
Por Alejandro Duchini
“Ahora todos han muerto y de mí, queda sólo la mitad”, escribe la periodista María Moreno en las primeras líneas de La merma (Random House), libro de reciente publicación en el que da cuenta de sus vivencias tras sufrir un ACV, en el invierno de 2021. Desde entonces, y tras pasar un primer momento desesperante, sus días transcurrieron entre hospitales, sillas de ruedas, salas de recuperación física y reencuentros.
Entre esos reencuentros, uno de los más esperados: escribir. Aunque con las dificultades de una enfermedad que deja secuelas durísimas. Sin embargo, pudo hacerlo. “No lo hago con las palabras que deseo; a estas las olvido fácilmente. Escribo las que son fruto de una negociación; a veces, otras que nunca hubiera escrito de no haber tenido un ACV”, describe sobre sus tipeos con el índice de su mano izquierda mientras lucha con las combinaciones de las teclas.
Las marcas que le dejaron esos intentos de volver a ser los reflejó en esta crónica en la que a los recuerdos de los hechos agrega sensaciones. Combinación perfecta, sobre todo en la escritura de Moreno, referente entre los mejores cronistas de su generación (tiene 78 años); alguien capaz de escribir textos que hoy son imprescindibles para nuestro periodismo. Además, brillante entrevistadora: lean su Vida de vivos. Por suerte, en La merma ratifica ese camino que comenzó entre los 70 y los 80, cuando dio sus primeros pasos en el periodismo.
Moreno fue una cronista de, entre los diferentes mundos, el de la marginalidad. En sus textos recordó experiencias en conventillos, sus noches con borrachos de Once y prostitutas de las calles de Buenos Aires. Largas charlas con escritores. Hay, en sus crónicas, bohemia, barrio, rock and roll, calle y, de nuevo, una pintura de la Buenos Aires marginal que no todos se tomaron la molestia de retratar.
Por momentos con algún (lógico) resentimiento, por otros con una tranquilidad envidiable, Moreno logra que la lectura de La merma sea como un desplazamiento. Es un libro que no apura ni aburre: va llevando. “Ahora vendrán los premios y los reconocimientos, que, en el fondo, se deberán a mi silla de ruedas, y no a mí”, escupe. “La parálisis despertó mi realismo. La imagen de mí misma fue la de mi edad”, agrega.
En tanto, cuenta su padecimiento por la burocracia del sistema de salud. A veces no hay camas disponibles, a veces hay que esperar por un estudio; y siempre con la resignación a la que somete el estado ACV.
Moreno recuerda sus silencios obligados en habitaciones en las que todos hacen y ella espera. Los efectos lentos de los sedantes, la presencia de su hijo al que no le puede hablar porque su cuerpo se lo impide. Resignación obligada. Y todo con conciencia. Siempre es consciente de lo que sucede. A veces, llora. Y hasta se pregunta qué sería de su cuerpo si le amputaran uno de sus miembros y le implantaran algún producto tecnológico que le ayudara a volver a ser cómo era: “Desde afuera nos puede parecer tremendo: amputar tu propia mano y sustituirla con un cacharro imperfecto, pero es la diferencia entre tener un trozo de carne colgando, con los dedos en una flexión rígida, o tener algo funcional, que permita recuperar cierta capacidad de movimiento”.
La merma no es un libro de bajones sino -en todo caso- de realismo crudo. Porque Moreno también recuerda algunas de sus resurrecciones, como compartir la cama y tener sexo de nuevo. O regresar, en silla de ruedas, a la protesta social en una marcha en la que es reconocida por los asistentes. Somos testigos de su revivir.
La merma, entonces, bien podría definirse con lo que escribe Moreno en una de sus últimas líneas: “¡Una paz, una felicidad, un sosiego! Y a lo lejos, la voz olvidada de mi madre”.