad. Otro compañero, Sidán, vive cara a cara con ellos; las divisiones que hicieron en las calles separan a muchos familiares que viven cerca y no tienen conexión directa, obligándonos a largos rodeos. Nos rompieron la vida social, económica y psicológica. Mi casa está a 7 minutos pero no puedo ir por el camino más corto. ¡No puedo caminar por mis calles! Y solo nos dejan transitar el área en que vivimos; a veces queremos ir a otro sector y nos lo prohíben. Uno tiene que demostrar que vive en un barrio para que lo dejen entrar. Si me voy de mi casa 4 días y regreso, dicen que no vivo allí y me bloquean la entrada. Los hijos de Imad trabajan en otra ciudad y cuando vuelven, luego de unos días, no los dejan pasar y no pueden visitarlo. Este es un sistema que inventaron los nazis contra los judíos y ahora lo aplican ellos. ¡Pero no fuimos nosotros los que matamos a los judíos en Europa!

Le comento a Badee un diálogo de días atrás en el campo de refugiados Aida en Belén, donde Said me contó que sus abuelos huyeron de su casa en Jerusalén en 1948 cuando los sionistas llegaron a los tiros: “no apagues el fuego de la olla, en una hora volvemos”, dijo el abuelo. Cerraron y se fueron: no los dejaron volver más y su nieto guarda la llave de la casa como un tesoro. Sobre el portal de entrada al campo hay una llave de 10 metros, el símbolo de lo que guardan en cada casa como reliquia y objeto que corporiza un deseo al que se resisten a renunciar. Said me había dicho: “Yo vivo acá hacinado y encerrado por ese muro que ves ahí con una torre desde donde nos disparan a matar, a veces por deporte; jamás he podido conocer el lugar de mis raíces a media hora de aquí; Israel me impide pasar. Y una familia rusa vive allá en mi casa. Una vez, uno de mi familia les tocó la puerta: aún tenían los muebles de mis abuelos. Siento que hay alguien ahí viviendo mi vida. Vos, Julián, contaste que tu abuelo, hijo de ucranianos, era judío. Por eso, no solo te dejan viajar a Israel; te hubiesen invitado gratis de adolescente -a ver si te podían convertir en colono- y aun hoy podrías irte a vivir allí y te darían trabajo y casa -muy barata si aceptás ser colonopor más que no tengas ninguna raíz en esta tierra. Tenés infinitos derechos más que yo, que sí soy de acá. ¿Si esto no es apartheid cómo se llama?”.

-¡Tiene razón! -grita Badee- tenemos un sistema legal para palestinos y otro para colonos, quienes pueden hacer lo que quieran; ni los militares ni la policía les hacen nada, son amigos. Yo pertenezco a una familia de resistencia a la ocupación, mi padre estuvo preso; cuando tenía 15 años me encarcelaron. Y a los 19 otra vez, por tres años. Me sometieron a 29 días de tortura física y psicológica; me esposaban con las manos atrás y me ataban las piernas; la primera vez, durante 72 horas continuas, salvo para ir al baño y comer. Me tenían sentado en el suelo en un banquito fijo muy incómodo con la cara vendada por un paño muy sucio. Venían por detrás, me sacudían y arrojaban contra una mesa. A un preso de Hebrón le hicieron eso y murió del golpe en la cabeza. Y ponían música muy fuerte mientras cambiaban la temperatura de muy fría a muy caliente. Una vez se me congeló el cuerpo y tuvieron que traer un médico, yo temblaba. Me colgaban de los talones o con los brazos atados al techo. Una vez debí acuclillarme una hora con las manos atrás: si me caía, me golpeaban. Querían saber quién cooperaba conmigo en la resistencia, de qué partido era. Me liberaron en 1996. Perdí un gran amigo en 2002, lo mató un francotirador desde un techo, disparaban al azar a las tiendas y a la gente. * * *

Bajo de la oficina de Badee a la calle, a media cuadra del check-point donde no tomé la foto. Le pregunto qué pasaría.

–Andá ahora que no hay nadie.

–¿Estás seguro? ¿Y las cámaras?

–Yo siempre les tomo fotos.

Dudo un rato pero confío. No hay cartel que lo prohíba. Me acerco y le disparo a esa arma espantosa, sin disimulo. Y vuelvo hacia Badee, quien de golpe dice: “a tus espaldas viene un soldado; no hagas movimientos bruscos”. Al llegar, el militar me exige ir a la oficinita debajo del Roa Yora y Badee se aleja un poco, temiendo su detención número 23.

Al llegar me rodean cinco con fusil M-16, casco, chaleco antibala y walkie-talkie de antena larga. Toman foto de mi pasaporte y la envían. Me apoyo con un hombro contra la pared y trato de mostrarme calmo, aunque sé de lo que son capaces. Al relajarme, descubro que estoy temblando un poco. Me separo rápido de la pared y me paro firme, rígido para que no se note. De la vergüenza paso a la preocupación: “van a creer que oculto algo”.

