El Barquero

Fui a cruzar el río.

La mañana era soleada. Caminé varias horas por un sendero que atraviesa un bosque de árboles desnudos. 

Llegando al río, sobre la costa, no había puentes. 

Vi la silueta del barquero. 

Al aproximarme, vi las arrugas de su rostro, la mirada anciana y celeste. La voz quebradiza invitándome a subir a la balsa para cruzar. 

El barquero había unido las costas con una soga por la que desplazaba la balsa. Los brazos del barquero eran fuertes ya que la corriente demandaba gran esfuerzo para mantener la barca mientras tiraba de la soga.

En la noche anterior a mi viaje, había soñado que el río era cruzado por un puente.

Sobre el puente, un caballero medieval montado en un caballo blanco, de armadura blanca y de escudo blanco y de blancos penachos, se interponía en mi camino.

Soñé al caballero amable, aunque de duro aspecto. Soñé sus palabras impidiendo mi paso. Palabras extrañas de lenguas antiguas. Era de suponerse que cobraría dinero habiéndose adueñado del puente. Mostré una moneda que el caballero no reconoció. Le conté sobre mi ciudad y no comprendió la palabra ciudad

Le dije que era muy importante poder pasar el puente y sacó su espada de la vaina blanca y rechinante.

Supliqué, y alzó su escudo. 

Imploré, y sentí el silbido del filo de la espada en mi despertar.

El barquero preguntó mi nombre. 

Y nada le dije. 

Él se presentó. Me dijo que hacía años buscaba a su hijo y que finalmente había decidido quedarse cruzando a los viajeros a través del río. 

Los movimientos del barquero eran cortos, breves, temblorosos, pero firmes. 

La barca cruzaba las aguas y en el silencio de la mañana, el suave lamido de la corriente sobre el barro y el canto de las aves ocasionales parecían jugar entre las costas. 

Me preguntó hacía dónde iba. 

Apenas podía mirarlo a los ojos. Inventé un destino.

Asintió agachando la cabeza. 

Tiraba con sus brazos de hierro viejo, la vieja balsa, y su vieja edad. 

El otro lado se hacía más cercano en cada brazada. 

Hacia el canal, la corriente se hizo turbulenta, rápida, inestable. El viejo barquero parecía jugarse todo en ese tramo apoyando firmes las piernas flacas y estirando la espalda abrumada por la fuerza del agua. 

Los brazos tensaban la soga al límite. 

Preguntó si había visto algún joven que quizás se le pareciera. 

Le dije que no. 

La piel del barquero, surcada de tiempo, se estiraba como un junco en cada avance. 

Dijo que no conocía mi destino. 

Le dije que quedaba muy lejos. 

Dijo que tal vez podría acompañarme. 

Le dije que era demasiado lejos para un hombre de su edad. 

Hasta que tocamos tierra. 

Hizo un nudo para detener la balsa, esperó mi pago y se quedó mirándome cómo hacía pie en tierra firme. 

Saludó, y sin más, emprendió el regreso hacia la otra costa.

Quedé contemplando al viejo barquero. 

El arrear de los brazos fuertes pero decrépitos, el ruido de la herrumbre de la balsa, el olor agrio de la humedad y al llegar a la mitad del río, desenvainé mi espada y de un solo golpe corté la soga y dejé que la corriente, hiciera su trabajo.

Biografía

Enrique Bó nació el 16 de junio de 1959 en la ciudad de Rosario donde cursó todos los estudios, desde la escuela Bernardino Rivadavia, pasando por el Nacional Número Uno y culminando la carrera de Ingeniero Agrónomo en la Universidad Nacional de Rosario. Sigue participando del Taller Literario Julio Cortázar de la ciudad de Rosario, dirigido en sus orígenes por Alma Maritano y en el presente por Pablo Colacrai. Actualmente su vida discurre entre la ciudad de Rosario, las sierras de Córdoba en la localidad de Ascochinga y la provincia de San Juan, donde desarrolla su trabajo profesional.
Los que leyeron este relato, opinaron...

Una concatenación de sueños...

Estimado Enrique

Leí con mucha atención tu cuento.

Me gustó mucho, pero más allá de eso, que quizá es lo menos importante, debo decir que me transmitió una buena cuota de tristeza, por ese viejo que busca a su hijo, de quién desconocemos cuándo y como desapareció. Toda desaparición es triste, pero aún más cuando es contraria de lo que “esperamos de la naturaleza”, de que sea el hijo quien busca al padre. Esto, para mí, lo hace aún más triste, ya que la desaparición, y posible muerte del joven, es poco probable por motivos “naturales”.

Por último, y en esto reside el título de mí opinión, pregunto: terminó realmente el sueño de la noche anterior al viaje? No sera que estamos en presencia de otro sueño, donde la voz narrativa sueña que sueña?

Bueno, te dejo un abrazo, y un agradecimiento por escribir y compartir la producción

Juan Herrmann

Muy bueno

El relato es tan preciso…que me pareció verlos.

Pace, Silvia