¿Qué puedo hacer?
Los pocos edificios que aún resistían cayeron, se desmoronaron sobre sí mismos, pasaron años y años destruyéndose, uno tras otro y por fin, el mundo volvió a ser virgen de civilización, solo selva, pradera, meseta, llanura, montañas.
Pero no se detuvo ahí, continuó hasta que llegó a ser como era antes que los animales llegáramos.
Silencio total, nada más, solo llega el sonido de las hojas de los árboles moviéndose con el viento.
Yo el último testigo, todo a mí alrededor desaparece, se desvanece. No puedo tocar nada, el mundo se vuelve etéreo, insustancial.
Me pregunto qué ocurriría si cierro los ojos. ¿Seguirá existiendo, o acabará definitivamente?
¿Realmente soy el último observador? ¿El que le da sustancia a la realidad?
De pronto me descubro parpadeando, mis ojos necesitaron lubricación, un ínfimo parpadeo no alcanzó para convertirse en apocalipsis, pero, ¿el próximo?
Me resisto a parpadear, aguanto, aguanto, el mundo depende de mí, quizás el universo depende de mí, no hay más observadores, soy el último.
¿Soy Dios?
Mis ojos arden, entre mi parpadeo anterior y el próximo, que será indefectible, transcurre toda la eternidad, la vida es menos, muchísimo menos que un parpadeo, mis ojos arden, llega el fin, los cierro no en un parpadeo, sino apretándolos con fuerza, cuando vuelvo a abrirlos, solo oscuridad, los cierro de nuevo, refriego mis párpados con las manos, vuelvo a abrirlos y oscuridad. No pude salvar al universo. Todo terminó en el último parpadeo.
En el monitor, la línea es plana, ya no se escucha el bip, pulsante, es un tono agudo continuo, prolongado, el médico apaga el instrumento y el sonido cesa, mueve la cabeza como negando.
—El paciente murió, comenta, como si fuera necesario.