Me preguntan por qué la foto y suelto una verdad a medias: “me fascinan los robots”. Se sorprenden, pero parecen creerme. Ya llevo retenido media hora y no pasa nada. Les propongo borrar la foto y uno de ellos lo hace. No estoy, en rigor, preso: todo sucede en la calle, en un pasadizo angosto y techado, sin escapatoria. La orden llega por radio y un soldado mulato -un africano- la escribe en el traductor del teléfono: “no podés entrar más a Israel”.

Si uno está en Palestina y los militares no le permiten entrar a Israel, se pasaría el resto de la vida allí, como muchas personas con pasaporte palestino: no los autorizan cruzar ni a Jordania (toda salida la controla Israel).

Digo con tono dócil -dada mi vulnerabilidad- que tengo pasaje desde Tel Aviv. Llaman al jefe y al rato llega un “indulto”: me conceden seguir camino.

Camino de regreso esa cuadra peatonal desierta, oigo taconeo de botas y giro apenas la cabeza: me siguen tres hombres de verde. Al instante suena un “clic” metálico muy nítido: uno ha quitado el seguro de su M-16 con el pulgar: queda listo para disparar, índice en el gatillo. La bala está en la recámara a un centímetro del percutor, deseosa. Doy tres pasos, contengo toda reacción y me alcanza otro “clic”, un poco más cerca. No solo en Gaza el IDF mató 108 periodistas: en Yenín asesinaron a Shireen Abu Akleh del canal Al Jazeera por solo mirar para contar. Todo eso relampaguea en mi cabeza y dudo cuánto dolerá un tiro en la espalda, esa quemazón. Lo espero durante 20 segundos. Y truena un tercer “clic”: el escalofrío me hormiguea la nuca. ¿Se atreverán?

Ese “tun tun” en el pecho, el instinto de correr, la sensación de electricidad estática en la piel de la cabeza. Si corro, podría cebarlos; o darles la excusa: igual me fusilarían. En un segundo, el mundo podría apagárseme para siempre y ni me enteraría el cómo. ¿Escucharé el tiro? El corazón ordena “¡rajá!”. El frío cerebro dice “pará”. Mi sangre fría reprime el reflejo y la razón gana la cinchada interior: sigo a paso lento, como si no hubiese oído nada. Doblo la esquina y vuelvo a respirar.

Ellos saben que entendí el mensaje, que escuché bien. Ahora sé que no hubo intención de matarme. Aunque les excitaba la idea. O lo harían sin culpa, en otra circunstancia. ¿Y si hubiese entrado en pánico y corría? El protocolo ordenaría perseguirme: es usual que esos casos deriven en balazo. Quizá mi vida penduló sobre esa línea vaga que separa la ley militar del capricho personal de cada soldado. Me estaban testeando.

Justo antes de este episodio, yo le comentaba a Badee que en Aida había visto una torre de vigilancia sobre el muro divisorio: desde allí un francotirador mató a un chico de 17 años parado en la puerta de su casa el 10 de noviembre de 2023. Era Mohamed Ali Ezieh. Quise fotografiar la torre y por primera vez -habiendo trabajado en 58 países- temí por mi vida si tomaba una: me la reprimí.

Le expliqué que mi tío abuelo Aaron Vaindraj fue héroe de la Segunda Guerra Mundial: “viajó desde Argentina a combatir a los nazis que mataron a parte de mi familia; los encontré en la lista en el Museo del Holocausto en Jerusalén. Luego él fue diplomático israelí en Argentina y hay datos para creer que secuestró a Adolf Eichmann: era un joven con experiencia de guerra y por esos días estuvo inhallable; cuando desapareció el nazi, él también se fue y no volvió más”.

–¡Qué paradoja! -le dije a Badee- hoy temo que un militar israelí me pegue un tiro ¿Para esto luchó Aarón? ¿Por instalar el apartheid en Hebrón? La verdad, no lo sé: nunca lo conocí.

En ese instante llegó el soldado de la amenaza.

Parto con un sabor agrio en la boca, habiendo oído un mensaje percusivo en mi cuerpo, un sonido pandillero y sutilmente atronador, más explícito que toda frase oral. Se traduce así: “volá de acá y no vuelvas más; sabé que si quiero, te mato. Y no me va a pasar nada”. Como no le pasó al asesino de Shireen Abu Akleh.

A diferencia de la periodista palestina, tuve una protección particular: soy un eslavo blanco y alto con pelo claro que no pasaría por árabe. Lo compruebo al irme de Hebrón. Salgo a la calle desde el lado islámico de la Tumba de los Patriarcas, luego de ver los catafalcos de Abraham y Sara, “padre” y “madre” de las tres religiones monoteístas que malviven aquí.

Paso el check-point junto al complejo abrahámico y una soldada pregunta si soy musulmán. Con solo decir “no” -más mi portación de cara- paso sin mostrar pasaporte. Todo palestino es rebotado aquí. Así desemboco a una calle “esterilizada”, exclusiva para israelíes y extranjeros. Y tomo un privilegiado bus solo para judíos, regresando a Jerusalén sin pasar por ningún burocrático y humillante control militar.

