El recuerdo de esos días me perseguía desde hacía meses.
La mesa del living atestada de libros, cuadernos y más cuadernos sobre la alfombra, amigos rebeldes que me llevaban por el mal camino y su sonrisa. Radiante y tentadora.
Incluso en las noches que aumentaba la dosis de diazepam, la memoria me asediaba como fantasmas danzando butoh dentro y fuera de mi cabeza.
¿Por qué volvía ese tiempo a este tiempo? ¿Qué tenían para decirme los sueños recurrentes de las últimas semanas?
En aquellos días ya era ambicioso y disciplinado. Mi cabeza regía todo movimiento y cada acción; por mínima que fuera, ya la había calculado con numerosas variables. No creía, como creo hoy, que estuviese en el lugar y momento equivocados.
Reconozco que me faltó coraje, coraje para saltar. A un futuro juntos que nos abría los brazos de par en par, como si esa bienvenida hubiera estado ya escrita en alguna realidad aparte.
Ella sí. Eso es lo que me había cautivado. Ella sí se atrevió a andar los caminos con corazón.
Yo, en cambio, latía fuerte por dentro mientras la vida me pasaba por afuera.
Me negué a acompañarla. Ella tenía los planetas desalineados y yo demasiado ordenado el estante del deber ser.
Ella era el agua y yo la piedra que anhelaba ser fundamental. No había notado que en cada gota vertida una parte mía se dejaba ir, atraída por su fluir rítmico y apasionado. No pensé que fuera a dejarme.
No podía retenerla, estaba destinada a ser oasis en el páramo.
Tampoco podía ir en contra de esa atracción despiadada por navegar mares de furia y cemento que corría por mis venas.
A medida que escribo estas líneas, la danza en mi cabeza se aplaca. Y la comprensión llega como gotas cálidas de lluvia mansa.
Era el presagio que me había atormentado allá por los años noventa.
Una noche en la capital, cuando salíamos borrachos de una fiesta, la gitana me había dicho:
“Hombre de piedra caliza y cavernas oscuras.
Vas a tocar el cielo con las manos, pero no te atreverás a retenerlo.
Caerá sobre ti la sombra de siempre y nunca darás ese salto de fe”.
Todos se rieron; menos la gitana y yo. Ella parecía apenada y ni siquiera aceptó mi dinero.
Regresa a mi memoria su imagen neblinosa y su voz de sentencia.
Estoy parado en la azotea de la torre The Dark, mi última inversión en el corazón del Soho.
A mis 54 años busco respuestas mirando el cielo porque no las encuentro en la tierra. Parado en esta cima que hasta el tiempo olvidó, su voz me llega clara, tierna, ingrávida:
“Jeff, no espero que me entiendas, sólo deseo que te encuentres, quienquiera que seas. Yo voy a nombrarte y recordarte siempre como “mi buen amor”.
Esas fueron las últimas palabras de Georgia antes de agarrar su mochila verde y tomar el taxi.
Al costado del vaso ya vacío, uno que es idéntico a mí sonríe desde la portada de la revista Forbes bajo el título: un auténtico gigante empresarial.
No soy yo, esos ojos tan desalmados no pueden ser los míos.
Cierro la puerta. Con llave.
Me quito la corbata y me aflojo la camisa. Mis manos se aferran al metal frío y un estremecimiento me recorre el cuerpo. Observo la ciudad desde lo alto, privilegio de los arrogantes y de los dioses. Miro las luces, los neones, acaricio sus edificios viejos y escucho todos los ruidos, todos los gritos, todos los silencios.
Nueva York se alza majestuosa y altiva ante mis verdaderos ojos. Que lloran. Ya no hay lugar para mí en ella. Parece que va a llover. La última lluvia.
Presagio
- Mariana Lombardo
- Relatos de socios
Biografía

Mariana Lombardo nació en la ciudad de Buenos Aires, en otoño de 1978. Parte de su infancia vivió en el campo de sus abuelos, entre naturaleza y silencio. Sus personajes bailan descalzos entre pasado, presente y futuro; habitan lo cotidiano y lo onírico, los lugares buenos, la angustia existencial y la familia: fuente de bendiciones o trampa mortal.
Propone una búsqueda estética, vital, revolucionaria que rescata las tradiciones y nos invita a cuestionar el futuro inquietante y la violencia que florece en el corazón humano.
Los que leyeron este relato, opinaron...
excelente relato
Me gustó mucho. Un hermoso cuento de des-amor, me conmovió enormemente.
Julia Gatica