Post-scriptum

Cumplí mi palabra con Yonatan, lo fui a buscar y se había ido: lo llamé y estaba en Tel Aviv: convenimos un Zoom. Pero googleó mi nombre, dedujo erróneamente que soy judío y cambió de opinión. En sus redes posteó el video donde me filmaron, editado con trampas goebbelianas agregando: “Nuestro coordinador de campo encontró al periodista antisionista xx dedicado a difamar a Israel y se negó a escucharnos. ¡Más periodistas judíos como estos en la diáspora y estamos perdidos!”.

Biografía

Julián Varsavsky es Lic. en Cs. de la Comunicación (UBA) y autor de los libros Japón desde una cápsula (robótica, virtualidad y sexualidad) (Adriana Hidalgo Editora.) y Corea, dos caras extremas de una misma nación (Ed. Continente). En 2021 ganó el Concurso de letras (no-ficción) del Fondo Nacional de las Artes por su libro Viaje a los paisajes invisibles: de Antártida a Atacama (Adriana H.). Premio Konex de crónica por publicaciones entre 2014-2024. Se especializa en estudios culturales de Medio Oriente y del este de Asia, y cruza sus relatos con antropología, filosofía, ciencia política y semiología arquitectónica. Es editor en Página/12 y analista de política internacional. Publicó medio millar de crónicas en Le Monde Diplomatique, National Geographic, Rutas del Mundo, Anfibia, Altair, Brando, Reforma y Soho. Dicta seminarios sobre el mundo islámico, cultura japonesa, coreana y china, y semiología arquitectónica en Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. Dicta el taller de crónica Viajar para contarla.
Los que leyeron este relato, opinaron...

Cómo Limones Amargos

Opinión: “Es un relato o tal vez una “crónica” con un estilo equilibrado, que combina descripciones, reflexiones y sutiles acciones. Me recordó textos como “limones amargos” del gran Lawrence Durrell- y por ello el título de mi comentario- en donde el inglés narra sus viajes por las costas mediterráneas…; En ese sentido el autor de este relato también apela a un estilo que combina un lenguaje rico, descripciones que alternan los sentidos, diálogos con personajes variopintos, etc. A la vez define con sutileza un posicionamiento político y hace un planteo crítico de un problema social y geopolítico actual de gran relevancia. Por momentos consigue un tono con pinceladas de intimismo que nos hace habitar la situación y los momentos que describe… (La única observación menor, pero que obedece más a una “neura” personal mía que a una crítica con sustento tal vez es: al final la expresión “una soldada” me genero ruido…. Así como prefiero la expresión “un modista” a “un modisto”, hubiera preferido “una soldado” a “una soldada”… Pero repito: entiendo que esto es más una cuestión neurótica mía y es muy personal, que una justificada objeción)…. Felicitaciones”

Dante G. Duero

Cómo Limones Amargos

Es un relato o tal vez una “crónica” con un estilo equilibrado, que combina descripciones, reflexiones y sutiles acciones. Me recordó textos como “limones amargos” del gran Lawrence Durrell- y por ello el título de mi comentario- en donde el inglés narra sus viajes por las costas mediterráneas… En ese sentido el autor de este relato también apela a un estilo que combina un lenguaje rico, descripciones que alternan los sentidos, diálogos con personajes variopintos, etc. A la vez define con sutileza un posicionamiento político y hace planteo crítico de un problema social y geopolítico actual de gran relevancia. Por momentos consigue un tono con pinceladas de intimismo que nos hace habitar la situación y los momentos que describe… (La única observación menor, pero que obedece más a una “neura” personal mía que a una crítica con sustento tal vez es: al final la expresión “una soldada” me genero ruido…. Así como prefiero la expresión “un modista” a “un modisto”, hubiera preferido “una soldado” a “una soldada”… Pero repito: entiendo que esto es más una cuestión neurótica mía y es muy personal, que una justificada objeción)…. Felicitaciones

DANTE GABRIEL DUERO

Cómo limones amargos

Es un relato o tal vez una “crónica” con un estilo equilibrado, que combina descripciones, reflexiones y sutiles “fotograma” de acciones. Me recordó textos como “limones amargos” del gran Lawrence Durrell- y por ello el título- en donde el inglés narra sus viajes por las costas mediterráneas (la comparación no pretende quitar originalidad sino más bien dar un punto de referencia sobre la dimensión estilística)… En ese sentido el autor de este relato también apela a un estilo que combina un lenguaje rico, descripciones que combinan los sentidos, diálogos con personajes variopintos, etc. A la vez hace con sutileza un posicionamiento político y hace planteo crítico de un problema social y geopolítico actual de gran relevancia. Por momentos consigue un tono con pinceladas de intimismo que nos hace habitar la situación y los momentos que describe… Es un relato dinámico aún cuando no hay “acciones” rupturistas en el sentido narrarológico.

(La única observación menor, pero que obedece más a una “neura” personal mía que a una crítica con sustento tal vez es: al final la expresión “una soldada” me generó ruido…. Así como prefiero la expresión “un modista” a “un modisto”, hubiera preferido “una soldado” a “una soldada”… Pero repito: entiendo que esto es más una cuestión neurótica mía además que es muy personal, que una justificada objeción)…. Felicitaciones

Dante Gabriel Duero